Hace unos días mientras leía el periódico, vi un artículo sobre el tráfico de órganos. En el mundo hay un pueblo donde a todos los hombres les falta un riñón porque lo han vendido. El precio que paga un comprador por un riñón es aproximadamente de €108.000 y el donante sólo recibe €2.000, según la OMS. Este dinero les permite mantener a la familia durante un año en Pakistán. El mercado de órganos es móvil y siempre está asociado a la miseria del que vende y a la riqueza del que compra. Al siguiente año otro familiar tendrá que sacrificarse por la familia, generando nuevos donantes y perpetuando esta actividad. Los principales compradores a nivel mundial son americanos, europeos, israelíes, emiratíes, y quien los pueda comprar.
Estambul fue hace unos años uno de los centros claves en el tráfico de riñones. A los vendedores-donantes los llevaban desde Moldavia en autobús, en un viaje muy lento, como se traslada a los animales al matadero, cruzando Rumania y Bulgaria hasta llegar a su destino. Los órganos eran vendidos hasta que las autoridades se enteraron y detuvieron el tráfico. El negocio se trasladó a Sudáfrica. Una situación similar a lo que pasaba en Sudamérica, donde se abastecían anteriormente. Ahora es en Centroamérica y México donde se ha establecido el comercio. China por su lado tiene un oscuro historial de tráfico de órganos de prisioneros condenados a muerte, para experimentos y trasplantes sin su consentimiento. Lo que atenta con los principios de la Bioética.
Al terminar de leer el artículo me acordé de mi última operación, una historia que comenzó en 1988. Desperté con un fuerte dolor que atravesaba mi abdomen, aún era de noche, intenté aliviar el malestar vomitando. No era un dolor que pudiese identificar. Me volví a acostar descompuesto, el dolor era persistente, punzante y generalizado, no me soltaba, me retorcía como a Gregorio Samsa. Me levanté y acosté un par de veces más; cuando el dolor fue a más me fui a la habitación de mi madre, la desperté para contarle sobre mi mal estado. Se levantaron ella y mi padrastro, eran las cinco de la mañana, y tuve que esperar hasta las siete porque era más barato. Era horario de urgencias o algo relacionado con la noche que era más caro; la noche siempre es más cara y oscura en Chile, donde la salud privada es un lujo.
Me llevaron en automóvil a la Clínica SM y entré en silla de ruedas por los pasillos de la clínica. Me atendió el médico y pidió pruebas. Me hicieron una radiografía y me pincharon un analgésico para el dolor, que cuando llegué a la clínica ya había bajado de intensidad. El diagnóstico fue un cólico nefrítico en el riñón derecho. Tenía 16 años y había experimentado un dolor terrible, el más fuerte que pueda soportar un ser humano.
El riñón derecho siempre se me terminaba helando y lo tenía que calentar. Encontré una solución artesanal: me ataba una bufanda en la cintura. Una temporada después que me volvió el dolor insoportable, decidí revisar el riñón. Fui al nefrólogo de la Clínica VDM en Madrid. Era el equipo del Dr. Ávila, un experimentado cirujano (su equipo no tanto como comprobaría tiempo después). Los resultados eran que tenía un cálculo renal de 5 mm en el riñón derecho. Por prescripción de una médico, de su equipo de nefrología, estuve tomando Acalka durante un año. Era una pastilla alcalina para deshacer el cálculo. Lo tomé rigurosamente durante un año, con la misma disciplina que tomo mis medicinas y complejos vitamínicos de todo tipo, y que están dentro de mis ritos.
Volví a la consulta del Doctor Ávila, fue la primera vez que lo vi. Era un octogenario que seguía operando y liderando un equipo. A pesar de las sugerencias de jubilación, él continuaba ejerciendo. Lo que me hacía pensar en cuál sería la verdadera razón que lo hacía seguir activo, ¿por dinero, vocación o vanidad? El Dr. Ávila al ver los resultados me dijo con voz solemne.
-Hay que operar, el cálculo tiene más de 5 mm.
-Pero he estado tomando Acalka durante un año, doctor Ávila.
