Esta historia está basada en hechos reales; se han realizado algunas modificaciones para la dramatización del texto. El relato contiene descripciones de violencia sexual que podrían resultar perturbadoras o desencadenantes para algunas personas lectoras. Se recomienda discreción y cautela al leer. En caso de requerir apoyo, se sugiere acudir a recursos especializados o líneas de ayuda.
Ars longa, vita brevis.
‘La tarea es larga, la vida es corta’.(Hipócrates)
Marcelo Moyano se despierta medio aturdido a las 8:30, está agotado y no escuchó la alarma del teléfono que sonó hace una hora. Tiene el cuerpo machacado por Las Clavadas, así le llaman en la empresa a las jornadas extenuantes de trabajo de hasta 16 horas, que consisten en la descarga de palets con bidones de aceite y otros productos relacionados con el sector de la alimentación, traídos allende los andes. Al alba, esos camiones tienen que estar descargados y cargados nuevamente con productos fabricados en Chile. Así se aprovecha el viaje, este es el ciclo de la importación y exportación de productos Don Octavio.
Esas jornadas de terror terminaban con todos los empleados o soldados exhaustos, pero algunos peor que otros. Hoy es su cumpleaños, pero no lo recuerda, se levanta y la casa está en completo silencio, los dos niños que tiene con Graciela Vargas, ya se han ido a la escuela. Está agotado, no se alcanza ni a duchar, come una tostada media quemada con mermelada y toma un vaso de leche, no le da tiempo para prepararse un café. Mientras traga prepara el cepillo de dientes y se los lava, ata el cordón de sus zapatos y lee una nota que le dejó su mujer, todo a la vez. Donde le dice que no llegue tarde para celebrar sus 33 años en compañía de su familia, y además le avisa que vendrán su compadre Jorge con la Jessy.
-No te quiero ver triste como el año pasado.
Termina la misiva diciéndole que lo quiere y firma su nombre junto a un par de corazones y una insinuación en un código intimo.
-Te daré tu regalito…
Marcelo se toca la espalda adolorida, y luego con la mano en la cabeza gira el cuello que le cruje, le duelen las costillas. Se sube con dificultad a su viejo automóvil y se va rápidamente a la Empresa de alimentos Don Octavio. Las manos le sudan, va sorteando el tráfico para no llegar tan atrasado, el galpón está ubicado a 25 km de su casa, en un polígono industrial en Colina. Reza para que don Octavio aún no haya llegado, el patrón es muy estricto con los horarios de entrada, incluso después de las clavadas, había que marcar tarjeta a las 8:30 y ya son las 8:25.
Cuando el jefe estaba trasnochado porque se había quedado supervisando el trabajo en el galpón porque tenía estrictos estándares de calidad que lo habían convertido en millonario. Cruzarte en su camino en esas mañanas era peligroso. Estaba altamente irritable, violento, déspota y ansioso como sobrepasado por el exceso de café o alguna otra sustancia excitante. A su edad no podía tener tanta energía, una energía oscura envolvente para infortunio de quienes lo rodeaban, sus trabajadores. Todo lo opuesto a como era en casa, un abuelo modelo, un marido ejemplar, padre cariñoso, en fin, un buen patriarca. Era un hombre generoso que no reparaba en gastos, invitaba a toda su familia a viajes al extranjero con todo pagado, en cruceros y en los mejores hoteles, para eso era rico y se lo podía permitir.
En su casa o cuando iba a Argentina mostraba a sus amigos las grabaciones realizadas con su teléfono a sus empleados en Chile, lo cuales no eran del gusto y agrado de todos, pero a él le causaba gracia para vanagloriarse de su rigor y tiranía.
