61 obras, entre pintura y dibujos, se desplegaron a través de seis salas en la Galería Nacional de Londres, en lo que constituyó un hito artístico, la retrospectiva "Van Gogh: Poetas y amantes".
Indudablemente, ha sido hasta ahora la exhibición más completa del período de madurez creativa de Van Gogh, y la primera curada con una clara perspectiva que lo reposiciona sin mitos y etiquetas posmodernistas.
El crítico de arte, Juan Carlos Flores Zúñiga (AICA), revela en su crítica como el artista neerlandés articuló su espiritualidad mediante una obra intencionalmente expresiva que trasciende los traumas con que se tiñen a menudo sus contribuciones y vida personal.
Van Gogh es uno de los artistas modernos más conocidos y mitificados. A menudo, por las razones equivocadas o como resultado de los mitos de dominio público en torno a su breve vida y carrera: la insanidad mental, la automutilación de su oreja, los girasoles que pintó y su aparente suicidio con un disparo a quemarropa.
Mucha gente sin conocimiento o interés en la historia del arte sabe que Van Gogh fue un fracasado a lo largo de su vida, y que solo después de su muerte fue reconocido, e incluso convertido en una suerte de “mártir” precursor del modernismo.
Sin embargo, su influencia ha sido asegurada en la posmodernidad, no tanto por su estilo pictórico o sus contribuciones estéticas, sino por la intencionalidad al documentar por qué pintaba, de lo que son prueba patente 820 cartas suyas que han sobrevivido. Por ello, al hablar del neerlandés, muchos artistas consideran cruciales sus escritos sobre la “declaración o manifiesto del artista” y sus consideraciones teoréticas sobre el arte.
La recién concluida exhibición retrospectiva Van Gogh: Poetas y amantes, consistente de 61 obras suyas desplegadas a través de seis salas en la Galería Nacional de Londres, ha servido al propósito de desmitificar al artista, al estimular a los visitantes a enfocarse puramente en su arte por cuatro meses.
Para enfatizarlo, colocaron números en las paredes al lado de cada pintura y dibujo, sin textos o cédulas. En su lugar, los visitantes recibieron un folleto con breves detalles de cada trabajo expuesto.
El título de la muestra se refiere a un elenco de personajes y escenarios cambiantes que el artista crea, jugando con el color para alterar las caras reales y los paisajes.
Durante su estancia en Provenza (de poco más de dos años), Van Gogh completó 200 pinturas en Arlés y 150 en el asilo de Saint Remy, lo que implica que pintaba cada dos días. 47 de las más conocidas, pero raramente exhibidas, son parte de la exhibición londinense.
Mito y realidad
El erudito inglés H.J. Rose dijo que “el mito es el resultado de la operación de la imaginación ingenua sobre los hechos de la experiencia”1. En otras palabras, la puesta en movimiento de la imaginación del hombre primitivo (o no) ante un objeto que aparece como maravilloso o intrigante: el arte, por ejemplo.
Es cierto que el mito ya no es la historia o el cuento de la sociedad ancestral o del primitivo, sino que, respondiendo a una necesidad humana, este no se define tanto por lo que es, sino por las funciones que cumple.
Los mitos en torno a Van Gogh simplifican la lectura de su legado, negándole tres características cruciales a su condición de artista y a su producción como arte: intencionalidad creativa, concreción artística e influencia transformadora.
El pintor impresionista Camille Pissarro (1830-1903), que conoció a Van Gogh en 1886, cuando este se trasladó a París para unirse a su hermano Theo, y mantuvo amistad y correspondencia con el neerlandés, escribió emotivamente: “Muchas veces dije que este hombre o bien se volvería loco, o nos sobrepasaría a todos. Lo que no pude prever es que fuera a hacer ambas cosas”.2
En la correspondencia que mantuvieron, Van Gogh describió a Pissarro como un “viejo amigo”, y lo elogió por su habilidad para capturar la luz y el color en sus pinturas. A su vez, Pissarro también elogió a Van Gogh por su uso audaz y expresivo del color.
