Suena la alarma a las 06:00 am. Alberto se despierta de su pesadilla recurrente con su madre, el resumen de la historia de su niñez. Su madre Isabel lo está regañando sin motivos, delirando por algo que no ocurrió y lo culpa. Camino hacia la casa del jardín de la familia, Alberto le pide explicaciones, aunque ya sabe lo que pasa, es la enfermedad.

-¿Qué hice, por qué me castigas?
-Tú sabes.
-No, no he hecho nada.
-Termina tus deberes en el cuarto. Y no vuelvas a tirar la comida por el váter.

Para no alterarla más se inculpa.

-Bueno mamá, no volverá a suceder.
-A ver si aprendes.

Se queda encerrado en la casa multifuncional de 10m x 4m con ventanales. Era la habitación de las herramientas y el cuarto oscuro. Tenía unos focos para fotografía y unas telas para fondos para hacer retratos y bodegones. En el fondo hay una vitrina grande, antigua de madera con una colección ecléctica de objetos que son testigos del paso del tiempo y de la vida de una familia. Está decorada con pinturas y dibujos realizados por todos, hay caballetes, se siente olor a trementina, que le gusta. Hay afiches de ciclismo, del Tour de Francia, el Giro de Italia, trofeos y fotografías de su padre compitiendo. Una mesa que apilan ordenadamente revistas y materiales. Según quien la ocupe, es evasión, trabajo o castigo. Alberto comenzó a ir voluntariamente a ese refugio donde realizaba sus manualidades y revelaba las fotos que hacía con la cámara Leica de su abuelo. A los 10 años hizo su primer álbum, La Casa, que giró en torno a su familia y mundo más cercano.

La bicicleta colgada en la pared central, era la “joyita” de su padre Francesco Giacomelli, la campeona. Sigue en el mismo lugar en homenaje a su padre, de origen italiano, quien ganó la Vuelta Ciclística de Chile en 1976. Abandonó su prometedora carrera a los 24 años para casarse con una mujer chilena, Isabel, dulce y cariñosa. Estaba eufórica ante la seducción del campeón italiano Francesco, y el amor explosivo que surgió entre ellos. Este se vino a vivir a Chile y montó una importadora de maquinaria italiana para trabajar el campo Fare la Sega. Al poco tiempo de casados, en medio del embarazo, Isabel fue diagnosticada de trastorno bipolar.

Era una mujer que vivía en un péndulo emocional. En sus periodos eufóricos transformaba toda la casa, la decoraba, le dedicaba tiempo al jardín, todo era una fiesta, se cambiaba de ropa varias veces al día, pasaba de un tema a otro con entusiasmo, vislumbrando oportunidades fantasiosas, cantaba y bailaba, bebía champagne, se comportaba de manera histriónica, efusiva en sus demostraciones de cariño. Era una mujer aparentemente feliz. Al otro lado del polo, se marchitaba. En la caída le afloraban las manías y paranoias; castigaba sin motivo a Alberto, este no se rebelaba, sino que se compadecía tratándola con cariño. Cuando su madre estaba así le regalaba manualidades o fotos que le hacía en sus tiempos libres, o en los de castigo en el taller desde donde observaba por la ventana la naturaleza. Era un buen chico.

Su hermana Patricia, tres años mayor, sabía moverse con sigilo por la casa, en especial en los días de episodios psicóticos que le daban a su madre. Pasaba desapercibida, aprendió esta técnica de su padre Francesco.

-Evítala, ya se le pasará, hablaré con el médico. Hay que regular la medicación.
-Ojalá que esta vez sea breve y no sufra.
-Tranquila Pata, ya volverá.

Se abrazaban en un gesto cómplice ante la situación en la que vivían, de vulnerabilidad psicológica de la naturaleza humana. Las medicinas ayudaban anestesiando su dolor y estabilizando el ambiente.

La empleada de la casa, Ximena, la consuela.

-Señora tómese esta Tila y no se olvide de sus pastillas.

Le pasa un vaso de agua y se queda de pie vigilando para cerciorarse que se tomará sus medicamentos.

-No me trates como enferma, ustedes son los que me enferman. Todo es oscuro y lúgubre en esta prisión… Me molesta la luz, cierra las cortinas Ximena.
-Ya verá lo bien que se sentirá, iré a encender la televisión, para que se distraiga.

Mientras cierra las cortinas del dormitorio.

-Será lo mejor, no soporto este silencio y menos el ruido. Tráeme un poco de champagne frío.

Ximena le llevaba Sprite en una copa.

Las pastillas le hacen efecto, se tranquiliza y se queda ensimismada mirando con la copa en la mano, telenovelas venezolanas, mexicanas y norteamericanas, Los Ricos también lloran, Cristal, Abigail, Topacio, Dinastía o Dallas. Le gustaba ver las desgracias de los ricos, que lo tenían todo, pero eran infelices y ver sus relaciones tóxicas eran un consuelo. Cuando iba recuperándose de la zona oscura dejaba de interesarse en estos culebrones y volvía a la normalidad, poco a poco salía de la caverna hacia la luz.

Alberto vuelve de sus recuerdos, se levanta, se ducha y prepara como todos los días religiosamente el desayuno para sus tres hijos y su mujer. Comienzan los sonidos de las notificaciones del grupo WhatsApp Los de la puerta de atrás 94, llamado así por su último año de colegio, era la salida, la puerta de escape, el lugar donde no volverían. Los mensajes se acumulan producto de la excitación por la reunión de esta noche.

Mientras Alberto deja servida la mesa con el desayuno, Lucía, su mujer, escucha las notificaciones del teléfono, ansiosa lo presiona para que responda los mensajes confirmando su asistencia. Ella está más entusiasmada que él por la reunión.

-¡A las 9 te quiero arreglado y listo para irnos!
-Sí, mi amor, lo intentare, tenemos mucho trabajo.
-Yo llamo a Carlos para que te deje salir antes…
-No, no, no, llegaré no te preocupes.

Lucía es la matriarca de la casa y tiene la última palabra siempre. Es una abogada penal exitosa que defiende a mafiosos, narcos y delincuentes de guante blanco, con los que obtiene pingües beneficios. Gana varias veces lo que Alberto y eso marca más su poder en el clan familiar. Él la ayudó a terminar la carrera y el Magíster en Derecho Procesal, sacrificándose y abandonando sus estudios, para ayudar con la crianza. No se tituló por trabajar en la empresa de su padre, para sostener a la familia.

-No vuelvas tarde, sé puntual, hoy es un día especial, veremos en qué están todos y lo viejos que están. Yo me siento igual, incluso mejor, porque he logrado todo lo que me he propuesto en la vida. Estoy rejuvenecida y bella. Seré la envidia del grupo.

Se mira en el espejo del baño y sigue hablando.

-Te apuesto que el guatón Romero no viene porque no entra por la puerta y el negro está pasando el plumero. Viste lo buena que soy, tienes mucha suerte mi monito.

Alberto replica en voz baja, desanimado e irónico.

-Un viaje al carrusel del pasado, lleno de fantasmas reales, apariencias y máscaras. También tengo ganas locas de ir.
-Deja ese pesimismo, te va a hacer bien sociabilizar, siempre te quejas de que no hacemos nada juntos, que nunca te saco. Es nuestra oportunidad de que nos vean, que fea es la envidia.
-Eso es por tu vida social tan ajetreada monita, los amigos del gimnasio, los compañeros de trabajo, los políticos, o sea delincuentes, y…
-Qué latero, para, para, para. Aquí y ahora, ya lo hablamos, Carpe diem. Arréglate bien esta noche. Para que no te quejes te haré un regalo, cómprate una camisa y chaqueta en Dolce & Gabbana, los pantalones, el cinturón y los zapatos en Armani, nada estridente por favor. Aquí te dejo la tarjeta, la clave ya la sabes, es mi día y mes de cumpleaños.

Y deja sobre la mesa la tarjeta Visa Infinite.

Días antes del treintavo aniversario de graduación, llegaron varias propuestas de dónde reunirse, en la parcela de Rodrigo o la de Renata. Esta última es rechazada porque el marido no es del agrado del grupo, cuando bebe de más se pone idiota y autoritario como patrón de fundo.

-Para estar incómoda en la casa de Huaso curao, para qué-, opina Pilar en otro chat.

