Se llamaba Enrique Cornejo Tapia pero era más conocido como Penike, el seudónimo con que firmaba sus dibujos desde que comenzó ilustrando cuentos infantiles en la revista El Peneca hasta su despedida de este mundo allá por 1985, tres años después de la edición de su álbum Los clásicos de Gardel que emocionó al mismísimo rey Juan Carlos de Borbón de España.

Penike fue un personaje singular del periodismo y el arte en Chile. Lo conocí en 1967 en mis inicios profesionales como estudiante en práctica del diario El Siglo, donde él laboraba de diagramador y dibujante. Personaje pintoresco, más bien menudo, siempre de traje, peinado a la gomina y con lentes de grueso marco. Ágil de las manos en los trazos precisos de sus lápices y pinceles. Ágil también de los pies en tanto consumado bailarín tanguero.

En esa época ya había retornado de ocho años vividos en Buenos Aires, donde asimiló para siempre el acento porteño y la creatividad en el lenguaje. A los jovencitos que llegamos al diario nos bautizó como “pendorchos” y más de alguna vez lo acompañamos al boliche de don Justo, a dos cuadras de la redacción de El Siglo, para escuchar sus anécdotas mientras bebíamos una “champañeta”, un cóctel de su invención de vino blanco mezclado con ginger ale.

En una suerte de lunfardo afrancesado, una de sus frases favoritas para despedirse era “Le potí vasé”, o sea “El tipo se va”. Y nos arrancaba carcajadas cuando explicaba que caracol era el peor insulto que podía propinársele a un hombre. “Es que el caracol es baboso, conchudo, rastrero, cornudo y hermafrodita...” Claro, eran años previos al lenguaje políticamente correcto y Penike graficaba su “teoría” incluyendo a menudo caracoles en los bordes de sus viñetas.

Fue toda su vida un hombre de izquierda, con una consecuencia que incluso se sobreponía a las rencillas dogmáticas de aquellos años. Así, podía aparecer trabajando en El Siglo, órgano oficial del ortodoxo Partido Comunista de Chile, y también fungir de jefe de arte de la revista Punto Final, órgano identificado con el castrismo, afín al MIR (Movimiento de Izquierda Revolucionaria).

La izquierda era para él su marca de nacimiento: “Mi padre era administrador de una imprenta, anarquista, un viejo muy andariego. Antifascista por excelencia. Mis días de infancia, recuerdo, transcurrieron bajo el gobierno de don Arturo Alessandri (1920-1925), cuando se perseguía a los anarcos. Le cerraban las puertas del trabajo, y el viejo se defendía editando el diario Rojo y Negro en las prensas de un asilo de viejitos, allá en Valparaíso, mi ciudad natal”.

La cita corresponde a Caricaturas de ayer y hoy, un libro de semblanzas de dibujantes populares que la periodista Luisa Ulibarri publicó en 1971. En 1943 Ercilla, una revista señera del periodismo chileno, escribió: “Penike no es muy conocido; es un anárquico que no puede sujetarse a la actividad continuada ni a la tiranía de los horarios. Con fuerte sensibilidad política, viene haciendo arte antifascista desde hace muchos años. Hitler, Mussolini, Hirohito v los nazis criollos han hecho muchas veces el ridículo desde la cartulina, gracias a Penike”.

“Si hay un arte que camina paralelo con la Historia y muchas veces la adelanta… es la caricatura. Ella es consuelo y azote. Como arte otorga más que la novela y la poesía. Sea social, política, poética, cruel o bondadosa. Picasso es un ejemplo de los grandes caricaturistas: sus Sueños y mentiras de Franco lo demuestran”, le dijo Penike a Luisa Ulibarri.

Lo suyo, tanto como la caricatura de personajes, eran los dibujos de gruesos trazos y detalles sugerentes, con una sensibilidad especial para los desnudos femeninos, como el que incorporó en una caricatura de Pablo Neruda.

En su libro Emocionario latino, el periodista Guillermo Torres incluyó el relato titulado Delirio tremendo, con dos sabrosas anécdotas de Enrique Cornejo.

La primera ocurrió en el bar Il Bosco, histórico lugar de encuentro de periodistas trasnochadores y otros personajes de la bohemia santiaguina. Una madrugada, cerca de las cinco de la mañana, Penike se despidió de sus amigos y al poco rato regresó alarmado, diciendo que padecía delirium tremens: “Veo elefantes, tigres y leones”. Sus amigos lo acompañaron a la calle y efectivamente desfilaban esos animales por la Alameda… eran de un conocido circo y a esa hora se los llevaban a beber en la fuente pública de la iglesia de San Francisco, situada al frente de Il Bosco.

