Guillermo, quizá nunca pude llegar a decirte lo importante que fuiste en mi proceso de formación. En los años setenta, siendo poco más que un adolescente, fui a París a una de las conferencias que organizaban los exiliados chilenos para hablar del futuro de nuestro país. Rotos y humillados por la barbarie fascista que nos habían impuesto arrancándonos de nuestra realidad.
Estábamos con José Balmes, Gracias Barrios y Ernest Pignon en uno de aquellos ateliers de artista en un París inolvidable. Fueron los años en los que surgió una gran amistad con Soledad Bianchi, tu compañera, a la cual hoy abrazo fuerte.
Recuerdo aquellos ojos infantiles que no dejaban de brillar cuando hablabas de tu activa participación en la campaña presidencial de Salvador Allende. Entre 1971 y 1973 fungiste como director del Museo de Arte Contemporáneo. Tras el golpe de Estado, te detuvieron dos veces. La segunda, en marzo de 1975, a causa de la exposición en el Instituto Chileno Francés, se convirtió en uno de los casos más emblemáticos de censura artística durante la dictadura. Se ubicaron diversas jaulas que contenían objetos cotidianos, una corbata tricolor que colgaba como una horca. La exposición permaneció abierta apenas cuatro horas. Inmediatamente te detuvieron y torturaron. Fuiste expulsado de Chile. Con la ayuda de la Unesco pudiste llegar a Francia, donde tú y tu Soledad se establecerán durante once años.
Nos relataste cómo fue para ustedes vivir lejos de Chile, usando algunas tiernas metáforas que hacían sonrojar a Soledad, ese tipo de cosas que les hicieron tan diferentes de los demás.
Desde la década de los sesenta el trabajo continuó desarrollándose, te aproximaste al pop, siempre con un acentuado sentido de denuncia humana y social.
Con la Guerra de Vietnam, nuevos motivos hasta entonces inéditos aparecieron en la pintura de Núñez, empleando las estrategias visuales del arte pop para lanzar su protesta y crítica social.
Asimismo, precipitan en su obra plástica recuerdos tenebrosos relacionados con las brutales experiencias de la dictadura chilena. Durante el régimen militar de Pinochet, vigente entre 1973 y 1990, el arte tal y como lo entendía Guillermo Núñez, políticamente comprometido, lo condujo a su detención, tortura y, finalmente, exilio. De estas experiencias nacieron el dolor y el miedo que generan las torturas, luego solidificados en el signo de un trauma que dejó cicatrices profundas en su conciencia y memoria.
Sentado en el suelo, en esa oscuridad oía desde la pieza vecina los gritos de los que eran torturados en «La Parrilla», un somier metálico donde se amarra desnudo al prisionero o prisionera y se le aplica electricidad por todo el cuerpo, especialmente en los ojos, la lengua y los genitales.
Escuché durante todo el día los aullidos y los interrogatorios, los golpes que la música de una radio trataba inútilmente de amortiguar. Incluso tuvieron la osadía de colocar un disco de Víctor Jara, el primer mártir del canto popular.
Era imposible dejar de temblar, el cuerpo se estremecía aterrorizado y mi mente con toda mi voluntad puesta en ello no podía controlar el castañeteo de los dientes y las convulsiones espasmódicas de las manos. Un terror abisal en el cual el ser consiente desaparece para dejar paso a una animalidad asustada que no puede responder de su cuerpo ni de sus actos.
(Guillermo Núñez)
Las abstracciones de tus obras se fueron poblando cada vez más de formas similares a, o evocadores de, huesos, articulaciones y costillas. Cuerpos blancos y pinceladas de rojo sangre resaltando sobre el fondo oscuro.
Tu coraje y tu poesía abrieron en mí un resquicio de esperanza. Finalmente pude visualizar plenamente la contemporaneidad. Recuperar aquello de lo que me habían privado la dictadura y la política. Esa fue la clave. Años más tarde, en Florencia, Pancho Smythe me confesó que te veía como un gran maestro.
Está prohibido soñar, sobrepasar los límites, dormir con la Virgen. Está prohibido colgar corbatas bocabajo, recopilar jaulas, usar camisetas en color tomate, tomates y tomateras, romper frascos, cultivar la cultura, crear ilusiones, acercarse al paraíso, pasar a la clandestinidad.
(Texto de Los zapatos de la Utopía, que te dediqué desde Roma el 30 de enero de 1981)
Tu obra es cruel, dicen. Pero no siempre ha sido igual, al principio mostraba los colores de todos nuestros sueños. Hasta que se produjo el golpe de Estado militar.
Una obra marcada por todo lo vivido. Escribe Elisa Massardo:
Es cruel porque ofrece el testimonio de la inhumanidad de los seres humanos, porque muestra la tortura y los juicios a través del cuerpo colgado.
Fue esa biografía pictórica la que tanto me conmovió. Te hablé de ello una vez, no sé si fue en Bobigny o cuando estuve hospedado en vuestra casa de campo, en Boesse, cerca de París, donde, como dice Soledad, el horizonte era eterno.
Más tarde coincidimos en Berthe Trepat, la revista que Roberto Bolaño y Bruno Montane publicaban en Barcelona, yo con un primer homenaje a Pier Paolo Pasolini y tu Soledad intentando siempre que nos encontrásemos, para hablar e intercambiar ideas. Me acuerdo de El ángel que prefería mirar eternamente al pasado, poemas antiguos que me hablan de un pasado bello, aunque doloroso, como fue el de nuestro exilio.
Nuestro último encuentro fue en 2018, en una galería de arte en Santiago, donde exponía tu hijo, en mi caso tras recién haber dejado de trabajar como agregado cultural en Italia. Pero vamos, me dijiste, tienes que continuar, mientras sostenías firmemente entre tus manos mi libro Le terre di nessuno.
Supe por Francesca Yañez, en Twitter, que la televisión chilena no le dedicó ni cinco míseros segundos a tu despedida del mundo.
Yo te deseo buen viaje querido compañero.