En una carta a su amigo, el artista Emile Bernard, escribió que el color era la máxima fuerza emocional y espiritual, casi cósmica: “El pintor del futuro es un colorista como no ha habido antes”3, como si el arte fuera un medio para viajar en el tiempo.
Tres ambiciones principales fueron articuladas con intencionalidad por Van Gogh en su vida y obra:
Expresar su fe por medio de la pintura, algo que le fue negado por la religión organizada cuando intento ser pastor en Bélgica.
Mostrar la dignidad de la gente ordinaria.
Expresar el significado de la vida, considerada ampliamente como carente de sentido por los ricos.
Espiritualidad y arte
Van Gogh nació en un hogar protestante en Groot-Zundert, Países Bajos, en 1853. Era el primogénito del Theodorus y Anna Cornelia Van Gogh.
Su padre era pastor. Su tío, quien era socio en una influyente firma de marchantes de arte en la Haya, lo introdujo a los 16 años en el negocio como aprendiz.
La empresa pronto se expandió a distintas capitales europeas, y con la incorporación de su hermano menor, Theo, se inició una correspondencia regular entre ambos que duró hasta el deceso de Vincent.
En las cartas discuten sobre arte, literatura e ideas, y testimonian el distanciamiento gradual de Vincent del lado materialista del negocio del arte y su creciente fervor por la espiritualidad cristiana. Esto condujo a un conflicto que culminó con su despido, y a que terminara como maestro de escuela en la ciudad de Ramsgate, en Inglaterra.
Tiempo después, sirvió gratuitamente como pastor, pero la directiva de la organización misional con la que trabajaba le retiro su apoyo para establecer una iglesia evangélica en Borinages, cerca de Mons, Bélgica, una localidad de mineros del carbón.4
Entonces, frustrado, escribió a su hermano: “Mi tormento no es otro que este: ¿para qué valgo? ¿Es que no puedo servir y ser útil de algún modo?”5 La respuesta de Theo no fue convencional, pero sí visionaria: “Hazte artista”.6
Vincent abrazó la idea y su hermano se comprometió a financiarlo. Así, el primero pasó cinco años en los Países Bajos estudiando arte, pero sin abandonar su búsqueda espiritual. Ver a los pobres se convirtió en su nueva religión: Dios estaba con los pobres, miserables, desolados y solitarios, y donde estaban ellos se podía ver a Dios.
Entonces, Vincent empezó a articular una nueva fe. Una fe a través de la estética, del arte, que iba más allá del sistema de pensamiento dominante en su época:
Hay algo que no puedo definir como un sistema, aunque es muy vital y real, y es que veo a Dios, y la bondad de Dios. (…) Considero que todo lo que es realmente bueno y bello - lo que es intrínsecamente moral, espiritual y de sublime belleza en los seres humanos y sus obras - viene de Dios.
Comedores de papas, una de sus primeras obras, de 1885, testimonia esta postura. Mediante colores que evocan la tierra, muestra la sencillez de la dieta de una familia de agricultores que disfrutan el fruto del trabajo honesto.
Continuó su formación mayormente autodidacta en París, cuando su hermano estableció allí la sucursal de la empresa en que laboraba. Allí, su interés fue capturado por el impresionismo y profundizó en su indagatoria en el color. Esto le llevó a escribir a un amigo, diciendo que “estaba buscando contrastes a través del naranja y el azul, el rojo y el verde, el amarillo y el violeta; buscando tonos quebrados o neutros para armonizar los extremos. Es una búsqueda para conseguir que el color sea intenso, no para lograr una armonía ópaca”.7
Lo que sigue es historia. Adoptó la técnica impresionista de la pincelada rápida e hizo sus primeras incursiones con el impasto, una técnica explotada en el pasado por Velásquez y Rembrandt, en la que la pintura se aplica bastante espesa sobre la tela, con determinación, de modo que produce efectos tridimensionales.
Por entonces, también se enamora de la composición y simplicidad de los grabados japoneses. Su fe siguió de manera resiliente y continúo impregnando su conducta. No obstante, escribió: "Estoy lejos aún de ser lo que quiero ser, pero con la ayuda de Dios lo lograré".
Su éxito no residía en vender, sino en plasmar su visión de Dios.
