“Es que, Paz, no sabes conectar con tus emociones”, fue una frase que dijo mi psicóloga en medio de una sesión que parecía no ir hacia ningún lado. Recuerdo que después de escuchar eso pensé en lo mucho que ella se estaba equivocando. Me sentí lastimada y hasta tuve ganas de reclamar el derecho que me había quitado al afirmar algo que yo no sentía mío. Cuando terminó la sesión, cerré mi laptop y mi ego hizo su trabajo: no volví a contactarla.
He pasado los últimos años de mi vida yendo hacia adentro, estudiando todas las ramas posibles de la psicología, leyendo todos los libros de desarrollo personal, entendiendo el trabajo que tiene cada emoción. Me la he pasado llorando y cuestionando mis heridas, he culpado a mis padres, me he reconciliado con mi historia y he seguido todos los pasos que, racionalmente, debemos seguir para sanar, curar y mirar hacia adelante. Hasta hice una maestría internacional para evolucionar de una vez por todas. Así que no podía permitirme que la psicóloga me diga tremenda mentira, no era posible ni siquiera matemáticamente hablando. No me daban los cálculos. Pero, la vida es sabia y mi psicóloga también.
Y así fue como terminé sentada en su consultorio 6 meses después, mirándola cara a cara y con un poco de vergüenza. Aún no estaba lista para enfrentar lo que ella me había dicho un tiempo atrás y quizás ni lo recordaba porque creo que mi mente bloqueó por completo esa afirmación, pero habían pasado cosas que me estaban doliendo y necesitaba descargarlas así que ahí estaba yo, ella, su cuaderno de apuntes y su mirada fija en la mía para capturarlo todo en sus notas.
Pasaron algunas sesiones después de ese regreso, todas muy profundas pero yo sentía que algo faltaba, algo no encajaba y no era responsabilidad de ella, mi corazón me decía que algo había mal en mí, había algo que no estaba soltando o quizás no estaba siendo completamente honesta con ella y, sobre todo, conmigo. No lo sabía. Hasta que en nuestra última sesión todo explotó.
Carolina hizo solo una pregunta clave, 8 palabras, un disparo al corazón: ¿Será que eso no te hace acordar a Catalina (mi hermana)? Y solo con esa pregunta me hice chiquita, de mi cuerpo salió una especie de ruido desgarrador mezclado con lágrimas, cólera, odio, rabia, dolor, desesperanza. Ella me alcanzó una almohada para apretarla y no hacerme daño en los brazos que los tenía uno encima del otro apretándolos, atrapados en el dolor. Dejé que mi cuerpo hablara por cinco minutos, dejé que saliera un llanto desesperado que estaba guardado en el fondo de mi pecho, parecía que dentro de mí había habitado un monstruo durante todo este tiempo. Y, por fin, se había liberado. Fue en ese momento que me di cuenta que ella tenía razón, no había estado conectada con mis emociones, las estaba reprimiendo por vergüenza, por hacerme la dura y también porque no estaba lista para enfrentarme a esa realidad.
Todo esto lo escribo solo como preámbulo para afirmar algo que todos deberíamos saber: ir a terapia en estos tiempos tan rápidos debería de ser un no negociable. Venimos acumulando desde que nacemos una serie de historias, heridas, macro y micro traumas, dolores, lágrimas que tenemos el derecho y deber de soltar. Si tomáramos consciencia de que llevamos en la espalda una mochila que a veces necesita descargar porque se está rompiendo con tanto peso, seríamos otras personas, este sería otro mundo y la felicidad sería algo más alcanzable.
Ojalá estemos creando un mundo en donde los padres dejen de lado el tabú detrás de la terapia, en donde los colegios enseñen la gestión emocional en lugar de solo la empresarial, en donde seamos compasivos con nosotros mismos y podamos ir hacia adentro de nuestro corazón, en donde ir al psicólogo sea más accesible y no algo inalcanzable para la mayoría de la población. Tengo más de diez años visitando a un psicólogo y estoy segura de que, aunque me falte mucho camino por recorrer, yo no sería el ser humano que soy si no hubiera sido valiente de sentarme, a mis 18 años, frente a un extraño/a para simplemente abrirle mi corazón y permitirle que con sus conocimientos lo cure, lo limpie, lo renueve y lo sostenga cuando quiera caer.