Hay quien no lo sabe. Aunque pertenezco a una generación en la que, supuestamente, las tareas del hogar se reparten con cierta justicia, hay tipos que viven sin saber cómo lo harían ellos. De vivir con los progenitores han pasado a hacerlo con su novia, y de ahí, a hacerlo con su esposa: suelen ser la misma persona, es decir, su madre. Por tanto, hay una buena cantidad de aspectos de ellos mismos que desconocen. No saben cómo lo harían.
La soledad tiene esa virtud. Descubres tu estilo. Descubres, por ejemplo, que te gusta darle un buen repaso a la casa los jueves: ni los viernes, ni los sábados ni, por supuesto, los domingos. Descubres que prefieres fregar los cacharros según vas cocinando y los vas usando a dejar que se acumulen. Y ni hablar de acostarte con la pila llena. Descubres que barrer no te agrada en absoluto porque se te da mal, provoca que te duela la espalda y, cuando lo haces, siempre tienes la sensación de estar dejándote cositas por el suelo, pequeñas virutas de suciedad surgidas de la nada y cuya única misión es joderte cuando quieras pasar la fregona.
Descubres, en cambio, que fregar sí te gusta, especialmente cuando, al acabar, respiras hondo y dejas que te inunde las fosas nasales ese aroma a flores (aunque no sabrías decir ni lejanamente cuáles) que trae el friegasuelos. Descubres, y no te enorgulleces de ello, que la cama puede pasar semanas sin que nadie la haga ni la deshaga, y que eso no provoca, contra tu creencia inicial, que un batallón de antidisturbios entre en tu casa por haber violado algún precepto constitucional.
Descubres que entre la lavadora y el tendedero hay una instancia intermedia, tu cama, y que prefieres tender la ropa tomándola de ahí a tener que ir y volver a la propia lavadora. Sí, descubres que hacer esto humedece las sábanas, pero también descubres que no te importa. Descubres que puedes vivir durante semanas sin encender la televisión, y no porque seas un intelectual, sino porque, de alguna manera te has acostumbrado a tu propio silencio. Descubres que te gusta la radio, y que es verdad eso que dicen siempre de que hace mucha compañía. También descubres que, tal vez, haberte dado cuenta de esto solo sea una señal más de que a cada día que pasa te estás haciendo más y más mayor. Descubres que vivir solo hace que de vez en cuando se te olvide lavarte los dientes. Hacerlo, por otra parte, te proporciona siempre la sensación de que en tu vida hay cierto orden, así que te esfuerzas por no olvidarlo más.
Lo mismo sucede con tomar yogures naturales después de cenar: hacerlo te proporciona una extraña sensación de alivio y de paz, pero no tienes ni puñetera idea de por qué porque a ti ni siquiera te han gustado nunca los yogures naturales. Descubres que el mundo gira perfectamente sin ti, y que si quieres algo de alguien lo más lógico es que lo pidas. Descubres que eres capaz de pasar horas mirando al techo.
Literalmente. También descubres que, pese a tus denodados esfuerzos por alejarte de ellas, sigues perdiendo demasiado el tiempo en las redes sociales.
Descubres que tus obligaciones te impiden ser el ávido lector que has sido siempre, aunque de cuando en cuando te sorprendes a ti mismo leyendo sin parar durante cinco, seis, siete horas seguidas. Descubres que estos atracones te dan la mano con la parte de ti mismo de la que te sientes más orgulloso. También que no hay muchas partes de ti mismo de las que estés muy orgulloso. Descubres que salir a pasear te sienta bien, aunque lo que de verdad te sienta de miedo es la ducha templada de después. Descubres que eres un desastre en el supermercado: compras por impulsos y apenas reparas en las marcas ni en los precios para comparar. Sin embargo, sin saber por qué, instintivamente te las apañas para que cada compra semanal te salga por 50 euros. Ni más, ni menos.
Descubres que todos estos hallazgos forman ya parte de ti, igual que tu color de pelo (pelirrojo, gracias) o tu estatura (sin comentarios). Imaginas que esto pondrá las cosas más difíciles si un día te da por sumar tu soledad a otra soledad o a varias. Lo asumes. Te resignas. Porque la soledad, como la libertad, exige un alto precio, pero tú ya te vas acostumbrando a pagarlo. Lo que te rodea te invita a que te olvides de ella y de lo que ahora sabes sobre ti, todo lo que has descubierto. Sin embargo, algo dentro de ti sabe que eso ya no es posible.
Justo antes de asesinar a su amigo, en Mystic River el personaje interpretado por Sean Penn le dice: “Es como te dije. Morir, te mueres solo”. Error. Nos morimos acompañados por nosotros mismos. Pienso que, para cuando ese momento llegue, nos conviene llevarnos bien. Yo tengo mis días, pero voy progresando.