Amadeo Modigliani cruza la calle Taitbout en París, lleva con él la pintura Desnudo Reclinado que alcanzó a sacar antes que la policía la censurará, escandalizada por los vellos en axilas y pubis que se mostraban en los cuerpos desnudos de las mujeres en sus pinturas. Por este motivo clausuraron su primera y única exposición individual en la Galería Berthe Weill.
La ubicación de la comisaría, precisamente frente a la galería, jugó en su contra. Camina en dirección hacia el bar que está a la vuelta de la estación de policías. Todo está a mano en este distrito.
Entra al bar, saluda al tabernero y se dirige rápido hacia una mesa. Apoya la pintura de cara a la pared, saca su block de dibujo y mira a su alrededor. Listo para comenzar el calentamiento para su gimnasia gráfica, tiene más de 3.000 dibujos hechos hasta el momento. Fija la vista hacia el fondo del local, sin darse cuenta de que Pierre Bonnard está sentado en ese punto, debajo de un cuadro de Cezanne que cuelga sobre él. Modigliani se acerca atraído por el cuadro, y sin ver a Bonnard, pasa por sobre su cuerpo, y le da un beso a la firma de Cezzane.
Bonnard se quita de encima a este hombre que ha caído sobre él. Lo mira y lo reconoce, es Amadeo Modigliani, con su vestimenta característica, su traje de pana, una camisa blanca desabotonada, y un pañuelo rojo atado al cuello. Su cabello desordenado, su actitud desenfadada son uno de los sellos que lo distinguen y por lo cuales las mujeres lo consideran irresistible, de presencia seductora que unida a su talento artístico lo destacaban de los demás. Los hombres de igual forma son encantados por su belleza y aura maldita, Bonnard también es atraído por su magnetismo y se acerca.
Amadeo ubica su silla frente a Pierre, enciende un cigarrillo, y sin preguntarle comienza a dibujarlo. Hay poco movimiento en el bar y tiene que hacer al menos un boceto, que será una vez más, su moneda de cambio, con la cual pagará el consumo de esta jornada con alguno de los artistas e intelectuales más relevantes de la escena parisina.
Desde la puerta de entrada se escucha un grito.
-¡Modi, ha entrado al bar, esta será una noche afortunada!
A contraluz Modigliani reconoce al periodista.
-Es un desagradable, un chismoso de mala pluma. Ya no me llaman más El Superhombre, como lo hacían en la academia por mi habilidad extraordinaria en el dibujo y mi admiración por Nietzsche, y gracias a su corrosiva ocurrencia pasé a ser Modi, Maudit, el maldito escrito en primera plana, el título de un artículo que habla de mi obra.
Amadeo toma un trago y continúa dibujando. Bonnard lo observa silencioso, posa distraídamente. Ese es su método. Mira tanto y por tanto tiempo que después puede recordar lo que ha visto y pintar de memoria. Es su forma de retener el tiempo. Bonnard también tiene un sobrenombre, más amable, «el pintor de la felicidad». Los apodos que tienen Pierre y Amadeo son los opuestos de la rosa cromática.
Modigliani interrumpe su dibujo, saca de su bolsillo el pequeño libro que siempre lleva con él y comienza a leer fragmentos de Los cantos de Maldoror, del Conde Lautréamont.
«Para describir el cielo, no es necesario transportar hasta él los materiales de la tierra. Es necesario dejar la tierra, sus materiales, allí donde están, a fin de embellecer la vida con su ideal».
«Los sentimientos son la forma de razonamiento más incompleta que se pueda imaginar».
Amadeo se identifica con el personaje, Maldoror, que es un ermitaño en ocasiones, guerrero contra las tinieblas, en otras, buscador de tierras lejanas, un héroe pagano, enaltecido e incomprendido. Ser un extranjero en estas tierras francesas y su origen judío lo hacen refugiarse en estos poemas en sus momentos de soledad y lo inspiran.
Guarda el libro y vuelve a su dibujo. Le muestra el retrato que le hizo en pocos minutos. Bonnard lo mira.
-Mis ojos no están dibujados.
Modigliani le responde algo molesto por el reclamo.
-Cuando conozca tu alma, pintaré tus ojos.
