Los acontecimientos culturales que tuvieron lugar en la ciudad de Cartago durante los años 70, en particular los realizados por el grupo de trabajadores de la cultura La Puebla de los Pardos, fundado en 1975, resultaron fundamentales para el desarrollo artístico y cultural de esta provincia. El nombre del grupo fue elegido en honor a la barriada donde funcionaba el Ayuntamiento de Cartago (1563) en tiempos de la colonia. Ese casco central aglomeraba a a las familias españolas, que ostentaban las estructuras de poder y clericales. Criollos, mestizos y originarios indígenas permanecían marginados, trabajando para la clase dominante.
En la década del 70, en el contexto de un auge de la sensibilidad política expresada en el arte, el grupo, del que tuve el honor de ser parte, se proyectó a comunidades alejadas a través de distintas manifestaciones artísticas. Este ensayo es, más que nada, un ejercicio de memoria con el que solo aspiro a evocar a sus miembros fundadores y dejar constancia de algunas de sus principales acciones.
Zulay Soto Méndez (Cartago 1941)
Licenciada en Artes Plásticas por la Universidad de Costa Rica (UCR) y Museografía por el Instituto Paul Coremans de Churubusco, México, fue la fundadora y primera directora del Museo del Jade y la Cultura Precolombina del Instituto Nacional de Seguros. Participó en la mayoría de las memorables reuniones de La Puebla, en las que todos los participantes buscábamos ponernos al tanto de las principales líneas del pensamiento crítico intelectual, la poesía, la psicología, la política, la sociología, la antropología social, para forjar el bagaje intelectual que se luego reflejaríamos mediante nuestra creatividad en la cultura.
El grupo, del que Zulay yo fuimos miembros fundadores, se formó en la escuela de arte Juan Ramón Bonilla, que había abierto sus puertas por aquellos años. Ya desde sus inicios, organizamos giras culturales y aglutinamos a artistas de otros cantones y distritos de la provincia, con el auspicio de instituciones superiores provinciales nacientes, como el Tecnológico y el CUC. También convocábamos grupos de trova, poesía canto coral, danza, y nos trasladábamos a las comunidades rurales para pintar allí y animar la vida artística local.
Entre fines de los 70 y principios de los 80, en las ruinas de Cartago funcionó el “Parque de la expresión”, que congregaba a artistas locales, poetas y pintores de la región. Eran años de intensa producción artística, y Zulay Soto introdujo el arte psicodélico, en sintonía con la música rock que conquistaba a la juventud mundial. Como parte de esa gesta, organizó conciertos en espacios poco comunes, buscando emular del festival Woodstock, 1969. También buscó afianzar en el medio local el lenguaje Pop que condujo al Arte Povera, Matérico y Conceptual, tendencias que prepararon el terreno para el ingreso del Arte Contemporáneo en los años 90.
Aquellos aportes artísticos coincidieron con las luchas estudiantiles de finales de los sesenta, y la oposición armada contra el dictador Somoza en Nicaragua. El grupo buscaba generar conciencia en torno a las presiones del poder hegemónico que se filtraban en el istmo centroamericano, y Zulay, a través de su serie de grabados de la “Izquierda Erótica”, introdujo lo pulsional y la poética del deseo, que se oponían a la sociedad cuadrada y mojigata de aquellas décadas.
Recientemente, Zulay expuso en la Benemérita Biblioteca Nacional un importante testimonio de aquellas transformaciones, recopiladas en recortes de periódicos en que se percibe su posicionamiento propio de una mujer adelantada a su tiempo. Su más reciente exhibición en la sala el Umbral del Museo de Jade y la Cultura Precolombina, titulada Interpretación artística de la Cerámica de la Gran Nicoya (Patrimonio Arqueológico Costarricense), título del mismo libro publicado en esta ocasión, demuestra su potencial para investigar y documentar temas ligados al arte.
Carlos Moya Barahona: Tras un haz de luz
Los seres creativos son, por naturaleza, disconformes. Indagan en el territorio de la cultura y persiguen algo que no saben bien qué es, y, una vez que lo encuentran y dominan su técnica, de inmediato se ponen a buscar otra cosa nueva, porque lo anterior les resulta ya insustancial. Uno de estos seres fue Carlos Moya Barahona, maestro cartaginés que murió en 2019. En 2025 habría cumplido cien años, probablemente con la lucidez que siempre lo caracterizó.
Luego de obtener la Licenciatura en Artes Plásticas de la UCR, viajó a España a inicios de la década del 50, para estudiar en la academia San Fernando de Madrid, donde ya en 1954 comenzó a exponer. En la capital española integró los círculos de arte de las vanguardias que se formaron en esos años, en particular el Informalismo y el Arte Matérico.