La empresa Don Octavio, es un galpón con una arquitectura multifuncional. En la entrada está la recepción con una sala de ventas, vitrinas frigoríficas, estantes con los productos alimenticios de todo tipo en especial conservas. Mientras sus empleados trabajaban coreográficamente uniformados con mascarillas, guantes y un gorrito preparando envíos y atendiendo a la clientela. Esto da una sensación de calidad, profesionalidad en el tratamiento de la mercadería. Todo muy pulcro, con aire acondicionado para los tórridos veranos de Colina. Ventanales polarizados recubren la fachada, materiales expuestos, metálicas columnas y algunas líneas innecesarias pero ornamentales, para dar una apariencia de higiene, modernidad y poder. En esta sala también se reciben las órdenes de despacho, siempre hay movimiento comercial. En los grandes espejos de la empresa, se reflejan otros galpones distorsionados por el ángulo de los cristales azulados, la calle se ondula, pasan los transeúntes y vehículos alargados por el efecto óptico.
Al llegar agitado a la entrada por el retraso, la recepcionista, Yasna, le dice que Don Octavio lo espera en su oficina. Está nervioso por las bromas de sus compañeros del día anterior, recuerda las voces mientras sube las escaleras metálicas cromadas rumbo a la oficina del patrón.
-¡Moyano está de cumpleaños, mañana se invitará unas cervezas!
-¡No te cagis pa tu cumpleaños, Moyano!
Otros vitorean y aumentan la presión para obligar a Moyano a sorprender.
-¡Moyano, Moyano, paga pa su cumpleaños!
A lo que Marcelo les responde.
-Yapo, no me weveeen, siempre me toca pagar a mi.
-Pero si a ti te dan más sobrecitos, Moyano.
-El regalón del jefe, ja ja ja, sabis que el jefe te va a dar el tremendo regalo…
Marcelo se va conduciendo la grúa con los palets cargados de aceite. Se escucha la voz de los compañeros.
-Mañana invitai… no te hagai el weón, Moyano, estai de cumpleaños, ¡eheheh!
Camina por el pasillo estrecho que lo dirige hacia una escalera metálica negra que va hacia el segundo piso, donde está la oficina del patrón y desde donde el jefe controla el galpón, es un panóptico carcelario empresarial. Está nervioso, espera que don Octavio esté tranquilo y no pague con él la clavada de la noche anterior. Al otro lado de la puerta se encuentra su jefe, y unos compañeros. En cada pisada, antes de llegar a la puerta, va recordando, aparecen imágenes del primer día que llegó a la empresa. Llevaba meses sin trabajar, cuando lo llamaron para la entrevista, sintió la esperanza tirándole un hilo de salvación.
-Trabajo es trabajo, cuando se tiene una familia que mantener.
Se repetía a sí mismo al observar el lugar. En apariencias una empresa seria y moderna. El propio dueño de la empresa, un argentino, Octavio Bergantti, fue quien lo entrevistó. Parecía un hombre amable, cercano, a diferencia de otros jefes con los cuales había tenido que mantener una distancia como en cualquier empresa.
Octavio para mostrar cercanía, tomó una actitud paternal, le enseñó la empresa y el galpón. A su paso todos saludaban al jefe, tenían una sonrisa domesticada, le sonreían a Marcelo también. Todos trabajan eficientemente al ver al jefe, lo miran discretamente sin quitar la vista de sus tareas.
Octavio mientras caminaban le dijo:
-Pibe, yo comencé como vos, desde abajo, lo importante es ser ambicioso y constante, observa y aprende, se un buen soldado. Esta es una empresa con muy buenas previsiones de crecimiento. Uno compra y vende, eso es todo. Si me dejaran en bolas volvería a ser rico. También tuve varios fracasos, pero aunque me caiga me levanto. Ahora soy una empresa internacional, de la cual tú serás parte. Tocá, tocá.
Le dice sacando músculo del brazo apretando el puño. Marcelo le toca el brazo, es un músculo regular, pero tenía que asentir para caerle en gracia al patrón.
-Es fuerte, Don Octavio, ¿hace deportes?