-Pero si todos sabemos, hasta un estudiante de segundo año de medicina sabe que un cálculo superior a 5 mm no se deshace con Acalka.
Decía esto y me llenaba de volantes para pruebas de todo tipo, para operar el cálculo con ultrasonidos de choque que desintegrarían la roca.
-Tráigame todas las pruebas, vea al anestesista, y fijamos la fecha de la operación.
Mientras me levanto el Dr. Ávila, hundido en su escritorio por sus años, levanta la cabeza semicalva, con pocos pelos desordenados y canosos, y por sobre sus anteojos me mira cuando le pregunto.
-Doctor Ávila, ¿le puedo hacer una pregunta?
-Sí, claro, dígame.
-Entonces, ¿por qué estuve tomando Acalka recetada por una de las médicos de su equipo durante un año, sabiendo que sobre los 5 mm se debe operar?
Rápidamente para cubrirse las espaldas y la de su equipo, me respondió.
-Nunca hay que descartar la medicina.
Volviendo su mirada a su joven secretaria, una mozuela de unos 69 años, por el trato que tenían ¿sería su mujer, su amante o su hermana? Estaban mimetizados en la consulta, eran parte del mobiliario. Se dirige a su secretaria y le dice que haga pasar al siguiente paciente, el tiempo es oro y la salud no tiene precio.
-Que tenga buen día, Dr. Ávila. Hasta luego, señora.
Agarré mi mochila y me dirigí hacia la puerta. Lo miré con una sonrisa irónica para que supiese que su respuesta no me había convencido. Me sonó a monserga de cura y su Los caminos del señor son inescrutables. El Dr. Ávila y su equipo no serían los que me operarían, en la ecografía estaría la respuesta.
Una de las pruebas que me envió hacer el doctor Ávila era una ecografía. Llegué a la clínica donde me esperaba el Dr. Javier Sotomayor, un urólogo cubano que momentáneamente trabajaba haciendo ecografías. Nos reconocimos como extranjeros, me preguntó si era chileno porque mi acento se ha atenuado con los años, pero mi canto andino me delató. También acerté su nacionalidad, le dije que conocía la isla y desde ahí en adelante la conversación fluyó. Me contó que había vivido en Santiago de Chile y tuvo sus consultas médicas en Av. Kennedy, en un buen barrio de la capital, cercano al centro financiero de Sanhattan. El Dr. Sotomayor me convenció de no operarme mientras me hacía la ecografía. Después de examinar la imagen concluyó que por la ubicación del cálculo no podría salir por el conducto renal a no ser que trabajara de cabeza.
Con su experiencia como cirujano, había visto a muchas personas con cálculos similares o peores que no había sido necesario operarlos, que si podía evitarlo que lo hiciera porque los golpes del ultrasonido me dejarían hematomas. Esto terminó por convencerme. Cuando ya estaba la ecografía, me dijo que esa era su opinión, que de todas formas lo consultara con el médico, para no hacerse cargo de cualquier eventualidad con consecuencias negativas. Conversamos durante unos minutos intercambiando historias, comparando, la Habana, Chile, Madrid y Florida, para terminar hablando de la zona franca de Punta Arenas, la ciudad más austral de Chile, donde había comprado unas cajas de pisco y ron envejecidos en barricas de roble, a lo que respondí.
-Hago un Pisco sour con jengibre glorioso.
-Eso habrá que verlo y probarlo.
Invitación que no fue a más porque la evadí. Con su diagnóstico me alejé para siempre de la consulta del Dr. Ávila, convencido de no operarme y de continuar bebiendo abundante agua para el buen funcionamiento del sistema de los riñones. Así pasó el tiempo, con el paso de los meses y luego los años, tuve varios enfriamientos que me hacían sospechar que los dolores del cálculo volverían a golpearme en cualquier momento. Volvían cada cierto tiempo, nada insoportable, pero ya sabía que tenía una piedra que me tendría que quitar del riñón. Transportaba dentro de mi cuerpo un recordatorio crónico, una bomba de relojería si llegaba a salir por la uretra.
