Una fresca tarde de primavera anodina como cualquier otra, salvo por las circunstancias que han roto la normalidad y su orden. El tiempo es convulso, no es la primavera, las calles están desiertas no por falta de gente sino porque todos están confinados por el estado de emergencia sanitaria impuesta por las autoridades. El gobierno se transformó en el Gran Hermano desplegando sus poderes y limitando la libre circulación, reuniones con un máximo reducido de personas, mascarillas, test de antígenos y distancias de seguridad entre otras medidas, ya olvidadas, para proteger a la población de la pandemia del Covid 19.

En un edificio de clase media aspiracional de once plantas y 60 departamentos, vive Sergio Torres en el 6D. Es editor de la revista cultural Panóptico, donde escribe la carta del editor, la columna "Desde el visillo" y otra de su alter ego donde se da permisos y licencias para escribir lo que realmente piensa, "Meditaciones de Sísifo". Es un artista multifacético, ha realizado cortometrajes experimentales, donde las luces, sombras y sus movimientos son el eje, ejercicios de percepción los llama. Con su obra, La sombra de la parra, obtuvo su mayor logro en el Festival de Cine de La Habana. Cuando le preguntaron por el premio respondió:

-Son detalles de luces y sombras que se baten en las diferentes horas del día. Escenas cotidianas que pasan desapercibidas por la velocidad con la que vivimos, hoy no hay tiempo para observar.

Durante cinco años realizó el programa de televisión El jardín de las delicias, donde entrevistaba a gente relevante del mundo de la cultura y las artes. Era una conversación abierta con un artista o intelectual y su obra. Se transmitía los domingos pasada la medianoche porque las temáticas del programa no eran del interés de las masas, no era pan y farándula ni la película de la semana, según pensaba Torres. A pesar del bajo rating, en el mundo de la cultura le dieron prestigio y obtuvo valiosos contactos. Patrocinadores que hacían posible sus proyectos. La relación simbiótica entre empresa y arte le daba lo suficiente para vivir. Para sus entrevistados la suerte era otra, su paga era su promoción, hablar de sus proyectos, ser visibles y tener una ventana para expresarse.

Mientras revisa las entrevistas del pasado, un movimiento telúrico lo trae de vuelta a la realidad, al presente del confinamiento, se quita los audífonos con los que revisa el material audiovisual o escucha música para justamente evitar oír a los compañeros forzosos de reclusión. Vuelve a escuchar los golpes y ruidos estruendosos de todos los días. Las paredes de su edificio de tabiquería se han convertido en capas de cebolla traslúcidas, sus paranoias le permitían escuchar a todo y a todos, incluso puede ver a las ratas en sus madrigueras. Sube el volumen de la música y en respuesta, los vecinos, comienzan los golpes en las paredes, él les grita:

-¡A callar ratas repugnantes!

Los adolescentes le responden subiendo el reggaeton.

-Te lo meto y te lo saco hasta el fondo y hondo, me llamo Bunny Bunny el que te va a llevar a ver la luna mami, hasta el fondo y hondo… hasta el fondo y hondo. Soy tu papi Bunny, Bunny Bunny, Bunny papi.

Deja fluir fuerte Spanish Key de Miles Davis, hasta aplastar el subversivo reggaeton para vengarse de los vecinos, luego se pone sin prisa los audífonos para volver al pasado, abandonando la batalla.

Se enciende y vibra el celular sobre la mesa, es César, el conserje.

-Lo he llamado por el citófono, pero no contesta. La presidenta de la comunidad lo quiere multar, todos se quejan de usted.

Sergio: No te preocupes César, ya no me escuchan, son ahora ellos los que siguen con el reggaetón, la flauta, los zapateos, golpes en las paredes y sus chillidos de ratas desquiciadas. ¡Existe el karma Cesar! La ambulancia anda rondando. Entonces que los multen a todos o que se cambien a un chalet estos pretenciosos desclasados. ¿Desde cuándo el jazz es ruido?, ¡¿nos volvimos todos locos, o qué?!