-El trabajo y la guita son mi gimnasio. En la dictadura fui de la Policía Federal en Buenos Aires, sabés, las vueltas de la vida, fue mi primera escuela, por eso me gusta la disciplina, odio a los comunistas vagos que quieren vivir en jauja.
En el camino Octavio rodea a Marcelo del hombro, este sintió ese contacto como algo positivo, una forma de bienvenida por parte de su jefe, quien lo va tocando, como quien revisa el ganado.
-Estás fuerte, pibe, serás un buen soldado. Con lo que respecta a lo espiritual tendrás un buen sueldo no como la mierda que hay afuera en la calle y bonificaciones si eres leal y obediente. Me gusta ver el sacrificio en mis empleados…
-Muchas gracias, Don Octavio, espero estar a la altura de las responsabilidades.
-Ya lo veremos, hay días duros como las Clavadas, así las llamo. Pero tienen su recompensa. Te acostumbraras, somos como una gran familia.
-Puedo comenzar ahora mismo si lo desea…
-Esa es la actitud, Moschianito.
Le suelta el hombro y llama por teléfono a uno de sus empleados, el gerente de personal y de la bodega.
-Hola, Juan José, te voy a enviar al nuevo bodeguero, para que le des su uniforme, le cuentes cómo funcionan las cosas, el resto del protocolo, y que firme el periodo de prueba… sí, sí, comienza hoy mismo. Yayaya, que sea rápido hay mucho trabajo, te dejo luego hablamos, chao, chao.
Mirando a otro empleado el patrón le dice.
-Hugo, acompañá a Moyanito donde Juan José, para que comience. Ya nos vemos por aquí.
-Hasta luego y gracias, Don Octavio.
Octavio toma su teléfono y se interna en el galpón, su voz se pierde, Marcelo va hacia otro lado. Se sintió afortunado, le contaría a Graciela, que la suerte estaba donde tiene que estar. Vio a su familia feliz y se los imaginó a todos corriendo por el Quisco, mirando los botes que se mueven en el mar entre los destellos del sol. Pero con la voz de su compañero volvió al ahora.
-Soy Hugo Latorre.
-Yo soy Marcelo Moyano.
-Eres el pajarito nuevo, te voy a decir una cosa. Ten cuidado con el patrón se le va la olla…
-¿Cómo la olla?
-La cabeza. Ahora está bien, pero el viejo es de terror…
-Me pareció un buen jefe, amable…
-Ten cuidado con las confianzas.
-¿Qué confianzas?
-Ya, aquí llegamos, cuídate y buena suerte, adentro está don Juan José.
Marcelo quedó intrigado con la advertencia, ahora estaba frente a la puerta de recursos humanos, pero su entusiasmo le hizo no tomarle el peso al comentario hasta poco tiempo después, cuando comenzó el juego del gato y el ratón. Entró a la oficina donde lo esperaba Juan José vestido con camisa y corbata. Así fue su primer día de trabajo. Conoció las instalaciones y las funciones que tendría que desempeñar. Para luego terminar cargando camiones con sus nuevos compañeros.
Marcelo se había criado en un hogar de menores hasta terminar sus estudios en una escuela industrial, fue tutelado por el SENAME. Recordaba sus orígenes de escasez y lo difícil que había sido su niñez, con muchos sacrificios, malos tratos en casa por parte de su padre que lo golpeaba para desquitarse de sus frustraciones y miserias. Una infancia que Bukowski entendería, descrita en La senda del perdedor, un texto autobiográfico.
Soy el que ahuyentó el miedo de la correa de mi padre cuando era azotado en el cuarto de baño, soy Bukowski, el que lo miró a los ojos y advirtió que ya no despedían fiereza, sino que parecían vacíos y evitaban los míos…Soy quien ve a muchos hombres muertos, recibiendo órdenes con una sonrisa de imbéciles, serviles y encantado de serlo. Soy Charles Bukowski, soy la orilla de un vaso que corta, soy sangre.