Cuatro años después de episodios de enfriamientos y molestias espaciadas en el tiempo, me fui a hacer un control para saber si el cálculo había crecido o se había desplazado, que era lo más peligroso. Llegué a una nueva clínica, después de media hora en la sala de espera vi en la pantalla mi número NCM 1735K consulta 33 y entré a un estrecho pasillo donde las secretarias recibían las tarjetas del seguro médico para cobrar la prestación. Luego te devolvían la tarjeta y te hacían entrar en un box. En él se encontraba el Dr. Rubén Hidalgo, un Cirujano nefrólogo de prestigio. Al mirarlo me pregunté ¿será algún Borbón? Era el sosias del rey Felipe IV. Nos dimos las manos, apretó firme.
-Toma asiento, NCM. Cuéntame, ¿qué te trae por acá?
Me puse cómodo y le narré la historia que ya les conté, casi igual de detallada. Me tomé mi tiempo, hasta que El Rey se comenzó a enervar, los tiempos del sistema son mínimos, la gente se sienta ante un Diostor, que por lo general te explican mal o como hablando para sí mismo, como si uno no tuviese la capacidad de entender. Me gusta que me expliquen qué me pasa y por qué. Nuevamente pruebas, lo primero un TAC y una analítica de sangre. Me dijo que cuando tuviera los resultados volviera. Al despedirnos nos volvimos a dar las manos, el rey con su sonrisa palaciega apretaba y yo no me quedé atrás. Me fui con los volantes para hacerme las pruebas.
El Dr. Ruben Hidalgo, tenía aspecto de acromegálico por las dimensiones de su cuerpo en relación al tamaño de su consulta diminuta, me recordó la fotografía de Diane Arbus, Un gigante judío en casa con sus padres, en el Bronx, Nueva York, 1970. La consulta parecía una pequeña oficina de IKEA, sin ventanas. La división era de tabiquería, para maximizar el rendimiento con más consultas por hora, time is gold. Cuatro de estas consultas equivalían a una consulta “normal" de mi médico de cabecera del centro de salud del barrio.
El Dr. Hidalgo, como muchos médicos actuales, resuelve sus dudas y da su diagnóstico sólo después de ver los informes de las pruebas y los exámenes de laboratorios, radiografías, ecografías, TAC, RM resonancias magnéticas, analíticas de sangre o lo que haga falta para dictar sentencia. No como antaño donde los médicos antiguos que se basaban en la observación del paciente, examinándolo, auscultando y anotando los síntomas que les describían. Había tiempo para preguntar, escuchar, y recibir un diagnóstico, ahora todo es tecnología. El ojo clínico, talento de la observación que permite hacer diagnósticos rápidos y certeros, ha pasado a ser el dominio exclusivo de la tecnología científica. El instrumental quirúrgico en brazos robóticos que se puede manejar de un país a otro, telemáticamente, es la odisea materializada. La tecnología siempre ha venido de la industria de la muerte.
Poder ver los órganos es otra dimensión, una de la precisión científica, y no es ciencia ficción, está sucediendo ahora mientras operan a alguna persona con este método. El TAC, Tomografía Axial Computarizada, es una prueba diagnóstica utilizada para crear imágenes detalladas de los órganos internos, huesos, tejidos blandos y vasos sanguíneos. La mía era con contraste para una visión más detallada.
Después de un ayuno de seis horas te meten en una cámara cilíndrica del futuro, como en Odisea en el espacio 2001. Te advierten que sentirás un sabor metálico en la boca y un calor intenso en los testículos, lo que sucedió cuando me inyectaron el contraste con yodo. La sensación es claustrofóbica, la máquina hace ruidos mientras te escanea y una voz en off te dice que inhales y exhales cuando te lo indica. Una vez terminada la prueba te dicen que bebas mucha agua para disolver el contraste. Me fui con gusto a moneda vieja en la boca.
Le lleve la prueba al Dr. Hidalgo, pero en su lugar había otro médico que tendría la misma edad que el rey, unos cuarenta años. El Dr. Raimundo Martín-Forero, en el mismo cubículo pero a diferencia del remplazado se veía más proporcionado dentro de él, tenía el pelo peinado como los cayetanos y una chaqueta príncipe de gales. Nos saludamos y buscó los resultados del TAC. Me dijo que el cálculo renal seguía del mismo tamaño y que no estaba cerca del conducto renal, el mismo diagnóstico de Osvaldo Sotomayor. Pero me dijo que tenía un quiste en el mismo riñón, que tendría que mantener bajo observación, la prueba recomendaba Follow Up. Nos despedimos hasta el nuevo control que teníamos agendado para abril del año 2020, pero la pandemia dilató el nuevo TAC hasta marzo del año 2023.
