Las paralelas se tocan en el infinito... se tocan, se aman y se reproducen en el infinito...
(HR)
Debe haber en cualquier concepción humana un cierto balance entre rigor y libertad. Dijo al respecto Gregory Bateson que la Libertad pura es locura y que el rigor puro es muerte. Sin embargo, y por el hecho de estar aunque más no sea en el vocabulario, locura y muerte cumplirán roles específicos en el mencionado balance. No obstante, hasta donde se extienden nuestros intereses, nos moveremos en el espacio de, por ejemplo, el funámbulo que parece caerse -morir- para no caer y se yergue -razona- para poder inclinarse luego nuevamente hacia la locura y seguir avanzando por la cuerda floja de la vida.
Resulta interesante observar que la muerte es como una locura de la materia y que la locura es como una muerte para la mente y que ambos parecen coludidos para enseñarnos por dónde nos conviene andar… parafraseando a N. Chomsky, el mundo debajo de la cuerda por donde se debate el funámbulo es oscuro y confuso, por lo que debemos aceptar el oscilar entre la muerte y la locura, para mantener cierta loca cordura en lo psíquico y en lo material… encontrándonos, de paso, con Nietzsche y el funámbulo de su Así hablaba Zaratustra y el dios que, para ser sano, debía ser bailarín. Pero tanto para el oscilante funámbulo como para el inquieto bailarín, la realidad nunca será un algo estable.
La pretensión de fijar lo real a través del lenguaje (algo a lo que es tan afín el pensamiento científico), es un imposible: el “sabio” de guardapolvo blanco entre retortas y arcos voltaicos de los siglos XIX y primera mitad del XX (hasta Hiroshima y Nagasaki) debió ir cediendo terreno y su lenguaje se fue haciendo cada vez más conjetural.
Recordemos aquí a Unamuno en nuestro artículo sobre la magia cuando afirmaba que “...la ciencia si no mata, no explica”… de algún modo, el autor aúna la muerte con la locura de pretender la verdad. Y si juntamos al vasco con el italiano Nuccio Ordin, cuando sentenciaba que “poseer la verdad mata la verdad”, sacamos que la verdad es, a su modo, locura y muerte… para el Hombre, al menos. Sin abandonar el tema, sabemos desde Eratóstenes que en el cumpleaños de Afrodita, y de la cópula entre Poros (el ingenio) y Penia (la pobreza), hubo de nacer Eros, el Amor. Y por este camino volvemos a encontrarnos con que el mejor camino del Hombre se abre entre la precisión anestésica del recurso (del “saberlo todo”) y la locura del no ser (de estar “perdidos” en la sinrazón). Y sin ahora salirnos de los griegos, Lucrecio toma de Epicuro la idea de que los átomos de Aristóteles muy bien podrían no caer paralelamente como el ateniense sostenía, sino oscilar y hasta encontrarse (¿y por qué no, reproducirse?) antes de chocar contra el infinito, denominando al fenómeno “clinamen”.
Desde aquí y volando hasta la Mecánica Cuántica -y como veremos más adelante- el lenguaje de precisión científica comenzó a rebuscar en el cementerio de lo poético para encontrar aquellas herramientas lingüísticas que sobrevolaran lo real y respetaran lo inevitablemente ambiguo del submundo cuántico sin entrometerse con alguna idea de verdad absoluta… pretensión absurda que aún muchos confían en hallar. No entienden que la verdad significaría, en todo caso, la parálisis de lo humano. Sería la pobre visión de un conocimiento que creció hasta abarcarlo todo y que ya no tiene dónde caer ni un para qué vivir. La verdad nos destruiría: sería a la vez locura y muerte.
La idea de clinamen quizás haya surgido entre Epicuro y Lucrecio ante el espanto que surge de la simple idea de saberlo todo. Porque cuando muere la metáfora muere el “¡Id más allá!” de Víctor Hugo: sabremos a la vez la montaña y el abismo y ya no podremos huir del misterio abismal del que huye el poeta montado en su metáfora ni podremos llegar a la eternamente esquiva cima a la que se nos invita a alcanzar. Y en esta síntesis metafórica, la cabalgadura que nos lleva a lo largo de nuestra aventura de vivir entre abismos y cimas desconocidas, es el lenguaje.
