La desaparición del “campo socialista europeo” implicó el final de la Unión Soviética, del Pacto de Varsovia y del Consejo de Ayuda Mutua Económica, así como el nacimiento de nuevos Estados nacionales en los territorios ex-soviéticos, y la crisis, división y casi desaparición del Movimiento Comunista Internacional.
Quienes adherían a estas realidades se vieron en la necesidad de sintonizar con las nuevas circunstancias históricas. Esto sucedió hacia finales de los años ochenta y principios de los noventa del siglo XX, y se tradujo en un desplazamiento político e ideológico de esos grupos de personas hacia opciones políticas de carácter democristiano, socialdemócrata y liberal, mientras otros sintonizaron con tendencias ecologistas, animalistas y feministas, que venían creciendo de manera autónoma mucho antes de la extinción del “campo socialista”.
Esta complementariedad de tendencias macro-históricas fue decisiva en la última década del siglo XX y jugó un papel significativo en el origen de la ideología woke, pero no puede decirse que la esta sea un derivado exclusivo de dicha complementariedad.
No estamos en presencia de un mero fenómeno de continuidad ideológica, sino de algo bastante más complejo. De ahí el grave error de enfoque cuando se caracteriza la ideología woke como una metamorfosis del marxismo. No, es eso y mucho más. Veamos.
Seis tesis sobre la condición histórica contemporánea y la ideología woke
Cuando nos situamos entre los años 1989 y 2025, la condición histórica puede ser interpretada a través de algunas tesis básicas, que son las siguientes:
Primera
Entre los años 1980 y 2000, la izquierda política se transformó en un apéndice subordinado a las estrategias económicas y sociales de quienes habían salido vencedores de la Guerra Fría. Esto implicó el abandonó del ideario existencial de aquella izquierda, caracterizado por los temas de la propiedad de los medios de producción, la lucha de clases, la ruptura respecto a la economía de mercado y la estatización de la economía.
De esta manera, se hizo evidente el fracaso de los análisis de la izquierda histórica respecto a las dinámicas capitalistas modernas y contemporáneas. En este sentido, este movimiento político-ideológico cooperó en el ascenso social del liberalismo económico, el liberalismo político, el socialcristianismo y la socialdemocracia. Lo mismo puede decirse de corrientes de izquierda más radicales, opuestas a la liviandad de la izquierda política tradicional, cuyo anticapitalismo no es otra cosa más que un disfraz acomodaticio.
Segunda
En el marco histórico apuntado, la confluencia de los antiguos militantes de las izquierdas tradicionales y radicales con los activistas de movimientos ecologistas, feministas y animalistas se tradujo en narrativas políticas e ideológicas funcionales a los vencedores de la Guerra Fría (fenómeno materializado en los años noventa del siglo XX), pero capaces de mantener vigentes las narrativas supuestamente anti-capitalistas a las cuales se les empezó a denominar “progresistas”.
Escribo “narrativas supuestamente anti-capitalistas” porque, en la realidad y en la práctica cotidiana, se trató de discursos complementarios a las nuevas hegemonías posguerra fría. Así lo demuestran con relativa facilidad, por ejemplo, las derivas despóticas y dictatoriales del llamado Socialismo del Siglo XXI en América Latina, donde, esgrimiendo un lenguaje anti-capitalista, en realidad se crearon sociedades de un capitalismo de Estado dictatorial con niveles policiales y represivos superlativos.
Tercera
Fue en el marco de la confluencia de los antiguos militantes de las izquierdas tradicionales y radicales con los activistas de movimientos ecologistas, feministas y animalistas, que se produjeron importantes coincidencias con un movimiento social cuyos orígenes hunden sus raíces en otras tradiciones, y se sitúan en una línea de tiempo muy anterior al Socialismo Real europeo, el Socialismo del Siglo XXI o los movimientos ambientalistas, feministas y animalistas.
Me refiero a la ideología woke. En tales condiciones, la sensibilidad woke empezó a coordinarse con los grupos situados en tradiciones marxistas, ex-marxistas, no marxistas, liberales, democristianas, socialdemócratas y otros, hasta crecer y desarrollarse como un movimiento individual y colectivo.
A esto se agregó el apoyo irrestricto del bloque mediático y artístico-cultural vinculado a las universidades, las tecnologías de comunicación, el cine, la televisión y las redes sociales electrónicas.
Cuarta
De esta manera se cerró el circulo abierto en la crisis política e ideológica de finales de los ochenta del siglo XX, un círculo que en definitiva contiene unas economías de mercado y unos regímenes político liberales como coordenadas hegemónicas inevitables e incontestables, que subsumen y subordinan en su interior las sensibilidades denominadas progresistas y de la ideología woke.
