Detrás de una antigua puerta de madera, robusta, restaurada y pintada de negro, está Paula, directora creativa, artista y diseñadora de interiores, que abrirá paso a su casa para que antes de darnos cuenta, crucemos un portal a otro sitio.
Sobre la puerta, un cartel enmarca "FEO", pero podemos leer entre líneas un verdadero "Pare, mire y escuche", y con la fuerza de un tren, todo lo que pasa allí adentro demandará un momento de atención antes de avanzar.
Ella es Paula la Fea, el único rótulo que decide llevar y aceptar, que ella misma se puso y que ha construido a lo largo de los años y en diferentes formatos, a veces hablando en conferencias, a veces por medio de su personaje seudónimo, el gordo Ronald.
Ha luchado contra los rótulos desde niña, desde ser la alumna difícil hasta ser obligada a postularse a un certamen de belleza de adolescentes, la reina de la primavera.
—Vos sos linda, por eso debes ser tonta.
—No quiero ser tonta, entonces soy la fea.
Cuenta de una conversación en su adolescencia que comenzaba a articular su expresión.
Paula creció en una familia ensamblada y de muchos contrastes. Hija de una campeona de fisicoculturismo y un médico, separados y viviendo en diferentes provincias (Jujuy y Salta, en Argentina) con años de secundaria con presupuestos acotados, y luego vacaciones de verano en Disney. En un colegio público pero céntrico, cargado de tradiciones y estereotipos de alumnas.
Era tímida en su vida pública, muy delgada, anoréxica en un punto diría ella, y sus compañeras la molestaban, era insegura. Aun así, no llevaba sus problemas a casa, ella y sus hermanas acostumbraron arreglarse solas por temor a lo que podía pasar si contaban situaciones de golpes, bullying y acoso en su casa.
Su canalización era el arte: hábil innata con las manos, manos muy pequeñas y delicadas, más cercanas a las de una niña que las de una adulta, le permitían dibujar, modelar, esculpir, tallar, coser y hasta peinarse muy detalladamente.
—El día que me di cuenta de que estas eran herramientas —mira sus manos como cautivada—, decidí que no sería nunca una secretaria. El día que vendí mi primer par de aros hechos a mano me dije: esto no tiene techo.
A lo largo de los siguientes años, hacía obras cada vez más sofisticadas. Cuadros, esculturas, maquetas. Pero siempre de manera privada, sólo su selecto entorno sabía de su arte.
Segunda hermana mayor, acompañó mucho a sus dos hermanas menores, a quienes les inventaba historias mientras simulaba leerlas de un libro. Les construía casas completas de cartón para las muñecas cuando no podían comprar el castillo de Barbie. Con esto disfrazaba la situación de casa.
Desde que era chica, lo que para su entorno era feo, para ella era lindo. Combinaciones de colores, ropa, peinados, arreglos. Ahí comenzó a cuestionarse lo que se cataloga como belleza. ¿Qué era aquello que definía lo feo y lo lindo? Comenzó a esculpir su identidad en esta crisis, entre el rechazo y el estilo propio.
—Un día me cansé de ser porra, y descubrí mi intelectualidad.
—¿Y cómo fue ese momento?
—Siempre me decían, a Paulita le cuesta, no daba dos mangos por vos. No estudié arquitectura porque me rotularon de mala en Matemáticas. Un día me cansé, llegué a casa y agarré un libro de química de mi mamá, que estudiaba obstetricia, lo leí a mi manera, empecé a investigar y relacionar cosas, construí mi propio método.
A la semana siguiente, levantó la mano en la clase de química, por primera vez en toda su secundaria, desde el fondo rebelde del aula.
—Politetrafluoretileno.
Todos voltearon con desconfianza.
—Sí, ¿Paula? —Sorprendido el profesor, pasó a la siguiente fórmula, y nuevamente ella levantó la mano.
Había comprendido la estructura de aquellas complejas fórmulas de manera autodidacta, como muchas de las cosas que hoy hace.
Cerca de fin de curso, ya sabía que podía entender lo que quisiera y aprobar las materias con un poco de esfuerzo.
Tuvo la opción de elegir la orientación en dibujo y plástica en la escuela, pero optó por la orientación en música, cantaba en el coro de la iglesia, al día de hoy es agnóstica. Nunca tuvo una clase de dibujo, nunca pudieron pagarle a un profesor particular, siempre lo hizo sola. Hoy ríe mientras lo recuerda.
Al profesor de dibujo lo conocía porque era del otro curso, algunas amigas le hablaron de él.
Un día de su último año, hizo lo que nunca antes, llevó su cuaderno de dibujo a la escuela. Tomando aire sacó su cuaderno de su pecho como quién se desprende una parte de sí, y le dijo:
—Mire, yo hago esto.
