¿Cómo saber cuándo es el momento adecuado para un nuevo comienzo? ¿Existe alguna señal que nos indique que es tiempo de cerrar un ciclo y abrir otro? ¿Cómo saber si ya ha pasado tu tiempo para empezar de nuevo? Estas preguntas resuenan en mi mente, sobre todo en las noches, cuando el silencio es más profundo y la reflexión se vuelve inevitable.

Me pregunto si existe una fórmula, una guía, o si uno debe, simplemente, seguir su intuición. Pero la intuición a veces es tan confusa, tan llena de deseos e inseguridades que resulta difícil distinguir entre lo que es un impulso momentáneo y lo que realmente es necesario para nuestra evolución personal.

Si lo pienso detenidamente, nunca he tenido ese anhelado nuevo comienzo del que tanto se habla en libros, películas o charlas motivacionales.

Sí he tenido nuevos trabajos, y también he experimentado cambios en mi vida. Pero nunca me preocupé por ellos, eran simplemente cosas que debían suceder, eventos que surgían en el camino sin aviso previo ni planificación.

Desde mi perspectiva actual, ninguno de esos cambios fue verdaderamente significativos en mi vida, al menos no en la manera que yo lo habría deseado. No puedo decir que hayan marcado un antes y un después, más bien fueron situaciones que ocurrieron porque tenían que ocurrir, quizás por inercia, quizás porque la vida misma me empujaba a seguir adelante sin darme tiempo detenerme a pensar demasiado en los detalles. Últimamente, he estado contemplando la posibilidad de cerrar ciclos, cerrar puertas y ventanas para dar paso a nuevas experiencias.

Me encuentro en un momento de introspección, evaluando lo que llevo vivido y preguntándome si he sido fiel a mis verdaderos deseos o si, por el contrario, me he dejado llevar por las expectativas de los demás o por lo que la sociedad considera que es lo "correcto".

Ahora estoy enfocada en viajar, una idea que siempre ha estado latente en mí, pero que por diversas razones nunca he podido poner en práctica.

Una de las cosas que siempre he querido hacer, pero nunca he podido, es tomar un avión y dejar atrás todo lo conocido, para sumergirme en lo desconocido.

El hecho de que haya a tantos extranjeros en mi entorno me lleva contemplar esta posibilidad con más determinación. Imagino lo que sería empezar en un lugar nuevo, lejos de lo familiar, donde cada día traiga consigo la emoción del descubrimiento.

Sería como empezar de cero, pero la pregunta es: ¿estoy todavía en edad para hacerlo? Ya tengo 38 años, y, aunque muchos dirán que soy joven, sé que empezar de cero a esta edad puede ser complicado. No es solo una cuestión de energía o motivación, sino también de las realidades prácticas impone el paso de los años. Si ya de por sí es difícil empezar de nuevo en mi país, imagino cuanto más difícil podría llegar a serlo en el extranjero, expuesta a una cultura y un idioma que no son los de una.

Siendo honesta, ya no quiero seguir en mi realidad actual, y, cada vez que pienso en otras opciones, la idea de estar en otro lugar va cobrando más fuerza en mi mente. Es como una semilla que ha comenzado a germinar y que, a pesar de las dudas, sigue creciendo dentro de mí. Hace poco le oí a alguien decir que las personas que dejan todo y se van en realidad están escapando. ¿Será cierto? ¿Es realmente una huida el hecho de querer buscar algo diferente, algo mejor? Yo no creo que me estaría escapando de nada si me subiera a un avión rumbo a un nuevo destino, porque la verdad es que no tengo grandes responsabilidades en mi vida actual, más allá de algunas obligaciones que, eventualmente, cancelaría.

Más bien, siento que se trataría de una búsqueda, una necesidad de encontrar un lugar, una situación, una vida que se sienta más alineada con la persona que soy o con la que quisiera llegar a ser.