A pesar de una infancia y adolescencia difícil Marcelo salió adelante, pensaba que si se educaba y trabajaba lograría salir de esta condena social. Y así fue, terminó de estudiar en un colegio politécnico y se puso a trabajar en una imprenta desde su salida para sostener a su familia. Cuando la imprenta cerró se enfrentó a la cesantía a los 29 años, ahora casado y con dos hijos que mantener. Se angustió porque no tenía ahorros, lo que ganaba le permitía vivir de forma austera, con deudas, por ello no podía esperar un mes sin recibir su sueldo, como la mayoría de los ciudadanos, sin la seguridad social con la que cuentan otros.
El día que Carolina, la secretaría de Bergantti, le confirmó por teléfono que había sido aceptado en la empresa, se sintió afortunado. El mismo Octavio tomó el teléfono de su secretaria para felicitarlo. Que lo esperaban el lunes a las 8 de la mañana.
Avanza hacia la puerta donde escucha risas y música, anticipa la celebración que le tienen preparado. Marcelo antes de girar la manilla de la puerta pensó que en minutos estaría dentro de la sala de eventos, se imaginó que sería un buen día. Se sentía como un niño, ansioso de descubrir qué sorpresa le tenían sus compañeros.
Abre la puerta, y ve la sala de reuniones adornada con globos, pancartas, serpentinas, y una guirnalda de cumpleaños reutilizada para algunos de sus empleados, los más cercanos, sus acólitos. Marcelo se alegró de saber que se ahorraría la invitación que tendría que pagar él a sus compañeros.
En el medio de la sala hay una mesa con una torta, fuentes con papas fritas, una pichanga, canapés, vasos de plástico, una fuente con ponche, y un sobre con su nombre. Se escucha de fondo el sonido de la música, una cumbia argentina, sobre una silla hay una maleta cerrada, y unos sacos de harina vacíos, la pizarra blanca que decía: Hoy te coronas Moyanito en tu cumpleaños.
-¡Buena, Moyano!
Saltan sus compañeros efusivamente, se acercan, lo abrazan y lo empujan, le pegan con cariño en la cabeza y finalmente lo aborda su jefe, Octavio.
Desde su infancia desarrolló su instinto de supervivencia, y se armó su propia interpretación de las relaciones, hijo-padre, trabajador-empleador, en su orden jerárquico, primero estaban los deberes y al final sus derechos. La relación con su padre era similar a la con sus jefes, aceptaba la realidad que conocía, no se rebelaba, ni exteriorizaba su rabia, la hundía en sí mismo. La resistencia al medio hostil habían logrado engrosarle la piel, impermeabilizándolo emocionalmente. Cuando Graciela lo conoció, se dio cuenta de esto, no estaba acostumbrado a las muestras de cariño y afecto, era un cervatillo nervioso. De a poco lo fue domesticando, y empezó a disfrutar el contacto físico. Sentía que su propio cuerpo era un refugio y se entregó al amor que siempre le fue esquivo.
Octavio se quedaba en la empresa hasta tarde, en esas maratónicas el paso de las horas parecían no agotarlo, salía de vez en cuando de su oficina más activo, tenso. Los cambios de humor del patrón y sus malos tratos, excesos de violencia eran parte de los sacrificios y se justificaban para recibir las bonificaciones y lograr el éxito empresarial, continuar con la expansión del imperio que ya contaba con varias sedes en el cono sur. Octavio ya había despedido a varios trabajadores por no soportar humillaciones y el ritmo de trabajo inhumano. Pero la práctica de humillaciones funcionaba comercialmente.
