Llevo 35 años dedicándome al desarrollo en el Tercer Mundo —Desarrollo con D mayúscula–, principalmente en los ámbitos de la salud pública y la nutrición, y en más de 50 países. Creo que estoy preparado para rebajar la D mayúscula a una d minúscula en lo que se refiere a desarrollo.
Después de que uno se golpea repetidamente la cabeza contra la pared de las duras realidades, a cualquiera que sea honesto consigo mismo le corresponde cambiar sus puntos de vista. El truco para mí ha sido hacerlo sin traicionar mis profundas convicciones ideológicas.
En primer lugar, toda mi vida he priorizado mi dedicación al desarrollo. ¿Valió la pena? Un balance general me llevaría a decir que sí. Pero es un sí con reservas.
En este negocio funcionamos según el principio de «dos pasos adelante, un paso atrás». El valor del esfuerzo hecho tiene que ser medido por lo que queda después de la ayuda oficial al desarrollo (ODA en inglés). Y, de lo que queda, lo que realmente cuenta son los intangibles, no los objetivos de los tantos proyectos implementados a medias. Entre estos intangibles prima el cambio de actitud de algunas de las personas que trabajaron conmigo.
A lo largo de los años, he trabajado sobre todo dentro y a través de burocracias gubernamentales (e internacionales). Así, me he dado cuenta de que la rigidez mental y el comportamiento de los cuadros nacionales superiores es inherente a las burocracias, más allá de las barreras Norte/Sur e ideológicas.
Mi última experiencia me llevó de trabajar en Kenia a hacerlo en Vietnam, donde esperaba que las cosas fuesen diferentes. Pero hay algo intrigantemente común a las burocracias, y es que aborrecen el cambio, y los reconocimientos vienen más bien por mantener el status-quo.
En medio de todo esto, te encuentras como asesor a largo plazo en un país del Sur
Te presionan para que el proyecto avance, tardas seis meses en afirmarte en tu nuevo puesto (mientras tus compañeros te miden), experimentas tus primeras frustraciones de que las cosas no avanzan, de que los plazos pasan sin pena ni gloria, de que cada vez asumes más el papel de ejecutor de pequeñas tareas que el de promotor y coordinador, de que el proyecto no gasta los fondos de acuerdo con los planes para mantener una capacidad de absorción creíble, de que el proyecto trae consultores a corto plazo que nunca han estado en el país y de los que se espera que en tres semanas digan palabras de sabiduría que nunca se han dicho antes, etc. etc.
Y con todo esto, intentas mantener la cordura mental y no odiarte cada mañana cuando te miras al espejo. La verdad es que te ves tan envuelto en el torbellino que no te tomas tiempo para ver las cosas en su conjunto, en perspectiva.
¿Está realmente ayudando todo esto? ¿A quién? Además, no puedo dejar de insistir en el consejo que siempre doy. Aprovechen cualquiera oportunidad para escapar de las garras de la burocracia central y trabajar en el terreno. Esto siempre ha resultado gratificante; es una fuente de cierta satisfacción por la sensación de avance en las pequeñas cosas que se logran.
Es la cadena de esas pequeñas victorias lo que te mantiene con una salud mental razonable, porque (y aunque) el desarrollo con d pequeña no tiene grandes victorias en el ámbito de la ODA.
En esencia, en lo que realmente te has convertido es en otro burócrata (más eficiente y bien pagado). Has aprendido a no tomar un primer ‘no’ como una respuesta definitiva y sabes cómo revertir una decisión de ese tipo. No tienes nada que perder, no te estás jugando el pellejo.
Además, has desarrollado algunas relaciones con uno o dos altos funcionarios más progresistas de la organización a los que consultas y utilizas cuidadosamente cuando es necesario. De nuevo, en la búsqueda de algunos logros a largo plazo al margen del proyecto en el que trabajas, me ha resultado muy gratificante establecer contactos profesionales y relaciones de trabajo a largo plazo con jóvenes profesores (en mi caso) de facultades de salud pública y/o departamentos de medicina comunitaria de la universidad local. Siempre es una fuente importante de inspiración.
En tu entorno laboral inmediato, las cosas son más difíciles. Descubres que tus compañeros de trabajo tienen sus propias agendas paralelas, a diferencia de ti, que dedicas más del 90% de tu tiempo a los objetivos del proyecto. El proyecto no atiende a esas agendas paralelas y, por tanto, (no es de extrañar) ‘pierdes’ a tus colegas en distintos grados y sólo consigues una cooperación muy parcial. Lo triste es que, a menudo, estas agendas paralelas están relacionadas con la pura y simple supervivencia económica cotidiana.
Creo que tenemos que aprender a atender a algunas de esas otras necesidades de nuestros colaboradores si queremos que sean aliados estratégicos más comprometidos. Los cursos de inglés y las oportunidades de viajar y formarse suelen ser algunas de los principales incentivos.
Mi experiencia personal me ha demostrado que siempre se puede encontrar al menos un cuadro (joven) en tu unidad con el que trabajar más estrechamente y que esté dispuesto a aprender y trabajar contigo; alguien que aún no se haya visto atrapado por las influencias negativas del ‘sistema’ imperante. Aprovecha esas oportunidades y desarróllalas tan intensamente como puedas. Ganarás un aliado estratégico para toda la vida.
