Incluyo deliberadamente pasajes autorreferenciales de mi formación como crítico de arte para informar de cómo llego a formarme una opinión.
Interesa —para este artículo— observar la naturaleza de las motivaciones y el carácter del proceso para la escritura de crítica de arte, en la cual me veo involucrado, razón para referir al término “autorreferencialidad”. Aunque empecé a publicar algunos apuntes antes de 1985, cuando regresé de mis estudios en Roma y Urbino, Italia, los colegas artistas me encargaban textos de presentación de sus obras para publicar en brochures, catálogos, revistas y periódicos. Dirigí la revista Módulo, del Instituto Tecnológico de Costa Rica, Escuela de Diseño Industrial, entre 1985 y 1990, con secciones como Módulo-Encuentro, para lo cual entrevisté a maestros del arte nacional como Felo García, Francisco Ameghetti, Lola Fernández, Grace Herrera Amigherri, José Luis López, Pedro Arrieta, entre otros intelectuales de la cultura costarricense.
Pero mi primer comentario crítico propiamente dicho fue para la muestra de grabados “Berliner Suite”, en el Instituto Goethe de San José, en la primera parte de los noventa, en la cual Virginia Pérez-Ratton exponía una colección de aguafuertes, considerando las implicaciones políticas y sociales que condujeron a la caída del muro de Berlín y la distensión en el eje este-oeste de la Guerra Fría, además de la memoria de la urbe tan colapsada por la actual violencia. Que a Virginia le interesara ese texto, tan liminar en mi experiencia de “presentador” de exposiciones, motivó el sostén de mis pensamientos, análisis e introspecciones acerca del arte que apreciaba y que era de mi agrado, pués aún afirmo que en una muestra que no me guste no encuentro aliciente para manifestar una sola palabra.
Caracteres en mi formación
En el Instituto Superior para la Industria Artística de Urbino, además de formarme como diseñador gráfico con maestros como Alfred Hohenegger, Michele Provincialli, Piero Sanchini, asistí a seminarios acerca del libro Guía a la Semiótica (1975), de Ediggio Mucci, y otros con semiólogos de la escuela de Bologna, bagaje teórico determinante para sazonar mis reflexiones críticas y aprender de disciplinas pertinentes al estudio de las obras de arte y sus interpretaciones, como la hermenéutica, epistemología y rama filosófica, además de la teoría de la comunicación, los lenguajes verbales, no verbales y demás resquicios de la lingüística, pero útiles al afinar mis discursos y pensamiento crítico.
En 1994, al inaugurarse el Museo de Arte y Diseño Contemporáneo (MADC), se me invitó a formar parte del equipo de curaduría, jefeado por Rolando Castellón, quien recién regresaba de sus experiencias en la costa oeste de Estados Unidos (curador de arte latinoamericano del SFMOMA) y otros espacios de circulación del arte de aquellos años, con quien desde esos liminares hicimos yunta, y aún empujamos la carreta ad honorem, curando muestras desde 2012, como la serie “Mayinca, Conclusiones Actuales para el Arte Originario”, entre otras propuestas de arte de corte descolonizador.
Además de ser el primer curador de diseño que tuvo el MADC, fui responsable del Centro de Documentación e Investigación, creando la revista Fanal (18 ediciones), con entrevistas, entre otros, al crítico de arte cubano Gerardo Mosquera; a Katherin David, curadora de la XII Dokumenta de Kassel, Alemania; a Thomas Ybarra-Frausto, curador de arte latinoamericano de la Fundación Rockefeller de Nueva York. Ahí conocí a Luis Camnitzer, Carlos Capelán, Enrique Chagoya, entre muchos otros, en su mayoría expositores en el museo.
Escribía notas para la revista Fanal acerca de las distintas muestras, como “Mesótica I The America Non Representativa” (1995), entrevistando al curador argentino-neoyorquino Carlos Basualdo y artistas participantes; también “InstaloMesóTica” (1997), con artistas de todo el mundo. Me tocó curar el montaje en Roma, y meses después en Turín, de “Mesótica II Centroamérica re generación”, con una veintena de artistas contemporáneos de la región.