Los compañeros de Marcelo no sentían especial afecto por él, lo consideraban la mascota de Don Octavio, sin que él lo supiera, realmente nadie era muy amigo de nadie. Sabían que tarde o temprano Marcelo sería llevado al límite por su pasividad. Al bajar la guardia creyéndose cercano al jefe quedaría indefenso sin poder mirar y ver la realidad que lo rodeaba. La sumisión de Marcelo era de manual. Las jornadas de 16 horas, habían empezado a afectar, enturbiando su juicio. Le costaba pensar, tomar decisiones, su voluntad estaba doblegada, rendido, obediente a las órdenes de la voz de Bergantti. Ya lo habían azotado, paseado sin ropa en un carro de basura, era castigado a menudo por cometer errores que eran producto del estrés y la falta de sueño.
Giro la manilla, abrió la puerta lentamente y vio a sus compañeros que lo saludaron. Luego Octavio se abalanzó sobre él y lo besó en la boca felicitándolo efusivamente. Nadie se mostró sorprendido.
-Sos grande, Moschanito, chaa no sos un pibe. Tomate un ponche, ¡a la salud de Moschanito!
Marcelo bebe y brinda junto a sus compañeros. Le cantan el cumpleaños feliz y cuando Marcelo va soplar las velas. Octavio reacciona cogiéndolo por el cuello y le entierra la cara en la torta merengue frutilla, como si fuese la mejor broma del mundo. Ahí comienza la celebración. Cuando Marcelo levanta su cara y se quita la crema y la frutilla de la nariz y los ojos, ve borrosamente a través de los restos de torta a sus compañeros riéndose y grabándolo con sus teléfonos. Imágenes que luego eran compartidas por el grupo de WhatsApp.
Octavio que llevaba la carcajada ayuda a Marcelo a quitarse la polera, y este se deja desvestir. Marcelo se siente aturdido y avergonzado. Unos compañeros lo ayudan a limpiarse.
-No es para tanto, no te lo tomes así, si es una joda. Ahí tenés tu regalo.
Le empuja el sobre que está sobre la mesa. El grupo de compañeros a coro lo animan a abrir el sobre.
-¡Que lo abra, que lo abra!
Marcelo abre el sobre y observa perplejo, el monto es muy superior a otros años. Octavio le dice que le enseñe a sus compañeros el cheque. Todos estaban entre asombrados e envidiosos, pero nadie cambiaría su suerte por la de él, aunque fuese por esa cifra tan atractiva.
Marcelo con el torso descubierto agradeció, repentinamente recibe un puñetazo en el estómago de don Octavio. Vuelven a grabar a los compañeros. Marcelo cae al piso de rodillas sin aire, piensa en su familia. Octavio lo obliga a lamerle la suela de sus zapatos, mientras se ríe busca la complicidad de sus esbirros y mira a la cámara. Moyano saca la punta de la lengua para cumplir la petición. Octavio le grita.
-¡Sacá la lengua entera, trolo!
Marcelo comienza a lamer la suela del zapato. Octavio colérico pide que le pasen un saco, el que sujeta con dificultad por su peso, 25 kilos, y se lo arroja encima del cuerpo. No contento con esto, se sube sobre el saco y salta sobre él dejándolo sin respiración. Moyano pide clemencia. Sus compañeros en vez de ayudarlo siguen el juego del jefe, burlándose, estimulando más el sadismo del patrón.
-Esto no es todo, preparate.
Sin resistencia le baja los pantalones hasta las rodillas y le ata las manos detrás de la espalda con cinta de embalar, bajo la mirada atenta y cómplice de todos. Octavio pide la caja de herramientas.
-Esto le hacíamos a los comunistas hijos de puta.
Comienza a apretarle los pezones con el alicate.
-Don Octavio, ya pues, déjeme… Por favor se lo pido… Patrón, no siga…
Estas súplicas lo exacerban más a Octavio quien se saca el cinturón y lo golpea sin misericordia en la espalda y en el culo. Sus cómplices suben el volumen de la música para evitar que se escuchen los gritos, los ruegos y sollozos de Marcelo. Se escucha fondo:
-¡Eheheeh, Moyano, Moyano!
-¡Voy a dominar a este guacho!
-Patrón, que no se le vaya en collera el Moyano.