Lucía le dijo a Alberto que ofreciera la casa, pero Carlos toma las riendas, decide unilateralmente que es una invitación, cada uno es libre de llevar lo que quiera. Su casa es la más estilosa, firmada por un prestigioso arquitecto. Su mujer, que es diseñadora, se ha encargado de elegir el estilo de la casa. Ha seleccionado las obras de pinturas, fotografías y esculturas modernas y sus muebles de diseño escandinavo, porque van a juego y forman parte de un todo. Ha salido portada de la revista Vivienda y Decoración.

Él envió los primeros mensajes en la mañana al grupo para que confirmen su asistencia y calcular la comida y bebidas para la noche.

-No faltará nada. Solo lleguen, tengo varias sorpresas preparadas.
-Traigan traje de baño los que quieran.
-¿Para resfriarnos? Jaja.
-Es temporada, estamos en el siglo XXI Pancho.
-Los que puedan o los que se atrevan.
-A mí me da lo mismo, estoy en la etapa de la aceptación. Me quiero como soy, con mis kilitos y años de más.
-Si es por eso, ¡nos bañamos todos en pelota!
- Carlos depílate, pareces un mandril de culo rojo.
-Esto va a terminar como reunión swinger.
-Yo no comparto con vos, California.
-Yo me sacrifico.

Muchos “jajaja”, emojis y stickers en los mensajes en La puerta de atrás, algunas chicas se molestan con los chistes machistas y otras aceptan el desafío porque confían en que podrán dar la talla por todas las horas de duro entrenamiento que han llevado por meses, es un escaparate para todos. El destino ha cambiado ciertos roles, algunos príncipes y princesas se transformaron en sapos, y en algunos casos se han invertido los papeles. El dinero es el poder transformador, te vuelve atractivo.

Alberto se toma el tiempo para pensar sus respuestas después de consultar a su mujer. Las excusas para no asistir pasan siempre por motivos familiares. En esta ocasión solo faltarán el Guatón Romero, el Negro Carvajal y Susana Figueroa, que vive en San Francisco.

-Guatón Rana, dice Pedro.
-Negro macabeo, dice Renata que está en todo.
-Estos no se dan por aludidos, dice Susana.

Exagerando las ganas de estar en la fiesta y darlo todo como en los viejos tiempos. Pide que le envíen las fotos de la fiesta. Los compañeros le piden fotos en bikini y ella envía una selfi sacando la lengua como una adolescente.

En el desayuno, Beto, diminutivo de Alberto, el hijo mayor que está en su último año de colegio, es guapo y popular como su padre, no deja de enviarle audios a su novia universitaria mientras se come una tostada. Hace caso omiso de su entorno, que está fuera del amor, hasta que se sube al auto. Elena no se quita los auriculares para escuchar música y canta. Su mellizo, Vicente, está viendo en su celular a un youtuber español que juega Fortnite, es su maestro. Se le cae la palta en la camisa del uniforme y dice joputa como su ídolo español. Elena se ríe de la desgracia de su hermano como una hiena. Vicente, rojo de rabia, le grita.

-¡Marimacho, todos dicen que eres un marimacho!
-Joputa, joputa, joputa.
-Mira lo que dice mamá.

Lucia lo ayuda a limpiarse. No soporta ver una mancha, es perfeccionista.

-¡Déjame! No soy un niño, tengo 16 años.
-Pareces de seis, o de tres con suerte, al Fortnite te gano con una mano, sólo te falta un babero y un gorro con hélice a este mamón, se burla Elena.
-¡Jofruta!, ¡jofruta!, ¡jofruta!
-Pará Elenita, comencemos bien el día.
-Si solo dije jofruta.

Lucia los manda a callar, pero Elena sigue molestando. Vicente mira a su padre. -Dile algo papá por favor.
-Háganle caso a la mamá, no la hagan rabiar.
-¡Todos a callar, ordenen sus cosas!
-Pero, mamá, si va a llegar la Chani en un rato, y es su trabajo.
-Levanten la mesa por lo menos-, dice Alberto.
-Entonces vamos a llegar tarde por tu culpa papá-, responde Elena.

Los chicos recogen la mesa de mala gana y se van a buscar sus cosas.

-¡Alberto, llévatelos que llegan tarde y acuérdate que en la noche tenemos la fiesta. ¡Yupiii!-, lo dice moviendo las caderas.

Lucia sigue dando órdenes.

-Que no se te olvide comprar unos buenos vinos. La Chani se quedará con los niños esta noche para que no se maten entre ellos.

A pesar de que pueden quedarse solos Lucía, que es una controladora, prefiere que su nana la ayude a mantenerlos a raya porque ha escuchado muchas historias de fiestas clandestinas en las casas de los padres ausentes, auténticos escándalos realizados por vándalos aborrecentes que terminaron con multa para los padres.

A las 7:45 h., Lucia se despide dándoles un beso y dinero a cada. Alberto se sube al auto, pone música para él, Pet Shop Boys, Always on my mind, ya que los tres pasajeros van escuchando su propia música. Los mellizos continúan con su pelea ritual, Beto los ignora mientras sigue con su lírica de joven enamorado enviando mensajes. Alberto se va pensando en la fiesta hasta dejarlos en la entrada del colegio. Les comenta que hoy no podrá recogerlos por trabajo. Se despide cariñosamente de ellos, y ya en marcha, los mira por el retrovisor y ve lo grandes que están. Beto camina igual que su padre.

Llega a las 8:30 h. a la empresa donde lleva trabajando 20 años, lo contrató su compañero, Carlos Ortiz, cuando tuvo que cerrar la empresa que heredó de su padre. Los chinos con sus maquinarias más baratas terminaron arruinando el negocio, ya no eran competitivos. Alberto se pasó meses sin encontrar empleo a pesar de tener las habilidades y conocimientos no era seleccionado por falta de contactos en el ámbito al que postulaba. Ahí fue cuando Carlos ante el problema de su amigo le tendió una mano y lo contrató en su empresa de publicidad Dido Comunicaciones. Sabía lo responsable y trabajador que era Alberto, quien estudió marketing y publicidad, mientras pudo antes de abandonarlos por tener que trabajar por obligación. Se sacrificó por un bien mayor, la carrera de su mujer. Alberto asumió la paternidad y maternidad hasta que Beto entró al jardín infantil. Fue cuando Carlos viendo sus cualidades le dio el puesto de productor ejecutivo multitask. Era un trabajo bien remunerado.

-Este puesto está hecho para ti, Alberto.
-Gracias, Carlos, por la confianza.
-Espero darte yo las gracias con el tiempo, no tengo dudas de tu compromiso.
-Ya tengo puesta la camiseta de la empresa.
-Y yo, las sudaremos a la sombra. Jajajaja.

Ese día en la oficina, se encuentra con Carlos camino a la salida y este le dice que será una noche inolvidable, que contrató hasta un DJ para que pinche música de la época. Y tararea inspirado Enjoy the Silence de Depeche Mode. Pasando a un tema más terrenal.

-Acuérdate de hacer las fotos de los gerentes y las anfitrionas, revisa que esté todo bien con los stands y el merchandising, dile a Marcela, la nueva community manager que suba las fotos a las redes… y a Gastón Briceño, el productor del Banco UPB, que me llame para agendar la nueva campaña de la banca online. Y a Barbara Urrutia de audiovisual que vea las fechas del rodaje de la bebida energética Ritaline Energy.

Alberto se retira confirmando y repitiendo lo que le dijo Carlos para demostrar que lo entendió perfectamente, es un buen soldado.

-Nos vemos a las 9:30 o cuando Lucía esté arreglada y lista. Ya sabes como son las mujeres.

Responde imitándolo. -Ya sabes cómo son las mujeres… Mamón, no llegues tarde.
-Lucia está ansiosa, llegaremos antes que tú.

Se ríen, Carlos contesta el teléfono, se despide con la mano y se retira hablando por un pasillo de la empresa. Alberto se va al estacionamiento, recoge a las anfitrionas y a todo el staff de producción y montaje, que lo esperan en el galpón de la productora. Son tres furgonetas y van al Centro de Eventos La Fontana. En el viaje ve los mensajes de Lucía, probándose ropa en una tienda de Marca, en la calle Alonso de Córdova, 15 fotos con distintos looks y sus dudas. La ve y le viene a la memoria cuando la conoció en su casa, era amiga íntima de su hermana Patricia. Compartieron juntos vacaciones de verano e invierno en Algarrobo durante varios años mientras fueron compañeras de colegio. Lucía a los dieciséis años fue su primera modelo y musa para sus fotos, posaba desenfadada con la belleza de esa edad.

