Había una vez un joven, que venía de los territorios costeros del norte del Perú, justo en la frontera con Ecuador, venía del pueblo de Chiclayo, en la región de Lambayeque. Había venido de lejos llevando sobre los hombros su universo onírico, lleno de aquellos sueños que le habían cruzado en su tierra, cuando se refugió en su jardín interior para explorar las plantas, las flores y los capullos del mundo antiguo. Juan Carlos Ñañake Torres vivió en un hiperuranio encantado observando mitos, ritos y símbolos que vertió en el lienzo simplemente sumergiendo el pincel en su colorido cosmos. Si alguien le hubiera preguntado de qué color era para él la Madre Tierra rodeada, la que prefería llamar Pachamama en lengua quechua, habría respondido:

Tiene todos los colores de la esperanza, todos los colores de la paz y todos los colores que queremos atribuirle cuidándola.

(Juan Carlos Ñañake)

Y si tienes curiosidad por ver sus obras, las partes poéticas de su mente, podrás admirarlas en las numerosas exposiciones que ha realizado en todo el mundo.

Si te adentras en la caverna de las galerías que albergan sus pinturas, te sorprenderás con sus obras, coloridas, cautivadoras, apasionantes, por «su paleta de colores fríos contrastados con acentos de colores vibrantes» y que te guiarán hacia un mágico espacio situado a caballo entre el tiempo atemporal de los orígenes y nuestra era contemporánea, en una incesante discusión cercana, hecha de equilibrio y armonía, entre líneas y curvas dinámicas y pinceladas enérgicas, entre el rojo ardiente del fuego y las tonalidades de azul, azul claro y amarillo. Sus lienzos recuerdan también «la pintura expresionista de principios del siglo XX en Europa en una visión futurista» (que alguien ha acercado a la concepción futurista de Mario Sironi), a sus oscuros reflejos interiores, quizás por las composiciones de tonos vivos y por el inconfundible código estilístico volumétrico.

Ñañake quiso centrar su atención en el universo femenino, en la tremenda fuerza que tiene la mujer a partir de su mirada, ya sea una guerrera, una feminidad que celebra la amistad, la relación de pareja, la pasión de los amantes. Es un femenino ancestral que emerge en las figuras de contornos geométricos, simplificados por el símbolo, por los gestos comunes de un pasado arcaico, grabados en el alma universal del pueblo latinoamericano.

En un cuadro flamígero, las dos mujeres sumergidas en el color rojo parecen emerger del lienzo para contarnos la esencia de su "amistad" silenciosa, de su acogida maternal, de la belleza envolvente de su pura sensualidad.

(Lelis Benjamín Rebolledo Herrera)

Y el amor se expresa en su máxima potencia: solemos prometer al amante elevarlo hacia las estrellas, mientras nuestro artista representa un amor tan grande que puede incluso bajar las estrellas por su propia mujer, él no se eleva hacia la bóveda celestial, la conduce hacia ella, la hace descender al alma, la guía hacia ese equilibrio incesantemente buscado por quienes se aman y que sólo puede encontrarse en el espacio de lo sagrado.

Y así parecen ser las imágenes de Ñañake, figuras extrapoladas del universo sagrado de los orígenes, que recuerdan el arquetipo tópico de las hierogamias (de ἱερὸς γάμος, hieros gámos, boda sagrada): aparecen en realidad como narraciones del matrimonio entre dos principales divinidades que simbolizan el fundamento de un orden cósmico.

El hombre se une naturalmente al aspecto femenino, totalmente inmerso en su misión masculina que protege y respeta a su diosa, su novia interior, la otra mitad de su reino. El suave pincel de Ñañake une almas, favorece el diálogo intercultural entre los pueblos, entre espíritus afines, entre los polos masculino y femenino, entre las fuerzas del cosmos. El suyo es un discurso de paz que se dirige a todos nosotros, hombres del mundo contemporáneo, aniquilados por los conflictos y las guerras, por los mensajes divisorios, por el odio y los miedos, por las prisas y la pérdida de valores.

El artista restablece la importancia de los valores, de la esencia de todo ser humano, capaz de llevar con su presencia fuerte y decidida, un mensaje de paz y amor.