…
—Esto es increíble, tenés que hacer una exposición.
El profesor quedó impactado con aquellos dibujos y la alentó a dibujar piezas más grandes. Le insistió en que hiciera una muestra y Paula se convenció de su arte.
Juntos organizaron una exposición de sus obras. En plena organización, sus otros profesores empezaron a advertir que Paula no estaba, cuando estaba presente en clase, su mente estaba en la obra, otras veces ni siquiera asistía. Ella ya había demostrado ser capaz de pasar las materias, pero su atención estaba en otra parte.
—Paula, si no te preparás te llevás las materias a diciembre.
—Pongame la nota que me tenga que poner, ni siquiera voy a venir a rendir, tengo mi primera exposición.
Casi todos los años rendía materias, para ella era lo normal, ni siquiera entendía qué significaba llevarse materias. Sus hermanas eran todas abanderadas, y le decían que se pasaría el verano estudiando, a ella no le importaba.
A partir de ahí todo fue diferente. Se mudó a Salta y estudió Diseño de Interiores, cada día era más brillante como alumna.
Al finalizar un año de cursado, se presentó a rendir y le advirtieron que estaba atrasada con el pago de las cuotas, su papá no había podido pagar los últimos meses.
—Por favor, déjeme rendir y guardeme la nota, yo voy a pagar.
Nueva crisis, nuevo rumbo. Confiada de su arte comenzó a vender sus obras, pudo pagar las cuotas, luego reinvertir la ganancia en materiales y hasta viajar de mochilera.
Después de recibirse de diseñadora de interiores a los veinte años, dio clases durante quince años en la universidad. Hasta que se cansó de que limiten su trabajo, diferencias ideológicas con las autoridades y los bajos salarios docentes en contraste con el precio de las cuotas de alumnos hicieron que poco a poco se vea desgastada, hasta que fue insostenible y renunció.
Mientras, creó su primer espacio de arte independiente, TICPIC. Una casona grande que literalmente se caía a pedazos, no contaba ni con conexión de gas. Allí se alojaron muchos de la movida bohemia de la ciudad de Salta, que pagaba su estadía con talleres, muestras y conciertos. La casa funcionaba a la vez de taller de arte y dormían entre maquetas y materiales. Cada tanto vendían empanadas para pagar las cuentas.
—La vida me corre. Mi vida es finita y mis ambiciones son infinitas.
Recién después de mucho tiempo vio en esto la empresa, la visión de proyectar algo más grande. Invertir lo ganado en nuevas obras, instalar y construir ya ni siquiera un interior si no una casa completa.
Luego de trabajar diecisiete años en la creación de mundo FEO, en diferentes formatos de obra y conceptos estilísticos, celebraron el aniversario y la trayectoria con la apertura de casa FEO. Su obra integral, su segundo seudónimo hecho obra. Una casa céntrica de la ciudad de Salta, remodelada, diseñada hasta el más mínimo detalle. Contiene una galería de arte y diseño itinerante abierta al público, un estudio de diseño completo capaz de albergar reuniones con grandes equipos, y también una sala de muestras de materiales y equipamientos para interiorismo.
Tal fue el grado de ambición con la obra, que no sólo supervisó la construcción e instalación de cada equipamiento, si no que estuvo cada día, incluso los domingos, sola, sacando escombros y puliendo detalles.
El estudio ya contó con varios empleados, permanentes y luego remotos, hoy por hoy trabajan con ella dos de sus hermanas, su pareja, y su ahora socia y mano derecha.
Allí convergen muchas ideas de Paula, que logró un espacio abierto a las posibilidades de creación y una atracción por lo diferente, es la adulta que no ha dejado de jugar y eso es visible en su obra y en su maternidad con su hijo Ray, que participa en el diseño de personajes y espacios.
—Este proyecto sanó mis heridas. Estoy agradecida de pasar todo lo que pase y haber tenido la lucidez para ver las cosas más allá.
Casa FEO tiene fecha de cierre, o más bien de traslado. El trabajo empezó a abrir puertas en otras latitudes y los FEOS, ella y Ronald están proyectando cruzarlas.
—Fue un proceso llegar hasta acá, expresarme como soy, creer lo que soy, sacarme los rótulos, soltar la panza, como Ronald.
Su personaje Ronald, su superhéroe, a veces vestido de Superman con su capa toda enredada, a veces de crocs, de entrecasa, es un desdoblamiento de su personalidad liberada, materializado en un art toy, que nos invita a dejar de esconder la panza, soltar el aire de una vez y abrazar nuestro cuerpo, nuestra personalidad en su luz y oscuridad, a dejar de juzgar, y querernos FEOS, dispositivos de libertad.