En las vacaciones pasaban el día tomando sol y disfrutando de la playa compartiendo con grupos de amigos que eran vecinos de toda la vida que se mezclaban con los compañeros del colegio que vacacionaban junto a sus hermanos mayores universitarios, condición que los transformaba en hombres deseables para las chicas que estaban en los últimos años de colegio.

Al anochecer, antes que las pasaran a buscar, Lucia y Patricia se duchan y arreglan mientras Alberto y sus amigos las espiaban desde el jardín por la ventana empañada solo a Lucía porque Alberto no quería que vieran a su hermana. Ella se secaba sabiendo que la miraban, pero seguía con su juego de seducción indiscriminadamente. Le gustaba ser deseada, era coqueta, la fantasía de todos, en especial después del día que se agachó desnuda para recoger la toalla y los sorprendió encaramados a la ventana espiándola. Lucía sonrió y después de exhibirse se tapó con la toalla, mientras los chicos se caían como una torre de naipes para luego correr con el corazón en la boca. Comentaron el desnudo todo el verano. Nunca más sería vista con los mismos ojos.

Por la noche los universitarios las pasan a buscar en auto para ir a tomar algo y luego a bailar. Alberto, Oscar y sus amigos están sentados a la entrada de la casa sobre sus bicicletas observándolos. Desde el auto, un par de ellos, con voz burlona les gritan.

-Ustedes, ¿qué van a hacer?
-¿Van a ir a la feria, a jugar a los videojuegos?
-¿A mirar a las niñitas, ahhh?
-¿Se van a hacer pajillas viendo porno?
-Se les escapa la pipi, jajajaja.
-Déjalos que jueguen a las escondidas.

Patricia sale en defensa de su hermano. -No sean pesados ustedes también tuvieron 14 años. Tan retorcidos, no todos son como ustedes.
-Ay… el niño… no le toque al niño.

Alberto junto a sus amigos les gritan.

-Viejos calientes, lávense los dientes con pichi caliente.

Y se escapan contra el tránsito en sus bicicletas.

Una de las anfitrionas le pregunta a Alberto hasta qué hora dura el evento, se lo repite, al no tener respuesta un compañero le responde que a las siete.

Alberto saliendo de su ensimismamiento confirma.

-Eso.
-A las seis desmontamos y volvemos a la agencia.
-¿Y cuándo pagan?
-Como siempre, en quince días hábiles, acuérdense de mandar la boleta.

Alberto vuelve al pasado mientras conduce, al día en que tuvo que elegir quien sería su acompañante a la fiesta de graduación. No pensó en sus compañeras ni en ninguna otra mujer que no fuera Lucía. Ella aceptó porque Patricia se lo pidió como un favor, pero que no se lo dijera para no herirlo; pero, además, porque le gustaban las fiestas y sentirse admirada. Semanas después, en la fiesta de graduación se da cuenta que los niños ya son hombres, y fija su atención en Oscar, el más popular y guapo de su generación, el amiguito de infancia de Alberto. Después de la cena, bailan y beben y se amanecen en la cordillera contemplando la ciudad que apaga sus luces. El cielo oscuro pasa por distintos tonos de azules, hasta los celestes pálidos que acompañan al sol brotando de los Andes.

Lucía sigue a Oscar con la vista, él lo percibe y se acerca, le habla con su más seductora voz.

-Qué guapa te ves, Lucía, como siempre.
-Has cambiado, Oscarito, pero sigues siendo un crío en un cuerpo de hombre.
-No lo creo, ahora tú eres la pequeña.
-Más respeto con tus mayores, niñito.

Ella le aprieta el cachete de la cara de forma tierna como quien lo hace con un niño, pero Oscar le sostiene la mano con firmeza atrayéndola hacia sí, a su pecho, para que ella sienta que ya no es un niño y la mira penetrantemente a los ojos. Ella evade su mirada y se zafa de él. Alberto desde lejos ve la escena y se acerca con una copa para él y otra para Lucía. Oscar le quita la copa a Alberto.

-Andá a ver a Andrea que está llorando, dice que se quiere ir, que no has estado con ella, que se siente humillada.

Alberto exagera en este reclamo para sacarse a Oscar de encima y quedarse a solas con Lucía.

Oscar al escuchar esto se bebe la copa al seco y se la devuelve vacía a Alberto.

-Qué le da color, si no estamos casados, diez minutos de ausencia y un drama. No pueden estar sin uno. Volverá a jugar al suicidio, qué latera. La voy a ir a dejar y vuelvo.
-A esa edad las niñas nos ponemos tontas, ya se le pasará. ¡Vamos todos a bailar, Carpe diem!

Hay barra libre y algunos estimulantes, las luces de colores y la pantalla con figuras lisérgicas que se mueven con un efecto 3D, la gráfica de los 90. La música los tiene a todos inmersos en el trance de la fiesta tecno titulada Back door, la cual coronó el fin de ciclo e inicio de la adultez.

Vuelve en sí con un bocinazo, ve el semáforo en verde, alguien saca el brazo gesticulando como un simio para que se mueva. Su compañero de al lado, el copiloto, va contándole una historia de su hijo, de la cual no escuchó nada por estar en el pasado. Conduce hasta estacionarse, da las instrucciones al equipo y se ponen a montar el stand del Banco UPB.

Al mediodía se abrirán las puertas para los visitantes del congreso La IA y la banca. Perspectiva e impacto en un futuro que es ayer. El congreso gira en torno a la idea darwiniana frente a la tecnología, o te adaptas o mueres en este “nuevo” escenario. Alberto hace las fotos con su IPhone, ya no es necesario el fotógrafo, las fotos salen mejor que en la realidad. Habla con la gente que le encargó Carlos, Olivia la secretaria ejecutiva coordina y agenda todo. Pasa la gente y la hora, Alberto se aleja un momento del estand, piensa en la fiesta de esta noche mientras mira la hora se queda en blanco, vuelve al pasado.

Tiempo después de la graduación, es verano y en casa de los Giacomelli hay un asado familiar donde convidaron a sus amigos e hijos. Patricia y Alberto también invitaron a unos amigos entre ellos Lucía y Oscar. Se juntaron distintas generaciones del colegio. Es un día de sol, muchos se bañan y otros están preparando el asado en la parrilla, suena en la radio el CD 1979 The Smashing Pumpkins, las cervezas frías, la carne y el vino volvieron a poner frente a frente a Oscar y Lucía, cuerpos mojados, juventud, alcohol, ¿qué más? Después de una tarde larga de juegos en el agua, bailes y toqueteos Lucía va cediendo a los encantos de Oscar. En un cruce entre Lucía y Alberto, él la intercepta y se la lleva del brazo a un lugar apartado. Le declara su amor, en un acto arriesgado al mismo tiempo que desesperado, ahogado por la ilusión, pero es rechazado con cariño. Lucia le dice que ella lo ve como su hermano pequeño.

-No soy tu hermano ni soy pequeño. Soy un hombre que está enamorado. Haría cualquier cosa por ti. Ya verás, ponme a prueba.
-No quiero hacerte daño, puedes tener a la chica que quieras, estás obsesionado, ya se te pasará y nos reiremos.
-No creo, Lucía, esto no se me va a pasar, yo te amo.
-Tengo que ir al baño, he bebido demasiado, luego te veo.

Ella suelta sus sinceras manos, le revuelve el pelo y sonríe con ternura, lo deja en ese rincón, al lado de la casa del jardín, con sensación de vacío y desilusión como cuando era niño y su madre enfermaba. Alberto mira a lo lejos la fiesta, en la cual están todos divirtiéndose y disfrutando. El perfume de ella permanece en el aire y se va desvaneciendo al igual que su figura, que se pierde entre la gente.

A las once de la noche, aparece Isabel, la madre de Alberto, en pijama y bata, corta la música y los invita a irse. Francesco baja la tensión defendiendo que es una fiesta familiar y que están todos divirtiéndose, que la situación está bajo control. Isabel grita frente a todos y luego se retira con los brazos cruzados. Las mujeres de los amigos de Francesco celebran la medida porque se quieren ir hace rato.

