Los lobos, casi extinguidos, han vuelto a poblar la noche del bosque. Al hurgar, destapan los puentes de la luz oculta. A través de sus ojos revelan; es el submundo con la tensión del que tiene que abrirse paso a través de cada uno de los poros de su piel, hasta lo profundo de los órganos, para desatar las fuerzas contenidas y descomponerlo todo, en sí. El lobo acecha e intuye que solo por esa vía conseguirá abrirse al fuego creativo del alma y poder devorar así lo propio, para crecer más fuerte.
La luna llena nos abduce, con su iluminación oscura, a todos, al mostrar que bajo nuestra superficie consciente deseamos recorrer la tierra con los lobos, deseamos que ese hombre lobo y esa mujer loba afloren hacia otros estados, más profundos y ancestrales, la raíz de nuestra vida libre y salvaje, al pertenecer y al entregarnos. Correr, recorrer y sentir que somos seres vibrantes, conectados completamente, desde lo oculto hasta la luz. Las fuerzas de estos sueños ocultos son las que desatan la realidad de esta Tierra animada por todos.
En esta Tierra también habita el Hades en una entraña. No se trata de un infierno cualquiera sino de una reunión simbiótica, un poder transmutador, esencialmente crudo, una atracción vital, fundamental. Exige la desnudez radical, la psíquica y la física, una absoluta desposesión por medio de la putrefacción.
Una tensión atómica, entre la muerte y la vida, nos arranca de golpe la piel hacia el fondo y, sin piedad, nos impulsa a una descomposición. Hay que seguir viviendo, hay que mutar. La muerte es solo un momento pasajero, un túnel hacia nueva luz.
Quizás, en verdad, la puerta de la vida sea el infierno, donde se encauza la raíz más honda, donde se apuntala la abundancia y la potencia para podernos renovar y renacer constantemente. La suavidad del nuevo cuerpo se extiende en lo frágil y sangrante de la carne terrena al haber sido purgada.
La mística con los cielos nos lleva necesariamente hacia estos infiernos, hacia esta profundidad, para poder desmembrarnos y purificarlo todo en sus fuegos, disolver todo nombre o culpa y poder resurgir desde las cenizas.
−Lo que es arriba es abajo−, revela uno de los principios herméticos para empoderarnos secretamente, en la luz y en la oscuridad. Hay que hurgar para encontrar el camino oculto de esta luz aparentemente desviada.
Hacia abajo y hacia adentro, con nuestra mirada de lobos, al correr con el instinto mutante, conseguimos penetrar y dar esa vuelta, de regreso, para abrirnos a la iluminación conectada con lo que nos amalgamamos terrenos, sin necesidad de comprender o juzgar, solo sentir y confiar. Somos naturaleza, sabemos hacerlo.
Al pertenecer seremos libres, al habernos transformado con la fuerza oscura.
Al ser amalgama de un ente planetario, la Tierra, dejamos de ser sus poseedores o parásitos y pasamos a ser parte integrante e integradora de su inteligencia o ignorancia, de su consciencia o pesadilla, evolucionamos desde ella, con ella, en ella y para ella.
En el otro nivel, el sumergido, donde la alquimia devuelve a lo calcinado su brillo, se cuecen los bosques hondos, los que fusionan su propia luz silvestre, aunque oscura. Profundidades en mares terrosos, corales enraizados que unen sus vísceras inteligentes con las fuerzas de todo lo que tiene que florecer hacia arriba, para nutrir desde las aguas del subsuelo y dar los frutos al mundo de arriba.
Hay puentes simbióticos que atraviesan y se extienden en este mar escondido bajo el suelo, las micorrizas se fusionan con las raíces creando las infinitas redes del micelio. Son los canales que transmiten desde la pura necesidad el flujo de intercambio. Es la expansión a través de la química elemental eléctrica y la fusión atómica nutritiva. Hay trascendencia en toda su necesidad, la del hambre mayor que cataliza, procurando también sentido, unificar a partir de la circunferencia en sus ciclos de creación, fomentando constantemente la descomposición y recomposición de todo lo que somos y podemos llegar a ser.
Nuestra raíz terrena es un hábitat, un bioma vibrante de vida, una pulsión magmática que distribuye todo su húmedo calor, un universo donde también habitan millones de seres microscópicos, variando en miles de especies, cada cual, con su necesidad, siendo prolíficos en su intercambio trófico. Somos cadenas intercaladas, nos nutrimos del amor intercambiado estallando en la sangre, en este mar de efervescencia vibrante al unísono. Nos soñamos los unos a los otros.
Desde todo nuestro fluir, desde el principio de raíz, destilamos las fuerzas, la emoción hacia sus lágrimas, lo más arduo en delicadeza, la potencia en proliferación. Juntos seguimos en evolución, desde esta nave viviente del universo.
Gaia en el alma Humana.