Uno de sus principales aportes a la cultura nacional fue investigar y experimentar con materiales y herramientas de la tecnología del arte, que utilizó en la enseñanza artística desde su cátedra en la UCR. Grabó paisajes de enorme belleza, como los valles montanos y costeros; se interesó en las danzas lúdicas de “Los diablitos” de los pueblos originarios de Curré y Boruca; también exploró los días de mercado en su Cartago natal. Además, se interesó por los paisajes interiores de las casonas vernáculas de las zonas rurales.
Elaboró el arte de los textiles modernos: nudos de cuerdas que evocan quipus de la escritura incaica del altiplano andino, expuestos en la Galería de Bellas Artes UCR en 1975. Trabajó en la abstracción matérica de gruesa tectónica, utilizando arenas, sacos, gasas y sogas. También lograba efectos de transparencia muy sutiles mediante el uso de papel pergamino pegado a la tela. Eran como parajes interiores de las entrañas terrestres, en una sumersión en los abismos que también atañen a aquellos despeñaderos portados por nosotros, los humanos.
En sus últimos años volvió a explorar la cultura del agro, pintando campos donde abundaban verdes cultivos.
Jorge Koky Valverde: Legado
Jorge Valverde Cerdas (1949-2016) era un hombre de figura delgada y hablar crítico, que se caracterizaba por el uso de una jerga acalorada. A lo largo de los años que pude verlo trabajar, vi de cerca el nacimiento de Las Beatas de Cartago, una serie de pinturas suyas al óleo sobre tela, de gruesa tectónica y cromática terrosa a la espátula, compuesta por retratos de mujeres con cuello largo. Se trataba, claramente, de una referencia a Modigliani, aunque el prefería ligarlas al arte del ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, quizás por sus gestos y el particular lenguaje de sus manos.
Forjó sus ideas a la luz de los movimientos artísticos que se gestaron a inicios del siglo XX en Europa y Estados Unidos, como la Abstracción geométrica, el Constructivismo y Abstracción pura; también lo impresionaron sobremanera el fogoso Dadaísmo, en virtud de su carácter subversivo, así como el Informalismo que cobraba fuerza en Estados Unidos y Europa, y el Arte Conceptual.
Para Valverde, el resquemor, en Costa Rica, gravitaba en nuestro fuero interno. Era como un eco pulsional que emergía del taller, tal como como lo experimentábamos en La Puebla, fomentando sitios de reunión y debates con el objetivo de compartir un pensamiento profundo.
La obra de Valverde fue evolucionando hacia un arte introspectivo y existencial, de experimentación con materiales “povera”, como el yute, el mecate, e incluso hacia instalaciones con el tema de el ritual de la mesa. Su fuerte poética reflexionaba sobre las problemáticas sociales, donde las relucientes lozas y los manteles bordados de las menos dejaban entrever las espinas y los amarres de la existencia.
En 1993, el Salón Nacional de Artes Visuales del Museo de Arte Costarricense le concedió la Medalla de Oro, y, en 1997, recibió en vida el galardón Marco Aurelio Aguilar (1997) del Museo Municipal de Cartago.
Jorge Castillo Rojas: Arte y rigor
Al observar las acuarelas u óleos de Jorge Castillo, de inmediato comprendemos su inmensa capacidad para mirar. Ve más allá de lo que observan los demás, se detiene en detalles que van hasta el último milímetro. Desmenuza el despiece de las formas y los planos en una deconstrucción de lo observado. Su preciosismo se aprecia en sus cuadros de casas populares de madera, latón o concreto, pintadas in situ, en entornos rurales tanto como urbanos.
Al arte contemporáneo le interesa en mostrar el proceso, pues lo que importa es la conceptualización y los pasos para lograrla. Reflexionar sobre estas perspectivas desde la pintura actual y, en particular, desde lo urbano, establece una clara referencia a la obra de dos artistas: por un lado, la de Richard Estes (1932), La realidad como reflejo, que nos muestra los brillos de la urbe que se reflejan en ventanales, vitrinas y escaparates del comercio; por el otro, la de otro estadounidense, Edward Hopper, quien trabaja los caracteres de los materiales y cómo estos reflejan la soledad de las ciudades.
Dinier Matamoros Gómez (1959)
En el retrato, es la propia persona a la que se pinta o dibuja en realidad la que se retrata a sí misma. A través de las miradas, gestos, sonrisas, transmite la sustancia de su imagen. El artista advierte una pulsión que emerge de la entraña del modelo que tiene delante.
Lo mismo le sucede cuando se dispone a pintar el paisaje de la tierra, el mar, la ciudad o, sencillamente, el de una casa. En esos casos, el artista siempre tiene en mente el primero de los paisajes en donde posó su mirada, y defiende esa imagen a capa y espada para que no se vea contaminada por otras tierras, otros mares, otras montañas.