El llamado capitalismo, en sus distintos formatos, hizo lo que siempre ha hecho: transformarse a sí mismo en tanto capitalismo, mientras sus anteriores adversarios ideológicos siguieron siendo lo que siempre han sido: aliados y cooperadores en la cama mecida por las hegemonías dominantes. Se cumple así la ley del Sistema-Mundo: todo en el sistema, nada fuera del sistema, nadie contra el sistema.
Quinta
Conforme a lo indicado en los cuatro puntos previos, la sensibilidad woke puede ser calificada como de izquierda, derecha, democristiana, marxista, socialdemócrata, comunista, fascista, nazi o cualquier otra etiqueta comunicacional. Pero en realidad, tales calificaciones no tienen la menor importancia.
Lo único importante es el funcionamiento del Sistema-Mundo. Las narrativas y sensibilidades ideológicas y sociales no pasan de ser la episteme de ese funcionamiento real, y es en esa función de camuflaje manipulador donde agotan su eficacia.
Sexta
Al momento de escribir este breve ensayo (luego de 34 años de estar en desarrollo los procesos referidos en los puntos anteriores [1990-2024]), la situación actual se caracteriza por un retroceso significativo y estructural del progresismo y de la ideología woke.
En esta retirada del escenario principal de la historia queda al descubierto lo siguiente: el progresismo no siempre (y no tanto) representa un progreso social efectivo. Muchas veces es lo contrario, y la ideología woke no siempre y no tanto es una adhesión a la justicia social, sino todo lo contrario.
Este descubrimiento equivale a una desmitificación de las narrativas mediáticas hegemónicas hasta ahora, y forma parte de una transición universal hacia un mundo del cual apenas se vislumbran sus perfiles más generales.
En este contexto, las coyunturas políticas son apenas una pequeña parte del cambio de época en desarrollo, y se ve con claridad la condición de los políticos e ideólogos, sean seculares, secularizados, religiosos o teológicos: ser meros disfraces del Sistema-Mundo, sus corifeos y personajes circenses.
En lo que sigue, me concentro en desentrañar la naturaleza profunda de la ideología woke y la trampa que representa: una trampa funcional al Sistema-Mundo y que ahora ese mismo Sistema deberá sustituir por alguna otra narrativa (¿trampa?).
Historia conceptual
La historia de la ideología woke está por escribirse. Existen aproximaciones por aquí y allá, pero ninguna ha logrado una presentación integral y completa.
Es de común aceptación, por ejemplo, afirmar su relación con los movimientos de resistencia frente al racismo individual e institucional originado en el “privilegio blanco”, según se afirma en la sensibilidad woke.
Desde los años cuarenta del siglo XX y, de seguro, décadas antes, el racismo constituía un fenómeno de clara injusticia. de ahí la necesidad de mantenerse atento frente a tal circunstancia.
La resistencia frente al racismo en los años cuarenta, cincuenta y sesenta, fue auto-percibiéndose como una revolución social. Fue entonces cuando Martin Luther King Jr. pronunció su discurso Mantenerse despiertos frente a una gran revolución (1968), donde acuño la frase: “No hay nada más trágico que dormirse en medio de una revolución”.
Con el paso del tiempo (en las décadas de los setentas, ochentas y noventas), la sensibilidad woke amplió sus contenidos e incluyó otras identidades, hasta transformarse en un gran espacio social de identidades oprimidas, discriminadas y excluidas, que exigen estar despiertos frente a cualquier tipo de opresión y luchar sin descanso para erradicarla.
La ampliación de los contenidos woke incluye una gama numerosa de movimientos sociales, como la lucha contra el sexismo, los derechos de los inmigrantes, la no discriminación de personas de contextura gruesa u obesa, los derechos de los pueblos originarios (indigenismo), la relativización de vocablos como “demencia”, “locura”, “normalidad”, “a-normalidad”, “familia” u otros.
En este marco conceptual se creó una cosmovisión woke según la cual existen sociedades opresivas y desiguales, feudalizadas por el poder de los opresores. Sobre esa base se han generado movimientos de cambio lingüístico, así como la pretensión política de prohibir palabras y narrativas que, según se dice, traducen el poder opresivo de las desigualdades discriminatorias de las identidades.
Se considera legítimo (y necesario) reprimir a personas y grupos humanos cuyos lenguajes, principios y valores no son woke y, por lo tanto, justifican la discriminación de las identidades.