Viajero entre sueños
El lenguaje es el primer ente que, saliendo literalmente de nuestro cuerpo, sigue viviendo: deslizándose como serpiente o volando como dragón, las palabras llegan a todos los rincones de lo real sembrando sus significados, creando los nidos en donde ellos crecerán y los ecosistemas donde evolucionarán sin límites… o se extinguirán... así como crearon hasta los mismos rincones de lo real que solemos tomar como “verdades”, a las que hemos visto tantas veces extinguirse. Es cierto que el lenguaje muy bien puede entenderse como un emergente refinado del pensamiento simbólico, pero mientras el lenguaje encuentra su sentido en su propia dinámica humana, el símbolo se resuelve y evoluciona envolviendo la esfera cognitiva del Hombre hasta el punto de no estar obligadamente vinculado a la conciencia (podemos pasar toda la vida sin percatarnos de los símbolos y de su influencia constitutiva en la cultura), mientras que el lenguaje está consustanciado con nuestra idea de lo que es real.
Las cosas existentes -reales- lo son porque existen las palabras que edifican la estructura de sus propios nidos de realidad. En cuanto al papel del símbolo en este proceso mental, lo entendemos como relacionado con una suerte de profilaxis frente a la destrucción que nos promete, según vimos, la Verdad. Aunque siempre hemos creído que la Verdad nos hará, efectivamente, libres, no nos parece entender cabalmente la dimensión de lo que estamos diciendo... ni acerca de la Verdad ni de la Libertad: nuestro mundo es el mundo de cartón piedra de lo real.
De entrada, nos suena contradictorio que el primer paso hacia la Libertad sea la destrucción de muerte y locura que implica un eventual acceso hacia la Verdad, pero hay que entender que lo que nosotros -seres limitados- entendemos como Libertad es el balance del que hablamos al comienzo: no caeremos al abismo desde la cuerda floja, en la medida en que oscilemos entre el control y la posibilidad. Lo que en el comienzo hemos llamado Libertad, no es más que la libertad de vivir atados a la gramática de nuestro lenguaje, o, en otras palabras, estar bajo el control que ceda espacio hacia la posibilidad del decir.
En un medio dominado por el mecanicismo, la lógica y el racionalismo, el clinamen de Lucrecio y Epicuro es el último reducto donde puede anidar una expectativa de Libertad. Por ejemplo, esa sorpresa del poeta al toparse con una figura bella conseguida antes de ser consciente de ella, al descubrir que se había movilizado por el camino del lenguaje pero sin haber nacido de él, sino desde esa Verdad a la que no podemos acceder. El poeta entiende que su logro estético no es el resultado ni de su Libertad ni de su rigor en el pensar. El poeta adhiere, aún sin entenderlo del todo, a la idea del clinamen en su mente: sus “átomos” mentales (¿sus ideas?) han desafiado a Demócrito y a Aristóteles y sus rígidos átomos que, en lugar de seguir cursos paralelos, han chocado, se han enamorado en la fiesta de Afrodita y han nacido a un mensaje de Amor…
Además, entre Aristóteles, que identificaba al movimiento de los cuerpos con los movimientos del alma, y la doctrina pitagórica de Heráclides Póntico (el más pitagórico de los neoplatónicos) quien sostenía que el movimiento no responde a necesidades mecánicas sino a los caprichos de dios, parece haberse consolidado esta idea del clinamen. Ese dios más allá del manto protector del símbolo es un dios que vive en la Libertad que él mismo constituye y que supo otorgarle unas migajas de Verdad en esa figura que el poeta consiguiera plasmar en el papel a pesar de las trabas que le presentan su razón, su consciencia y su ego.
Sueños
Sin salirnos del todo del tema, recordemos el sexto libro del Tratado de la República de Cicerón donde cuenta un sueño que viviera Escipión Emiliano y que luego analizaría Macrobio. El mismo comienza con su abuelo adoptivo, Cornelio Escipión el Africano (el Viejo), apareciéndose a su hijo Escipión en el cielo y mirando hacia la Tierra: una esfera entre las otras esferas del universo. Le presenta las condiciones de su legado: hacer en la Tierra lo que sus antepasados habían hecho: “amar la Justicia y la Sabiduría”, o sea: alcanzar la precisión y el conocimiento, siendo a la vez devoto siervo de su nación: la virtud más alta.