Su intensidad física, emocional y espiritual lo llevó prontamente al agotamiento, por lo que su hermano le sugirió descansar en el sur de Francia. Soñaba con un estudio allí, como base para establecer una colonia artística que compitiera con la que su amigo Gauguin había establecido en Bretaña, en el norte de Francia.
Pero al llegar a Arlés tuvo una nueva epifanía con el sol del sur, que era abismalmente diferente al que experimentó en su norte natal. Los campos de Provenza eran bañados por un orbe de fuego que le parecía de origen divino, produciendo una gran intensidad tonal.
En los catorce meses que pasó en Arlés, pintó cerca de doscientas obras, entre las cuales figuran obras maestras, actualmente presentes en la exhibición londinense, como La casa amarilla, Café nocturno, Girasoles en un jarrón, Noche estrellada sobre el Ródano y La habitación, entre otras.
En una carta de 1882, escribió: “Quiero llegar al punto en que la gente diga de mi trabajo: ‘Ese hombre siente profundamente’”. Y esta ambición, que pudo concretar en la pequeña Arlés8, es en la que se enfoca exclusivamente la muestra londinense.
Curaduría disruptiva
Es práctica común que las exhibiciones se ordenen cronológicamente, siguiendo el desarrollo del artista. Pero aquí estamos en la Galería Nacional de Londres, con las pinturas producidas por Vincent Van Gogh en los últimos dos años de su vida en Arlés, Francia, cerca del asilo de Saint Remy, todas mezcladas, guiadas por un objetivo curatorial disruptivo: que nos enfoquemos en las pinturas, haciendo de lado los mitos.
No es que la complicada vida del artista no tenga un impacto sobre sus decisiones y prácticas artísticas, y ayude a comprender su vida, pero mirar su creación en lugar de su alma torturada es refrescante, porque permite reconocer su talento bajo una luz más clara.
La exposición desafió lo que sabemos, pero no lo que nos gusta del pintor. De hecho, nos distanció de la idea común de que no fue apreciado en su época y que se esforzó, casi terapéuticamente, por expresar su atribulada psique en el lienzo.
Si bien es cierto que el artista era pobre y tenía una enfermedad mental, gozaba del respeto de otros artistas y se aferraba a una fuerte fe en su futuro público. Sabía que tal vez no sería ampliamente comprendido en su época, pero creía que en 100 años lo sería.
Cambió lo que veía cuando pintaba para hacerlo más expresivo, pero no para expresar sus propios sentimientos. No obstante, fue totalmente intencional, no terapéutico.
Por lo tanto, si percibimos trauma y melancolía en su bosque retorcido de troncos de olivos, o en un paisaje de cielo arremolinado, es porque Van Gogh quería que lo hiciéramos, y no porque él mismo se sintiera así. Por ello, todo lo que hizo fue deliberado y planeado. Aunque expresivo, no buscaba comunicar sus propias emociones o el estado de estas. Era un artista intencional: lo sabemos por sus profusas explicaciones por escrito.
Una de las ventajas que saltan a primera vista con el concepto de la exposición a cargo de la curadora invitada Cornelia Homburg, una reconocida especialista en Van Gogh, es la mezcla de obras de distintos períodos, que hacen perder la noción del rápido desarrollo conceptual y técnico de la obra.
Uno puede apreciar las distintas maneras en que aborda ciertos temas en particular a modo de variaciones, se trate de los girasoles, los jardines, los parques de Arlés o los paisajes nocturnos.
El propósito de la exhibición, en criterio de Homburg, ha sido “mostrar al artista en lugar de un alma torturada. Por supuesto, nuestro interés se intensifica al comprender lo difícil que fue su vida”.9
Seis salas, un solo enfoque
Estamos ante una exposición meditada que se suma a las extensas celebraciones del bicentenario de la National Gallery de Londres.
Este año también se cumplen 100 años desde que la Galería compró dos de las obras clave que se exhiben aquí: La silla de Van Gogh y uno de sus jarrones de flores.
Pero son más bien dos obras singulares, El amante y El poeta, las que nos reciben en la primera sala, afirmando que esta exposición tiene tanto que ver con el hombre como con su arte.