¿Dónde se encuentra la trampa?: la dialéctica woke
¿Qué decir de esta sensibilidad woke? Conviene introducir un sutil pero decisivo elemento de diferenciación conceptual.
Las sociedades humanas no son y no han sido sociedades inclusivas, sin opresión, sin esclavitudes, sin cadenas que romper. Pero al mismo tiempo, esas sociedades comprenden elementos positivos, alentadores, capaces de transformar situaciones destructivas o autodestructivas.
Las luces y las sombras están mezcladas, y es imperativo estudiar y analizar ese ámbito de realidad donde las luces y las sombras se mezclan. El cambio social efectivo es un proceso de reformas parciales y acumulativas, no de rupturas siempre violentas y aniquiladoras. La experiencia humana es una síntesis de tendencias muy compleja y difícil de discernir, pero resulta que no se puede discernir cuando se interioriza una dialéctica de opuestos donde no existe síntesis sino aniquilación del adversario o del contrario.
La síntesis de opuestos es clave en la filosofía de Hegel o de pensadores como Heráclito y Nicolás de Cusa, y es también esencial en sistemas sociales y políticos concebidos como coloquios permanentes de distintos intereses, ideas y experiencias (Karl Popper).
Pero en la ideología woke no hay síntesis de contrarios, sino anulación del adversario-enemigo, donde debe imperar la ley del más fuerte. De ahí la importancia del lenguaje, los símbolos culturales y el dominio mediático y educativo. Destruir una estatua de Cristóbal Colón, una pintura de Goya, o una partitura de Mozart; efectuar intervenciones políticas de objetos para destruir su atribuida representación simbólica opresiva; promulgar una ley para prohibir el uso de determinados vocablos; modificar los contenidos de los cursos de historia para presentar en exclusiva la lucha de identidades oprimidas y las dialécticas opresor-oprimido (señor-esclavo); e introducir en los medios de comunicación el lenguaje woke.
Todo esto es más importante y decisivo que cualquier intento de comprender las dinámicas histórico-sociales como síntesis de opuestos o coloquio de muchas experiencias, lo cual, por supuesto, no anula la conflictividad, pero la resuelve en una táctica-estrategia de concordia en la pluralidad y no de dialéctica amigo-enemigo.
El leitmotiv woke
Cuando la dialéctica hegemónica es amigo-enemigo, el leitmotiv no es otro más que el odio constante, odiar a cada instante y en todos los niveles como resorte irrenunciable del cambio social.
Este es el núcleo duro de la ideología woke: odiar a lo opuesto de la identidad oprimida. Veamos algunos ejemplos de esa dialéctica de odio cotidiano en el siguiente cuadro:
Este cuadro de las dialécticas woke puede ampliarse de forma constante. Cualquier sistema de opuestos o contrarios es susceptible de caer en el modelo opresor-oprimido.
El problema de semejante enfoque no es reconocer la existencia de situaciones negativas o discriminatorias que deben ser erradicadas, sino presuponer el carácter absoluto de la contradictoriedad y la conflictividad, mientras las posibilidades de cooperación, coincidencias y los méritos recíprocos de los opuestos tienen significado coyuntural, temporal, relativo y engañoso.
Según la sensibilidad woke, no se eliminan los rasgos de opresor y oprimido, y, por lo tanto, siempre postulan la necesidad y urgencia de aniquilar al opuesto, al contrario, al opresor. Este postulado es el origen de la multiplicación de las contradicciones, las divisiones y las polarizaciones políticas e ideológicas, todo lo cual realiza en el imaginario woke el propósito de entronizar el caos social como período de transición hacia la sociedad woke, o sociedad despierta o en despertar.
Amantine Aurore Lucile Dupin, utilizando el seudónimo de George Sand, expresó a mediados del siglo XIX el lema nuclear de la Ideología woke y, en general, de toda ideología: “Luchar o morir, la lucha sangrienta o la nada, es el dilema inexorable.”
Reitero la trampa de la ideología woke: enfatizar contradicciones sociales reales, pero negarse a conocer esas contradicciones a través de las correlaciones recíprocas de los opuestos, con lo cual se sostiene el carácter absoluto y determinante del conflicto y la violencia, mientras la cooperación y complementariedad no dejan de ser instantes engañosos, truculentos, de la totalidad.
Así es como operan todas las ideologías: pretenden generar un conocimiento de valor universal basándose en una parte del sistema de oposiciones, pero de esa manera lo que producen no es conocimiento sino creencias, sectarismos, dogmatismos, odios y una persistente práctica de represión y aniquilamiento.