En esos tiempos elaboré textos de arte y diseño contemporáneo para el suplemento Áncora de La Nación, la revista Escena de las Artes, de la UCR, La Hoja Filosófica, de la Escuela de Filosofía de la UNA, entre otros, y empecé a colaborar de manera asidua para la revista española Experimenta.es. Desde 2017, la revista Meer Internacional, publica un artículo mensual de unas 2 mil palabras acerca del arte contemporáneo regional, en particular centroamericano, pero a veces abordo otras perspectivas, siempre de la cultura, para provocar puntos de inflexión sobre diversos tópicos que me interesan.
La experiencia autorreferencial
Leyendo una presentación del curador Miguel Ángel López, del nuevo libro Todas las vidas, de Tamara Díaz-Bringas (La Habana 1973-Madrid 2022), quien trabajó para Teorética organizando “Temas Centrales 2000” y cooperando junto con Virginia Pérez-Ratton en “Estrecho Dudoso 2006”, me ancla el siguiente párrafo: “Al escribir sobre arte a veces es difícil marcar una frontera y saber si escribimos sobre otros o si es siempre sobre nosotros mismos” (López, M. post en Facebook, marzo 2024).
Acudo a esta motivante pues, como adelanté, considero que esa cala de experiencias durante mi formación en Italia, visitas a museos en Japón, Europa, Estados Unidos y América Latina, fueron experiencias formativas que brindan distancia, que hoy me ayudan a conceptualizar y afinar el juicio crítico sustentando nuestro pensamiento no lineal y divergente. En uno de los más recientes textos que publiqué en L´Hoxa InternationART, una revista en línea editada por un grupo de artistas y críticos californianos y centroamericanos, conocí la pintura de un joven talento que me impresionó. Por esta razón me interesó acercarme a su ámbito de producción.
El texto que menciono repasa la muestra del joven Jesús Mejía, ganador del Premio Nacional Francisco Amighetti, categoría Bidimensional 2023, que otorga el Ministerio de Cultura de Costa Rica, por la muestra titulada “Liturgia”, en la Galería Talentum de la capital, San José. Pero más que un cuestionamiento a los rituales religiosos, este artista nacido en 1999 evoca los pasos de situaciones adversas vividas por mujeres, niñas, niños, jóvenes, hasta adultos mayores que reciben maltrato físico y psicológico, violencia que aqueja a la sociedad dejando dolorosas heridas y compungida a la población que escucha las noticias.
Al apreciar las fotografías en un catálogo que me facilitó el artista, de inmediato sentí la urgente necesidad de revivir alguna experiencia personal con ese abordaje en la pintura y referentes, que me motivaron a entrar en aquel túnel oscuro de la memoria e interpretación. Sobre todo de algo que refería a los ritos en que se ven conmovidas las personas después de un acto inusual en la vida diaria, como una violación, un asesinato u otras oscuridades de la maledicencia humana.
Mejía y Caravaggio
El principal referente que vislumbré al investigar la obra del joven Mejía era la pintura de Michelangelo Merisi da Caravaggio, aquel pintor maldito de la Roma papal, y uno de los artistas, en este caso del barroco romano, que he seguido desde hace tantos años. Durante mis estudios en la capital italiana me eran muy cercanas importantes obras, como el “San Giovanni adolescente”, en el Museo Capitolino Romano; las ubicadas en la basílica Santa María del Popolo, entre muchas más; pero me eran significativas las ubicadas en las capillas laterales de San Luigi dei Francesi, “El martirio de San Mateo”, en pleno centro, cercana a la Piazza Navona y el Pantheon de Agrippa. Mi experiencia formativa la tenía en un estudio de arquitectura ubicado no muy lejos, en el Trastevere, al lado de Regina Coelis.
Viajé en una de esas oportunidades a gran distancia, hasta la región Marche, pues el museo maceratese tenía una obra de este pintor, y al entrar a la recepción y dar una ojeada preliminar me topé con el cuadro de Caravaggio que me dejó eclipsado. Creo que en esa visita no vi nada más, a pesar de la colección de importantes pintores del Medievo, la pintura gótica, Renacimiento y manierismo.
Esto explica el significado de la mirada autorreferencial, al intentar interpretar las obras de un artista de este tiempo, pues desencadena circunstancias motivacionales en concomitancia de factores para desarrollar un texto en el cual me veo a mí mismo involucrado. Tiñe de emocional al pensamiento crítico, sea quien fuere el artista, pero en este caso del joven herediano Mejía, el abordaje de lo ceremonial y la violencia. Tales circunstancias, estilo de conexión o diálogos entre el espectador y los personales pintados, son y serán siempre signos influyentes para asimilar o subvertir esas pulsiones con que nos deleita la obra artística y se amarran a nuestras experiencias e intereses personales.