-¡Francesco, no me desautorices! Los quiero a todos fuera a las 12 ¡y pónganse a ordenar ya!
-Habló la jefa, comenzó el toque de queda-, murmura un amigo de Francesco.
-Nos tomamos la última mientras ordenamos.

Francesco se encoge de hombros y vuelve a poner la música a un volumen bajo para comenzar a ordenar mientras se beben la última copa, con los que les han dado permiso sus mujeres que también están enfiestadas, otros se van con sus familias. Los más jóvenes se quejan y uno invita a su casa a seguir con la causa. En ese instante Oscar y Lucía aprovechan para irse juntos. Es el comienzo de un tórrido romance.

Suena el teléfono, Alberto vuelve al presente con la foto de Lucía que está en la peluquería con su actualizado peinado retro ochentero, aleonado, salvaje como a ella le gusta. Hace caritas como las chicas de la Generación Z, a la que pertenecen sus hijos. Él le responde que está más deslumbrante que de costumbre. Deja la camioneta de la empresa estacionada en la bodega, recoge su auto y se va a comprar los vinos y la ropa según las instrucciones de su mujer, siguiendo la paleta de colores neutros, la que siempre le recomienda Lucia porque lo estilizan y lo distinguen. Alberto tiene buena percha. De camino a casa, para ducharse, vestirse e irse, recuerda cuando supo del primer embarazo de Lucía y de la primera vez que la besó.

En casa, entre medio de los últimos retoques de Lucía, La Chani llama a los niños a cenar, estos cada uno en su mundo aborrecente, se pelean y reclaman la atención de sus padres. Lucía hace un paso de moda delante de sus hijos, Beto le dice que es la más bella y se queja del escote. Elena exige una compensación por el abandono. Vicente que siempre va por detrás de su hermana, también exige lo suyo, Beto tiene tarjeta de crédito por eso no reclama. Lucía y Alberto aceptan la extorsión emocional y prometen recompensarlos con cosas, logran subirse al auto. Chani se despide y cierra el portón eléctrico.

9:15 pm. Camino a la fiesta Lucía no deja de chatear con Renata, quien ya llegó a la casa de Carlos, le va informando quienes están y lo que sucede. Alberto mira de perfil a Lucía, y la ve el día en que ella le envió un mensaje pidiendo que fuese urgente a verla.

-Esto parece un centro de eventos. ¡No! Te mueres de lo gorda que está Carolina. Qué vieja se ve Carmen y qué mal se viste, teniendo dinero tiene pésimo gusto, y lo peor es su marido con ese olor a naftalina. El Cuco estupendo como siempre, vino con una pendeja que conoció por Tinder. A los Ferrer les va bien.
-¿A cuánto estás?
-Te dejo, llego en 10 minutos. Estoy deseando llegar, ahora te veo.

Alberto conduce, Lucía chatea, pero él solo escucha internamente la conversación que tuvo hace 18 años, cuando ella le dijo que estaba embarazada y como de costumbre llamó a su pagafantas Alberto, quien siempre acudía solícito ante los continuos problemas de Lucía. Era capaz de cruzar la ciudad para ir a buscarla a la casa de otro, a un bar, a una fiesta, donde fuera. Cuando se bajaba del auto y en la puerta de su edificio, aún media borracha, Lucía solía decirle.

-Alberto… eres el hombre perfecto, si no fuera porque eres como un hermano, sino fuera por eso…

Le daba un beso cuneteado o algún beso rápido en la boca y con eso se activaba la ilusión una y otra vez. Era el Uber para las malas noches, pero estos viajes tendrían los días contados porque la relación entre Lucía y Oscar se consolidó e hizo pública. Ante este panorama, desolado por la relación de Lucia con su mejor amigo, Alberto decidió darse una oportunidad con Mónica, una guapa morena, compañera de curso del colegio, que estudiaba Medicina. Él estaba en tercero año de la carrera de Marketing y Publicidad. Fue su primera relación con una mujer, eran buenos compañeros y amantes. Pasó el tiempo, pero Lucía seguía en el cuerpo de Alberto, sentía sus penas y angustias, como el día en que lo llamó y él estaba en la cama con Mónica y comenzó a pensar en ella y recibió la llamada de Lucía. Alberto al ver en la pantalla el nombre de Lucia, se levanta rápido, se disculpa y se va a hablar a otro cuarto. Mónica alcanza a preguntarle.

-¿Quién es, adónde vas?
-Nada, es mi hermana.
-¿Y por qué te vas?
-Ya te cuento, ya te cuento.

Alberto le contesta a Lucía sorprendido porque no sabía de ella desde hace más de un año.

-Hola, Lucía, ¿qué tal, cómo estás, pasó algo?
-Alberto, ven a buscarme, me siento pésimo.

Escucha los sollozos.

-No puedo, estoy con Mónica.
-¿Qué Mónica?
-Mi novia.
-Es urgente, no te llamaría si no lo fuera… Alberto, por favor… ven, ayúdame.

Se queda callado, pensando, dudando, la ilusión resucita. Del otro lado del teléfono se escuchan lloriqueos que despiertan su lado paternal.

-Porfa, porfa, te tengo que contar algo muy terrible.
-Voy, dime ¿dónde estás?
-En la esquina de la casa de Oscar.
-Dame 30 minutos. ¿Te pasó algo con Oscar?
-Es un maricón.
-Voy, voy…

Alberto se ducha, se viste mientras inventa que su hermana tiene un problema con su novio y la tiene que ir a buscar.

-¿Te acompaño?
-No, no te preocupes, vuelvo luego.
-Trae unas pizzas, no tardes.
-Sí, mi amor.

Nunca apareció con las pizzas.

Alberto se reúne con Lucía. Ella le cuenta su tragedia, estaba embarazada de un mes y medio. Oscar, el futuro padre, quería que abortara, pero Lucía estaba enamorada y dada la legislación antiaborto ella se negó. Alberto la respaldó, se ofreció a hacerse cargo del hijo que venía en camino, Beto. Se casó como ella quería, en la iglesia 2 meses antes que se le notará el embarazo. Después de la proposición de Alberto él abandonó súbitamente sin muchos preámbulos a Mónica. Ella sabía la historia de este amor no resuelto entre ellos. Esto no la sorprendió, pero sí la afectó. Rehízo su vida, era una mujer increíble, una compañera que desearía cualquiera.

Oscar pasó a ser llamado entre sus compañeros el Cuco, ave que deja sus huevos en el nido de otros para que se lo críen y alimenten. Mata a los hijos de sus padres adoptivos, arrojándolos al vacío. Este muy arreglado apareció en la boda ante la perplejidad de todos los que ya sabían la verdad y su posición irresponsable. Todos sabían lo que dijo a Lucía cuando se enteró del embarazo.

-¿Y quién me asegura que ese hijo es mío? No creo que te hayas acostado solo conmigo, nunca hicimos un pacto de exclusividad. Si no te cuidabas no es problema mío, te ofrecí abortar en una clínica. Tú no quisiste y Alberto está enamorado de ti, yo no. Son libres de hacer lo que quieran. Serán felices.

Llega a la ceremonia en la iglesia acompañado del brazo por Ana, la hermana menor de Lucía con la cual estaba saliendo hace poco tiempo. Y se une a la fiesta sin límites. Alberto sigue siendo su amigo. Antes de dar el sí Lucia miró a Oscar de reojo. Los padres, Francesco e Isabel, se opusieron desde el principio a esta unión. Hasta que, a los dos años, nacieron los mellizos Elena y Vicente.

Afuera de la casa de Carlos hay un desfile de autos de todo tipo y clase, los con más dinero en deportivos y 4x4, cuanto más grande mejor. Algunos llegan en Uber aduciendo que es porque van a beber, pero otros lo hacen para ocultar su bajo nivel de éxito económico. Carlos contrató una furgoneta Van, con chofer, para repartir a los heridos y caídos en combate, ha pensado en todo.

A la entrada hay mozos y anfitrionas para atender a la promoción 94, La puerta de atrás 30 años después. El lugar parece un centro de eventos Boutique. Toldos, luces, un escenario con DJ, la piscina iluminada por velas que flotan en cajitas de papel, mesas llenas de delicatessen, mariscos, quesos y frutas. Hay un cocinero japonés preparando platos en vivo, un parrillero uruguayo, un encargado de bebidas, los camareros están en todas partes. Son empleados de Carlos que contrata para los catering para eventos empresariales.

