Las llagas habían invadido su boca, eran tan profundas y dolorosas. Parecía estar expiando pecados ajenos.
El agua fría, le daba una especie de calma, y las sales le enardecían a fuego el dolor. El habla se le había vedado, cuánto tiempo más duraría el silencio.
La humanidad había comenzado a manifestarte con el habla para trasmitir el conocimiento en el uso de las herramientas, y ella se encontraba imposibilitada del accionar más sublime, la expresividad oral. Su familia cultivaba ajo. Al principio parecía un trabajo absolutamente repetitivo, pero después de varias líneas, la repetición tomaba sentido, pues el no cultivo se tornaba extraño, siendo la única opción el crecimiento de la planta, verla germinar.
Era una familia de italianos, que se asentaron en las tierras de Mendoza, tierras mansas, si las hay. Y ella sin decir una palabra, percibía a los otros hablar, por supuesto un acento diferente al que antes había escuchado, no era tan solo el idioma el diferente, sino la tonalidad del español.
Desde la Sicilia italiana, a las tierras cuyanas había grandes diferencias, sin embargo avanzaban con la cosecha con la misma pasión. De fondo siempre sonaba el mismo relato, las naciones producen alimentos, y las intercambian, especializándose la producción, en este caso el ajo. La semilla era directamente una porción de la cabeza, y una vez cosechados los bulbos, las mismas hojas se trenzaban, puede haber labor más celestial que la de trenzar, esa forma de conservar el ajo hacía que mantuviera la totalidad de sus cualidades.
La italiana trenzaba una y otra vez las plantas, sentada en el piso de las tolderías, era muy hábil en su quehacer, nadie la podía igualar.
El día que lo conoció sus llagas estaban en proceso de erradicación, y cuando lo voy acercarse tejió aun con más practicidad como queriendo dejar en evidencia sus dones. Viéndolo desde abajo, parecía gigante, pero a su mismo nivel era un joven delgado y de estatura prudente. Era una persona tan fina, y educada, se dedicaba a comerciar el producto que sus hermanos los 8 y ella sembraban, en conjunto con sus padres, en estas tierras bondadosas que los habían albergado. El clima de Mendoza era frio en invierno, y cálido en varano, con la preminencia del viento zonda por temporadas, era seco. En los alrededores solo veían tonalidades en marrones claros, el verde profundo estaba completamente vedado. Allí acontecían sus días alrededor de las plantaciones, y asistiendo a una escuela rural donde le enseñaban palabras sueltas en español, que ella incorporaría rápidamente a la composición de su lenguaje.
Las costumbres eran netamente diferentes aquí, así lo notó el primer día de asistencia a clases, el shock había sido importante. Mientras miraba de reojo al joven, trenzaba, puede haber alguna acción más acorde con las almas, la de trenzar indefinidamente, el movimiento de entrecruzamiento de las manos, de manera alternada, llegando al punto final. Trenzaba y al trenzar sus pensamientos se aclaraban, se volvían más precisos, más consistentes, entonces imaginaba, imaginaba que el muchacho no solo venía verla por el producto bienaventurado, sino que tenía un interés particular creado en ella. ¿Venía a ella enamorado?. La presencia más regular del joven le hacía pensar que no radicaba en exclusividad, que interés por el excedente de la materialidad, entonces imaginaba que una especie de enamoramiento se había embarcado en él, ¿sería real?
El Joven tenía una casa comercial, vinculada al país vecino Chile y exportaba los productos al más allá. La italiana tendida al sol trenzaba las plantas y esperaba su próximo arribar, llegó inclusive a imaginar escenas de felicidad, de la posibilidad de caminar juntos en las orillas del mar Pacifico del otro lado de la cordillera, iniciar una nueva vida allá, en ese país del que tanto ha habido escuchar hablar. Y no era que no le gustara su familia, sino que quería progresar, establecerse en su casa comercial y ayudarlo a hacer esos negocios, lo que se denomina comerciar. La espera a veces era tan larga para volverlo a ver pasaban meses, pero ella esperanzaba, que alguna vez se la pudiera llevar. Por las noches sufría de sudoraciones nocturnas, levantándose por las mañanas empapada en agua, no había forma de que el finalmente se decidiera a venirla a buscar. Entonces una vez más trenzó la planta, y con el sol mendocino se dio cuenta que en ese momento exacto la estaba iluminando, que podía estar nublado y sin embargo el sol la iluminaba para acrecentar sus plantas, y seguir proveyendo de este gustoso producto a la sociedad.
Que el comerciante era muy hábil y que, en sus miradas y sus buenas atenciones, existían intenciones ocultas que ya no se podían disimular, aunque no a simple vista, pero si en el fondo, el interés en la familia radicaba en comprar el bien a un precio más barato y después revenderlo más caro.
Así finalmente la joven italiana, comprendió que el amor y los negocios no se debían mezclar.