Estaba sentada bajo la pérgola de la casa mientras esperaba al marido, se había bañado y perfumado con la mejor de sus lociones, y untado su cuerpo entero con cremas que hidrataban su piel. Hacía calor y era pleno verano. Eran exactamente las siete de la tarde, el sol bajaba en rayos densos directo a su cuerpo, el sol le daba una sensación de libertad. Vivía rodeada de campo, el campo estaba repleto de cultivos, lo extraño era que los cultivos nacían sobre canales irrigados por represas de agua, cultivaban arroz.
Mientras ella se sentaba bajo la pérgola en la cocina, había ruido de cacerolas, cubiertos y platos, otra persona ansiosa esperaba en la cocina, Albana vivía con ellos. Los días del año se ajustaban estrictamente a los meses del cultivo, la preparación del terreno en invierno, la siembra durante la primera quincena de septiembre y el mes de octubre, la cosecha en febrero y marzo. En el mes de enero, con los días más largos y los canales requiriendo mayor atención, Pedro volvía con el ultimo rayo a su casa, donde Victoria y Albana lo esperaban.
La casa se encontraba emplazada en el medio de las 500 hectáreas, alejadas de cualquier otro tipo de contacto, una vez al mes iban al pueblo a hacer las provistas de alimentos, donde también realizaban otro tipo de compras, como algún vestido, zapatos, y elementos de higiene personal. Este tipo de salidas eran las únicas que tenían, al estar tan alejadas de la vida multitudinaria, esa la de las ciudades con sus colectivos, el vaivén de los peatones, el sonido de los escapes, el murmullo de la calle, aquí el silencio era total. Victoria era una mujer bella, tenía tan solo 23 años, y había conocido a Pedro en una de las reuniones sociales del pueblo donde se juntaban, los días sábados, cuando jóvenes a socializar. No hubo historia de amor, simplemente las circunstancias los llevaron a casarse, ella tenía que escapar de su familia, y el necesitaba llenar el espacio vacante, el lugar de mujer, siguiendo los mandatos, búscate una buena mujer que te quiera, como si la bondad fuera garantía del éxito matrimonial.
Tenía pelo de color rubio asoleado, y un flequillo que embarcaba su cara redondeada, sus ojos eran verdes del color del mar, y su figura estilizada. Las faldas marcaban su cintura, sus senos incipientes acordes a su delgadez, siempre vestía con sus hombros a la vista, que le adjudicaban un toque de sensualidad, todo esto no era suficiente para atraer la atención completa de Pedro, cuyo enfoque estaba centralizados en sus canales, su mantenimiento, su irrigación, el tamaño de sus plantas, y ya más devenido el verano, en la cosecha de su producción. Victoria no podía comprender de donde nacía esa vocación, su pasión por generar, su gusto extralimitado por la creación de un bien, de un producto, en este caso del alimento que venía acompañando a la humanidad durante miles de años.
Grandes diferencias habían, si lo comparamos con el paraíso donde Adán Y Eva podían surtirse de los alimentos sin la necesidad del trabajo. No hay registros de donde nace esa vocación de producción, si es producto de la escasez o la necesidad; una voluntad inquebrantable o un deseo insoslayable, no lo sabemos, no sabemos en qué radica la vocación de producir. Por supuesto, a la vocación se le deben agregar la tierra y los materiales, sin eso no hay nada con que crear, si consideramos al planeta un todo en que se produce para otros, y entre todos intercambian, cereales por zapatos, zapatos por herramientas y cada cual se especializa en lo que desea, en este caso y en esta región del mundo, Pedro era especialista en arroz, y así pasaba sus horas en deducir conscientemente la mejor forma de implantarlo, de hacer germinar de la semilla la planta, de verlo desarrollarlo con el sol y las lluvias, ver su evolución, para después almacenarlo, secarlo y comercializarlo, si señores el arroz. Victoria no comprendía plenamente porque su atención de dirigía netamente a sus cultivos, entonces todos los días se perfumaba un poco más; los resultados esperados no llegaban, acorde a las expectativas de Albana su suegra, que aguardaba ansiosamente el sucesor.
La cotidianeidad de Victoria era muy simple, pues Pedro se iba en su camioneta casi con el alba, y como les dije anteriormente retornaba con la puesta del sol. Sus días transcurrían en la casa, deambulando de un cuarto a otro, y esperando, a veces no sabía lo que esperaba, si era a su esposo retornar del trabajo, si era el embarazo, o que las noches advinieran para refrescar, las primeras oscuridades la hacían pensar con mayor claridad, le refrescaban la mente. Cerca de las diez de la mañana se levantaba para desayunar, y ahí estaba Aldana, ella siempre estaba, algunas veces Victoria pensaba si su presencia tenía algún tipo de razón de ser, pues su marido parecía vincularse más con la madre, que era quien se levantaba temprano para despedirlo, quien preparaba con dedicación el agua para sus baños de inversión después de las largas jornadas de trabajo, dejando a Victoria a la mínima expresión, todo parecía resuelto.