En una ocasión otro dibujante, Héctor Tito Rogers, sustituyó a nuestro personaje en El Siglo para sus vacaciones. Rogers firmó una ilustración como Chelín, puso un asterisco junto a la firma y más bajo, en letra pequeña, escribió “*1 chelín=12 penikes”. Fue tal la indignación de Penike que volvió de sus vacaciones y persiguió a Rogers por la redacción del diario con un revólver… que resultó ser un arma de fogueo.

Todo este ambiente de anécdotas y bohemia entre trabajadores de la prensa de izquierda terminó abruptamente con el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. La dictadura cerró todos los medios afines al derrocado gobierno de Salvador Allende. Numerosos periodistas e ilustradores sufrieron prisión política, torturas y asesinatos. Una gran cantidad marchó al exilio y los que permanecieron en Chile tuvieron que rebuscar formas de supervivencia.

Entre estos último estuvo Guillermo Montecinos, un gran amigo de Penike que logró adquirir en 1981 una pequeña impresora offset, con la cual aseguró el sustento de su familia de tres hijos con trabajos comerciales, al tiempo que imprimía clandestinamente textos marxistas prohibidos por la dictadura. Con el tiempo se creó como empresa familiar la imprenta Caligrafía Azul y más tarde el sello editorial La Calabaza del Diablo.

Tania Martínez, viuda de Guillermo, recuerda que en aquellos años Penike frecuentaba la casa y que por lo menos una vez por semana almorzaba con ellos. Fue entonces, en medio de la búsqueda de formas para paliar las estrecheces económicas, que nació la idea de crear una carpeta ilustrada dedicada al mayor cultor del tango.

Así nacieron en 1982 Los clásicos de Gardel, un álbum con 12 ilustraciones del genial artista de tangos históricos con sus respectivas letras: “Lequisamo ¡solo!”, “¡Silencio!”, “Fumando espero”, “Tiempo viejos”, “Mi noche triste”, “Esta noche me emborracho”, “Cambalache”, “Yira… yira”, “Muñeca brava”, “Malevaje”, “¡Chorra!” y “Mano a mano”.

En los primeros ejemplares del álbum se utilizó la técnica de la serigrafía. En las ilustraciones, Carlos Gardel como protagonista de los temas tangueros, presentados con las respectivas referencias de los autores de las músicas y las letras: Celedonio Flores, Enrique Santos Discépolo, Ivo Pelay, Francisco Canaro, Félix Garzo, Juan Masanas, Pascual Contursi, Samuel Castriola, Horacio Pettorossi, Enrique Cadícamo, Luis Visca, Juan de Dios Filiberto y el infaltable dúo del propio Gardel y Alfredo Le Pera.

“Podría decirse que se trata de un ejercicio plástico que toma como guía lo que ha dado en llamarse ‘realismo mágico’, en el sentido de que los temas y la personalidad del autor son interpretados imaginativa y creativamente más allá de una simple reproducción de sus elementos”, escribió Penike en la presentación de su trabajo.

Son ilustraciones geniales, que motivaron nuevas ediciones del álbum incluso tras la muerte del autor en 1985, con el apoyo de entrañables amigos y admiradores del artista, como el economista Aníbal Pinto, alto directivo de la Comisión Económica para América Latina de la ONU, y Sergio Muñoz Martínez, cientista político y expreso político del Estadio Nacional que estuvo exiliado en Inglaterra.

“Un amigo nuestro viajó a España con ejemplares de la carpeta, que llegó a manos del rey Juan Carlos”, recuerda Tania. Fue tal la emoción y entusiasmo del monarca, que le envió a Penike una conceptuosa carta oficial de agradecimiento con impresionantes membretes. Nuestro artista no solo la utilizó para promover la venta de su creación, sino que también lo alentó para viajar a Madrid.

Tras su regreso de España y en un frío día de 1985, Enrique Cornejo falleció mientras dormía en su departamento de la calle San Martín, en el centro de Santiago. Lo encontró una vecina, nos cuenta Tania, ya que vivía solo, luego de enviudar de su esposa Amanduja (Amanda) y lejos de su hija que hacía muchos años residía en París “casada con un franchute”.

En aquellos años de un Chile gris bajo la bota dictatorial, Penike no tuvo el funeral masivo que merecía. La familia Montecinos-Martínez, Aníbal Pinto y Guillermo Torres estuvieron entre los amigos que lo despidieron.

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Enrique Cornejo (Penike), al centro, junto a Guillermo Montecinos y Tania Martínez