Estamos acostumbrados a relacionar las palabras “coraje” y “heroísmo” cuando sus significados son completamente opuestos. Este es un texto que nos invita a vivir el coraje desde otro ángulo.
La palabra “coraje” viene del lexema cor que significa ‘corazón’ en latín. Lamentablemente, hoy relacionamos este término con el heroísmo y con tener la capacidad (o no) de hacer cosas “valientes”, “grandiosas”, “temerarias”, pero según la investigadora Brené Brown estamos totalmente equivocados. Le doy la razón después de leer y estudiar su libro Los dones de la imperfección.
Según los datos e historias que la autora ha recolectado, el coraje se trata de poner nuestra vulnerabilidad sobre la mesa, se trata de decir todo lo que nuestro corazón está gritando cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles y también sencillas.
En mi niñez, siempre fui la alumna que prefería quedarse con las dudas cuando no había entendido algo de la clase en lugar de ser la niña que levantaba la mano para decirle al profesor “no entiendo nada de lo que está diciendo”. Afirmar que no entendía nada para mí era como ponerme en bandeja para darles las razones suficientes a los demás niños del salón para que piensen “qué tonta es, cómo no va a entender”. Escribo en pasado, pero en realidad es algo que me sucede incluso en la actualidad, a mis 28 años, lo que me lleva a entender que la falta de coraje no solo se presenta en la etapa compleja de la adolescencia o cuando somos muy pequeños sino que, por el contrario, nos acompaña por el resto de nuestras vidas si no somos lo suficientemente valientes para vivirla de todo corazón.
Pero claro, cómo vamos a sumergirnos en un estilo de vida de todo corazón cuando no tenemos alrededor un sistema de apoyo que sea capaz de contener la vulnerabilidad que habita en nuestro interior. Por lo que veo en la cotidianidad, cuando alguien se atreve a contar una historia con datos un poco “vergonzantes”, las personas reaccionamos de distintas formas:
Sentimos vergüenza ajena.
Normalizamos la situación con un “no es para tanto”.
Sentimos lástima: “Pobre de ti”.
Nos incomodamos con la vulnerabilidad del otro.
Intentamos superar su momento o minimizar lo que el otro está sintiendo: “Eso no es nada, escucha lo que me pasó a mí”.
Todo lo contrario a cómo podría reaccionar el otro para sentirnos contenidos, para sentir que nuestra historia tiene valor y, sobre todo, para sentir que importa. Según Brené, el mejor antídoto para convertirnos en una sociedad capaz de sostener las historias valientes de los demás es simplemente una combinación de escucha activa, una dosis de empatía y no estaría nada mal un poquito de “te entiendo, me pasó algo similar”.
¿De qué serviría todo esto? Serviría para abrirle espacio al verdadero coraje y normalizar el hecho de que las historias que tenemos dentro no siempre están cargadas de heroísmo, felicidad y alegría. Practicar esto tan sencillo nos ayudaría a construir un mundo más suave, más blando, con más amor que se vería reflejado en las estadísticas de felicidad e incluso de salud mental porque los humanos necesitamos sentirnos importantes y escuchados para seguir andando con un poco de gracia.
Este libro me invita a compartir dos cosas importantes: primero, tengamos el coraje suficiente para levantar nuestra mano y decir que no estamos entendiendo (y no solo en un salón de clases); y segundo, convirtámonos en personas capaces de sostener a quienes están teniendo ese coraje al contarnos sus historias porque en algún momento también queremos compartir las nuestras y lo mejor que nos pasará es tener al frente dos ojos y dos oídos que nos digan “aquí estoy, te acompaño, te sostengo, te entiendo”.