Escapar implica dejar atrás algo que temes enfrentar, pero yo no siento que esté huyendo de nada, sino, más bien, avanzando hacia algo que, aunque todavía me sea desconocido, me atrae con una fuerza inexplicable. Otra pregunta que tengo es a dónde debería ir. Aunque entreveo muchos paisajes, todavía no tengo un destino claro.

A veces pienso que podría dar varias vueltas antes de detenerme en algún lugar, como si el recorrido fuera, en sí mismo, parte del proceso, una manera de explorar no solo el mundo, sino también mis propios límites y posibilidades.

Quizás en ese vagar sin rumbo fijo encuentre respuestas a preguntas que hoy en día ni siquiera sé que las tengo. Mi plan perfecto sería escribir sobre todo lo que me pasa y vivir de eso, pero no estoy segura de que sea viable, o se trata simplemente de otro sueño más que añadir a la lista de los que han quedado en el tintero.

Porque también me pregunto de qué voy a vivir. Es fácil dejarse llevar por la fantasía de la libertad total, de la vida bohemia donde solo importa la creatividad y la inspiración, pero lo cierto es que la realidad siempre termina por imponerse, obligándonos a pensar en cómo conseguir el sustento y alguna clase de seguridad económica.

Como ven, tengo más dudas que certezas. Lo único que tengo claro es que quiero irme antes de que cumpla 39 años. Es como una meta autoimpuesta, un límite que me obliga a tomar decisiones que, de otra manera, seguiría postergando indefinidamente.

Lo más gracioso es que aún no se lo he dicho a nadie. Soy de las personas que piensan que las cosas que más se desean hay que guardarlas en secreto, para evitar que se arruinen.

Quizás sea un pensamiento supersticioso, pero hay algo en la idea de preservar nuestros sueños en la intimidad que me resulta reconfortante.

Por eso he guardado silencio y no se lo he comentado ni a mi familia ni a mis amigos. Siento melancolía porque mi mejor amiga está embarazada y no podré estar con ella si el bebé nace después de mi partida. Pero me emociona mucho saber que, para ese hermoso bebé, yo seré la tía viajera, y que podré contarle historias de lugares lejanos, mostrarle fotos de montañas, ríos y ciudades que quizás él nunca vea en persona, pero que conocerá a través de mis relatos.

A veces, cuando cierro los ojos, me veo ya viviendo en otro país, en una casa grande, alejada del pueblo y rodeada de calma. Soy una persona huraña y me encanta estar sola en mi mundo. No se me da bien compartir, por lo que creo que en un lugar tranquilo sería feliz.

Quisiera seguir escribiendo, ampliar mis horizontes literarios, y, ¿quién sabe?, tal vez llegar a publicar un libro que se convierta en best-seller. Son ideas que rondan mi mente cada vez que pienso en mi futuro. Una fantasía que tengo es la poner un negocio en ese lugar donde me establezca. Todavía no sé bien de qué será, algo que me permita obtener ingresos suficientes como para no tener que regresar con el rabo entre las patas.

Me imagino como dueña de un pequeño café literario, donde las personas puedan sentarse a leer mientras disfrutan una taza de café. O tal vez de una librería que ofrezca una selección especial de libros que reflejen mis propios intereses y pasiones.

En cualquiera de los casos, sería un espacio donde pueda combinar mi amor por la escritura con la oportunidad de compartirlo con otros, un lugar donde los sueños de una vida diferente puedan empezar a tomar forma.

En fin, no sé cuándo es el momento apropiado para emprender un nuevo comienzo, tampoco sé si a mis seres queridos les agradará la idea de que me vaya, ni si estoy demasiado vieja como para empezar desde cero. Pero hay algo de lo que sí estoy muy segura, y es que quiero irme. Quiero dar este paso, quiero descubrir qué hay más allá de lo que conozco. Quisiera, finalmente, encontrar ese nuevo comienzo que tanto anhelo, y esta vez, sí, hacerlo con toda la intención de que sea verdaderamente significativo.