Las espléndidas salas del Palacio Ducal despliegan la gran exposición personal dedicada a uno de los hijos predilectos de Urbino, articulada en seis secciones temáticas con excelentes préstamos procedentes de los principales museos italianos y extranjeros.

Se trata de una cita monográfica, que por más de cuatro meses invita a admirarse en los suntuosos espacios del Palacio Ducal de la ciudad ejemplo del Renacimiento. Comisariada por Luigi Gallo, director de la Galería Nacional de la región de Las Marcas, y por Anna María Ambrosini Massari, catedrática de la Universidad de Urbino, adonde el proyecto aporta por primera vez las obras de uno de sus ciudadanos más insignes, Federico Barocci, (1533-1612).

Pintor, extraordinario dibujante e innovador grabador, durante casi un siglo, Barocci marca la escena artística italiana y europea. A pesar de su decisión, rara en aquella época, de permanecer en su localidad natal, lejana de los grandes centros de cultura y de mecenazgo, logra imponerse con gran esfuerzo como el más admirado, solicitado y retribuído autor de pinturas sagradas en la segunda mitad del siglo XVI.

Cabe subrayar que para la ciudad ducal, Barocci siempre representó una deuda de agradecimiento porque su figura humana y artística constituye una extraordinaria importancia: con su obra concluye idealmente la gran temporada del Renacimiento urbinés, dominada por artistas del nivel de Piero della Francesca, Bramante y Rafael, ofreciendo las primicias de una pintura nueva que caracterizará la época barroca.

En esta ocasión, gracias a una serie de concesiones que llegan de los más importantes museos nacionales e internacionales, que enriquecen la colección ya tan importante de esta Galería Nacional, la exposición de corte personal, logra reunir más de 80 piezas entre pinturas y dibujos de Barocci, ilustrando todas las fases de su larga trayectoria.

Novedoso se presenta el recorrido de este maestro, que sigue un orden temático, con la intención de profundizar la peculiaridad de su producción incrustándola en el contexto del elevado arte de los siglos XVI y XVII.

Por primera vez en Urbino una amplia muestra monográfica ilustra la obra de uno de los máximos pintores italianos: Federico Barocci. La inusual opción del artista de quedarse en la ciudad natal, incluso habiendo conocido los mayores centros del arte italiano y, en particular, Roma, no le impidió volverse famosísimo y obtener importantes encargos de toda Italia y otros más. Distribuida en apartados temáticos, la exposición exhibe extraordinarias obras maestras cedidas por museos de todo el mundo y completada por un amplio enfoque de dibujos del artista, que demuestran el largo y esmerado estudio, que precedía la realización de cada uno de sus trabajos. Además es significativo que en el año en que a Pésaro se le asigna la capitalidad italiana de la Cultura, la vecina Urbino sea protagonista con este evento, proponiendo una cita dedicada a uno de sus hijos más ilustres. En nombre de Federico Barocci, el Palacio Ducal ha organizado un amplio proyecto cultural con el fin de narrar su historia, única por la variedad e importancia de un patrimonio artístico que, bajo el patrocinio del Ministerio de la Cultura, se nos pide transmitirlo a las generaciones futuras.

(Luigi Gallo)

Son seis los núcleos narrativos, siguiendo un ordenamiento que los vinculan en una sucesión temporal de la obra de Barocci a una presentación diacrónica, preparada según los diversos temas de su pintura.

En la primera sala se da cuenta del contexto cultural donde se forma y trabaja el autor, valiéndose del Autorretrato juvenil y Autorretrato senil, los retratos de los personajes más representativos de la corte y de su principal cliente, el duque Francesco Maria II Della Rovere, junto con la magnífica pintura ‘La Virgen de la gata’, realizada para el Duque.

La segunda afronta el tema de la composición de los grandes retablos ejecutados con nuevos efectos nocturnos, que revolucionan la tradición del XVI con los inéditos resplandores cromáticos que completan algunas obras maestras como el majestuoso ‘Descendimiento’, ‘la Virgen de San Simone’ de la misma Galería o los dos trabajos romanos para la ‘Visitación’ en la Iglesia Nuova, que vuelve por primera vez a Urbino desde su salida así como la ‘Institución de la Eucaristía’.

Pasando a la tercera, se admira el tema de los afectos, de la naturaleza y de las emociones con las pinturas de pequeño tamaño para la devoción privada donde se evidencian los razonamientos de Barocci en las íntimas relaciones entre los personajes y sendos vínculos con una naturaleza empapada de sentimiento. Se presenta los magníficos ‘Cristo aparece a la Magdalena’ y la ‘Virgen de las cerezas’ cuyo dulcísimo paisaje primaveral acoge la representación del amor familiar. La ‘Sagrada Familia del gato’, la ‘Virgen de San Juan’, la ‘Natividad’ del Prado además de los excelentes ‘San Jerónimo penitente’ y ‘San Francisco’, personajes en un paisaje conmovedor.

Mientras la cuarta está dedicada a la gráfica de Barocci, con una significativa selección de dibujos, cartones y grabados procedentes de las mayores colecciones nacionales e internacionales.

Por su parte, en la quinta se observan las composiciones de su fase preparatoria para el acabado de la obra, como la de la ‘Anunciación’ a la extraordinaria ‘Fuga de Eneas de Troya’ y finalmente el ‘Descendimiento de Senigallia’, ladeado de su boceto preliminar.

Por último, en la sexta se presentan los últimos trabajos del pintor que se remontan al primer decenio del siglo XVII, en los que el cromatismo emana pura emoción, anticipando algunas otras soluciones que contra-distinguen el arte barroco.

La producción de Barocci sigue en la segunda planta donde el Palacio Ducal se enorgullece de aunar las obras más consistentes de su serie sagrada: la ‘Inmaculada Concepción’, ‘San Francisco recibe los estigmas’ además de la ‘Virgen con el Niño en la gloria con San Juan Bautista y San Francisco’ así como el ‘Ecce Homo’ ultimada por su alumno Ventura Mazza.

En fin, un catálogo expositivo, considerado un hito en la obra del autor, que merece ser visitado para admirar toda su maestría.