César es su hombre de confianza, su “infiltrado”, ¿qué era una cámara en comparación con los ojos y oídos de César? Él lo mantiene al tanto de todo lo que sucede en el edificio, de los nombres de los vecinos, quién entra y sale, el que debe los gastos comunes, quién renovó el automóvil, también lo utiliza para hacer algunos recados y compras. Se comunica con él por citófono y cuando no le contesta tiene la confianza de llamarlo a su teléfono personal.

Su relación se basa en la conveniencia mutua, Sergio Torres cree en este tipo de relaciones. César siempre solícito recibe estímulos y propinas por los recados e información confidencial. Además le regala los aparatos electrónicos antiguos aún funcionales, ropa usada pero bien cuidada, vajillas incompletas por su ira, que desecha y siempre termina diciéndole:

-César, son cosas de calidad.

Que por cierto lo eran y le explicaba las características de los bienes que estaba recibiendo, para que los apreciara.

César todos los años decora con atrezzo de bazar chino, según la temporada, con temas alusivos a Navidades, Halloween y otras fiestas. Su objetivo no es otro que sacar rédito de su puesta en escena. Para la mayoría de los vecinos resultaba de pésimo gusto. En cambio, los pocos niños que vivían ahí lo disfrutaban. Los vecinos le retribuían la iniciativa con un aguinaldo que le entregaban en un sobre, que él agradecía sonriendo de manera servil. Y a los que no se la daban los ponía en su lista negra de vecinos avaros. Luego le contaba a Sergio, el que disfrutaba de los detalles e imitaciones que hacía Cesar, que caricaturizaba los personajes de su lista. Sergio llamaba para sí cariñosamente a César ‘la Hiena’.

El encierro había deteriorado el estado de salud mental de Sergio y la de muchos otros, agudizando sus manías persecutorias. Tiene un mapa mental de sus vecinos más cercanos, la pareja fitness con sus cuerpos esculturales que dentro de sus rutinas de ejercicios diarias estaba también la práctica sexual, conoce sus ritmos y gemidos; el solterón marica Rococó del caniche que alquila para que sus vecinos puedan salir a la calle utilizándolo como salvo conducto. El matrimonio con la mujer de los tacones y su niño hiperkinético, la familia con dos aborrescentes reguetoneros de los cuales escucha que el confinamiento les ha robado la juventud, la presidenta de la comunidad y su marido invisible, y el mierda del flautista, al que le tenía tirria por su popularidad, el monedita de oro de Hamelin.

Está rodeado por varias torres de edificios, las dos calles tienen forma de media luna y los edificios se amoldan a su curva. Tiene buenas vistas de los edificios porque su departamento da al parque que separa las calles. Desde su atalaya puede ver y grabar con la cámara que instaló en su balcón. Los personajes que más llaman su atención en las multitudes son: el hombre de los prismáticos, la vieja y su gato con el pelo fucsia, la chica siliconada, el exhibicioncita “tarzán” en su balcón estilo jungla, los músicos, entre ellos el flautista del 6C, Mauricio Briones.

El ritual se repite a diario, a las siete de la tarde. Primero los aplausos en reconocimiento al personal sanitario, esto dura minutos como si se tratara del final de una tragedia interpretada por todos. Algunos lloran ante la apocalíptica realidad sin parar de aplaudir a los sanitarios postergados hasta que la emergencia los catapultó al estatus de héroes mundiales. Muchos mueren por su juramento hipocrático, “velar con el máximo respeto por la vida humana desde su comienzo, aun bajo amenaza, y no emplear mis conocimientos médicos para contravenir las leyes humanas”.

Luego es el momento de Mauricio Briones, el favorito de las mujeres, quien comienza su concierto desde su balcón. Sergio lo observa desde la envidia sentado frente a su computador mientras lo graba.