Repetí la experiencia del TAC con contraste a mediados de marzo, los testículos calientes, la boca con gusto a moneda, un sabor asociado a la infancia y la fijación oral. A fines de marzo no estaría en Madrid, tenía programado un viaje al cono sur, Buenos Aires, Santiago de Chile y la región de Valparaíso. Pensé que si tenía algo grave o anormal me lo dirían, enviarían un correo. Me fui de viaje y estuve casi dos meses fuera. A mi regreso a Madrid vi el TAC que me habían hecho, las imágenes de cada capa del tórax, los órganos y el corazón palpitando, me dejó maravillado, vi sus posibilidades estéticas, como material para alguna transformación, y prueba de ello eran esas imágenes. Una visión tridimensional, la cartografía de mi ser corpóreo arrojado a la existencia. El objeto sujeto.
Me habían operado tres veces hasta ese entonces, la segunda vez a los 16 años de rinoplastia para corregir el tabique que se desplazó cuando me caí y fracturé la nariz saltando en BMX a los 14 años. Por las noches se me tapaba la nariz y mi lengua seca como la de un gato. Cuando me llevaron al pabellón con la humillante camisa de hospital, que se amarra por atrás dejándome con el culo al aire, desde la camilla veo al cirujano. Me recibe en la entrada con un sándwich en la mano. Cuando terminó de tragar me preguntó cómo me sentía.
-Termino esto y operamos.
Se secó la mostaza de los labios y afiló su bisturí. La naturalidad de su actuación me hizo sentir como si fuera un automóvil al que hay que cambiarle los filtros. ¿Dónde estaba la humanidad? Un poco de consideración, pase a ser un objeto, un artefacto a reparar.
Volviendo al 2023, fui con el último TAC donde el Dr. Hidalgo, el rey, nuevamente esperando mi turno, viendo cambiar los nombres y las consultas donde tenían que entrar. Aún se llevaban las mascarillas en el sistema sanitario por el Covid-19. Me reconocí en la pantalla, NCM3758E y me dirigí a la consulta. El apretón de manos de rigor.
-Hola, toma asiento, NCM.
Abre el archivo con los resultados y las imágenes.
-Tienes un pequeño tumor cancerígeno, casi con una certeza del 99%, el tumor es pequeño, pero hay que sacarlo ya.
-Pero si lo tengo hace años, ¿estás seguro? Yo venía por un cálculo y ahora resulta que tengo un tumor. ¿Tengo cáncer? ¿Y por qué no me buscaron antes para avisarme si es cáncer?
-Tranquilo, está en una primera etapa, no veo que se haya extendido al riñón. Es operable, estás en buenas manos, tenemos tecnología robótica de última generación que es más precisa y menos invasiva. Yo solo opero con Da Vinci.
Me sonó al programa de edición de video que utilizo y que tiene el mismo nombre. Mientras pensaba en la palabra cáncer y el peso que tiene: es muerte, si no se ataja a tiempo.
-¿Qué es Da Vinci?
-Es una consola con brazos robóticos y un sistema de visualización de alta calidad, donde el cirujano opera cómodamente con una imagen tridimensional del órgano a intervenir. ¿Qué seguro médico tiene?
-Sanitas.
-Creo que no lo cubre.
-¿Y qué otra forma de operar hay?
-Hay técnicas anticuadas que yo no utilizo.
Se puso didáctico y me hizo una metáfora.
-Se puede ir a Barcelona de varias formas, Da Vinci sería la forma más rápida y eficiente. Agiliza la recuperación postoperatoria, disminuye el dolor, la pérdida de sangre y deja menos cicatrices.
-¿Y cuánto cuesta la operación?
-Son €12.000, con su seguro serían €9.000, de todas formas que se confirme la secretaria.