Y durante la hora del desayuno frente a la presencia de su suegra allí sentada expectante esperando la noticia que nunca llegaba, alcanzó el punto de querer simplemente desaparecer, pues no había novedades, Pedro no se le acercaba nunca durante las noches, no sabía con precisión la razón. Los reclamos nunca eran dirigidos hacia Pedro, pues la culpable de la indiferencia siempre es la mujer. Cerca del mediodía después de ordenar su habitación con la visita previa de Albana a la misma para verificar la composición de las sabanas, Victoria habría las ventanas de la segunda planta, para que se ventilaran y se dirigía al balcón a mirar el horizonte, siempre era lo mismo, no había grandes cambios, se veían a veces con detalle diferentes matices del color verde de las plantaciones, el sol a veces brillaba en distintas tonalidades, pero no había nada más. Al mediodía volvía a bajar para el almuerzo. La que mandaba en la cocina era Albana, disponía el lugar de los platos y cubiertos, las distancias entre las sillas, preparaba por las mañanas el pan y los alimentos estaban prácticamente planificados desde la noche anterior, decidía el menú. Poco espacio quedaba a Victoria, que no accedía si quiera al regado de las plantas, que era llevado regularmente por Albana a la tarde temprana. Limitada completamente en los quehaceres diarios, con poca educación, ni los libros la salvaban de una vida completamente estanca y chata, sin motivaciones, a veces no sabía ni la razón de su existir.
Mientras Victoria se sentía desencajada, las cosas para Pedro no resultaban nada fáciles, aspiraba, esta temporada, a producir la cantidad de kilos estipulada y a mantener en funcionamiento los pozos, tenía que estar abastecido de gasoil, su mente se centraba netamente en la producción. No entendía mucho de las actitudes y comportamientos de su esposa, desde que se había casado esperaba de ella mejores actitudes como tomar intervención directa en los quehaceres del hogar, pero no decía nada, no había mucho para decir. Llegaba cansado de sus actividades cotidianas y solo pensaba en su baño de inversión, preparado con sales especiales, cenar y dormir para levantarse al otro día. La cosecha había sido importante en febrero y los rindes extraordinarios, esa noche sintió deseos de aproximársele a Victoria, quien se encontraba un tanto desencajada por la situación.
Sí, se había untado las cremas, y se había lavado rigurosamente el cabello con su champú, además de ponerse la loción de coco, pero como nunca se interesaba en ella, no sabía cómo reaccionar. Al otro día las cosas retomaron su cauce normal, Albana inspeccionó la habitación como todas las mañanas, y encontró en las sabanas lo que buscaba, en realidad, llevaba a cabo inconscientemente los exactos mismos procedimientos que le hicieron a ella. Pedro comenzó a interesarse en ella de una manera más sutil; le daba un beso de despedidas por la mañana y le abría la cama por las noches antes de dormir, esos habían sido los cambios, eso era lo máximo que Victoria podía esperar, sus expectativas habían sido demasiado altas.
Victoria empezó a notar los cambios en su cuerpo cerca de los tres meses, un tanto de ansiedad invadió su ser, el vacío persistía en su existencia, y el embarazo no lo llenaba, por supuesto la presencia de otro ser dentro suyo la conmovía, le hacía vivir experiencias nuevas, pero no lograba colmar la vorágine que sentía dentro suyo, que nada lograba apaciguar. Albana le ofrecía diferentes tipos de comida para resguardar el bienestar de su nieto no nacido, y ella trataba de pasar algunos de los alimentos por su garganta, no tuvo vómitos, ni tuvo nauseas, pero simplemente la ingesta de alimentos no le producía placer.
Él bebe lloraba desconsoladamente, pero ella no podía hacer nada para calmarlo, estaba completamente shockeada, el vacío completo de las horas, el silencio en su máxima expresión era lo único que escuchaba, mientras él bebe se veía un tanto engreído mientras lactaba. Estaba acostada en esa cama, quería estarlo quedarse allí tirada, no se sabe exactamente cuando las lágrimas comenzaron, pero después de un cierto momento, no pararon, las lagriman se derramaban non stoping, como le dirían los ingleses, y ella estaba allí tendida en la cama. Los días se ajustaron para Albana y Victoria en función de las necesidades del bebe y en torno al llanto de Victoria.
Albana la levantaba y la sentaba debajo de la pérgola, pero el vacío de Victoria crecía acorde al tamaño del bebe. Puede haber más amor por el prójimo que el que profesaba Albana con su absoluta paciencia, y conductas benevolentes hacia su nieto y su querida nuera. Albana tomó las riendas de la situación, pues Pedro seguía simplemente trabajando, lidiando con sus pozos, y sus cultivos.
Durante los próximos veinte años, Pedro trabajó hasta extenuarse, hasta que un sucesor lo suplantó en sus quehaceres y Victoria finalmente tomó el lugar de Albana, ahí radica el eterno retorno.