Todos los proyectos tienen componentes de formación y, trabajando en la burocracia, se ve una gran variedad de talleres organizados para el personal por muchos donantes o por el propio gobierno. Se ha puesto una fe injustificada en esta entidad: el taller. Los talleres son nuestra receta para informar y mejorar las competencias de la gente. Pero aunque consigan lo primero, desde luego, no consiguen lo segundo. El personal vuelve de los talleres y continúa con sus rutinas como si no hubieran aprendido nada.
Además, la formación está atomizada en diferentes componentes por diferentes donantes con un solo interés, cada uno haciendo lo suyo de forma descoordinada; el resultado son múltiples talleres para el mismo personal cada año, con la esperanza de que el personal (muchas veces poco calificado) haga la integración y la coordinación en sus propias cabezas... No reconocer esto está costando miles de millones de dólares en todo el mundo. La gente ha llamado a esta epidemia ‘talleritis’. Tal como están las cosas, los talleres son más una fuente de ingresos extra esporádicos para el personal que de cambio de comportamientos. No se destinan fondos al seguimiento del impacto a mediano o largo plazo de los talleres. A los donantes les gustan los talleres, porque el dinero se gasta y se amortiza rápidamente contra el presupuesto.
Por otra parte, la supervisión institucionalizada del apoyo a las actividades sobre el terreno de los programas y proyectos es prácticamente inexistente.
Ha llegado el momento de dar un paso valiente
Hay que fusionar las actividades de formación continua y de supervisión de apoyo. El presupuesto disponible para talleres debería utilizarse en cambio para financiar equipos de supervisión de apoyo con formación multidisciplinaria (¿uno por provincia?) que se desplacen al menos dos veces al año para visitar las unidades periféricas. Permanecerán 4-5 días en cada lugar antes de pasar a la siguiente unidad; trabajarán con el personal en sus tareas y rutinas cotidianas, corregirán errores, introducirán nuevos procedimientos, educarán en el trabajo sobre cuestiones técnicas y de gestión, sobre sistemas de información fiables, etc. Los talleres deben reducirse al mínimo.
A estas alturas, he visto demasiadas intervenciones bien intencionadas, bien planificadas, bien ejecutadas, culturalmente sensibles, equilibradas de arriba abajo y de abajo arriba en la atención primaria de salud que han fracasado a la hora de producir y mantener los cambios deseados.
Hay fallas profundamente arraigadas en el sistema de motivación y dedicación del personal del sector público que ninguna intervención externa puede afectar. Mi cambio de opinión se relaciona con la mayor apertura que tengo ahora para explorar opciones que incluyan la privatización de ciertas funciones, al menos en salud, incluido en las zonas rurales pobres. La verdad es que la privatización ya es un fait-accompli, muchas veces con pagos "por debajo de la mesa".
El personal cobra honorarios, realiza visitas privadas a domicilio y/o vende medicamentos para obtener beneficios. Ante este hecho consumado, más valdría poner fin a la farsa y acabar con esta mezcla malsana que, en cierto modo, le está costando el doble al país: por un lado, manteniendo la abultada nómina de personal del sector público y, por otro, con los beneficiarios recurriendo a los servicios privados del mismo personal, porque perciben que reciben una atención más personalizada (por no hablar de todo el exceso de recetas que vemos cuando los médicos privados intentan ganar más dinero).
Sigo firme en mi demanda de controles estrictos una vez que se dé luz verde a la privatización seleccionada; creo que los controles serán más baratos que mantener una operación altamente ineficiente en un entorno de recursos públicos cada vez menores.
Con todo esto (...y mucho más), ¿me sigue entusiasmando el trabajo en desarrollo? Creo que sí. Pero, de nuevo, un sí con reservas
Creo que el modelo de desarrollo occidental (del Norte) ha fracasado estrepitosamente hasta ahora sin lograr respaldar un marco conceptual realista de las causas del subdesarrollo o el mal-desarrollo que tenga el valor de situar las causas políticas y económicas de la pobreza mundial incluidas las enfermedades evitables, la elevada morbilidad/mortalidad y la desnutrición evitable, en la perspectiva adecuada para dar a esas causas estructurales la prioridad necesaria para emprender acciones más decididas.
En ese sentido, sigo sintiéndome culpable de formar parte de este sistema. Siento que estoy contribuyendo a cambiar las cosas sólo para dejarlas igual. Pero quiero pensar que, a lo largo de estos años, he aportado mi pequeño grano de arena para exponer, desmitificar y corregir algunos de los defectos de un modelo de (D)esarrollo tecnocrático sobrevalorado (no siempre de buena fe).
Por otra parte, después de haber trabajado en un auténtico país socialista, no puedo dejar de constatar que algunos de los problemas y obstáculos en el camino del desarrollo son los mismos, y que aún queda mucho por hacer.
Ahora me conformo con el trabajo de (d)esarrollo con expectativas menos grandiosas, sin perder ninguna oportunidad de concienciar sobre sus contradicciones, tratando siempre de mantenerme fiel a mis convicciones ideológicas. De este modo, a pesar de alternar entre la depresión y la (pequeña) euforia, cada día sigue siendo un reto para mí.
Nota
A lo largo de los años, he escrito no menos de 20 artículos críticos sobre la cuestión del desarrollo. Si alguien está interesado en conocerlos, puedo compartir los títulos de los mismos con los lectores de Meer y luego compartir los artículos completos. Además, es posible que seleccione algunos para futuras publicaciones en Meer.