Contemplando la Vía Láctea, -refugio de las almas de los muertos-, Escipión advierte la insignificancia relativa de la Tierra en comparación con las estrellas (una analogía con el Imperio Romano: apenas “un punto de esta pequeña Tierra”). Africano ordena a Escipión que mire ese Universo y distinga las nueve esferas concéntricas que lo componen hasta el centro mismo, en su modelización pitagórica. Allí encontrará, fija en su lugar, a la Tierra. Luego, Escipión comienza a escuchar sonidos: es la música de las esferas en movimiento, descifra su base en las matemáticas y en las proporciones armónicas y se le informa, además, que triunfará en su campaña en Cartago pero que al regreso encontrará una Roma sumida en el caos. Su misión política será restablecer la armonía, el balance entre el Orden absoluto y la Libertad absoluta.
Ese balance, ese oscilar entre posiciones diferentes (al respecto, consultar nuestro artículo) generará la información entre pueblo y gobernantes para que haya armonía pública, sin anarquías ni estatismos autodestructivos… Esta brecha de tolerancia de la diferencia como moneda de cambio de la estabilidad y una Libertad basada en el respeto por la estabilidad del otro, es que se vislumbra nuevamente el clinamen: “los átomos sociales” -los individuos- “chocan” entre sí para generar el dinámico y variable mundo social y mental en el que nos vivimos a nosotros mismos.
Hasta aquí lo estrictamente político de nuestro análisis del sueño. No obstante, debemos rescatar la idea de armonía social como un modelo de armonía cósmica, tal como lo deduce Macrobio. En efecto: toda sustancia entra en cierta armonía para poder participar de la realidad así como de su “emergencia sistémica”, al decir de E. Morin: la cultura y los mitos que le suceden con toda su dramaturgia intrapsíquica… esa gran guía o guion de nuestra vida, como un texto donde el lenguaje -repitiendo la metáfora- es la cabalgadura que nos lleva por entre espacios mutatorios como plazas por donde se desplaza y complace, creativamente, nuestro aparato psíquico. De hecho, la realidad es real en el lenguaje a través de los mitos… de los grandes mitos (la Libertad, la Belleza, la inteligencia, etc.) y los mitos cotidianos (el tener, el compartir, el perder, la amistad, etc.).
Es en la poesía -lo explicamos nuevamente- donde el lenguaje asciende hasta la estatura en la que amanece el símbolo. Y es en el símbolo donde se abandona lo poético como preanuncio de la Verdad como la esfera que le sigue en orden. Cuando pretendemos haber alcanzado una verdad a través de las palabras, es como si nos enfrentáramos al escenario hueco de un gran teatro el que, como una caverna sin actores, nos hablara desde el eco hueco de nuestro ego, repitiendo el guion que hemos escrito desde nuestras historias y nuestra cultura -nuestros mitos- para un escenario y actores fantasmales. Y allí establecidos, y como si vinieran desde el mundo exterior al edificio, oímos nuestros constructos mentales elevados al status de “la verdad” y tratamos de imponerle al mundo (a los otros Hombres y al planeta) las trabajosas ficciones que inventamos… y es esta forma violenta de operar la que nos lleva a abandonar el delicado sendero de la armonía:
...tan delicado que no pide nada a cambio para llevarnos como criaturas entre los embates del Universo (…) la mejor síntesis -no matemática- que logra hacernos ver inseparables espacio y tiempo; y una vez distinguida la fuerza organizativa y creadora del orden, (poder) aplicar ese orden desde nuestra potencia creadora.
