Al apreciar esta muestra advierto una sensación similar a navegar en el tráfico que asimila el hoy, el día a día, escenario, espacio y tiempo con el uso de herramientas como Google Maps, Waze, mapeos satelitales para rastrearnos con métricas quizás (in)comprensibles, emocionales, pero al fin y al cabo sistemas de orientación eficaces, tanto como la interpretación que cada artista construye para comprender el proyecto curatorial como el que expone la Escuela de Arte y Comunicación Visual de la Universidad Nacional en el Museo Calderón Guardia, celebrando cincuenta años de existencia en la educación artística universitaria estatal, propuesta curada por Marta Rosa Cardoso la cual acrecienta la interrogante de ¿dónde estamos?, ¿cuándo y cómo ubicarnos?

Gravitar en ese mapeo de vectores conduce a saber dónde, en qué punto o intersección de esas ordenadas y coordenadas del árbol simbólico del universo estamos anclados, ante la incertidumbre, entre las estratificaciones de las derivas urbanas que motivan a dejarse ir, fluir o perderse en la ciudad, tal y como lo hacían en una acción “anti-arte” los situacionistas de los años cincuentas (se recuerda a Guy Debord), remanentes de múltiples y desaforados trazos visualizados en dibujos, videos, instalaciones, fotografías, como las expuestas en distintas zonas de esta exposición.

Saber dónde y cómo ubicarnos conlleva la conciencia de sí existimos en la medida de aparecer en las pantallas de las computadoras que nos mapean como consumidores globales; entonces, la localización se vuelve rastreable e inmediata, y no seremos nada ajenos ni invisibles, pero, si por el contrario nos quedamos sumidos en nuestros habituales espacios de intimidad, a nadie le interesará situarnos, seremos como se dice en las jergas populares un cero a la izquierda.

En dichos sistemas vectoriales y digitales se navega en universos cada vez más mínimos como hoy son los microchips y la nano tecnología, pero con capacidad de rastrear mayores niveles y volúmenes de (in)formación. Un cruce de vectores que arroja cada vez más cifras, más datos sensibles para los estudiosos de la mercadotecnia y tácticas geopolíticas que determinan nuestros estados apertrechados en esas cartografías que saben todo de nosotros, y más aún que nosotros mismos.

Cada pieza que se exhibe inyecta el germen de la paradoja a la vez que devela las sensaciones y deseos de quien transite en las salas del museo, como lo hace cuando deambula por la ciudad, tal y como reflexiona Bernardo Ríos en el artículo “Situacionismo, psicogeografía y deriva: una cartografía de emociones publicado en las mismas redes” publicado en el portal Geografía Infinita: “Con el tiempo, y con nuestro mapa psicológico-urbano avanzado, podremos estudiar el espacio que nos rodea, reflexionar sobre ello y contrastarlo con otras disciplinas”.

Este aspecto me recuerda a Tamara Díaz con el catálogo de la muestra “Estrecho Dudoso” (2006), quien analiza un dibujo de la argentina Liliana Porter: dos conejitos que se indagan a sí mismos intentando ubicarse se preguntan uno al otro ¿dónde estás?, y aunque están en el mismo plano del papel, entre ellos lo que existe y regenera la paradoja es el pliegue imperceptible del papel, pero que los ubica uno al lado del otro de esa categoría de geografía emocional.

Derivan narrativas que develan mucho de las relaciones humanas, y nos sumen en reflexiones muy actuales como en la esfera de los (des)afectos donde muchas veces nos buscamos en lo más álgido del filoso tiempo que se cuela cual si fuera líquido (Bauman) por cualquier intersticio, metiéndonos en el juego e las contradicciones sin saber que nos podemos encontrar aún en lo más irreductible de un trazo, o de un pliegue del papel donde situar el punto cero de tales intersecciones.

Más allá de los límites territoriales y geopolíticos, de las naciones y los géneros, hay prácticas artísticas que trabajan con los límites de la representación; con límites temporales, físicos, institucionales; con los límites de la memoria o de la cordura; o los que impone el miedo o la censura.

(Díaz, 2006, p. 23)

Entonces, aquellas figurillas de la morfología humana modeladas por Karla Herencia, y que ella titula “Monstruos”, están enrumbadas en la línea hirsuta del pensamiento actual, ese que busca, indaga no solo en líneas físicas sino virtuales, cuando somos capaces de autocuestionarnos dónde estamos, en qué cuadrante o frontera, frecuencia, canal, clave, cruce o intersección de sendas vivenciales pero que nos mantiene atrapados por una línea, a pesar de estar libres, he ahí el reflejo de la paradoja. La artista abre signos de interrogación al titular sus figuras “Monstruos”, pero en mi caso personal aprecio más bien una dinámica de quienes preparan su cuerpo para disponerse a morir para salir airoso de la arena del no saber o incertidumbre, gladiadores contemporáneos cuya suerte aún persiste.

También me impacta aquel fogonazo de la pintura del maestro José Pablo Solís, cargada de candentes situaciones cada una con sus caracteres y vicisitudes, puede ubicarnos en la perspectiva de una urbe como la de hoy en alta tensión, de estridentes refriegas y escaramuzas existenciales entre sus habitantes pero que se debaten bajo un fuerte anonimato, pero también en la crisis climática que socaba la vida del planeta, y, por ende, la del humano quien impele o avanza hacia arriba o hacia adelante, con la seguridad de (no) saber quiénes somos o dónde estamos parados.