Lucía y Alberto se encuentran con el grupo donde está Renata, se saludan y Lucía le dice a Carolina:

-Estás estupenda.
-Gracias, es un poco de maquillaje y peluquería. Tú te ves como en la primera graduación.
-Siempre exagerando Carolina

Renata se atora ante el cinismo y piensa que ya comenzó la fiesta.

-¡Salud! ¡Porque belleza sobra!

Al brindis se suman todos los presentes. Carlos es un hombre orquesta, es divertido y su mujer está en sintonía con su humor. Son los anfitriones perfectos.

-¿Jugaremos al juego de la verdad o dejamos los teléfonos en la mesa como en la película?
-Tengamos la fiesta en paz, que el Cuco aún no llega.
-¿El Cuco, jajaja, Oscar?

Se van incorporando más compañeros y sus parejas, se abrazan y besan, escaneándose unos a otros sacando sus propias conclusiones y se prodigan en chanzas y alabanzas. Proclaman “estamos como el vino, como una gran reserva”. Hacen los primeros brindis para que el alcohol los libere de su rigidez inicial y todos vuelvan al pasado en el presente. Se entusiasman al ritmo de la música, bailes desenfrenados con las canciones que todos conocen. Las voces se convierten en gritos para hacerse escuchar en anécdotas inconclusas. Carlos pide la atención de los asistentes golpeando con una cucharita su copa, terminan de aparecer los últimos invitados con sus acompañantes, entre ellos Mónica y Oscar, que como de costumbre viene con una mujer más joven.

DJ Kaktus baja la música, las luces giran y un foco ilumina a los anfitriones que están deslumbrantes.

-Chicos, vengan, y los viejos también. Primero que todo, bienvenidos queridos.
-Se te soltó la placa, blanco nuclear-, grita uno desencadenando las risas.
-Hay bastones y viagra para todos.
-Compañeros, escuchen.

Está abrazado a su mujer, Cecilia, quien lo mira con admiración y envía besos a los presentes. -Espero que no se meen en la piscina, no, bromas aparte quiero que esta noche sea especial, que volvamos a ser quienes éramos sin máscaras, aunque los de entonces ya no seamos los mismos.
-Buena, Neruda. Me gusta cuando callas porque estás como ausente-, imitando la entonación del poeta. Todos se ríen generando más complicidad.

-En el fondo tenemos una historia en común, caminamos el mismo camino durante un periodo importante de nuestras vidas y hoy nos volvemos a juntar. Por eso quiero brindar y que lo demos todo. Esta fiesta va por ustedes compañeros, ¡los quiero!

Todos lo aclaman, él besa a su mujer en medio de los aplausos. Mira al Dj y le dice:

-¡Música- maestro, todos a bailar!
-¿Y a los que nos duelen las rodillas?
-Usen bastón los viejos.

Carlos y su mujer dan comienzo a la fiesta oficialmente con Theme de Deee-lite y se unen todos. Para él ella es su primera dama, elegante, bien vestida y simpática. En una pausa, Cecilia arroja un ramo de flores como si fuera la novia y cae en los brazos de Claudia, la acompañante de Oscar. Ante las risas de los demás compañeros.

-A ver si es cierto, Oscar.

Para molestarlo, felicitan a Claudia que se ríe, pero es su ilusión.

-Gracias, pero es muy mayor para mí, ya está torcido por el viento.

De fondo suena la música DJ Kaktus.

-¡Volvamos a bailar! ¡Salud!

Bailan, otros conversan, comen y beben, algunos van acompañados al baño por diferentes motivos o necesidades. La mayoría para vaciar la vejiga, otros para espolvorearse la nariz y resistir el combate, los de siempre la llevan Arduro y Molínea, llamados con cariño. Comentan y critican en privado sobre algunos compañeros.

-Qué gorda está Francisca, era estupenda.
-Ahora no vale nada. O sea, a la hora del mareo igual no más…
-Y tú con esa barriga, ¿hace cuánto no te la ves?
-Esta es una inversión, Arduro-. Se agarra la barriga.
-Límpiate la nariz.
-Snifff.

En el centro de la pista Lucía baila desinhibida, compitiendo con Claudia, la pareja de Oscar, se hacen las mejores falsas amigas y bailan juntas sensualmente. Oscar se mete quedando entremedio de ellas, que lo usan como una barra de striptease. Lucía se pega de espalda a Oscar quien se deshace en halagos.

-Estás mejor que nunca.
-Y tú cada vez mientes peor.

Continúan bailando, todos con todos hasta ir a por más copas.

-¿Y a la piscina cuándo?
-Tú primero.

Y lo empuja al agua, comienzan a caer varios y otros se tiran, cada uno con su fiesta. En otro plano y alejados de la pista de baile se reencuentran Alberto y Mónica, le lleva una copa y la mira a los ojos.

-Siento que haya terminado tan mal lo de nosotros.
-No creo que haya sido tan malo, tú seguiste tu corazón, y de paso rompiste mío. No te preocupes, eso pasó hace tanto tiempo.
-Tengo muy buenos recuerdos tuyos, me acuerdo de lo bien que lo pasábamos.
-El tiempo nos puso en nuestro lugar, estamos bien así.
-¿Te sigue gustando tanto Amelie?
-Me sigue gustando, pero no la he visto desde que terminamos, fue el fin de ese ciclo.

Se siguen contando la vida, los hijos que tuvieron, sus trabajos y aficiones. Mónica le cuenta de su separación y que su acompañante, Felipe, es un amigo.

-¿Un amigo? Se comporta como tu pareja.
-Sí, es un amigo. Ya somos mayores, ¿o no? ¿No es eso lo que hacen los adultos?
-Se ven bien juntos, hacen buena pareja.
-Y ustedes también, unámonos al grupo.

Oscar sigue a Lucía a la barra, le dice unas palabras entre miradas cómplices, piden unas copas, beben, ella le responde al oído y se va. Oscar se acaba la copa y pide un par de Gin Tonic, camina sorteando a la gente bailando, entre ellas Claudia a quien le pasa una copa y le dice que va al baño y vuelve, él la besa. Los compañeros lo detienen con breves conversaciones, se excusa que ya vuelve en cada obstáculo que encuentra, desaparece bailando con la copa en alto.

Renata busca un baño ya que están todos ocupados, va al dormitorio principal, donde hay un baño en suite que está en el segundo piso y retirado del ruido de la fiesta. Entra a la pieza que está oscura, pero en el fondo esta luz de baño encendida, la puerta está entreabierta. Escucha unos gemidos, cree reconocer a Lucía y actúa sigilosamente, saca el teléfono. Cuando se va acercando de rodillas, se esconde detrás de la cama, la puerta continúa entreabierta, aparece una imagen perturbadora, es una mujer contra el espejo, con las manos arriba y el vestido subido, la tanga a mitad de los muslos, los perfectos pechos de silicona al descubierto. Confirma que es Lucía, pero no su acompañante. Con el mismo sigilo toma unas fotografías con su teléfono y desaparece sin ser vista.

Presa del vértigo y de unas copas de más, Renata revisa las imágenes ampliándolas. Al examinarlas no quedan dudas de que es Lucía, pero aún no sabe quién es el acompañante que está con ella. Mira al grupo para ver quién falta, son varios. Alberto está apartado conversando con Mónica, esta se va, su acompañante se queda junto a Alberto y varios compañeros. Cuando se quedan solo los chicos, uno comienza una conversación a raíz del sometido del Negro Carvajal, “El Negro”, que no lo dejaron venir y de los hombres dominados por sus mujeres. Todos se miran y muestran machitos como si llevaran las riendas en sus relaciones, pero al cerrarse la puerta de sus casas, en privado todo cambia, y entregan voluntariamente las riendas. Salvo contadas excepciones.

-Vi un documental de naturaleza, acerca de las hienas. Los machos solo cumplen la función de reproductores y una vez lo hacen son desechados y desplazados a un lugar secundario, son los últimos en comer.
-Igual que los leones.
-No, nada que ver, no insultes al rey de la selva, las hienas tienen más hormonas masculinas que los machos. Son más fuertes y grandes. Heredan la jerarquía.
-La mujer del Negro es la hiena, jajaja. -Tienen el clítoris más grande que el pene del macho.
-No cuentes intimidades de tu mujer.
-Cuidado que hay mucha feminista y feminazi dando vueltas.
-Te puede caer la santa inquisición.

