Algunos años atrás, comencé a realizar algunas prácticas de senderismo. Ellas me permitieron presenciar los espectáculos naturales de la belleza más exuberante y, luego, reflexionar acerca de la importancia de no rendirnos ante la dificultad de los caminos.
De lo que significa transitar caminos
Hace un tiempo, me encontraba recorriendo un supermercado en la ciudad de Montevideo cuando de pronto, en la sección de bazar, mi mirada se topó con una taza de diseño muy simple que llamó mucho mi atención. En ella, entre algunos elementos simbólicos sencillos relacionados con el medio ambiente y la cultura humana preindustrial, se encontraba escrito el siguiente texto breve: “The best view comes after the hardest climb”. Más tarde, investigando en la web, pude dar con la autoría de esas palabras, las que -a partir de ahí, supe- fueron dichas por Alain Robert, un escalador y montañista francés que es reconocido no sólo por sus travesías en entornos naturales, sino también por haber escalado las fachadas de varios edificios urbanos emblemáticos de distintos países del mundo.
Cuando unos años atrás comencé -por razones más o menos azarosas, como casi todo lo que nos sucede en la vida- a tener algunas prácticas ocasionales de senderismo, pude verificar con mi propio cuerpo, mente y la totalidad de mis sentidos lo acertado de las palabras de Robert. Encarar un camino a través diversos espacios del entorno natural con el objetivo de llegar a un lugar-meta -que, por lo exuberante de su belleza, se nos presenta casi como de ensueños- suele llevarnos a una sensación de cansancio físico que sentimos como extrema y final. En pocas palabras: sentimos que llegamos a nuestro límite y que el agotamiento corporal no nos permite dar ni un paso más. La falta de aire, el dolor en las pantorrillas, el corazón latiendo frenéticamente y una voz en la mente que insiste en que nos detengamos son señales que nos tientan a pensar y sentir que no nos resulta posible seguir.
Sin embargo, si somos lo suficientemente fuertes o tercos y logramos dejar de lado esa tentación que nos invita a tomar -lo que, en ese momento, se nos presenta como- el camino más fácil y del que, sin dudas, nos arrepentiremos más temprano que tarde, nos espera un tesoro que nos acompañará por el resto de nuestras vidas. Nuestras retinas se verán impregnadas de una exuberancia natural inigualable que intentaremos grabar y retener hasta el último detalle con la totalidad de nuestros sentidos: un glaciar que tiene sus días contados por las consecuencias de un sistema socioeconómico insostenible; una montaña completamente virgen de la acción humana; un valle que es testigo de la vida y la muerte propias de la cadena trófica en cada uno de sus habitantes y de sus acciones (muchos de los cuales son completamente imperceptibles para la vista humana). Todos esos seres y microsituaciones conforman un espectáculo sólo accesible a la mirada, el oído, el gusto, el olfato y el tacto minuciosos y capaces de atender a cada uno de los detalles de ese sistema complejo y prolijamente interrelacionado.
Todo lo que nos espera luego de haber desoído los intentos de nuestra mente de entregarnos a la derrota es una ganancia para nosotros. Sentir perfumes naturales maravillosamente indescriptibles por su singularidad; observar hasta el cansancio el movimiento continuo de las nubes, de las ondas del agua, de la cotidianeidad de la vida animal, de las algas y los níqueles; respirar un aire con características únicas, que no estamos seguros de poder volver a experimentar (al menos a corto plazo); beber el agua del lugar, con un sabor singular que la diferencia de cualquier otra agua que hayamos bebido antes; captar los colores, las formas, sentir el viento y el sol sobre nuestra piel muchas veces terrosa, sudada o enrojecida. Nadie podrá quitarnos nunca el recuerdo de ese momento. Un momento en el que, a pesar de haber sentido que no podíamos más, logramos seguir adelante porque lo que nos esperaba al final del camino sería (y, sin dudas, será) invaluable no sólo para ese instante en particular, sino también en el resto de nuestras vidas.
Primero la experiencia de recorrer senderos y, luego, las palabras de Robert sobre esa práctica me dejaron pensando larga y tendidamente no sólo sobre el hacer hiking, trekking, senderismo o incluso el alpinismo. Por asociación, creo que es posible aplicar ese conjunto de reflexiones a cualquier situación concreta vinculada con la vida de los seres humanos que nos produce algún tipo de displacer en el mismo momento en que la debemos transitar pero que, una vez superada, nos lleva a un cálido y placentero lugar de llegada que marcará nuestra vida para siempre.