Es increíble cómo la vida nos va dando respuestas conforme las vamos buscando. Y aún más increíble es el momento y la forma cómo se presentan. Hay personas, situaciones e incluso cosas que llegan para sacudir nuestra vida y dividirla entre el antes y el después, entendiendo ese «después», de alguna forma, como el «ahora».
Llevo varios años repitiendo ciertos patrones, los cuales ya no estaba dispuesta a seguir permitiendo en mi vida; así que decidí de una buena vez tomar el toro por los cuernos y empezar a indagar sobre el por qué me pasaban esas situaciones y cómo hacer para cambiarlas.
Estaba dispuesta a retomar mi hábito de la lectura y fue uno de los temas que surgió en un encuentro que tuve con un par de amigos en la casa de una de ellas. Al despedirme, una amiga tomó un libro de su biblioteca, con el ánimo de prestármelo para empezar a reanudar la lectura. Así fue como llegaron a mis manos los libros Big Magic de Elizabeth Gilbert y Limitless Mind de Jo Boaler. Uno después del otro, provenientes de la misma fuente, en diferentes momentos, en las mismas circunstancias.
El primer libro habla, (entre otras cosas que tal vez en otro artículo me gustaría contarte), sobre el miedo que habita en nuestra mente y nos acompaña durante toda la vida. Lo interesante aquí no es el miedo en sí, sino cómo nos relacionamos con él y actuamos pese a él o con él. De este libro aprendí, (y si me permites voy a personificar al miedo) que tener a miedo presente en mi vida, darle el lugar que se merece y hasta verlo como un aliado «estratégico», no está del todo mal. El secreto para no morir de miedo, es reconocerlo y conocerlo de forma tal para lograr percibirlo desde una perspectiva más empática.
Gilbert, a través de su libro, me ayudó a ser consciente de que el miedo es quien de alguna forma me ha ayudado a sobrevivir y a estar alerta todos estos años de mi vida. Has de cuenta que es ese compañero fiel que siempre está temeroso de que algo malo te suceda, es quien siempre carga un gran botiquín de primeros auxilios con medicinas, armas, linternas, libreta de emergencia y todo un equipamiento listo para cuando los extraterrestres lleguen a invadir el planeta (porque así es mi amigo el Miedo, un poco dramático a veces).
¿Quién no ha sentido miedo? y haciendo una retrospectiva de lo que he hecho en mi vida, él siempre me ha acompañado incondicionalmente y ha hecho todo lo posible por hacerse sentir. De milagro no sufro de trastorno de pánico.
Leyendo este libro comprendí que lo fundamental no es sentirlo, sino lo que hacemos cuando lo sentimos. He comenzado a tener el hábito de tener conversaciones difíciles con él para escucharlo y entenderlo mejor. Siempre se me ha dado bien empezar una conversación con alguien a través de preguntas para romper el hielo y lograr una conexión más fácil y genuina. Con el miedo en particular, me ha funcionado de maravilla hacerle la pregunta: ¿de qué nos quieres proteger? y lo más curioso de todo, es que la mayoría de las veces, la respuesta ha sido la misma: de cometer errores y fracasar.
Cuando me doy cuenta de esto y lo hago consciente, llega a mis manos el segundo libro que te comenté: Limitless Mind, para susurrarme al oído las palabras adecuadas para explicarle al miedo que no hay nada de qué preocuparse ante semejante respuesta.
Boaler habla en su libro sobre neuroplasticidad, y comparte 6 claves esenciales para aprender a vivir sin barreras reemplazando las creencias limitantes del aprendizaje y de la vida, por la convicción de que cualquier cosa se puede aprender y alcanzar. Solo necesitamos hacernos cargo de nuestros pensamientos y soltar esa mentalidad fija que nos mantiene en el mismo lugar, pensando de la misma forma como nos enseñaron y nos dijeron que debíamos ser y pensar; y, por el contrario, debemos abrazar el cambio a través de la mentalidad de crecimiento para reconocer que nuestra mente es el creador de nuestra propia realidad. «Cuando hacemos este cambio de mentalidad, el efecto transformador en nuestra vida es increíble».