El amante es un retrato del teniente Milliet, un soldado de los zuavos que "tiene todo lo que las mujeres de Arlés quieren".
El poeta, en cambio, muestra a un colega pintor, Eugène Boch, rodeado de un cielo nocturno típico de Van Gogh.
Entre ellos cuelga El jardín del poeta, una vista del parque fuera de la casa de Van Gogh en Arlés donde se encontraban los jóvenes amantes.
Cada una de estas pinturas contiene pistas sobre la vida interior del artista: se divertía con el teniente y estaba un poco celoso de su éxito como amante.
Sabemos que, en vida, Van Gogh fue una figura triste y solitaria, sostenido por su hermano Theo y contando con la ayuda de unos pocos amigos, entre ellos Milliet y Boch.
Estas obras fueron pintadas en 1888, el año en que se mudó a Arlés, y sirven como introducción al hombre y a la exposición. De hecho, todas las obras de la muestra datan de 1888-89, los dos últimos años de su vida. A partir de ahí, las obras ofrecen una visión significativa de su mundo interior y exterior.
La segunda sala, El jardín: interpretaciones poéticas, incluyó 17 intrincados estudios de parques y jardines, personas y plantas.
Destacan particularmente las obras Parque en Arlés con casa amarilla en la esquina, Jardín con árbol llorón y el notable Árbol llorón, que muestran a Van Gogh trabajando en un estilo diferente. No quería que la pintura fuera un medio para la representación, sino que se convirtiera en parte sustancial de la obra.
De una obra a otra, avanzamos en una suerte de crescendo de expresividad que obliga a detenerse. Cada obra no representa la realidad natural, sino que expresa lo que el artista desea hacernos sentir con sus personajes y entornos, aprovechando el concepto de objeto-cuadro que trasciende los límites de la bidimensionalidad.
A unos metros de distancia, algunas de estas obras adquieren una cualidad tridimensional. Cuando uno se acerca, se da cuenta de que Van Gogh ha vertido capas y capas de colores brillantes al óleo sobre la tela. Embadurna la superficie de la pintura, dando forma a las capas no con un pincel, si no con una espátula y con los dedos.
Este acercamiento subjetivo continua con las ocho obras de la tercera sala, donde nos invita a entrar en La casa amarilla, la casa de habitación de Van Gogh en la Plaza Lamartine en Arlés, que fue a la vez su estudio y su refugio.
Aquí está también la famosa Silla de Van Gogh, un pseudo autorretrato con solo una pipa y un poco de tabaco como indicio del hombre, junto a la mágica e infinitamente conmovedora Noche estrellada sobre el Ródano.
También hay un autorretrato más tradicional, pintado en el asilo inmediatamente después de su crisis, en donde reafirma su identidad como artista y como hombre, en una búsqueda para conocerse a sí mismo.
En lo técnico, fue acusado durante su carrera de ser un dibujante poco competente, de usar pobremente los colores y de tener un limitado conocimiento de la anatomía humana. Sin embargo, contaba con las habilidades necesarias para comunicar. Su impronta, mediante gruesas pinceladas que aplicaba con rapidez, casi agresivamente, denotaba su entusiasmo por interpretar una realidad cambiante que distorsionaba para expresar emociones.
La cuarta sala se titula Montmajour: una serie, y presenta seis paisajes sobre las ruinas de la Abadía de Montmajour, del siglo XII.
No se trata de paisajes figurativos, sino de lugares imaginarios, inspirados en la tierra y creados en la mente. También muestran otro estilo, en el que Van Gogh utiliza pluma y tinta, tiza y lápiz, y se apoya menos en esas pinturas al óleo espesas y exuberantes que siempre asociamos con su obra.
Y así llegamos a la quinta sala, titulada simplemente Decoración, y que muestra su maravilloso toque con el color y la luz. La obra Los estibadores se sitúa en un delicado atardecer, mientras que Retrato de un campesino es un estudio absoluto en el uso de tonos inesperados para crear un efecto sorprendente en los tonos de piel y los mechones turquesa de la barba.
Aquí encontramos los dos Girasoles colgados a ambos lados de La Berceuse (La canción de cuna), como el artista había planeado originalmente. Un simple boceto de la obra, enviado por el artista a su hermano, está incluido en la guía de la exposición.
