Cabría percibir en el ejercicio artístico una mezcla de creatividad y sensibilidad, que muchas veces se adecúa para ampliar el panorama de la realidad. Un juego que el creador transita, escudriñando y revelando fragmentos de su particular experiencia y de las sensaciones que se aglomeran dentro suyo y de su tiempo. A su vez, éstas se alimentan del entorno vinculado a la colectividad. La dinámica creativa nos presenta, además, una paradoja cuando pone frente a nosotros una obra provista de gran talento, a pesar de que su hacedor esté poseído por una alteración mental que solemos relacionar con la locura.
Al materializar la imaginación en su obra, el creador promueve nuevos puntos de vista que van más allá de lo que puede alcanzar la percepción de la mayoría de las personas de forma natural. De esta forma, el artista se distancia de los demás, logrando precisar una especie de “mundo paralelo” cargado de símbolos y particulares “palpitaciones”.
La creación artística se adentra hacia un espectro ilimitado donde el desorden puede verse acompañado de lucidez; los miedos o temores encuentran un lugar para fluir ante el peso de lo desconocido; las pasiones se reflejan, sutiles o inescrupulosas; convergen elementos ambiguos suscitados por la insensatez del mundo; se crea un diálogo con el más allá y las luces oníricas de la esperanza. Dichas sensaciones y contrastes emocionales podrían coincidir con el aliento creativo del “loco”, quien atiende a su mundo interno, distinguiéndose y separándose también de la apreciación común, llegando muchas veces a desembocar en los senderos del arte de una manera no convencional.
La medicina señala a la locura como una perturbación de la actividad intelectual, del estado de ánimo y del comportamiento. Sin embargo, existen también múltiples turbaciones, así como padecimientos depresivos o traumas de infancia, que en ocasiones conducen a que un individuo sea encasillado por la sociedad dentro de los parámetros de la locura. En este sentido, en el comportamiento de ciertos artistas se podría apreciar una particularidad que, en distintas medidas, se relaciona con este tipo de efecto, llegando a asociar su acción creativa con la necesidad de exteriorizar una inquietante fuerza interna denominada, a veces, como trastorno.
Aunque se sabe de grandes artistas que han presentado conductas concomitantes con la locura, como pueden ser los casos de la francesa Seraphine de Senlis, el holandés Vicent Van Gogh, el mexicano Martín Ramírez, el norteamericano Ernest Hemingway, el noruego Edvard Munch, el nicaragüense Alfonso Cortez, el alemán Josef Grebing, entre muchos otros, resultaría complejo definir o identificar el grado patológico que puede afectar a los cientos de miles de creadores que hay y hubo en el mundo. Sin embargo, es perceptible que, en los casos de muchos artistas, el proceso creativo puede verse influenciado y hasta estimulado por estas turbaciones anímicas.
La carga emocional que puede mantener un artista a partir de las circunstancias adversas que su vida le haya planteado no difiere de las vicisitudes o dificultades que pueda haber encontrado cualquier otro individuo alejado de las artes. Es decir, las afectaciones o alteraciones emocionales no condicionan al sujeto para que éste decida dirigir su vida hacia las expresiones creativas; sin embargo, cuando nace o surge un talento artístico que busca desarrollarse en el campo del arte, dicho ingenio es capaz de transformar sensiblemente todo su entorno, e incluso de canalizar sus padecimientos internos en una especie de catarsis.
En tal sentido, no todo individuo genera creatividad a causa de una patología mental o anímica, pero en caso de que llegara a manifestarse el ingenio artístico en alguien que sobrelleva este tipo de alteraciones, esa persona podría transmutar sus emociones hacia el exterior con mayor pujanza y sensibilidad, ya que el ejercicio artístico se convierte, para esa persona, en el único medio que le permite alcanzar una escala sanadora, engendrando una persistente y meticulosa obsesión por dicha acción. Aquí, el creador logrará comprender al mundo y entenderse a sí mismo dentro de su obra, trastocando los límites establecidos de lo “normal”, urdiendo un particular lenguaje espiritual disperso entre su consciencia aislada y su imaginación.
La “locura” alcanzará un punto de escape como discurso premeditado desde la “otra realidad”, desprendiendo un grito plausible que solo nacerá para refugiarse dentro de las extrañas sensaciones del artista.