-Tiene aguante su yegua, le salió chucara don Octavio, ja ja ja.
Siguen los llantos de Marcelo. Octavio lo pone boca arriba, Marcelo se resiste y se pone en posición fetal para cubrirse del ataque
-Enderazate o va a ser peor para vos. Hugo, pasame la varita mágica.
Pide el puntero eléctrico y empieza a aplicar descargas en todo el cuerpo y en los genitales. Haciendo saltar a Marcelo con cada descarga, quien grita. Le agarra el prepucio dando vuelta el pene como una hélice.
-A este trolo le gusta el helicóptero.
-Patrón, tenga piedad, estoy de cumpleaños…
-Este va ha ser el regalo que has estado buscando desde que llegaste.
Aumentan las risas y vitoreos para el jefe como si estuviera en un ruedo de toros, faenando una bestia sin cuernos.
-Ahora el regalo final, algo personal e íntimo yegua.
Da vuelta a Marcelo, se baja los pantalones y con su verga media flácida entre el clamor de algunos y el asombro de otros.
-¡Hoy te coronarás de Princesa!
Intenta penetrarlo sin éxito, se enfurece aún más desatando su sadismo y le aplica una descarga eléctrica, tras otra. Continúan las súplicas sordas.
-¡No, por favor, ahhhh! ¡Ahhhh! Pare, ahhhh…
-Traeme el aceite, Juan José, esta perrita tendrá lo que gusta… una buena poronga.
-¿No será demasiado, don Octavio?
-Traemelo o serás el próximo y sin sobre, ¡¿no escuchaste?!
Otro esbirro se ofrece, le pasa la botella y este se la mete por el ano, introduciendo el aceite. Algunos dejan de grabar y las risas van a menos, decayendo por la brutalidad de la escena, mientras don Octavio lo sodomiza. Marcelo se orina de pánico.
Al terminar sus compañeros lo ayudan a incorporarse, Juan José conmovido lo lleva al baño para que se limpie. Octavio no quiere ver la cara triste de Marcelo, no entiende a qué se debe.
-Es su cumpleaños, es un día alegre. ¡Sirvan más ponche y celebremos!
Coje un puñado de papas fritas como si nada y termina de arreglarse la camisa dentro del pantalón. Todo el mundo quedó impactado, sabían que habían sido cómplices de una violación, que estaba todo grabado. Ahora todos eran vulnerables si esto se destapaba, pero continuaron bebiendo y comiendo.
En el baño Juan José consuela a Marcelo y le sugiere que tome medidas.
-Te lo advertí alguna vez que el viejo era tóxico. Cuando supe que te habían metido en el tarro de la basura, los manoseos, y golpizas, ya sabía que esto terminaría mal.
-Es que tengo una familia…
-El límite es la dignidad, y no hay sobres que la puedan comprar. Esto lo tienes que denunciar en la inspección del trabajo.
-Pero me pueden echar, tengo una familia que mantener.
-Lo sé, pero esto va a ir a peor y existen mecanismos para defenderse, aunque sea difícil y te de miedo, tienes que luchar.
-Pero si yo no soy nadie, don Octavio es una persona poderosa.
-Hay testigos y registros de los abusos reiterados.
-¿Y tú serías mi testigo?
-Pucha, Marcelo… es complicado, yo también tengo una familia por la cual tengo que responder. Pero te puedo ayudar… con las grabaciones que son las pruebas. Recuerda que David venció a Goliat. Despídete de forma digna y vete a casa.
Inmediatamente Marcelo pensó en el sobre que había olvidado sobre la mesa. Era una suma considerable, una humillación más no era tan importante, pensó. El dilema era volver a la celebración para recoger el sobre o irse. Decidió regresar a la sala de reuniones, los compañeros le dan una palmada en la espalda, lo consuelan falsamente.
-No es para tanto, esta historia no va salir de acá, recuerda que somos una familia y el patrón te paga bien.
Le pasan una copa y una porción de torta molida.