Todos ríen comienza a vibrar el teléfono en el bolsillo de Alberto, este se excusa y aparta para ver qué sucede. Son mensajes de Renata.

-Te tengo que mostrar algo, no lo puedo creer, Lucía es mi amiga, pero no mereces esto. -¿Qué pasó?, cuéntame.
-No sé, es un tema delicado, te voy a enviar unas fotos. Saca tus propias conclusiones.

Recibe tres fotos, las dos primeras muy movidas y poco nítidas; en la última, reconoce el vestido morado, el peinado, y no tiene dudas de que es su mujer, Lucía. Renata lo observa para ver reacción. Alberto la mira, guarda el teléfono en el bolsillo y se reincorpora al grupo. Los camareros siguen sirviendo copas. Continúa la música, pero hay menos bailarines en la pista, algunos ya se han ido. Aparece Lucía y se acerca al grupo, viene radiante.

-Que están apagados, vamos a bailar.

Arrastra a Alberto a la pista, el que se resiste porque no puede sacarse la imagen de su cabeza, la puerta entreabierta y su mujer en el espejo. En cambio, Oscar baila animadamente con Claudia.

-Quédate con ellos bailando, nos vamos luego ya que mañana hay que levantarse temprano, los niños van al basquetbol.
-No seas latero esto pasa cada diez años.
-Creo que siempre ha pasado.
-Qué dices, eres un aguafiestas, vive la vida, suelta el cuerpo.
-¿Como tú? Estoy cansado voy a sentarme.
-Me tomo la última y nos vamos.

Lucía se une al grupo que baila, algunos otros están en la hora de la exaltación de la amistad se abrazan y cuentan la misma historia en un loop. Carlos baila abrazado a su mujer y otras parejas comienzan a retirarse.

Alberto está solo en una mesa, aparece Renata con un par de copas.

-No, gracias, no voy a seguir tomando porque nos vamos pronto.
-Me tomo las dos yo.
-No te pongas dramático y acepta la copa.

Recibe la copa de la cual no bebe.

-¿No me vas a decir nada de las fotos?
-¿Y qué quieres que te diga?
-Lucía estaba tirando con Oscar en el baño ¿y no vas a hacer nada?
-¿Quién dice que es Oscar? No se ve a nadie, solo un manchón borroso…
-En la tercera foto se ve perfectamente que es Lucía, ¿no la ves?

Le enseña la foto, ampliándosela.

-Está subiéndose la tanga después de ir al baño, yo que sé.
-¿Y las tetas y la mano en la cintura?
-Me tengo que ir. Se hace tarde y estoy agotado.
-No seas cobarde, te la está jugando de nuevo, no lo puedo creer.
-Es nuestra vida, Renata. Espero seas discreta porque tenemos una familia.

Este se levanta y se despide. Va en busca de Lucía que tenía otra copa llena en la mano y le dice que ya es hora de irse. Queda menos gente, son las tres de la mañana. Carlos da por concluida la celebración, con fuegos artificiales. Se despiden, se van en Ubers y en la Van de los heridos. Lucía y Alberto van con unas copas de más, pero prefieren regresar en su auto esperando que no haya controles de alcoholemia.

-¿Cómo lo pasaste en la fiesta?
-¡Increíble, deberíamos hacerlo más seguido!
-¿Hacer más seguido, qué? ¿Lo del baño?
-¿De qué estás hablando?
-No tienes límites, eres indecente, una libertina. No pensaste en mí ni en tus hijos.
-Mi familia lo es todo para mí. Qué dices, estoy contigo, ¡¿qué más quieres?!
-¡Respeto y cariño, te lo he dado todo!
-¿Todo?, ¿no será al revés?
-A ti hay que tratarte como una perra para que puedas sentir “amor”. No valoras a quien te ama, te enamoras del desprecio, no puedes soportar ser rechazada. Eso es todo, no lo quieres ver.

Giran en la esquina rápidamente, Alberto acelera por la costanera, suenan los cobros del TAG. Continúa la discusión.

-¿De qué hablas? Estás borracho.
-No más que tú. Paré de beber a las doce.
-¿Y qué te parece esta foto? Sales espléndidas, tan tú.

Enseñándole la imagen ampliada del baño, pierde el control del volante por un momento, se sale al carril contrario, le tocan la bocina. Lucía toma el teléfono y observa la imagen.

-Estoy en el baño, ¿quién hizo esta foto, me estabas espiando? Eres un mirón.
-No, lo peor es que me la enviaron.
-Dime ¡¿quién mierda hizo esta foto?!
-Qué importa quién la hizo. Dime, ¿es Oscar el de la foto?
-Para con tu paranoia, estás enfermo, eso ya pasó hace 18 años.
-Entonces, ¿con quién estabas?!
-Sola, ¿ves a alguien más? ¡Nooo!
-Hay una mano en tu cadera.
-Es un manchón, estás alucinando. ¡Los voy a demandar!
-Qué extraño, apoyada en el espejo con la cabeza hacia atrás, como si te estuvieran cabalgando.
-Mucho Netflix, Alberto, no sé por qué no escribes guiones para telenovelas como las que le gustaban a tu madre.
-¡Cuidado con lo que dices, con mi madre no se te ocurra!
-Con la loca no. Cuidado con la loca y su hijo, los bipolares.

Para el auto después de salir de la autopista.

-Bájate, puta de mierda, eres un ser despreciable.

Abre la puerta y la empuja fuera del auto.

-¡Qué te pasa, enfermo!
-¡Cállate! Cómo no te vi antes, cómo no te vi…
-El ciego, otro personaje de teleserie, El Topacio- le grita desde la vereda.
-Además, baja tú de mi auto.
-Sí, ahora mismo te lo devuelvo.

Le responde irónicamente.

-No te lo voy a perdonar, asqueroso.

Alberto cierra la puerta del auto y se va escuchando los insultos de su mujer, lo último que escuchó fue:

-¡Hijooo de putaaaa!

Avanza unos kilómetros, reflexiona sobre lo peligroso que es dejarla botada a esas horas en la calle. Da media vuelta y regresa por ella. Lucía sube furiosa, lo golpea y le grita, suena la alarma del cinturón de seguridad y Alberto intenta controlarla con el brazo derecho.

-Déjame conducir tranquilo, nos vamos a matar.
-¡Me dejaste tirada como una puta en la calle!
-Te lo merecías, ponte el cinturón de seguridad.

Ella colérica lo golpea con el bolso. -Por si no te has enterado yo soy la que pago, yo mantengo la casa.
-Dirás la casa de mis padres.
-Ya es mía porque le compré su parte a Patricia y como abogada te advierto te puedo dejar en la puta calle.
-Aparte de zorra eres una cabrona, no piensas más que en ti, egoísta de mierda.
-No aguanto tu tono de telenovela barata. ¡Topacio el ciego o Lázaro el cornudo!, elige.
-Mírate en la foto, mañana la verán todos y nadie se sorprenderá.
-¡Cállate, imbécil! Si fueras hombre hubieses hecho algo, pero nada, siempre tan controlado, eres un pusilánime.
-O sea, yo te empujé a acostarte con otros hombres, ¿acaso soy tu mamporrero?
-Hago lo que quiero, me acuesto con quien quiera, así me conociste.
-Sí, me acuerdo perfecto, de recogerte como buen pagafantas y tu borracha, con perfume y pasada a sexo, siempre fuiste una zorra caliente. Y ahora será público, Lucía la puta del espejo.

Este le vuelve a mostrar la foto, Lucía reacciona y ataca a Alberto poniéndose de rodillas en el asiento del copiloto. Le quita el teléfono y lo tira por la ventana. Lo rasguña en la cara rasgándosela, este pierde el control del auto por la sangre que no lo deja ver y se estrellan contra un árbol a 86 km/h. Cuando vuelve, a un estado semiconsciente, ve que Lucía no está a su lado. Los airbags explotaron, hay humo y luces de sirenas, tiene un pitido en los oídos que va aumentando de intensidad hasta que es lo único que puede oír.

Alberto tuvo lesiones leves, terminó con un collar cervical y las marcas en el rostro de los arañazos de Lucía. La peor parte se la llevó ella que estuvo internada tres meses, en coma, con riesgo vital. Se tuvo que someter a varias cirugías por la violencia con que salió expulsada por el parabrisas, terminó siete metros más allá del accidente. Una marioneta rota sobre el césped con su vestido morado rasgado y el pelo rubio ensangrentado. Tuvo la suerte de caer donde cayó, en un parque. Alberto es sacado de los fierros retorcidos del auto y llevado en ambulancia al hospital, repite agónicamente.

