El debate de qué es arte, es muy antiguo. No vamos a unirnos a la discusión, pero sí presentaremos algunos casos preocupantes de cómo ha evolucionado o degenerado (vaya usted a saber) esta cuestión.
Hay quienes se basan en aquella premisa de que el arte no sirve para nada o no es algo útil, pero sabemos que en la naturaleza lo que no es útil desaparece, de ejemplo damos las muelas del juicio, que en las generaciones más jóvenes, ni siquiera se forman; hablamos de un 5% a un 37% de los casos. Es algo que la evolución nos ha quitado pues ya no tenemos necesidad de esas piezas dentales como lo fue en su momento.
Et caetera. Pero el arte sigue allí. A lo temor sí sirve de algo, y si es útil…
Desafortunadamente en nuestros días nos topamos con muchísimas cosas que se dicen arte y realmente estaríamos mejor sin ellas. Se llega a eso mediante un proceso evolutivo que puede que se inicie con la apropiación y o manipulación de obras bien establecidas. El arte es como un martillo, puede que hayamos escuchado alguna vez: con él podemos romper lo establecido con procesos críticos o, forjar un nuevo camino hacia el futuro. ¡Ah, pero hay ladrones de tumbas y oportunistas!, aunque algunas veces no se trate más que de personas ingenuas que creen que su visión de mundo es mejor y esto les da el derecho de manipular una obra literaria o musical, por ejemplo. Una cosa es adaptar o modernizar el tema basado en un tema clásico, como es el caso de West side story, de Leonard Bernstein, que obviamente está inspirada en Romeo y Julieta. El afamado compositor no adultera Romeo y Julieta, ni se apropia de ella cambiando sustancialmente el argumento, pero se inspira en ella para crear algo nuevo propio de su época. Después de todo, amor, odio, intriga y venganza ha habido siempre y no vemos que la cosa vaya a cambiar pronto…
En el mundo de la ópera, desde hace ya décadas, hay una manía de adaptar las obras a hechos históricos (aunque originalmente no lo sean), contemporáneos o cercanos, con supuestas pretensiones de crítica social. Si solo se cambia de época, muchas veces es creíble dentro de las circunstancias, pero cada ves más el proceso es tan forzado que resulta ridículo. A modo de ejemplo, en Lucía de Lammermoor, se cuenta cómo su familia la obliga a casarse por conveniencia con otro hombre (Sir Arthur de Blackaw) en vez de su enamorado, último sobreviviente de una familia enemiga.
Recientemente, la imposibilidad de dicho amor se ha traducido a un matrimonio homosexual de dos hombres, con lo que no solamente se desvirtúa la obra, se fuerza el libreto y ni qué decir de la música, que no fue escrita para el capricho del feliz director escénico de tan “brillante y original adaptación”.
Si lo que desean es el matrimonio homosexual como tema, pues lo más digno y artístico es escribir una obra sobre dicho tema, ¿porqué hacer una pseudocrítica (!) con la puesta esencia manipulada y falseada de una obra famosa, para aprovecharse de dicha fama como propaganda?
Y así hay muchos ejemplos de abusos con obras adaptadas al tema del nacional socialismo, las drogas, dictadores infames, o sistemas políticos fracasados. Hay de todo, para horror del buen gusto y la memoria de los autores originales.
Lo anterior, desde luego, también sucede en la literatura, ¡naturalmente!, de varias formas, ya sea con una mala traducción, bien por error o intencionadamente, o por manipulación. No nos referimos al plagio, es algo distinto, casi una corrección de la historia original.
Por ejemplo, en el libro de Gioconda Belli, El infinito en la palma de la mano, se reescribe el Génesis, tratando de narrarlo desde la perspectiva de la antropología digna de la National Geographic.
Lo simpático es que el Génesis, o Bereshit, en su versión original en hebreo, no es (ni pretende siquiera serlo) una obra antropológica, histórica o geográfica; para nada.