Don Octavio se acerca.
-Ya sos uno de los nuestros, aguantaste como un macho.
-Gracias, patrón.
-No es nada, no te olvidés del sobre, esto te cambiará la cara, el dinero no compra la felicidad, pero ayuda.
A Marcelo se le humedecen los ojos, y recibe el dinero enrojecido de vergüenza. Octavio termina llamando a todos a hacer brindis y aplaudir a Marcelo para encubrir la evidente vergüenza y dolor del cumpleañero. Al rato después, cuando se acabó el ponche, Octavio aplaude y manda a todos a trabajar.
-No vamos a estar todo el día celebrando, esta es una empresa. Y para que cambies esa carita, Moschianito, puedes tomarte el resto del día, para que veas que te aprecio. Te lo dije desde el primer día, debes ser un buen soldado, hay sacrificios y recompensas.
Moyano sonrojado asiente, le agradece, y se despide de todos. Coge su mochila, al pasar al lado de Juan José, este le clava la mirada cómplice para que actúe. Recordó sus palabras en el baño. Dignidad, que palabra tan amorfa y ajena, pensó.
Llega al estacionamiento, guarda sus cosas en el maletero. Se despide del guardia de la entrada y se dirige por la panamericana rumbo al sur. Vuelve a casa, su mujer está cocinando, sorprendida le pregunta porque llegó tan temprano. Ella le da un beso y un abrazo lleno de amor y ternura, pero Marcelo le responde desanimado.
-Después de la fiesta sorpresa que me hicieron, el patrón me dio el día libre y un aguinaldo.
Le pasa el sobre a Graciela y al abrirlo le brillan los ojos de ilusión y lo abraza. Ella salta de alegría.
-Mi bizcochito con esto tenemos para el crédito hipotecario. Tendremos nuestro propio jardín, los niños podrán jugar en un lugar seguro. Estoy tan contenta y agradecida, don Octavio nos ha cambiado la vida! ves nuestros sacrificios están dando frutos. El señor está de nuestro lado. Esto hay que celebrarlo, ¡los Moyanos progresamos!
Graciela saca six pack de cervezas del refrigerador, sigue soñando en voz alta con su nueva casa y sirve los vasos. Cuando se dirige a Marcelo ve que está sentado cabizbajo llorando.
-Mi bizcochito, estás llorando de felicidad.
Ella también rompe en llanto, pero de alegría. Marcelo le toma las manos y le dice.
-Te tengo que contar algo terrible… bizcochita…
Graciela le seca las lágrimas y le dice
-Dime, ¿qué te pasa, que te aflige, mivi?
Marcelo le cuenta la larga pesadilla que ha vivido todos estos 4 años en la empresa. Comenzó con descripciones suaves hasta llegar al último episodio, la fiesta de cumpleaños de la empresa. Su mujer estaba atónita, no daba crédito a la cruel y silenciosa vida que ha tenido Marcelo en su trabajo, la casa en sus pensamientos se desvanece. Agarra el sobre y lo tira lejos.
-¡No vas a volver nunca más donde ese conchesumadre! Cómo no me lo dijiste antes, lo que estabas pasando. Hay que hacer la denuncia y demandar a este viejo que es un monstruo. Iremos hasta las últimas consecuencias.
-Juan José me habló de la inspección del trabajo, de la CUT (Central Unitaria de Trabajadores) donde me pueden asesorar gratuitamente.
Graciela toma el vaso y se lo bebe, vuelve a rellenarlo hasta que se desborda la espuma, no le presta atención y Marcelo limpia. Le pregunta: ¿qué vas a hacer?
-Lo que te aconsejó que hicieras Juan José. Hay que actuar ya, pasame tu carnet de identidad.