-Lucía, Lucía, Lucía…
-Todo estará bien, no se duerma.

Le dicen los paramédicos de la ambulancia.

Meses después, ya de regreso a casa, Lucía no puede salir de su dormitorio, tiene que mantener reposo absoluto, está postrada en una cama hospitalaria que instalaron en su habitación porque le han puesto un arnés que sujeta tornillos y tuercas en la columna. La recuperación será larga, tal vez años, aún no se sabe. Todo depende del cuerpo y de la voluntad de la paciente, dicen los médicos.

La foto del cuarto de baño no tuvo tanto impacto, quedó eclipsada por el accidente. Los compañeros se comportaron bien, estuvieron a su lado pese a saber o especular las causas del accidente. La foto era un tema tabú frente a Alberto, Lucia y Oscar, actuaron como si nunca hubiese sucedido.

Cuando Oscar llega a la clínica, una semana después del choque porque tenía reservada sus vacaciones en un hotel del litoral central, El Radisson. Aparece con un gran ramo de flores, se reúne con el grupo de compañeros más cercanos, los incondicionales. Tiene fundadas sospechas que lo que sucedió ese día es un secreto a voces. Los saludas a todos.

-Hola, ¿hay alguna novedad?
-Poco te podemos contar, está estable dentro de la gravedad y le quedan varias cirugías.

Uno de ellos responde con cara de amargura, pero con optimismo.

-Si Dios quiere, no está en nuestras manos. Hay que tener fe.

Ante la fría recepción él reacciona y se disculpa.

-No pude venir antes por trabajo.

Lo miran y responden.

-Ah… ya, ya, ya.
-No te preocupes, cada uno tiene sus prioridades

Oscar, ante lo último que dice Renata, “prioridades” les contesta.

-Es curioso cómo aplicamos las indulgencias, según la situación, ¿acaso no somos todos jueces implacables y vivimos con miedo al qué dirán?, ¿qué pasaría si soltáramos las riendas y dejáramos libres nuestros bajos instintos, comportándonos como bestias, o peor que estas, porque tenemos consciencia y podemos elegir? Es así como proyectamos en otros nuestras propias miserias, juzgando, expiando nuestras culpas con lo material, consumiendo, acumulando; viviendo como los buitres de la desgracia ajena. Vemos la vida de los otros desde el visillo, como unos fisgones, sin saber que también somos vistos. Es nuestra naturaleza. Por eso es más fácil hablar de los otros que de uno mismo. Cuando hablamos de nosotros mismos, nos inventamos un personaje que nos acomoda para ser aceptados y sobrevivir. Por suerte nosotros tenemos una buena red de apoyo, somos amigos de toda la vida y nos cuidamos.

Los compañeros lo ignoran cínicamente, como si estuvieran atentos escuchándolo y escriben en sus teléfonos. El juicio sobre él es contundente, para ellos él es el responsable. Después de la intervención de Oscar, siguen conversando sobre el diagnóstico y el futuro de Lucia, consuelan y animan a Alberto. Inmediatamente se activa el chat creado con los más íntimos, El hombre del espejo, a raíz del escándalo de la foto que difundió Renata. No estaban agregados Alberto, Lucía y Oscar. Lo que había delatado finalmente la identidad del misterioso hombre fue el reloj, solo Oscar lo usaba en la mano derecha.

-Qué cara de raja, aparecer acá como si nada una semana después.
-Dando consejos con sus diatribas y hablando de una moral a su medida.
-No le queda otra. Somos amigos de toda la vida, no se le nota.
-Lo va a llevar para siempre, será su cruz.
-No creo, va a salir de la clínica y se va a olvidar. Para él no existe la culpa y piensa que todo pasa por algo, de lo cual no se tiene control, destino lo llama.
-¡Yaaaaa!
-¿Viste las fotos que subió a Instagram después del accidente?
-¿Estaba trabajando? ¿En la playa?
-Sí, en la playa, en un buen hotel con vistas al mar, con Claudia.
-Es un canalla y la otra le compra su versión light de lo sucedido, él no estuvo en el accidente por lo tanto es una pelea de pareja que se salió de control, eso le dijo.
-Mejor ser ciega para estar con el Cuco, está enamorada la pobre Claudia.
-Y Alberto me da pena con lo buen padre que es, se hizo cargo de Beto.
-El Cuco quería hacerle un hermanito, jajajaja, perdón, me desubiqué.
-Se va a dar cuenta de que estamos hablando de él, luego seguimos.

Todos los mensajes se producen en presencia de Oscar, incómodo ante el vacío que le hacen, decide irse. Toma el hombro de Alberto en un gesto de apoyo y le entrega el ramo de lirios, que son las favoritas de Lucía. Este las recibe y se las entrega a Renata, dando las gracias para continuar su conversación con los demás. Sabe que él es el hombre del cuarto de baño. Oscar se despide y camina desapareciendo por un pasillo del hospital.

Un año después Lucía en su cuarto pasa sus días mirando televisión. En una mano tiene el control remoto con el cual maneja su paisaje, sus canales y programas; y en la otra, un espejo de mano que le devuelve su cara desfigurada con más de 400 puntos, dos cirugías maxilofaciales y una rinoplastia. Le caen lágrimas por las cicatrices y se ve a sí misma monstruosa, no acepta su realidad e imagen, se maquilla y lo empeora. Es una máscara horrible de sí misma. Tiene la esperanza que los cirujanos plásticos, de la Clínica Europa, hagan un buen trabajo para volver algún día a ser la mujer que fue. Cuando está receptiva comparte con sus hijos, ellos la consuelan y animan con una sonrisa compasiva. Alberto entra al cuarto y les dice a sus hijos que es la hora de las medicinas, que mamá tiene que descansar. Se despiden y cruzan con La Chani en la puerta, trae la bandeja con la comida y las pastillas.

Agobiada le pide que cierre las cortinas, no quiere seguir viéndose y le molesta la luz que se refleja en el televisor. Alberto deja el cuarto en penumbra. La Chani pone la bandeja con patas entre las piernas de la señora y le deja sus medicinas en la mesa.

-No quiero más pastillas, me dejan tonta. -Es para que se recupere lo antes posible, señora, y para el dolor. -Tienes razón, tengo que recuperarme para la cirugía. -Tómeselas, señora.

Le pasa un vaso, Lucía deja el espejo en la mesa y se toma las pastillas.

-Ya está, muy bien. señora.

La Chani la ayuda a comer, por la dificultad que implica el arnés ortopédico, parece Frida Kahlo. Suenan varias notificaciones en el teléfono de Alberto. Lucia suspicaz le pregunta quién le manda tantos mensajes.

-Es del trabajo. Me tengo que ir sino llegaré tarde.
-Pero ¿me vas a dejar sola en la noche? Voy a hablar con Carlos.

Ella le toma las manos firmemente.

-Prométeme que nunca me abandonarás.

Alberto le quita la mirada y se libera sutilmente.

-Tranquila no será muy tarde, te iré llamando.

Alberto la besa en la frente con compasión y se va de la habitación mirando el teléfono. Junta la puerta del dormitorio despidiéndose con una mirada tierna. Al mismo tiempo que camina hacia la puerta de salida, para ir a trabajar, responde a los mensajes y se despide de los “niños”.

-Cuiden de mamá.
-Sí, papaaá.
-Los quiero.
-Y nosotros a ti, papá.

Después del trabajo, como a las siete de la tarde se va en auto hacia el centro, estaciona en un estacionamiento público y se dirige por José Miguel de la Barra hasta el café Penélope que está la esquina con Ismael Valdés Vergara. Mientras camina el viento cálido hace flotar las hojas en remolinos, las nubes grises y violetas ralentizan su paso, preludio de la lluvia. Pensaba, más bien fantaseaba, en un encuentro amoroso, recordaba su cuerpo juvenil y turgente. Al cerrar los ojos y viajar al pasado se recriminaba por su miopía. Sería demasiado tarde, era incapaz de anteponer su felicidad por sobre la de su familia. Visualizaba las infinitas respuestas posibles ante una declaración de amor. Se sentía libre con Mónica, era una mujer simpática, con una sonrisa contagiosa, culta y seguía siendo guapa. Alberto entraba en conflicto interno, era un lealista.