-Oportunista de mierda, otra vez interpretando música cursi, sensiblera para complacer a las masas, eres un charlatán de flauta dulce.

Briones comenzaba con la Primavera de las Cuatro Estaciones de Antonio Vivaldi y el Himno de la Alegría de Ludwig van Beethoven, que los espectadores de los alrededores escuchan en silencio. El solo de flauta que Briones lo interpreta con virtuosismo, luego los aplausos. Para terminar el rito se escuchan desde diferentes altavoces canciones esperanzadoras para consuelo de todos. Los balcones parecen espejos de otros balcones que se repiten en perspectiva, con sus figuritas humanas que se difuminan, para volver al encierro de sus casas, la noche cae y se encienden las farolas.

Estas manifestaciones las graba a diario, con su cámara con cabezal móvil Zoom Q2x-8K comprada por Amazon. Las manifestaciones de agradecimiento con el tiempo se transformaron en cacerolazos en protesta por las medidas del confinamiento sin fin que impuso el gobierno. A él le parecen insuficientes, aplicaría medidas más estrictas y multas ejemplares en metálico. Vuelve de la cocina bebiendo el tercer café del día y edita el material que acumula para su próximo documental que aún no titula, piensa que tiene algo bueno entre sus manos.

En el edificio habían muerto cinco vecinos, tres ancianos, una mujer con una enfermedad pulmonar crónica preexistente y un policía. Esto despierta aún más su recelo de cruzarse con nadie. A sus 53 años, aunque había dejado el tabaco hace una década, no así el consumo de marihuana terapéutica; por lo tanto, creía estar dentro del grupo de mayor riesgo, víctima de problemas respiratorios. Se auto diagnosticó de asma producto de la polución de la ciudad y su pasado en lugares llenos de humo.

Sergio Torres es un tipo pragmático, para satisfacer sus bajos instintos, se hizo una cuenta en la página Onlyfans, El burdel sicodélico, como lo tituló para un artículo en su columna Desde el Visillo. Niki, Candy, Sophi, Antonia, Rafaella han sido algunas de sus amantes virtuales. Con cada chica son siempre tres visitas, una para conocerse, otra para disfrutar y la tercera de despedida. Luego cambia de “musa”. Sergio no es un amante de camas reales, con cuerpos, compromisos y fluidos. Le acomodan las pantallas interactivas. Además de lo único que podría contagiarse sería de un virus informático, un chiste que se repetía a sí mismo sin reírse. Sus relaciones eran entrevistas sexuales con final feliz. Eso quedaba fuera de registro. Justificaba que lo hacía para documentar ese mundo al cual criticaba desde su complaciente cinismo. Siempre graba las videollamadas, así puede repetir conversaciones y experiencias, no solo con las chicas, sino también con sus amigos y colaboradores.

Tiene grabada con su cámara todas las veces en que la ambulancia se ha llevado algún vecino, ya van siete. Luego confirmaba con César quién ha vuelto del infierno y quién no volverá. Sergio tenía miedo a que la vacuna contra el COVID le modificará el ADN y le implantaran un microchip para vigilarlo desde adentro, pero prefirió el riesgo antes que morir. Se inclinó por la que daba mayores garantías y prestigio, Pfizer, con un 92% de eficacia. El laboratorio le había dado tantas alegrías en días decaídos con su pastilla azul.

Hacía las compras online y desinfectaba todo lo que ingresa del exterior con un aspersor personal con amonio cuaternario, porque su TOC, autodiagnosticado, dirigía sus actos como el más obsesivo maníaco. Después de hacer todos sus rituales, se sentó frente al computador, encendió un porro y le dio un par de caladas para relajarse, romper la rigidez y poder comunicarse. Preparó su copa, mientras escuchaba música. Se conectó por videollamada con Octavio Cruchaga, ambos copa en mano. Octavio lo saluda y le comenta:

-Ah… estás escuchando al viejo Thelonious Monk.

