¡El arte genuino —exclamó entonces el maestro—no conoce fin ni intención!
Cuánto más obstinadamente se empeñe usted en aprender a disparar la flecha para
acertar en el blanco, tanto menos conseguirá lo primero y tanto más se alejará de lo segundo. Lo que le obstruye el camino es su voluntad demasiado
activa. Usted cree que lo que usted no haga, no se hará.

(Eugen Herrigel, 1968, pp. 49-50)

El Zen es una disciplina oriental con bases en el budismo y el taoísmo. Hoy en día se usa el término “estar Zen” con tanta banalidad que corre el riesgo de olvidarse su verdadero significado. Por lo mismo, en este ensayo sólo se citarán textos fundamentales del tema.

Para comenzar, hay que mencionar que el Zen es como el Tao en el sentido de que es tan simple, que intentar explicarlo solo lo enreda. Bien dice el versículo primero del Tao:

El tao que se puede explicar
no es el tao eterno.
El nombre que se puede nombrar
no es el nombre eterno.

El tao tiene nombre y no lo tiene.
Sin nombre, es el origen de todas las cosas (...)

(Lao-Tzu, 1999, p. 15)

De igual manera el Tao y el Zen, comparten los mismos principios, como el de la no acción, que se resume en dejar hacer al mundo, pero a su vez, no dejar nada sin hacer; ser disciplinado y a la vez no tener ninguna intención en serlo (en la cultura oriental suelen ser muy comunes juegos de palabras similares). Por otro lado, hay autores que encuentran la explicación del Zen en la manifestación de su arte, en el fruto de la acción.

(…) es posible tener una cierta visión de qué es el Zen a través de sus artes: la pintura, caligrafía, poesía. Podemos saborearlo en la taza de té, percibir su aroma en el perfume a fuego de hojas de otoño del incienso quemado en el Zendo (la sala de meditación), oírlo en el silencio del bosque, y en el sonido de un shakuhachi soplado sin ser soplado, escuchado a la distancia.

(Tao-Yuang, 2001, pp. 5-6)

Qué es el estado Zen

En el libro de Eugen Herrigel (1968) se habla de que estar en Zen, en la no intención voluntaria, es como ser un niño, es rescatar esa inocencia del hacer sin saber muy bien por qué o cómo lo hará, más bien por un acto intuitivo. El niño no sabe lo que hace, pero eso no quita la importancia de su acción.

Para comprender el tema, rescato una frase esencial que el maestro de Eugen dijo durante la hora del té, mientras el discípulo se quejaba por no poder liberar la cuerda con suavidad, porque siempre se le escapaba bruscamente. “El tiro justo en el momento justo no acaece porque usted no sabe desprenderse de sí mismo” (Eugen Herrigel, 1968, p. 49).

¿Qué quiere decir con esto? Que despojarse de la intención es mucho más que ser un ego relajado que se deja fluir, es permitir que el Todo entre en el cuerpo, y esto no es posible si este cuerpo está inundado del “yo”. El artista debe dejarse ir.

Encontrar este estado dentro de uno mismo si no se ha nacido sumergido en una cultura practicante de la filosofía, tiene dos sendas: una es encontrar un maestro, como hizo Eugen Herrigel (físico, virtual, interno o del tipo que sea), y disciplinarse día tras día con el fin de perder la intención en cualquier arte que se esté realizando, ya sea arquería, pintura, jardinería, respiración, o actuación.

La otra es la senda de la casualidad y la suerte, estar tan metido e instruido en el arte que se esté estudiando, que alguna que otra vez, sin quererlo, se entre en un trance de despojo, pero este corre el riesgo de desaparecer un día y nunca volver, porque la clave aquí siempre es la disciplina.

Me he visto en la tarea de observar a artistas en pleno desarrollo de su arte, tanto en lo personal (siendo deslumbrada por la práctica de familiares en el arte de la arquería Zen), como en lo académico, teniendo la oportunidad de tomar notas sobre los procesos creativos de ciertos actores, bajo la lupa de la filosofía asiática y de esto he podido llegar a mis propias conclusiones.