(Mencionado en nuestro artículo “El delicado sendero”)
Perder de vista la invisible belleza del otro lado del símbolo es no entender la función del clinamen como vaso comunicante por donde circula la Libertad de la Verdad más allá del símbolo, en un gesto de compasión de los dioses para con sus criaturas. Es en la inteligencia, la ascesis intuitiva del mito de Palas tanto instalada en su brillante armadura como volando subrepticia en su nocturno y silencioso mochuelo, donde, al fin, percibimos la relación cósmica del Todo en la Verdad... la que en nuestro estado conflictivo, pasional -ubicado en la cruz entre el centro y el círculo del mandala humano- nos es imposible concebir sin desaparecer como humanos... (quizás renaciendo como dioses en el círculo periférico mandálico, creando nuevos universos necesitados de nuevos balances mandálicos, como mencionamos en “Mandalas, lógica y simbolismo”).
Entre las alfas y las omegas
Alrededor de Escipión Emiliano surgió el “Círculo de los Escipiones”, que integraban, entre otros, políticos, filósofos como Panecio de Rodas, escritores como Terencio o historiadores como Polibio, todos patrocinados por Cornelia, la madre de los Gracos Cayo y Tiberio.
El sueño de Escipión nos trajo la idea de tener al alcance de las manos la chance de poder concebir a la vida (tan breve y pequeña) en armonías creativas que la vuelvan amable y vivible. No crearemos Universos, pero sí podemos crear hijos, poemas o historias para ser contadas (mitos) que preparen nuestra mentalidad poética y hasta religiosa si así lo queremos, para entender nuestra finitud y combatirla desde las mismas estrellas que versifican, mudas, sus voces de infinitudes desde allá, desde la Vía Láctea de Escipión, donde nos esperan nuestros muertos.
El Círculo de los Escipiones obtuvo su nombre de un pasaje de De amicitia, un diálogo de Cicerón: “Saepe enim excellentiae quaedam sunt, qualis erat Scipionis in nostra, ut ita dicam, grege…” ('De hecho, hay a menudo personajes sobresalientes, como Escipión, en nuestro, por así decirlo, rebaño…'). Quizás los Cornelios Escipiones hayan sido los primeros grandes protectores de la cultura y las artes en Roma, anteriores aún a Mecenas (ministro y amigo del emperador Octavio Augusto) y creador de otro gran Círculo análogo: el del mecenazgo. Como sea, estos círculos, a modo de clubes, supieron encontrarse a sí mismos con el recurso de una idea casi esotérica de la política como modelización de una cosmovisión que buscaba más contexto que presencia… más significado que imperio.
El modelo de la Vía Láctea como gran círculo de círculos nos puede acompañar hoy para entender al Universo de una manera más llena de gracia, aún en las intrincadas formulaciones de las más complejas ciencias de hoy. De hecho, la Mecánica Cuántica, desde el siglo pasado, se viene debatiendo como pez fuera del agua con el lenguaje, generando plurisignificaciones exploratorias -para no decir metáforas-, así como Freud debió apelar a la mitificación en sus explicaciones: se habían quedado sin lenguaje y apareció una especie de nueva y elegante germanía, que acusaba la verdad de un vacío conceptual.
Cuando el Nobel de Física de 1965, Richard Feynman, dijo “nadie entiende la Mecánica Cuántica” atacó algo que el mito de la ciencia clásica había estado defendiendo a rajatabla: la precisión de los fenómenos mecanicistas atados al mástil de las palabras, oyendo el canto de sirenas del positivismo. Pero cuando los científicos abrieron la boca, los conceptos, antes dócilmente sometidos a las relaciones causa-efecto, encontraron la puerta abierta de ese Edén positivista y comenzaron a desnudarse de sus encorsetadas “verdades” y empezaron a bailar en el abierto espacio del clinamen… quizás como el dios de Nietzsche o como su oscilante funámbulo. El Círculo de Escipión comenzaba a cerrase sobre su propia Libertad de significados y a girar más libre que nunca por la Vía Láctea… indeterminado, impredecible, libre...
Seguimos, como seres humanos, lejos de esa divinidad prometida por la antigua serpiente del Conocimiento, pero ya entrevemos la necesaria luz de la Verdad que se abre paso por las grietas del conocimiento… y como siempre pasó, los poetas serán los encargados de ir forjando esas llaves inconcebibles e inmortales de la tan ansiada Libertad del Hombre.