Octavio es un colaborador de pluma ácida que suele incomodar con sus diatribas contra el establishment, pero tienen muchos seguidores en sus redes sociales, es un personaje atractivo para la revista y son amigos.

Sergio: Hola Octavio, ¿qué te cuentas, con qué me sorprenderas esta vez, ya lo tienes?

Octavio: Sí, tengo un relato breve sobre corrupción y tráfico de influencias en la compra de las vacunas y material sanitario, en especial las mascarillas. Hay políticos, empresarios, y funcionarios implicados, están robando a manos llenas.

S: Panóptico es una ventana para reflexionar sobre la cultura y el arte, hasta cuándo nos quejamos de los pesares de la sociedad y no proponemos soluciones concretas. Así no avanzamos, solo se busca odiosidad y la crispación Octavio, qué tiene que ver la corrupción con la cultura, jajajaja.

O: Cultura de la corrupción es un buen título jajaja. Sergio, la gente quiere un poco de circo, sexo, poder, dinero, ver la decadencia de los ricos… eso vende. Hay que tener una escala de valores flexible como el mercado. Además es una ficción.

S: ¿No será el caso de los Fernández de la Cruz y el escándalo de las mascarillas?, sabes que son patrocinadores y tienen mucho poder, no me gustaría que me dieran la espalda.

O: El que no arriesga Torres, no trasciende. Que no se te ablande la mano. Cambié los nombres y me meto en la mente de un empresario avaricioso, psicópata y sin escrúpulos… que se enriquece a costa de todos, pero muere de un infarto, cuando llega la policía de delitos económicos, ¡imaginate! Por ahí va la historia… ni lo van a leer los Fernández.

Sergio, mientras escanciaba más ginebra en su copa, pensó, es fácil ser maricón con el culo de otro.

S: ¿Dónde está tu lírica, tu imaginación?, recuerda, el que toca el fuego se quema y el que busca el demonio lo conoce. Tengo curiosidad por leerlo. Envíame el texto y lo comentamos.

O: Ahí está, lo acabo de enviar a tu correo, ¿qué son todos esos ruidos?, parece un tablao flamenco.

S: Las ratas, las ratas Cruchaga, esto es una madriguera… Este edificio parece una orquesta de circo de pueblo, lleno de animales domesticados y payasos. Necesitan un domador con su látigo.

Ambos se ríen.

O: Parece que se te está metiendo el circo en la cabeza. Celebremos por las ratas entonces.

Acercaron las copas a las cámaras del computador.

S: Brindo por el silencio.

Mientras momentáneamente vuelve a la batalla.

S: ¡A callar ratas!, jajajaja.

O: Jajajaja, perdona pero luego hablamos llegó la bruja, ya te envié el texto, espero que te guste, adiós, camarada.

Y ambos se bebieron de prisa sus copas. Sergio se puso a pensar distraídamente en una pluma de goma verde y flácida. El editor es un pequeño Dios, ese era su rol y en Las Meditaciones de Sísifo mostraba su posición más progresista, pero cautamente.

Al día siguiente de la publicación número 48 de la revista, recibe un correo de la secretaría de Ignacio Fernández de la Cruz, informando que dejarán de auspiciar el proyecto Panóptico por ajustes presupuestarios. Deseándole éxito junto a un cordial saludo. Sergio llama al teléfono de Ignacio, pero este no le contesta. Cae preso del vértigo, se lleva las manos a la cabeza y maldice a Cruchaga.

-No lo vi venir, ahora ¿qué haré, cómo salgo de esta?

Se da vueltas por su sala de máquinas agitado y llama a su secretaria.

-Buenos días, Marta, ¿cómo le va a usted?, soy Sergio Torres.

La secretaria, en tono tranquilo y sin emoción le contesta.

-Buenos días, don Sergio.

S: Llamo para hablar con Ignacio, es urgente, yo no soy responsable de las ficciones de otros.