Hay, desde hace miles de años, especialistas en la Torá que explican (según su tradición) de qué se trata: son arquetipos que explican con un lenguaje sencillo y cotidiano, el mundo corregido (espiritual), es decir, la forma correcta de convivir, de vivir en armonía.
Toda la narración es metafórica, por así decirlo, y aunque hable de cosas aparentemente mundanas, habla en realidad en símbolos. Una mala traducción dice que Eva se comió una manzana tentada por una serpiente. Bueno, no solamente no se trataba de una manzana, fruto de una infame traducción, sino que sabemos que las serpientes no hablan, es claramente una fábula. El texto original, como dijimos, no habla de una manzana, sino que ni siquiera menciona qué fruta es; solo habla del árbol del conocimiento (del bien y del mal). Y Eva es más bien Java, transliteración del nombre en hebreo. No es nuestro tema, pero daremos un ejemplo de los sabios de la Torá para hacer una lectura correcta de este asunto.
El nombre de Eva en hebreo es חוה (Ḥava o Java, castellanizado. Al igual que con la mayoría de los nombres bíblicos, la Torá explica la importancia de este nombre, que le puso Adan.
El hombre llamó a su esposa Java, porque ella fue la madre de todo ser vivo.
(Génesis 3:20)
La raíz de este nombre se conecta con la palabra חַיָּה (jaia, que significa viva, en femenino) y con la palabra jai, que significa חַי (vivo, en masculino). Java está en forma causativa, es decir, ella hizo que vivan todas las personas futuras (Rashi, Génesis 3:20 con Siftei Jajamim). Así pues, nos preguntamos qué intención tenía Gioconda Belli para escribir su versión del Génesis. También lo hace José Saramago a su manera en su libro Caín, en donde cambia todo a su gusto. Saramago (que no hablaba hebreo moderno, menos bíblico), se decía ateo, ¿qué lo motivó entonces a reescribir la historia de Caín? ¿De dónde nace su afán de querer cambiar la Torá a su manera? Hay una respuesta muy simple de escritor: escribo lo que me da la gana.
Si pensáramos que aquí, como con el ejemplo de Lucia di Lammermoor hay un deseo de sacar provecho de textos muy conocidos, podríamos estar en lo correcto. Al menos deberían ser sinceros, como Cecil B. de Mille, que cuando le preguntaron porqué hacía tantas películas de temas bíblicos dijo: ¿Cómo voy a desaprovechar dos mil años de publicidad?
Como lectores mereceríamos una revisión seria de los temas históricos o bíblicos, etc. Postular nuevas teorías descabelladas no es libertad creativa, eso lo hace cualquiera. Lo realmente creativo es descubrir una vertiente o hechos alternativos plausibles que demuestren por qué lo que sabemos no es tan cierto, o acaso es falso. Eso naturalmente requieres mucha investigación, no solamente sentarse a escribir lo primero que se nos ocurra como escritores o como maestros de escena. Hay mil cosas locas, que mezclan las historias de vampiros con Abraham Lincoln o las civilizaciones extraterrestres, (de ofidios o reptilianas, por supuesto) con hechos como la fundación de los Estados Unidos de América, la monarquía inglesa, o vaya usted a saber.
Hay gente para todo, hay quienes creen firmemente que la evolución es una patraña o que la tierra es plana… Pero la literatura, y el arte, merecen seriedad en el trabajo, pasión e inteligencia, de lo contrario terminaremos abrumados por arte absurdo, ridículo (pienso en una banana pegada con cinta adhesiva), lo recuerdan:
Noh Hyun-soo, un estudiante de bellas artes surcoreano, se ha comido de nuevo el plátano pegado a la pared con cinta adhesiva por Maurizio Cattelan, una provocadora obra de arte del controvertido creador italiano puesta a la venta por 110000 euros.
(Heraldo, 2023.0503)
Ojalá las nuevas generaciones de artistas se esfuercen por crear un arte edificante, que impulse el desarrollo a un mundo mejor, no a simplemente vender extravagancias o insensateces que de repente un orate está dispuesto a pagar. Porque eso si, los precios dan gusto.