Para aclararlo, explico que es importante verse sumido en la experiencia de interpretar el arte, a la par del artista, sentir nuestros jadeos o agitación respiratoria de la emoción que emerge, como dice el doctor Daniel Goleman en su libro Inteligencia emocional (2000), son experiencias que emergen de lo más profundo de nuestro sistema sensitivo:
Quienes tienen una sintonía natural con la voz de su corazón —el lenguaje de la emoción— están seguros de ser más expertos en la articulación de sus mensajes...
(Goleman 2000. p. 57)
Volviendo a la muestra en Talentum del joven Mejía, me sirvió además para comentar los significados, precisamente una parte del ritual y la liturgia que me liga a un paralelismo como en la “Lectio Divina”, una de las zonas del ceremonial más significativas en tanto se lee, reflexiona sobre lo leído, interioriza para sí mismos y luego comparte con quienes asisten al rito. Así como la acción que se propone aplicar lo aprendido, y que tiene que ver con la hermenéutica, disciplina filosófica que ayuda a extraer significados de las palabras y los textos y, en el caso del arte, de lo pintado. Esa estimulación emocional me ayuda también al esbozar lo que quiero comentar o a internarme en el texto crítico.
El detonante, que ofrece herramientas para la motivación, está marcado por la experiencia de permanecer analizando en el sitio la conversión y el martirio de San Mateo, ahí en San Luigi dei Francesi. Los templos donde se encuentran pinturas famosas, generalmente se mantienen en penumbra, hasta que llegue un turista y active el sistema de iluminación: con una moneda se hace la luz. En mi situación de becado que no recibía ninguna ayuda de mi país, no me podía permitir estar echando monedas en la alcancía del alumbrado.
Cuando llegaban los turistas, gringos, alemanes, orientales, árabes, las pinturas se encendían, pues entre todos echaban muchas monedas y al salir se apagaban. Yo permanecía de nuevo en las sombras, tiempo para analizar y reflexionar, pero lo más importante, quizás, fue el significado que fluía en mi conciencia y comprensión de estar en la oscuridad en espera de alcanzar la luz. Y acá se devela otra vivencia del mismo carácter emocional:
Los seres humanos con nuestras actuaciones arrojamos sombras (Jung), y trascendía que Caravaggio por medio de espejos transportaba la luz exterior, la luz de la calle, con el significado que puede tener la “calle” y que la dejemos penetrar a nuestras interioridades, es fuerte. Marca una paradoja, como la de la mano de Escher de circa 1948, que se dibuja a sí mismo. Lo decía de otra manera el sociólogo A. Mitscherlich, en el Fetiche Urbano (1968), que nosotros hacemos la ciudad, y esta al ser de materia dura nos hace a nosotros mismos, por lo tanto depende de nuestra grandilocuencia o testarudez.
Lo apreciado en la pintura del joven costarricense Mejía, como parangón de esa luz que proyecta Caravaggio para esclarecer las sombras interiores, es un discurso en suma importante, no solo para la espiritualidad, sino para el arte. Los signos de aquella pintura no están en la luz amarillenta del manierismo, fundamental en el manejo de la técnica del óleo. La referencia a los signos, y es lo que relaciono de la pintura de Jesús Mejía, está en las sombras que arrojamos los humanos y que malean la vida, la sociedad, las heridas imborrables, sobre todo para las personas menores al ser violentadas por energúmenos sociales que siempre los hay en todos lados y habrá siempre.
La vida está cundida de sombras. A diario escuchamos noticias no solo de violencia contra la niñez y la mujer, sino en lo social, como la conflagración que ocurre hoy en la Franja de Gaza, y que afecta a los más desposeídos, como son los menores, mujeres y adultos mayores. Esa violencia subsiste en la misma comunicación y manera de informar, que llamamos amarillismo, es demasiado violenta y nos hiere con tanta tensión, provocación, amenaza tanto como las bombas y el armamento bélico.
Pero también son insumos para entablar un discurso visual, estético, como el que entabla Mejía, que conmueve la conciencia crítica, y de una u otra forma buscar el lado amable para decirlo, y que no agregue mayor desesperanza y actitudes nocivas, que ya tenemos tantas. Eso es lo que llamo llevar las sombras de la calle a nuestros espacios de intimidad.