Toma su teléfono y llama a la inspección del trabajo. Así pasarían cinco largos años de una lucha desigual que llegó hasta el ministro del interior a propósito de una denuncia periodística en televisión. Días después, la imagen de Octavio Bergantti esposado entre dos uniformados se repite incesantemente en las cadenas nacionales, traspasando las fronteras. El caso se convirtió en el tema de conversación nacional, polarizando a la opinión pública. Desde los estudios de televisión, empresarios, abogados, activistas y trabajadores analizaron el suceso desde sus respectivas trincheras. Cada uno, con sus propios intereses y valores aporta una pieza al complejo rompecabezas que representa el caso. La jerarquía de necesidades de Maslow se erige como un marco explicativo para entender las motivaciones de algunos involucrados, como Marcelo, quien, inmerso en la lucha por satisfacer sus necesidades básicas, tomó decisiones desesperadas que lo empujaron al precipicio, cayendo en las cloacas más pestilentes de la degradación humana.
Por la exposición en medios de los videos de la fábrica del terror, se equilibró la balanza a favor de Marcelo. Los periodistas que comenzaron la investigación lograron tener una audiencia con el ministro del interior para que se pronunciara sobre el caso. Este al ver los videos en la tablet que le pasó el connotado periodista, Luis Jaramillo, quedó estupefacto, no daba crédito ante las espeluznantes imágenes, las evidencias eran contundentes y macabras. Se comprometió a castigar con todo el rigor esta falta grave, pondría todos los recursos del estado para esclarecer los hechos y depurar responsabilidades.
Con el tiempo sus compañeros no se sabe si por conveniencia o por solidaridad testificaron en contra del empresario dando entrevistas a cara descubierta y se declararon cómplices pasivos. Excusaron su posición por miedo a ser el próximo Moyano de la empresa de alimentos Don Octavio. Otras víctimas se sumaron a la demanda.
Algunos de los altos cargos de la empresa, después de una reunión, fueron cuestionados por los periodistas sobre el caso de abuso al interior de la fábrica. La mayoría de los asistentes a la reunión se desentendieron y se excusaron por ignorancia, miedo o por trabajar en otros puntos del país. Nadie apoyó la versión edulcorada de Octavio Bergantti, el abuelito bueno.
Durante una entrevista, Juan José, el empleado que ayudó a Moyano, contó que había renunciado a Don Octavio, con lo aprendido y la cartera de clientes fundó su propia empresa de alimentos con éxito. Dijo que se sentía mal por lo que le sucedió a su compañero, pero que había llegado a normalizar las tropelías de su jefe. Y que esperaba que Moyano recibiera una indemnización acorde a lo vivido y que Octavio pagará con cárcel su narcisismo psicopático. Aprovecho de hacer publicidad a su empresa de conservas Alimentos de los Andes.
En el 2020 Bergantti fue condenado a 7 años de cárcel y a pagar una indemnización por las tropelías, abusos sexuales reiterados y abuso sexual agravado en contra de varios de sus trabajadores siendo el más perjudicado Moyano. Aparte de otras denuncias por malos tratos y abusos de poder dentro del galpón de Colina.
Después de comunicarse con las instituciones que representan a los trabajadores, comenzó el proceso legal. Marcelo decidió no volver nunca más a la empresa y denunciar a Octavio Bergantti. Ya no sería un cobarde, entendió la gravedad de lo vivido. Su familia lo respaldó y le dio el coraje que le faltaba para romper con todo su pasado y ser una nueva persona. Por primera vez se sintió empoderado para doblegar al poderoso, aunque fuese una odisea por los tribunales, mejor morir de pie que vivir arrodillado. El límite es la dignidad.
Primero se llevaron a los judíos,
pero como yo no era judío, no me importó.
Después se llevaron a los comunistas,
pero como yo no era comunista, tampoco me importó.
Luego se llevaron a los obreros,
pero como yo no era obrero, tampoco me importó.
Más tarde se llevaron a los intelectuales,
pero como yo no era intelectual, tampoco me importó.
Después siguieron con los curas,
pero como yo no era cura, tampoco me importó.
Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde.(Bertolt Brecht)