Me entregó las pruebas para la operación, me dieron hora al anestesista. Me fui medio aturdido de la consulta, con la mascarilla me faltaba el oxígeno. Salí como pude del Hospital HMS con el peso de la sentencia, cáncer 99%. Crucé la calle y me fui a un bar a hablar con mi mujer, MSP, y contarle el panorama, le dije lo de Da Vinci que nunca había aparecido en mi presupuesto. Me tomé un par de cervezas y una copa de whisky con Coca-Cola. Me quedé en la barra del bar, pensando en mi futuro inmediato, no entendía cómo no me habían intentado localizar para darme los resultados. Es cáncer, no una verruga. Me fui en Uber a casa, la verdad es que cómo no me sentía enfermo no me podía ver muriendo, pensé que no me pasaría nada y si pasaba no dependía de mí voluntad ni la del Señor, si no de mi cuerpo.
Me cambié al hospital de mi aseguradora, SLM. Ahí me atendió un nefrólogo jovial, el Dr. Vicente Cardenas, tenía humor y buena cintura, era un cirujano menos acartonado que Hidalgo. Le conté lo del tumor y me envió a la oncóloga con carácter de urgente.
-Vamos a operar de todas formas pero la oncóloga te pedirá algunas pruebas más.
Al día siguiente tenía hora con la Dra. Isabel García, una mujer morena maciza de pocas palabras. La saludamos y comenzó el interrogatorio.
-Enfermedades crónicas, alergias de algún tipo.
-No, y alergia sólo a las coníferas.
-Operaciones, ¿lo han operado?
-Sí de apendicitis, rinoplastia, de varicoceles y me sacaron un melanoma hace 30 años.
-Un melanoma, mmm…
Lo que me llamó más la atención fue la atmósfera espesa del departamento de oncología, era un gran recibidor con botellas de agua para los enfermos y acompañantes. Fui con los papeles a recepción y me atendieron, no hubo contacto visual, me imaginé que sería un acto hermético, para no involucrarse con los que estábamos en el precipicio, en nuestros últimos días.
Me envió una última prueba, una RM resonancia magnética urgente. Me explicó que la diferencia entre el TAC con contraste y la RM era que la última emplea un campo magnético y ondas de radio para obtener imágenes detalladas, que sería la prueba definitiva. También con contraste esta vez con un derivado de gadolinio. Sentí la misma sensación que con el TAC, estar dentro de una máquina, un túnel del tiempo que te lleva a ninguna parte, que hacía otros ruidos. Sentí que el hueco donde me metieron era más pequeño, escuchaba la voz en off y el sonido del anillo cilíndrico que giraba atravesando mis órganos con sus ondas magnéticas.
Fui a mi médico de cabecera de la seguridad social, el Dr. Leopoldo, quien me dijo que me podrían operar en un hospital público, me enviaría de urgencia para que me intervinieran. Le dije que lo haría en la sanidad privada, que tenía seguro, no quería esperar. Pese a que la intervención no supondría ningún costo económico. La espera fue lo que inclinó la balanza.
De vuelta en oncología, fui con mi mujer, llevé mi ordenador portátil para mostrarle las imágenes al médico por si no las podía ver. Confirmó el diagnóstico de cáncer en fase 1 de 5, lo cual es bueno dentro de lo malo. Me dijo que hablara con el cirujano para la operación, que me dieran hora. Le pregunté por la recuperación y me dijo que dependía de cuánto riñón me sacaran.
-¿Cuánto riñón me van a sacar?
-Depende de lo que se haya extendido.
Mi mujer me dijo que ya me habían dicho que me podían sacar un trozo de riñón. Le dije que nunca me habían dicho eso.
-Si te lo dijo el Dr. Cardenas.
-Solo hablamos del tumor.
-Ya, pero depende de lo te diga el doctor.
-Ufff, amor fati.