Dentro de estas 6 claves que expone la autora, mi amigo el Miedo y yo, nos detuvimos en una de ellas que nos dejó como aquel emoji al que se le explota la cabeza, la cual habla sobre «el por qué deberíamos amar los errores, el esfuerzo y hasta el fracaso».
Lastimosamente, dentro del sistema educativo en el que crecí(mos), siempre estuvo mal visto cometer errores. Estaba condenada a aprender de memoria todas las teorías, ecuaciones y procesos; mientras mis profesores (des)calificaban mi aprendizaje etiquetándome de buena o mala estudiante según el número de equivocaciones que cometía en los exámenes.
Debo reconocer que pasé mi etapa escolar cometiendo error tras error, fallando en los test y reprobando materias. Estudié en un colegio religioso y uno de sus ritos consistía en ofrecer una vez al año a la Virgen María una flor, cuyo color dependía de nuestro desempeño escolar: las estudiantes excelentes ofrendaban una flor roja, y las de promedio intermedio y bajo, debíamos llevar una flor amarilla. Ni te cuento la expresión de mi madre cada vez que salía en búsqueda de mi flor amarilla.
Desde muy pequeña me enseñaron a huir del error, a temerle, a sentirme avergonzada por cometerlo y, por si fuera poco, a padecer el castigo como consecuencia de ello. Como si el error fuera un pecado.
Pese a este tipo de etiquetas y castigos por cometer errores, recuerdo con gran alegría y hasta con orgullo las últimas semanas del año en el cual nos concedían unas semanas de gracia para recuperar y aprobar los temas perdidos durante cada periodo. Fueron días en los que, junto a una compañera quien tenía la misma habilidad de cometer errores y «dejar todo para lo último», nos inventamos métodos para entender los temas, completar talleres prácticos y prepararnos para los exámenes nivelatorios porque, al fin y al cabo, habíamos reconocido nuestros errores y podíamos trabajar desde ahí para entender a profundidad las cosas y darle sentido (por fin) a todo.
Estas experiencias vienen a mi mente, cuando Boaler dice: «Los momentos en los que estamos luchando y cometiendo errores son los mejores momentos para el crecimiento del cerebro». No es por nada cuando digo que me sentí orgullosa al terminar estas semanas de nivelación; pues contra todo pronóstico, lograba aprobar las materias en un corto lapso y lo más importante, me permitía conversar con mi compañera sobre los errores cometidos, lo que pensaba de ellos por muy loco que fuera y buscar nuevas formas de solucionarlos. Sin duda alguna fueron los momentos del colegio donde más disfruté aprender.
En ese entonces no lo veía de esa forma. Fue solo cuando empecé a verme afectada constantemente por situaciones de «fracasos» acompañadas del miedo, que comencé a entender que nunca iban a dejar de estar ahí.
Entendí que no es cuestión de evadir el miedo, ni tratar de no cometer errores, sino de comprenderlos más y mejor, dejar de juzgarlos y cambiar mi percepción sobre ellos. ¿No te pasa que entre más quieres huir de algo más aparece? Es por eso que gracias a las preguntas que me hago y las respuestas que la vida me da a través de estos libros, de personas que llegan a mi vida y de las experiencias que vivo día tras día, entiendo por fin, que esto no dejará de pasar, pero si puedo cambiar mi visión y mi realidad a partir de lo que pienso de ellos.
Ahora camino de la mano junto al miedo y al error; a veces lloramos, otras veces nos reímos y hasta seguimos discutiendo, pero seguimos trabajando juntos con el ánimo de encontrar el equilibrio para seguir creciendo, aprendiendo y conviviendo en armonía y sin tanto drama.