M: Lo siento, pero don Ignacio está de viaje y me pidió que no se le interrumpa bajo ningún motivo o circunstancia. Le enviamos un correo que don Ignacio me dictó antes de su viaje.

S: ¡Debe haber un malentendido! Ignacio me confirmó la semana pasada que continuará con el patrocinio de la revista.

M: Lo siento don Sergio, no es nada personal, le diré que lo llame cuando vuelva, buen día.

Y le colgó.

Para calmarse bebe y fuma marihuana. Sus delirios van en aumento a cada trago y calada, mientras se lamenta y busca soluciones poco realistas. Llama a Octavio por teléfono.

S: ¿Disfrutando ser trending topic? Ignacio me quitó el patrocinio y me evita, que mierda de ficción tan realista.

Octavio le responde tranquilamente.

-Tranquilo, fiera, ¿no has visto las redes sociales? Revisa la cantidad de seguidores de la revista en Instagram y X, creo que funcionó.

S: ¿Qué funcionó? ¿perder a Fernández de la Cruz y su mecenazgo?. ¿Me tomaste por un tonto de baba?

O: Dame unos minutos y te devuelvo la llamada.

Y le corta.

S: Pero… ¡no me cortes, cabrón!

Apretó fuertemente los puños. Da un golpe sobre el escritorio y ataja la copa que se tambalea y bebe lo que le queda.

-¡Cabrón! ¡Me buscaste la ruina y tú conseguiste estar en boca de todos!

Consciente de su grave error, de las consecuencias económicas y humillado públicamente como el editor que se enterró solo, tiene un brote psicótico que se desata cuando suena la flauta del vecino y las ratas desenfrenadas terminan por enloquecerlo. Salió del cuarto de los computadores, su sala de máquinas y entró furioso a la cocina. Aborrecía a todos y cada cosa que rompía era en nombre de Fernández de la Cruz, Cruchaga y todos sus despreciables vecinos. Lanza platos, sartenes y ollas al piso, sufriendo un ataque de ira por culpa del afeminado flautista. Suena la flauta, de Briones, lo maldice y grita colérico mirando la pared de su vecino.

-¡A callar! ¡Metete la flauta por el culo a ver si suena mejor!

No se hacen esperar las respuestas de los vecinos, comienza la guerra que rompe la barrera del sonido. Reggaeton, flauta ultra aguda y de alta frecuencia, zapateos, gemidos gimnásticos, y gente protestando los unos contra los otros. Las paredes de ladrillo reciben los golpes de furia de las bestias encerradas en el laberinto vertical. Los vecinos golpean su puerta. Miró por el ojo mágico las caras irritadas de los vecinos que se distorsionaban por la lente de la mirilla hasta volverlos monstruosos, amenazantes pero no les abrió y les advirtió que los tenía grabados y que iba denunciar por acoso.

-¡Ratas miserables, déjenme en paz, tengo las pruebas!

Cuando paró su ira, a su alrededor continúan los gritos, golpes en su puerta y la música, se puso a recoger inmediatamente los pedazos de los platos rotos y su gato de ónix con la oreja rota que compró en Egipto. Esto le dolió como si hubiese muerto su padre. Los objetos le daban placer, los admiraba por su funcionalidad y perfección o simplemente por su belleza. Pensó, las cosas son lo que son, formas que complacen y no molestan. Los prefiere antes que a los sujetos, agobiantes con sus dependencias afectivas que le demandaban tiempo y, en el peor de los casos, su presencia física. Las cosas perduran, la gente no.

Suena el teléfono, es el cabrón de Octavio. Se sirve una copa más mientras continua el ruido surround de la madriguera. Bebe mientras contesta.

S: ¿Y ahora qué, genio? ¡¿Algún nuevo artículo para dejarme en la puta calle?!