En Roma, la última exposición (Alma Latina - mayo 2024) fue muy anhelada por la curadora Sylvia Irrazabal, que siempre ha utilizado la difusión del arte contemporáneo como puente entre Europa y América Latina, comprometiéndose a proponer el talento de artistas innovadores que vivieron al otro lado del Atlántico, convencida de que las múltiples expresiones del arte son «una de las herramientas más eficaces para el diálogo intercultural que une a los pueblos en un espíritu de paz y comprensión mutua».

Y en esta exposición “Alma Latina”, Irrazabal sostiene que en el artista vemos que:

Su mensaje sobre el enigma femenino es fuerte y central: una mujer idealizada, hierática, emancipada, protagonista de la modernidad y al mismo tiempo, una mujer arquetípica. Un mundo de arquetipos donde la figura femenina reina y representa un motivo constante en sus creaciones artísticas universales como en ésta en la que nos ofrece un conjunto de obras donde la mujer es la principal protagonista, que se alimenta de mitos y leyendas, profundos relatos en una fusión entre lo ancestral precolombino y lo social contemporáneo».

(Sylvia Irrazabal)

Y la mujer es también una niña, todavía capaz de jugar con su animal interior, con su osito de peluche que simboliza su esencia misma, como en el bello cuadro en el que una niña de aspecto primitivo, rodeada de flores, luce su collar de marfil, vestido con los colores de la tierra y rodeado de los matices acogedores y maternales de una naturaleza.

Es bien sabido que las pinturas representan el mayor símbolo de un pueblo, el lugar imaginario donde todos los artistas crean un mundo nuevo, prolongando el tiempo y aumentando el espacio que otorga la realidad. Bajo el color de una misma mirada tejen hilos y encienden luces, creando ideas y visiones luminosas y pintando de colores vivos la aburrida rutina diaria. Ñañake, por su parte, acoge:

...lo primitivo y lo terrígeno como esencia perdurable de la contemporaneidad en esta grandeza simbólica, porque construyó todos los pilares de su obra con predominio de los grandes contrastes y como un viaje a lo más profundo de los orígenes.

(Lelis Benjamín Rebolledo Herrera)

En sus obras palpitantes de etnicidad, recoge toda:

...la sabiduría ancestral de su pueblo y la moldea con el barro y las raíces de su ser inmerso en todos los horizontes,

(Lelis Benjamín Rebolledo Herrera)

...transmutando esta esencia a través del mosaico abigarrado de sus colores y componiendo su firmamento estrellado lleno de símbolos:

...míticos, quiméricos, oníricos.

(Lelis Benjamín Rebolledo Herrera)

Sus rostros idílicos, elegantes y desenfadados nacen en este Big Bang, grabados en la carne de siglos y milenios, atestiguando que la belleza de los antepasados se infunde en los lienzos para socavar los mecanismos inútiles de nuestra insultante y evidente modernidad. Son los dioses que se rebelan y nos muestran un camino de despertar a una existencia intensa, pacífica, llena de armonía y poesía.

Porque:

Contemplar la obra del Maestro es adentrarse en el nacimiento de la epifanía aborigen, es acceder a un ritual de imágenes esenciales que son los rostros de una cultura que se transforma en el lienzo. Una visión que sigue los viajes de un alma, que descifra y se sumerge en el enigma de este tiempo hacia la memoria visual de un pueblo que resiste en sus valores y riquezas, en este ardiente universo estético.

(Lelis Benjamín Rebolledo Herrera)

Es el mensajero telúrico de la resistencia cultural de su pueblo que no tolera ningún tipo de sometimiento, de hecho es toda la cultura precolombina y en particular la herencia mochica la que se erige revolucionaria en su labor contra la esclavitud colonial y el aniquilamiento de su propia sabiduría ancestral.

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Juan Carlos Ñañake Torres

Las pinturas de Ñañake están presentes en museos y colecciones privadas de todo el mundo. En Perú como en Argentina, España, Rumania, Alemania, Estados Unidos de América, Japón, Italia, Bolivia, Brasil, Panamá, Canadá, Inglaterra, Ecuador, Colombia. Y también es creador y ejecutor de grandes murales como el Mural de Arte Concreto, de 2000 m2, en el Paseo Yortuque de Chiclayo.