Nos fuimos del hospital y volvimos unos días después a la consulta con todos los resultados. Seguía siendo un número NCM6589A. Ya en el consultorio, acompañado por mi mujer, entramos a la consulta que tenía unas dimensiones a escala. El Dr. Cardenas abrió un libro gordo, como el libro de clases de los profesores y me dio una hora. La cosa era urgente así es que me operarían cuanto antes, me dijo que me dejaría en buenas manos y me dio un par de nombres de cirujanos, la cosa sería al azar, el doctor de turno. Le manifesté mi visión de la deshumanización de la medicina y la cosificación de los pacientes, que me preocupaba estar en buenas manos. Le conté sobre una viñeta de Quino, la escena que dibujo era un quirófano con un paciente con cara de angustia viendo en el techo unos ángeles en una cúpula con un fondo luminoso y en el borde de la cúpula una inscripción que dice Errare humanum est.
-Lo malo es que la operación la tendrá que hacer otro colega, me voy de vacaciones.
-¿No las puedes cambiar?
-Tú también podrías postergar la operación hasta agosto que vuelvo. Lo mejor será que te lo haga otro cirujano con su equipo.
-Me tienen que sacar un trozo de riñón me dijo la oncóloga.
-No, hombre, no, es solo el tumor, te operaremos con Da Vinci.
-Pero eso son €9.000.
-No te preocupes, siendo de Sanitas te saldrá menos.
-¿Y no puede ser por Laparoscopia?
-Eso es el pasado, baja al módulo para que te hagan un presupuesto sin compromiso.
-Pero no quiero operarme pagando, me vale con la Laparoscopía, ¿también me sacarán el cálculo?
-No es un dos por uno, son operaciones diferentes.
-¿Tendré que hacerme quimio o radioterapia?
-No creo, porque está localizado en el exterior y no será necesario, habrá que esperar la biopsia. Pero en estado 1 el cáncer no es agresivo. Bajen a pedir un presupuesto y cuando lo decidan se lo comunican a la secretaría para concretar el tipo de cirugía. Firmar los consentimientos informados para la operación.
El consentimiento informado tiene como objetivo proteger al paciente en las operaciones quirúrgicas. Es un proceso mediante el cual el paciente otorga su conformidad libre, voluntaria y consciente después de recibir información adecuada sobre la intervención que afectará su salud. Suele cubrir las espaldas de los médicos y las posibles negligencias.
-Muy bien que tengas buenas vacaciones.
-Que salga todo bien, te veo después de la biopsia en agosto.
-Adiós, gracias.
Bajamos a la sala donde se daba el presupuesto para operarse con Da Vinci, que en realidad era como un stand de telefonía móvil o agencia de viajes, con un fondo celeste caribe, para relajar en teoría del color. Con las características de la máquina del futuro. Cuando lo vi ya no quería ni preguntar, pero mi mujer me dijo que viéramos. Acepté a regañadientes, los hospitales me ponen de mal humor y más la venta de un servicio que tendría que estar incluido en el seguro.
-Buenas tardes, tomen asiento.
-Hola, quiero un presupuesto para operarme del riñón con Da Vinci.
-Es la mejor opción, la salud no tiene precio. ¿Qué seguro tenéis?
-Sanitas.
-Tenéis muy buenas condiciones de €12.000 solo se queda en €6.000.
Termina de sacar unos cálculos en su computadora y finalmente vuelve a dirigirse a mi mujer, parece que yo no tenía una buena disposición, no estaba receptivo a la venta y se me repetía: la salud no tiene precio. Nos trataba de vender la operación con Da Vinci, lo entiendo es su trabajo. Nos pasaba los folletos y un contrato para la intervención.
-Teniendo en consideración que su seguro es dueño del hospital la operación son €6.000, incluye parking y una estancia VIP, para usted y su acompañante, menú a la carta y una habitación con una cama adicional, TV con plataformas para ver series y películas. Un servicio premium.
-Pero si es vuestro el hospital, ¿por qué no está contemplado en el seguro?
-Vale, muchas gracias, lo vamos a pensar.
-Es que es lo último en tecnología y hay pocos Da Vinci en España. También lo pueden financiar en cuotas, sin interés por ser de Sanitas.