O: Tranquilo, escúchame, me contactaron de una nueva cerveza artesanal que quieren financiar donde me publican, y resulta que es Panóptico. Por si fuera poco me llamaron para entrevistarme en el programa político Secreto de Sumario. Está dando frutos mi artículo, eh...

S: Por lo menos menciona que fui yo quien te publicó en Panóptico.

O: Veré si me acuerdo… Jajaja. ¡Todos tenemos un precio, a veces somos putas y otras proxenetas! Esta semana te contactaré con Patricio Zárate, un publicista, quieren algo irreverente y vendrán más. Por cierto la cerveza se llama “Camaleón”.

Sergio comienza a ver las cosas desde otro ángulo y se viene arriba.

S: La verdad es que me tenía hasta los huevos ese mierda, verá que no volveré a él como una cucaracha, no soy Gregorio Samsa. Soy Sergio Torres el insobornable, jajajaja. Tenías razón, Octavio, hay que arriesgar. Tenemos que volver a la televisión.

O: Vamos hablando, paso a paso Torres. Espero que estés contento como Sísifo jajaja, por cierto ¿qué es ese ruido, sigue la fiesta en la madriguera? Te dejo disfrutar de la buena compañía jajaja.

S: ¡A callar ratas!¡Los voy a fumigar!

O: Si ya nos fumigaron con el Covid 19.

Le cortó y pensó:

-Tengo que confiar más en mi instinto, estoy perdiendo el olfato. Seré implacable y arriesgaré más.

Se abrazó a sí mismo, se retiró de la batalla del ruido poniéndose los audífonos y escuchó Radio Siwel de Melissa Laveaux. César le volvió a llamar por los ruidos ya era una rutina, pero hoy había sido una de sus peores crisis.

Para quitarse la angustia que el clonazepam no lograba contener, decidió deshacerse de los objetos rotos y las botellas que se acumulaban, todos ellos rastros de la culpa. Llevó la bolsa de basura al contenedor que estaba en el subterráneo. Esperó el ascensor, apretó el número 6 y cuando iba subiendo se detiene abruptamente el ascensor en la primera planta. Sube el niño con su mascarilla ninja, más atrás su madre, la de los tacones del tablao que tenía sobre su cabeza, quien preguntó sin esperar la respuesta.

-¿Podemos subir juntos en el ascensor ? Gracias, mi hijo necesita ir urgente al baño.

El niño comenzó a carraspear y luego rompió a toser, y a pesar de llevar puesta su mascarilla infantil con dibujos de ninjas lanzando estrellas, esto lo interpretó como una señal, una premonición que luego se confirmaría.

Salió del ascensor medio mareado. Cuando logró entrar a su casa, presa del pánico, se desinfectó meticulosamente, y usó su inhalador para el asma. Se desploma en la silla frente al computador, escucha una sirena, se incorpora con dificultad y se asoma. Ve salir del edificio a un vecino muerto, envuelto en una bolsa, lo suben en la ambulancia, es el séptimo pasajero, ¿quién será? Llama a César de inmediato para saber a qué distancia de su departamento estaba el foco. Este le contesta que es doña Isabel del 4E. Sergio comienza a sentir escalofríos, dolores musculares, fatiga y pérdida de la memoria inmediata. Sin embargo, recordó el origen del virus en Wuhan, alguien que se había comido un murciélago fue el primero en infectarse.

-¡Chinos come mierda! Nos quieren exterminar.

Más se altera al escuchar desde el piso de arriba toser y lamentarse desde un estado febril a José, padre del niño ninja, quien llama a su mujer con su voz cada vez más apagada.

-María, María, María.

Ella no acude a su llamado porque está dando la mala noticia, por teléfono a su madre, que José tiene Covid. En la necesidad, un súbito cristianismo se apodera de ellas y comienzan a repetir la oración en nombre de José, que de a poco se va transformando en un murmullo, por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén. Sergio escucha esto angustiándose aún más, César le había contado que la familia era antivacuna por su fervor religioso.