Cada vez que cruzaba el umbral y se sentía empoderado para amar aparecía frente a él su familia, la imagen de su madre enferma que era también la de su mujer, sus niños, y se desvanecían la imagen de él junto a Mónica. Su madre y su mujer en cama, enfermas, haciéndole jurar que nunca las dejaría. Tendría el coraje de romper el muro y darse una oportunidad, ¿cómo conciliaría una doble vida, la custodia compartida? Su mujer cortándose las venas en la tina como ya había amenazado después del accidente, ella lo culpaba de haberla convertido en un monstruo. Los niños lo incriminarían en la muerte de su madre. ¿Podría cargar con esa culpa? Y si Mónica lo rechazaba, tal vez fuese lo mejor así nadie sale herido.

Alberto entra al café Penélope y se sienta a esperar a Mónica. Pide una botella de agua con gas. Mientras espera, mira las burbujas del agua y recuerda cuando Mónica tras el accidente contactó con él para saber cómo estaban con Lucía. Así fue como volvieron a conectar. Primero mensajes, luego conversaciones, hasta que volvió el humor y retomaron su vieja amistad. Tenían un buen trato y complicidad. Ambos compartían temas en común, sobre todo el cine. Las tímidas conversaciones se transformaron en horas profundas y divertidas. Mira el reloj un par de veces, por la ventana la ve llegar.

Mónica entra al café. Era un día de lluvia, venía con su impermeable mojado y una sonrisa radiante, levanta la mano y lo saluda. Se acerca sonriendo, ordenándose el pelo. Alberto se levanta, aparta la silla de la mesa, ella se sienta y luego él frente a ella. Están al lado de la ventana y se ve el parque, las gotas resbalan y distorsionan lo que ven. Mónica comenta que parece una pintura, mirando hacia la ventana. El piso de la calle está mojado y refleja las farolas y las luces del atardecer. La gente va apresurada con sus paraguas de colores.

-Te ves muy guapa, te queda bien el vestido.
-Estoy toda mojada, que horror mí pelo.
-Te ves salvaje jajaja.
-Como la Loba feroz y tú Caperucito Rojo.
-Que miedo, ohhh, ¿qué quieres tomar?
-Las cicatrices de la cara te dan un aspecto de chico rudo, te quedan bien.
-Ya me acostumbré, ahora soy Scarface. ¿Un cappuccino?
-Claro, qué rico.
-Que sean dos, una tarta de limón y otra de frambuesas.
-La que me gusta, de frambuesas, ¿te acordaste?

El camarero toma nota del pedido y se retira. Se les ve desde la calle, en una de las mesas del interior del café iluminado tenuemente, él le toma las manos, ella se deja, y sonríen.

-¿Cómo no me voy a acordar? Pienso en nosotros y lo bien que lo pasabamos. Desde que comenzamos a hablar nuevamente me siento mejor, veo que eres una buena compañera, me da envidia Felipe jajaja.
-Tu sigues siendo un buen hombre, también me gusta haber retomado nuestra amistad, me haces reir pero hay que aceptar nuestras realidades. Así las cosas están bien.

Cada uno vuelve a su posición y Alberto continua.

-Para terminar y no seguir dándote la lata, quería decirte que hay momentos en que uno queda ciego por vanidad, de un flash aparecen dos caminos y uno se puede equivocar. Los caminos se bifurcan y el mío ha sido un camino entre un espeso rosal y sus espinas. A veces es misterioso porque uno elige la sombra en vez de la luz.
-Vienes con todo, Alberto, eso fue hace tanto, ¿no prefieres hablar de Bailando en la Oscuridad? A propósito de tragedias jajaja.
-La vimos fumando marihuana, ¿te acuerdas que lloramos? Perdón por lo que te dije, tienes razón, fue hace tiempo, pero quería que lo supieses.
-Voy a contarte mi versión, sin acritud y hablarte de mi vida, no te preocupes será una síntesis. Vi cómo nunca volviste, nuestro camino se apagó, sentí la oscuridad como Bjork en la película jajaja.

Hace una pausa mientras come un poco de tarta y Mónica bebe un sorbo de café, Alberto le limpia la espuma de su boca con la servilleta. Ella sonríe y sigue hablando.

-Luego apareció Pedro en mi camino, un buen padre. Pensé que era cosa de proponérselo para que las cosas funcionen, pero me di cuenta que no lo amaba y no quise engañarnos. No quise vivir sin amor, la vida es breve. La relación pasó de dinámica a transformarse en una relación de sofá y falta de intereses en común. La relación pendía de nuestra hija.
-Siento no haber estado a la altura de las circunstancias, fue la ceguera. Entre las espinas de las rosas mi instinto insistía en que volviera, pero mi cuerpo no pudo detenerse, estaba hechizado desde que la ví. La sangre se confundió con el vino y me embriague. Siempre has sido una mujer con carácter, eso es muy atractivo, nunca dudas, eres consecuente, actúas.
-Tanto lírica, Alberto, yo disfruto de mi libertad, de los pequeños momentos, ya no espero al príncipe azul, solo un compañero que tenga ganas de disfrutar la vida. Reinventarnos en el camino las veces que haga falta. Mientras tanto me dejo querer, Felipe es un buen chico, nos divertimos. Puedo tener mi vida íntima que disfruto con Matilda, ella lo acepta. De momento puertas afuera es más sano. ¿Y tu mujer cómo sigue?
-Todo bien en casa, los niños creciendo bien y Lucía entre poleas y rehabilitación, le está costando recuperarse. Mónica desde ahora hablaremos del presente y futuro, dejaremos solo la hemeroteca de las cosas buenas. ¿Qué película verán?, luego me cuentas qué te pareció, a ver si la veo.

Piden la cuenta y el camarero, un venezolano, sonríe al ver que Alberto acepta la propina sugerida del 10% de su consumo.

-Alberto, me tengo que ir a reunir con Felipe al Biógrafo. Veremos la película Beau tiene miedo.

-¿En la que actúa Joaquin Phoenix, la de terror psíquico?
-Sí, me la recomendó un compañero de la Clínica, ya te contaré, me dijo que es electrizante, un bombardeo visual, una rayada.

Ya es noche, salen del café, y llueve. Caminan del brazo compartiendo el paraguas, pasando entre la gente suben por Merced hasta la calle Lastarria, paran en la pastelería arabe Bombón Oriental. Alberto le ofrece si quiere llevarse unos dulces al cine. Mónica amablemente le agradece, pero si hace esta pausa llegará tarde al cine. Se despiden con un abrazo, la ve cruzar la calle y perderse por la calle Lastarria. Alberto entra en la tienda, espera su turno y se lleva 12 dulces variados, bien cubiertos de almíbar.

Al llegar a casa cada uno está en su habitación, la Chani está fuera de servicio, abre el paquete coge un par de ambrosías y se dirige al cuarto de Lucía. Al encender la luz ve la sombra de una Hiena negra con fauces abiertas, que desaparece. Lucía llora falsa y afectadamente.

-Pensé que no volverías, te llamé y no me contestabas, me duele todo más cuando no estás. Así nunca me recuperaré.

Lucía se seca sus secas lágrimas.

-Pero son las 10:30, mi vida. Te acuerdas que te dije que tenía que reunirme con Carlos en Lastarrias y aproveché de comprar tus dulces árabes favoritos en el Bombón Oriental. Por eso llegué un poco más tarde.
-Ya no los quiero, tengo un nudo en el estómago por los nervios, pensé que te había pasado algo y como no me contestabas me temí lo peor.
-Yo siempre te cuidaré, mamá. Te dejo unos dulces en el velador por si luego te apetece.
-Gracias, monito, es que tengo miedo a perderte.
-Tranquila, eso no va a pasar. Descansa, me voy a duchar, vengo mojado por la lluvia.

Alberto consigue calmar los sollozos afectados de la actuación histérica de Lucía, que es su forma habitual de chantajearlo. Lucía, como si nada hubiese sucedido coge el plato con una dificultad exagerada que sólo interpreta cuando está frente a Alberto y comienza a comerse los dulces. Continua viendo la serie que había dejado pausada y deja de prestarle atención a Alberto. Este camina hacia la puerta, la mira, y al apagar la luz vuelve a ver la negra sombra mientras cierra la puerta.