Me pareció que me forzaban a elegir El Robot, imagino que como tecnología de última generación hay que amortizar el equipo y la especialización de los cirujanos, hasta que sea la norma. Volvimos a subir a la consulta y dije que quería operarme por Laparoscopia. Me pareció agresiva la estrategia de marketing, si hubiese sido una cosa de vida o muerte o si me tuvieran que sacar el riñón completo, intervenir el corazón, cerebro o el hígado, me hubiese planteado la experiencia VIP de Da Vinci. Con €6.000 pensé en un viaje fantástico, cócteles y paisajes exóticos.
La operación la realizarían el lunes 10 de julio a las 18:30 h. El sábado anterior me hicieron una prueba de sangre y compatibilidad, para conocer el grupo de sangre por si la necesitaban, y me pusieron una pulsera con mi nombre y mis datos para la cirugía. Fue un recordatorio todo el fin de semana que la hora se acercaba, un reloj de arena en la pulsera.
Después del impacto inicial del diagnóstico tuve que comunicárselo a mi familia y a algunos amigos cercanos. No me gusta dar lástima ni alarmar a nadie. Ya había pasado por el proceso del Amor Fati y el Memento Mori. Sabía de Epicuro, los estoicos y Baruch Spinoza, Nietzsche, Jung, y otros autores reflexivos que me hicieron tener mi propia visión de la vida, de lo transitorio que somos, el Dios Cronos siempre nos termina devorando. Ya lo había vivido con mi abuelo, mi padrastro y mi padre.
Estas experiencias me hicieron comprender que somos arrojados a la muerte y que nuestra vida hay que dotarla de sentido espiritual. Estamos ante dos absolutos, el primero es que estamos vivos y el segundo es que moriremos. Somos seres espirituales viviendo una experiencia humana. “Generación va y generación viene, más la tierra es la misma”, Eclesiastés. Es más fácil para los religiosos que tienen el fin último resuelto, no es mi caso. No iré ni al cielo ni al infierno y menos al purgatorio. Y en el caso de que exista un dios como el cristiano con arrepentirme tendría la indulgencia y la vida eterna.
Ante esta situación me alié con mi destino. La preocupación por alguno de mis amigos me hacía sentir enfermo. Me recetaban meditaciones, pensamientos positivos, hacer ejercicios, recomendando series, películas, y los más urticantes libros de autoayuda para mantener la fe. Todo tipo de soluciones que escuchaba entrecortado, ya sabía lo que había y lo que tenía que hacer, es parte del protocolo social dar consejos y recibirlos sin pedirlos. No quería consuelos. Sentía como si me hablaran de otra persona y no de mí.
Me contaban experiencias de familiares o amigos operados de cáncer y de sus recuperaciones. Hablaban de temas que me desagradan, de enfermedades y casos de gente que había pasado por cosas peores. Como mi amigo, Alex, al que le sacaron un riñón, por un cáncer hace unos años. Me contó con detalles su experiencia, pero hubiese sido mejor no saberlo. Pensaba en mi fuero interior que todo saldría bien.
Entré en el quirófano a las 19:00 h. y salí sin saber qué hora era, estaba aturdido por la anestesia general, tenía mucho frío pese a los 37 grados del exterior. Pasé la noche en la UCI con calefacción y tapado con mantas. Me dijeron que todo había salido bien, que descansara, pedí una pastilla para poder dormir. Al despertar estaba lleno de tubos de drenaje y una sonda para poder orinar.
Sabía por experiencia propia que después de someterse a una anestesia general hay que estar muy quieto y hablar poco, algo que no hice la última vez que me habían operado. Al día siguiente no me podía mover, tenía el cuerpo completamente agarrotado. Le imploré a mi madre que me dejara un día más en la clínica para recuperarme, lo que no ocurrió.
Estuve hospitalizado cuatro días. A pesar del dolor quería recuperarme pronto y para ello tenía que tener buena postura y caminar, lo hice con mi bastón médico, el porta suero y con todos los tubos de drenaje, y la sonda con la bolsa de orina. Aunque mi mujer pensó que yo iba a ser un mal paciente por mi carácter y fobia a los hospitales, fui un paciente ejemplar, paciente y obediente. La comida en el hospital fue inusualmente buena, incluso me sorprendieron con un plato gourmet de pollo al curry, papas y cebollas.