Llama jadeante por teléfono a Cesar y le pide que le compre un test del COVID. Después de 10 minutos, el resultado es un rotundo positivo, irrefutable. Las líneas del test fucsia ácido lo corroboran y luego la inevitable fiebre. Los ruidos ahora eran sonidos que reverberaban lejanos. Él sería el octavo pasajero de la ambulancia. Cae en un paisaje abisal, un respirador mecánico lo mantiene con vida. Quiere volver a la luz pero esta se aleja, se aferra a la vida, las luces violeta de las sirenas de la ambulancia magnifican la experiencia sensorial, lanza los brazos al aire tratando de atrapar figuras imaginarias. Ve a César con una mascarilla y cuando es sacado en la camilla pierde el conocimiento.

Ingresado en el hospital durante días, tenía pesadillas recurrentes con el El infierno, del jardín de las Delicias Del Bosco y sus criaturas, paisaje al cual volvía una y otra vez. El infierno se intensificaba con la fiebre y la falta de oxígeno, los sonidos de fondo eran constantes, los pitidos de la maquinaria, respiradores mecánicos y voces lejanas. Está seguro de que morirá, ¿qué pasará con sus trabajos, sus cosas que tanto quiere? También le preocupa cierto material sensible que tiene en sus discos duros. Piensa en esto mientras lucha por mantenerse despierto para no caer de nuevo en coma, pero regresa para ser engullido por un hombre pájaro con corona, que está sentado en un trono, lo excreta en un abismo de almas en pena… Así pasó los primeros días, donde el tiempo era lento y dilatado, hasta que volvió de a poco del paisaje del cuadro, a la luz.

Una semana después, que para Sergio fue eterna, aparece el médico en la habitación y le dice que se ha salvado por no tener enfermedades respiratorias preexistentes. Sergio insiste que es asmático, el médico le dice que si lo fuese no habría sobrevivido. Le da el alta, se despide y vuelve por donde vino. César entra a la habitación y lo saca en la silla de ruedas del hospital. Ya en la calle, Sergio le pregunta a César si hay más bajas en el edificio.

-Su vecino de arriba. Se fue el mismo día que usted, pero no volvió.

Sergio muestra una compasión serena, lo mira y se encoge de hombros.

-No es fácil volver del lado oscuro del jardín, César.

Le pregunta:

-César, ¿te gustaría seguir colaborando conmigo, tienes buenos ojos y oídos? Has sido muy fiel y serás recompensado. Tengo un gato egipcio de ónix que te regalaré.

-No es nada Sergio, para eso estamos los amigos, verá que estará como un roble en un par de semanas.

-César tu optimismo es contagioso, llévame a casa.

Se lo dice en el tono como le hablaba el Quijote a Sancho, cuando lo recogía de sus derrotas y lo seguía en sus delirios. César para un taxi, se suben y se pierden en el paisaje, es un día de primavera anodino como cualquier otro salvo porque Sergio vuelve de la pesadilla a la realidad.

Días después, cuando recupera sus fuerzas, llega a su sala de máquinas, enciende el computador, revisa sus correos, ve el material que le han enviado los colaboradores de Panóptico para el próximo número de la revista, que tendrá nuevos auspiciadores y material más audaz. Comienza a escribir el guion para su documental sobre la pandemia y su temporada en el infierno. Habla con Octavio.

S: Octavio ya estoy de vuelta y tengo del documental al que llamaré “El infierno son los otros”.

O: Jean Paul Sartre, interesante, está de vuelta el gran Sergio Torres.

S: ¿Qué te parece? Estoy editando el material, lo veo claro.

O: Genial, necesitabas morir para volver a nacer jajaja.

S: Desde las brasas frías de la muerte.

O: Por cierto, me preguntaron en Secreto de Sumario si quieres ir al programa, como invitado a debatir. De vuelta a la caja mágica, a tu medio natural.

-¿Sergio, Sergio sigues ahí?...