A lo largo de obra, el artista, grafista, dibujante y pintor Dinier Matamoros dibujó y redibujó los mismos rostros y los mismos paisajes sin percatarse de que, con cada cuadro pintado, se iba reinventando a sí mismo. Los ojos de las personas retratadas iluminan nuestra interioridad con una luz donde se vislumbra las energías del modelo y del artista. Es los paisajes, en los que buscaba el color, el esquema de la horizontalidad que infunde paz, el ensueño al fragor de un suspiro tenue que llena el pecho de aire, también podemos hallarlo a él. Son sus mares, sus montañas, la tierra de su interioridad, que pasa a ser también la nuestra.
Guido Chinchilla Alvarado (1957)
Este artista comenzó abordando el paisaje del valle montano con una técnica fluida en acuarela, óleo y acrílico, para luego avanzar hacia la representación de la figura humana, en especial la de la mujer. En su obra también fueron apareciendo algunas temáticas de objetos, flores y gestos que fueron llevando al borde de la abstracción. La adopción de esos signos del entorno natural, cultural, humano y material fue moldeando al propio artista, como sucede cuando nos miramos a los ojos y reconocemos en las pupilas del otro una imagen persistente, que es la de nosotros mismos.
Adrián Gómez Guzmán: ¿paradojas?
El sesgo particular del estilo de este pintor nacido en Cartago en 1962 es la negritud, el retrato de personas de color, lo que permitiría atribuirle a su pintura un carácter etnográfico. La investigación etnográfica es un método de la antropología social que potencia la observación de prácticas culturales y sociales que aluden a personas o culturas. En el caso de Adrián, constituye un estamento teórico-crítico que da valor a su arte.
Adrián es introspectivo. Se repliega sobre sí mismo para esculcar su interioridad, y allí parece haber encontrado su propio Caribe. Ese Caribe posee una arquitectura y una materialidad características, donde los niños y las niñas tienen peinados e indumentarias cromáticos, intensamente luminosos.
Luis Carlos Calderón (1957): aliento y poética
Con este artista cartaginés me unen entrañables recuerdos. Además de haber sido los dos miembros fundadores del grupo, y de haber frecuentado la escuela de Arte Juan Ramón Bonilla, en 1978 asistimos juntos al curso de litografía artística impartido por el maestro cubano José Bermúdez en el Creagraf de la UCR, y ese mismo año ambos recibimos la Mención de Honor en Dibujo en el Sèptimo Salón de Artes Plásticas del Museo de Arte Costarricense.
En sus creaciones, además de referencias Art Noveau, se advierte la influencia del Pop, el Rock y lo psicodélico. Su arte refleja la efervescencia de sus años de adolescencia y juventud, signados por el movimiento hippie que se oponía a los valores conservadores de la sociedad, la represión, el consumo y el capitalismo.
Los perfiles de sus retratos están dispuestos en una posición que se vuelve matriz morfológica, los rostros forjando un gesto retador o de elegancia que recuerda al Art Nouveau de la pintura de Gustav Klimt (1862-1918). Ese estilo de pintura modernista que personifica el amanecer de una nueva era ante los conflictos y tensiones que provocaron las guerras.
Los dibujos de Calderón, por su parte, presentan otro signo muy singular: de los labios emergen trazos sobre la horizontal, que buscan representar un hálito de expresividad, resaltando el poder del lenguaje verbal.
En este ensayó omití a dos integrantes de La Puebla de los Pardos. Uno de ellos fue la cabeza, el ideólogo y maestro del grupo, referente de un arte de elevada factura crítica y social; el otro es quien escribe estas líneas.
Cabe mencionar también a Otto Silesky, psicólogo de profesión que acompañaba al grupo en oportunidad de todos sus eventos, y participaba activamente en los grupos de estudios sobre psicología social y temas de carácter científico que llevaba a cabo el grupo. Otra persona que tuve gran influencia en el grupo fue Maritza Luján París, que falleció en 2014. Fue esposa del maestro Carballo y anfitriona de gran parte de las actividades donde nos congregábamos los integrantes de La Puebla.
En 1995, la Casa de la Ciudad organizó una muestra para celebrar los 20 años de La Puebla, a la que definió como “un grupo de artistas e intelectuales cartagineses reunidos bajo el nombre de la legendaria ‘Puebla de los Pardos’, que se caracterizó por su actitud inconforme durante la colonia, canalizó aquella actitud para afrontar las nuevas maneras de definir y desarrollar el trabajo cultural, y de hacer llevar el arte a las comunidades, y a los sectores periféricos desfavorecidos por las políticas capital-centralistas de la cultura nacional”.
Zulay Soto, collage con metales.