Durante los días que estuve internado, una de las cosas desagradables del postoperatorio era ir al baño sondado. El día en que me dieron el alta y antes de irme, me las quitaron. El primero en sacarme fue el del abdomen, me hicieron 5 incisiones, el más grande es donde estaba el drenaje abdominal, que me dolió, pero el dolor más lacerante fue la sonda para la orina, un tirón seco, con sangre y orina. Justificaban la brusca acción para no hacerme sufrir de más. Lo que me dejó con dolor peritoneal durante días.
Así pasó julio y para la revisión de agosto y la entrega de los resultados de la biopsia, ya estaba recuperado. Me reencontré con el Dr. Vicente Cardenas, quien no me operó. Las vacaciones habían borrado su memoria y daba por hecho que sí había sido él. Nunca supe el nombre del cirujano que me operó.
-Se nota la diferencia de una operación con Da Vinci.
-Le dije que me había dejado un segundo ombligo, por la cicatriz del drenaje.
-Yo no hice el corte.
-¿Y quién fue?
-Eso no se puede contar, somos un equipo. Lo veo todo bien. Y te quiero dar una muy buena noticia, la biopsia dio negativo para cáncer. Estás sano.
-¿No había una forma menos invasiva para hacer una biopsia? ¿Y el 99% de posibilidades de que fuera cáncer? ¿Y todos los TAC y resonancias?
-Lo que pasa es que el tumor no tenía grasa, los tumores benignos la tienen.
En tono irónico le respondí.
-Me gané la lotería.
-Algo así, no tendrás que hacerte controles ni nada, estás sano. Si hubieses sido mayor no te hubiese operado. La agresividad de un cáncer es mayor en los jóvenes.
Nos despedimos en buena sintonía. Le conté el chiste del millonario al cual le diagnosticaron necrosis de pene y que su única solución era cortarla, pero supo de un monje Tibetano que podía curarlo. Al llegar frente al monje, el millonario le pregunta.
-¿Hay que cortar?
El monje le responde con acento chino.
-No, cael sola.
Me fui feliz a medias, estaba sano pero el costo psíquico y físico fue grande. Al menos sin la deuda económica que hubiese significado operarme en Chile. Había una gran diferencia al estar bajo la protección del sistema de salud y los seguros médicos, que funcionan, en España. En Chile, mi padrastro que había pagado altísimas cuotas toda su vida en la Isapre, cuando tuvo que usar el sistema producto de cáncer intestinal lo internaron en una clínica, al morir con metástasis, debía 100 millones de pesos. Dejando un legado siniestro para sus familiares, es lo común en los países subdesarrollados. El cirujano nunca diferenció la operación por Laparoscopia de Da Vinci, el robot cirujano. Pensé en todo lo que había pasado, aún tenía el cálculo en el riñón y recordé el bus de los Moldavos, condenados de hambre. El sistema es perverso.
Meses más tarde, cuando estaba frente al mar del caribe tomándome varios mojitos y cócteles disfrutando de la vida y su diagnóstico. ¡Me había ahorrado €12.000 en Da Vinci! Innecesarios, no tenía cáncer. Viviría al límite, cuidándome, sin saber que el sino de cada persona está predestinado.
Me metí al agua en una playa paradisiaca del trópico. Flotaba sin nadie a mi alrededor, cosa que me sorprendió, vi a mi mujer llamándome desde la orilla de la playa, pero yo quería sentir el paraíso de estar vivo. La tarde había pasado de un sol radiante a un cúmulo cerrado de nubes espesas azul plateado violeta y comenzó a llover. Truenos y relámpagos en el horizonte acercándose, las palmeras salvajes al viento, era un espectáculo sentir la fuerza de la naturaleza, la tormenta borraba los límites. Cuando intenté volver a la orilla, un rayo súbito cayó en el mar turquesa, oscureciendo todo. Intentaron reanimarme, fue inútil. Ahora les escribo desde otra dimensión. Amor Fati, compañeros, no hay salida…
Notas
Intervenciones como la presentada en este escrito ya se llevan a cabo en la actualidad. Justamente este mes, un cirujano operó a 5.000 kilómetros de distancia con un robot en China.