Finalmente, la sexta sala contuvo 15 obras con escenas y paisajes alrededor del asilo de Saint-Remy, con sus olivares y la escarpada caliza de la cordillera de Alpilles, que ofrecieron a Van Gogh un rico material para crear obras en serie.
Desarrollando ideas que había establecido en Arlés, se fijó en ciertos temas y exploró sus posibilidades expresivas a través de variaciones. Son obras estilizadas que repiten muchos motivos familiares y nuevamente trabajan con diferentes colores, medios y texturas.
Las diversas representaciones de olivos constituyen un estudio maravilloso: vale la pena comparar y contrastar estas obras para verlas a través de la mente y los ojos del artista. Si pintaba un viejo olivo, enfatizaba su edad retorciendo el tronco y desfigurando sus ramas hasta que pareciera una anciana llena de arruga implacablemente deformada por los años. Le desesperaba la corrección en las figuras anhelando constantemente las desviaciones, los cambios a la realidad.
A veces, imaginativamente, Van Gogh comparaba su propia obra con la producida por sus amigos pintores Gauguin y Bernard. A partir de entonces, solía crear su obra en el estudio, una habitación que le habían proporcionado en el hospital, lo que lo llevó a producir algunas de las obras más estilizadas de su carrera.
También utilizó el estudio para seguir creando “repeticiones” de obras existentes y nuevos retratos.
Aunque murió en 1890, a los 37 años, como un desconocido y sin mayor reputación, la influencia de Van Gogh sobre el arte moderno comenzó casi inmediatamente tras su muerte.
Deudores de su legado y, sobretodo, de su conducta artística, incluyen a expresionistas como Edvard Munch y Francis Bacon, que encontraron en él románticamente su modelo de artista-mártir.
El único crítico que en vida escribió a favor de Van Gogh fue el francés Albert Aurier: “Lo que caracteriza su obra en su conjunto es el exceso de fuerza, de nerviosismo, la violencia de expresión. Su colorido, ya lo sabemos, es increíblemente deslumbrante, con esa cualidad metálica, como de joya. En su afirmación categórica del carácter de las cosas se revela una figura poderosa: masculina, atrevida, a menudo brutal, pero a veces ingeniosamente delicada.”10
Puede que Van Gogh nos parezca extremadamente familiar, o un mártir, o un disruptor que sigue generando olas de cambio, pero la perspectiva que nos ha ofrecido Poetas y amantes confirma que siempre hay algo nuevo que ver en Van Gogh y, mejor aún, sentir.
Notas
1 Rose, H.G. 1970. Mitología griega. Biblioteca Universitaria, Editorial Labor, Barcelona España. P.22.
2 Bailey, Martin. (2021, 19 de febrero) Pissarro predicted that Van Gogh 'would either go mad or leave the Impressionists far behind. The Art Newspaper.
3 Van Gogh, Vincent. 1888. Cartas. Van Gogh Museum, Ámsterdam, Países Bajos. "Carta escrita desde Arlés a Emile Bernard el 21 de agosto, 1988".
4 Backholer, Paul. 2009. How Christianity Made The Modern World. Byfaith Media. Inglaterra.
5 Van Gogh, Vincent. 1880. Cartas a Theo. Van Gogh Museum, Ámsterdam, Países Bajos. “Carta escrita desde Cuesmes, entre el martes 22 y el jueves 24 de junio de 1880”.
6 Ibid.
7 Citado en Gompertz, Will. 2016. ¿Qué estás mirando? Editorial Taurus, España. P. 80.
8 Van Gogh, Vincent. 1882. Cartas a Theo. Van Gogh Museum, Ámsterdam, Países Bajos. “Carta escrita desde la Haya, viernes 21 de julio, 1882”.
9 Citada por Vanessa Thorpe (2024, 14 de Setiembre) They have done fantastically well: how London blockbuster Vincent Van Gogh exhibition is reframing myths. The Guardian, Londres, Inglaterra.
10 Aurier, Albert (1890, enero) Les isolés: Vincent van Gogh. Mercure de France.