Espionaje en el teatro

En mi experiencia con los actores, mediante observaciones veladas, notas secretas y entrevistas, pude rescatar a tres de casi veinte personas, que efectivamente llegaron al estado Zen, o por lo menos que estuvieron cerca. Por sus afirmaciones, ellos no tenían idea de lo que es esta técnica de hacer sin esperar un resultado, del despojar sus acciones de la intención, algunos usaban la palabra “Zen” sin conocer su significado para referirse a estar relajados, viviendo el ahora.

Sus momentos más puros fueron dentro de una actividad que solo involucraba al cuerpo. Aquí los actores estuvieron largos minutos sumergiéndose dentro de sí mismos en ejercicios físicos que los apartaba de su comportamiento natural y debían cambiar el chip mental para hacer una representación fiel de lo que la directora les estaba pidiendo.

En las puestas en común, después de cada ejercicio o escena, ellos hablaban sobre cómo se sintieron y justamente a quienes había visto entrar en el trance de la despreocupación describieron su experiencia como “estar aquí” y también mencionaron que “actuar bien” se sentía como que “bajara dios” (no se dijo con ánimos de entrar en temas religiosos), esa fue la manera que encontraron de describir algo que está más allá de la mente y el cuerpo.

La verdadera experiencia

Me fue sencillo identificar qué sí era Zen y qué no durante mi trabajo con actores, gracias a que ya lo he visto en otras personas instruidas seriamente en el Zen. Me gustaría tener las palabras exactas para guiar a alguien en esta búsqueda y que otros también puedan identificarlo, pero como dice el Tao, si lo nombro pierde su significado, no se puede decir.

Es un faro que se prende en los ojos, una iluminación especial en la forma en la que se tensa el arco o en la que se entona la voz. Ni siquiera puedo darle un color a esa luz.

De lo que sí puedo hablar es sobre los procesos que llevan a alguien a alcanzar un estado tan puro en el que es capaz de darle al blanco en medio de la noche con la primera flecha y con la segunda, partir a la mitad a la primera.

Este aprendiz autodidacta al que me refiero, respetó los procesos de búsqueda, lectura de textos antiguos, construyó sus propios arcos sin ninguna prisa, practicaba todos los días y entre tanto, se levantaba cada mañana a las seis para meditar al menos media hora.

Construía arcos fuertes para que no le fuera fácil olvidarse del cuerpo al momento de disparar, en un intento por complicarse más el camino y de necesitar una gran cantidad de concentración para despojarse de sí mismo. No tenía miedo de ser duro en el entrenamiento, la senda de los vagos no es una opción en este caso.

Alguna conclusión

Y a todo esto, ¿alguno de los objetos de observación alcanzaron o no el estado Zen? Pues sí y no. El arquero que tuve con el que tuve la oportunidad de compartir, finalmente llegó a dar en el blanco a la mitad de la noche y también logró dar en el blanco de su interior, llegada a estados mentales de silencio y expansión poco vistos en personas que viven en sociedad, teniendo problemas mundanos.

Por otro lado, los actores quizás rozaron el blanco dentro de sí mismos en algún momento y puede que hayan sido abrazados por la sensación de pertenecer a un Todo en algún que otro ensayo, pero al no ser disciplinados, no pudieron llegar a algo estable, que se mantuviera en el tiempo.

Así que como una conclusión rápida a un tema complejo y milenario, puedo afirmar que al estado Zen, aunque sea el arte de la no intención y se pueda llegar a él por algunos momentos de casualidad, no es algo que se pueda sostener en el tiempo si no se tiene una disciplina seria y se compromete seriamente con el tema y con el cambio de paradigma mental que este requiere. Ciertas líneas de pensamiento occidentales deben dejarse de lado para avanzar.

Recomiendo leer los libros aquí citados para tener una idea más cerrada del tema, hay que estar bastante abiertos a absorber conocimientos de otros tipos de filosofías de vida en las que los objetivos de la existencia misma cambian, donde todo es camino y el destino es solo un punto en un círculo espiralado.

Bibliografía

Herrigel. Eugen, Zen en el tiro con arco, Kiers S.A, Buenos Aires, 1999.
Lao-Tzu, Tao Te Ching. Libro del Camino y de la Virtud. Mestas, Madrid, 1999.
Tao-Yuang, El Arte de los Maestros Zen. Antología, Longseller, Buenos Aires, 2001.