Pablo Neruda decía: “Sucede que me canso de ser hombre”. La alternativa es forjar la voluntad. Sin embargo, solemos preferir no tomar decisiones cotidianas y evitar ser molestados. Este cansancio natural nos lleva a pensar que cada esfuerzo merece una compensación. Así, los bares se llenan con el After Office y el delivery nocturno acompaña nuestras series de televisión, muchas veces vacías de contenido. Este cansancio también puede estar influenciado por mandatos sociales que promueven el consumismo innecesario. Si uno está satisfecho, no necesita más. Por ello, superarse o progresar implica vencer ese cansancio. Un ejemplo es el empleado que decide emprender su propio negocio o el estudiante que asiste a clases por la noche tras haber trabajado todo el día.

La comodidad es un denominador común entre todos nosotros. Este “cansancio” no solo nos paraliza, sino que también nos lleva a malgastar el tiempo que tenemos. En lugar de usarlo para corregir lo que está mal, progresar o realizar algo significativo, caemos en un “falso confort” que nos mantiene estancados. Este estado de resignación ante el cambio nos hace gastar nuestro tiempo valioso en una especie de inercia, agotándonos con actividades que, al final, carecen de un sentido profundo.

La procrastinación es la consecuencia directa de ese ciclo de comodidad y cansancio. Soñamos con cambios, pero los posponemos indefinidamente, esperando el “momento perfecto”, que rara vez llega. Planear no es suficiente; la transformación ocurre cuando uno asume un compromiso serio y constante consigo mismo. Es en ese momento, cuando el “hacer” se alinea con el “querer”, que los cambios empiezan a materializarse.

Desde chico, temía procrastinar (y pronunciar mal la palabra), y quería leer todos los libros importantes del mundo. Sabía que esto era imposible, pero calculaba mi expectativa de vida y mi ritmo de lectura anual. Añadí complejidad al soñar con leerlos en varios idiomas y revisando traducciones, como la de El Quijote. Me organizaba al minuto, priorizando mi formación sobre tareas no escolares. Si tenía una hora para filosofía, me sentaba con los clásicos griegos, sin importar mi estado de ánimo. La disciplina consistía en no dejar el escritorio, obligándome a leer para no perder tiempo.

No me acostaba a dormir una siesta ni cambiaba esa actividad por otra, ya que tenía un compromiso conmigo mismo. Mi padre decía que traicionarse a uno mismo es no quererse, y si no te quieres, ¿cómo serás fiel a otros? Lo mismo ocurría con mis entrenamientos: aunque cansado, salía con música y admiraba la naturaleza, que me recordaba su constante presencia. Con la práctica, uno se entrega a las tareas inmediatamente; cuanto antes terminara, más tiempo tendría para el placer.

En mi caso, registro mis actividades en una agenda y la reviso semanalmente (o a diario). Siento frustración cuando no cumplo con mis compromisos personales, es decir, conmigo mismo. Continuamente busco perfeccionar mi rutina diaria, optimizando y ajustando prioridades. Para mí, procrastinar es como rendirse sin haberlo intentado.

Escribir metas y prioridades es crucial para combatir la procrastinación. Visualizar los objetivos, el “yo” deseado y reconocer los obstáculos es esencial. Si planifico correr, evito el alcohol el día anterior; si debo escribir, asigno un horario específico. A la poesía, sin embargo, la dejo fluir libremente, pues debe surgir de manera espontánea, al igual que el tiempo para celebrar el amor y la amistad, que también son escasos.

Decidir y comprometerse es el inicio: se comienza poco a poco para establecer hábitos duraderos. Incrementar las metas gradualmente ayuda. Un amigo escritor decía que solo podía escribir los jueves por la tarde, aprovechando el tiempo limitado que tenía, y jamás faltaba a la cita ni a la tarea. Así, al cumplir con lo prometido, se nota el progreso, ya sea en el aprendizaje de idiomas, en los entrenamientos, en la búsqueda de empleo (o un cambio de trabajo), o bien en la escritura. Todo comienza con la satisfacción de mantener el compromiso y avanzar en el proceso de “des-procrastinar”, sin más dilación.

Un consejo final: madrugar alarga el día y no todas las comidas deben ser largas. Recuerda que hay mucho por hacer y no todos los días son festivos.