Importa ubicar el territorio, el nexo, la exactitud de lo que es mío y lo tuyo, sentir el fuego de tus ojos en el parpadeo ante ese mapa crítico y psico-emocional que nos permite rastrearnos, situarnos, adivinarnos, entre los factores que logran determinar nuestras huellas. Y ya que me refiero a las improntas dejadas por nuestros pies, importa decir que éstas también conforman líneas, caminos, mapeos, marcajes u bordes o fronteras como las de los migrantes y que nos permiten rastrear el sino de su reyerta. Me recuerda una fábula de infancia de una niña perdida bajo el influjo o desidia de la bruja del bosque que, para orientarse, dejaba trocitos de pan para formar una línea o cordón virtual para luego seguirlo de vuelta, sin percatarse que el zorro iba tras sus pasos comiéndoselos. Pero también están las huellas emocionales o las del alma que jamás se borran, son las que marcan los surcos más profundos en el terreno tal y como ocurre en la vida real.

A veces esos pliegues son fronteras de mapeos mentales, que están solo en nuestra conciencia, o bajo mantos de miedos y contradicciones que nos compungen y no dejan actuar o impiden ver la libertad de lo que es real. Eso se advierte también en el designio y condición de los migrantes que transitan a diario en nuestras rutas geográficas que dan vueltas y vueltas por los mismos vericuetos de la geografía, las políticas migratorias de cada país y las del enemigo invisible pero real que con un gran ojo de lo digital los rastrea en la adversidad. Importa entonces situarnos para indagar, repito, dónde estamos, o cómo somos, cuándo y qué, hasta tanto palpar la realidad a un lado u otro de esos, aunque no se vean, pero al fin pliegues de la vida de todas y todos.

Edgar León nos presenta una obra del conceptualismo duro, que nos sume a pensar, a analizar, a reflexionar en dos puntos en el espacio: dos monedas nacionales de un colón, una de 1948 y otra de 1994, traspasadas por la desidia y pérdida de valor económico o el costo de vivir hoy, y que por desidia quizás titula “El Último relato” (2012). Me pregunto ¿por qué tantos relatos?, si para hablar de estas problemáticas cada día inicia con un nuevo relato, con una nueva evocación o más reciente realidad.

Cuestiona a ubicarnos respeto a los valores monetarios, otro entramado de métricas traspuestas en las hojas de contabilidad o en los tableros de las computadoras que enfrentan a las narrativas de las transformaciones sociales que se miden con rudimentos de la inflación, de la usura o el dinero sucio y pervertido por las mercancías al margen, más cuando tanto se habla de los paraísos fiscales, corrupción e incontrolable violencia por el comercio de mercancía como los estupefacientes, las armas, e incluso la trata de blancas. Hoy en día, una cosa hace a la otra, como aquellas manos de Escher que se dibujan a sí mismas para redibujar el paisaje contemporáneo compuesto de vectorizaciones de lo absurdo, de lo violento, de la arena donde mueren los gladiadores modernos después de gritar al nefasto poder: “Te saludan quienes van a morir”.

Atañe a la capacidad que tiene el arte de indagarnos, de someternos bajo la lupa existencial o cruce de vectores que solo pueden ver otros pues quedamos exentos en tal indagatoria. Tal cual se comportan como pliegues ilusorios, y, como florecillas del alba, engalanan un momento, pues luego desaparecen al clarear la mañana y calentar el sol.

Después del recorrido a las distintas salas de esta exposición, persiste en el pensamiento la memoria de la metáfora de Verónica Navas “Transplantarse” (2020), acto de ver nacer y hacer crecer un árbol desde la entraña, vientre de un cuerpo como el de la princesa Ixkikꞌ, hija de Quqjumakik, uno de los Señores de Xibalbá en el inframundo maya descrito en el Popol Vuh, por ello se le conoce al jícaro (Crescenthia cujete o alata) como el árbol de la sangre; y al titularlo “Trasplantarse” ella, la artista, y tal y como lo aceptó la princesa maya, está dispuesta a prestar su propio vientre para que renazca la cultura mesoamericana. Y, como de herencia maya hablamos en esta intersección, o extrapolación situada, lo que representa el cero, al interpretar la vaciedad de la concha del caracol cuando dimensionamos una recta y por ende un plano o un espacio morfológico-geométrico o algebraico: el cero representa el origen de dicho cruce de ordenadas y coordenadas que tematiza esta intensa propuesta en el Museo Calderón Guardia.

Quizás como conclusión a como dije “intersecciones situadas”, diría que hoy en día más que plantear barreras limítrofes buscamos escindirlas, borrarlas con una acción disruptiva (in)consciente, de fluir en la deriva (Guy Debord) tal y como lo pensó Díaz-Bringas y Virginia Pérez-Ratton al definir Estrecho Dudoso 2006 y que podría llamarse “delgado hilo, o el insalvable abismo…”. Nos recuerdan tal grado de la paradoja, contradicción o mapeo de vectores ilusorios: “En ese espacio donde coinciden la grieta y la sutura, el aquí o el allá, el deseo del contacto y su imposibilidad” (Díaz, 2006, p. 23). Aunque todo esto sea vaga ilusión, está dibujado por la mano de los estrategas del poder, las que a cada instante se dibujan y redibujan a sí mismas.

Bibliografía

Pérez-Ratton, V. y Díaz, T. (2006). Estrecho Dudoso. San José, Teorética.
Ríos, B. (2021). “Situacionismo, psicogeografía y deriva: una cartografía de emociones publicado en las mismas redes”. Geografía Infinita.