Si la forma se traduce como contorno, ¿tiene el muro una concepción de elemento limitante? ¿Qué sucede cuando esa pared que separa se resignifica en un símbolo cultural?

Los muros se transforman en lienzos que gritan y reflexionan, mutando hacia un instrumento de democratización artística, renaciendo con una nueva función identitaria y construyendo un fuerte arraigo en la idiosincrasia popular.

Es este concepto de identidad colectiva lo que le confiere un alto grado de importancia en el tejido social ya que es una obra comunicacional que no emerge de manera espontánea, sino que dialoga con su entorno de una manera reflexiva y convoca a un sentido de pertenencia haciendo propio un espacio comunal.

Los Antiguos

En un baile circular, desde el principio de los tiempos, el ser humano expresa en los muros su cosmovisión. Las cuevas de manos del río Pinturas declaradas patrimonio de la humanidad, ubicadas en Santa Cruz, Argentina, son un registro certero de un sistema de comunicación que convoca a la máxima expresividad humana, acá estamos, soy yo y somos nosotros.

Atender y comprender las múltiples conexiones atemporales de relación con los espacios habitados entre el arte rupestre y el muralismo como fenómeno cultural invitan a construir interrogantes sobre su relación con el espacio que habitamos, el exterior y el interior, el límite y el contorno.

Estas cuevas de manos fueron templos sagrados, su expresión primaria pareciera atender al simbolismo y a espacios conformados para los rituales. No pertenecen a espacios domésticos, sino que responden a un momento de unión colectiva.

¿Es acaso este sentido de necesidad de expresión en el espacio que compartimos, lo que nos conforma como especie? ¿Son los muros intervenidos uno de los elementos que nos conectan con las civilizaciones más antiguas?

Las manifestaciones rupestres se nos hacen presentes y tangibles como un recordatorio para atender a ese costado primario que nos une como seres humanos, la comunión social o “participación en lo común”.

El mural

Cuando hablamos del espacio público pensamos en encuentros, en esa red entrelazada voluntaria o involuntariamente donde tejemos hilos que construyen micro mundos y por ende historias, nuestro propio escenario político, cultural y social. Es aquí donde esta expresión artística cobra vida, es el espacio público lo que le confiere sentido al mural.

Existen algunas características que le otorgan al muralismo un sentido comunicacional especial, en principio su proyección conceptual, ya que se trata de una obra donde la imagen es construida con un fin determinado, un llamado a la reflexión, interpelar a quienes transitan los espacios, conferir identidad. El artista de mural expresa su modo de ver problemáticas sociales.

Otra característica es su relación con el receptor. El transeúnte se encuentra con la obra, no la busca. El entorno es primordial, elegir donde se emplazará un mural no es una decisión azarosa, la elección territorial también nos comunica su función, otorgándole aún más sentido y valor.

Posee un tiempo de lectura que se contrapone a la velocidad que proponen las actuales plataformas comunicacionales. El tiempo que le dediquemos a la observación estará pautado por nuestra disposición, alejado de algoritmos y de esa extraña moda de las pantallas en la que todo tiene que moverse.

El muralismo es una construcción colectiva, donde el artista puede proponer su juego, pero nunca jugará solo, hay una comunión entre lo que decide expresar y el sentido de pertenencia que la población le confiera (este aspecto se ve reflejado en el cuidado que la sociedad le dará a ese muro intervenido).

Muchas veces tiene cuidados y restauraciones transformándose en patrimonio. Es en este aspecto donde muchas veces el muralismo se transforma en una herramienta grafica estratégica.

El muralismo en su condición de expresión tangible honesta y verdadera se manifiesta como una respuesta al síndrome de la ventana rota. Comprender el efecto psicológico y social que emerge de estos muros intervenidos es un factor constructivo y sensible.

La teoría de la ventana rota

Esta teoría gestionada desde las ciencias sociales atiende a los aspectos de convivencia que experimentamos en sociedad.

Esta investigación formula la hipótesis sobre los estímulos visuales que experimentamos frente a las conductas de los individuos en la sociedad. Si arrojamos basura en cualquier espacio público, con el tiempo éste se convertirá en un basurero, de la misma forma que si abandonamos un auto, y rompemos sus vidrios la vandalización escalará rápidamente.

Complejizar sobre nuestra convivencia y nuestra conducta en los espacios públicos es tarea cotidiana.

¿Es el muralismo una herramienta visual que resuelve esa necesidad de rehabilitar los espacios? ¿Acaso esa rehabilitación espacial no impacta directamente en nuestras relaciones sociales, en nuestra relación con la naturaleza y con otros seres vivos?

Volver consciente el acto de “ver”

Si navegamos en aguas aristotélicas, y nos sumergimos en su concepto de potencia y acto como movimiento y cambio de la sustancia, nos acercamos a la comprensión de pensar que el muro es muro en acto, pero esta en potencia de ser, de transformarse y transformarnos.

Volver a los principios, resignificar el objeto limitante y, como un ritual pagano, conferirle al muro el sentido comunitario de unidad social puede ser lo que se esconde detrás de cada “pintada”. Salir al encuentro, observar el mural de tu barrio, resignificar su sustancia, forma parte de nuestra experiencia existencial.

Pensar en que un muro en el espacio público (que en su función primaria busca separar y crear límites) es resignificado hacia un espacio comunicacional constructivo y positivo, lo transforma en un acto irreverente y nos convoca, al igual que los Antiguos, a un hecho cultural.