Pasa por su lado una mujer atractiva, curvilínea, que no se resiste a la fuerza de gravedad que ejerce Modigliani con su presencia. Él atrae hacia sí toda la atención cuando está en lugar. La mujer camina segura de sus pasos y se dirige hacia Amadeo.
-No solo tiene talento con el lápiz y el pincel, sino que sabe dibujar con sus palabras las mejores obras de arte.
Se sienta en sus faldas y acomoda el pañuelo de Amadeo, quien se deja querer.
Bonnard está impactado con la facilidad que tiene Modigliani con las mujeres. Esto le suscita más curiosidad por ver si tiene el mismo talento en su pintura como en el arte de la seducción. Le pide que le muestre el cuadro que tiene oculto, apoyado de cara a la pared.
-¿Es una de tus musas?
La mujer sonríe al reconocerse en la pintura.
-Aunque no seamos sus musas nos trata como tal y lo más importante es que nos paga muy bien por posar, no como otros.
A lo que responde Modigliani.
-¿Y cómo no lo haría? Tener una modelo es fundamental para mi trabajo, yo solo puedo pintar algo vivo, lo que está frente a mí.
La mujer brinda con Modigliani haciendo sonar las copas. Bonnard se encoge de hombros, él no necesita modelos.
Modigliani le pasa el cuadro a Bonnard, este lo acerca a una lámpara fuera de la penumbra que impera en el lugar, la luz ilumina el cuadro haciéndolo brotar de las sombras, mostrando las formas y el color de El desnudo reclinado. En este cuadro yace una mujer recostada sobre un sillón de terciopelo burdeos, es ella y el fondo.
Al observar la obra, Bonnard le comenta sus impresiones.
-Me gusta tu tratamiento del cuerpo femenino que transmite sensualidad, relajo y conecta bien lo erótico con el color. No entiendo los ojos de la censura, luego será una obra maestra, sentenció con actitud serena.
Bonnard vuelve a mirar el desnudo, y piensa en el cuadro que él pintó, Desnudo a contraluz, un retrato que hizo de su mujer, Marthe, su musa única, la que lo espera en casa. Alguien reconoce a Bonnard y animado por el alcohol le grita, entre risas desde una mesa.
¡Oye, Bonnard! ¿Qué haces acá? ¿Te dio permiso tu mujer? Andas de viudo esta noche, ¿ya no le temes a mami?
Bonnard ignora los comentarios y piensa para sí, ¿qué saben ellos del amor? «El caos y el orden coexisten en armonía en mi obra, al igual que lo hacen en la vida misma».
Bonnard se escapa en sus pensamientos y pasillos. Ama a esta mujer, pero también le tiene miedo y la soporta estoicamente idealizándola. La compadece por sus dolores que le provocan la tuberculosis, y otras enfermedades imaginarias. Marthe involucraba a Pierre haciendo de la relación una escena de una obra para marionetas que están dentro una casa, la del pintor y su musa siempre joven y enferma. Él se resigna a que no lo deje invitar a sus amigos artistas a casa porque no quiere ser vista más que en cuadros.
Ella no es la culpable del distanciamiento con su gran amigo Henri Matisse, en este caso es la guerra la responsable la que los obliga a mantener un diálogo epistolar. Con Matisse comparten la visión de la vida y el arte, además del miedo a perder la visión.
Pierre da vueltas en su mente su deseo de invitar a Modigliani, y mostrarle su trabajo. Tiene muchos cuadros que trabaja simultáneamente, y que a veces le toman años terminarlos. Sus ritmos de trabajo son muy opuestos. Modigliani no tiene el privilegio de ir con calma por la vida, desde su niñez se enfrentó a enfermedades que lo marcarían de por vida. Sabe que tiene que ir de prisa en todo lo que hace, el tiempo corre y él va tras él. El cuerpo tiene limitaciones. Amadeo está menos interesado en pintar el cuerpo desnudo que lo que está oculto en él. Lo dejó en claro cuando le presentaron a Renoir que hizo un chiste esperando que Modigliani se riese.
-Para mí una pintura de desnudo no está terminada hasta que me den ganas de darle una palmada en el trasero.
Modigliani irritado le respondió.
-No me interesan las nalgas.
En la visión de Bonnard, la mujer, su cuerpo, el que admira, examina y explora mucho antes de pintar es aquel que se mantiene por siempre joven. Un cuerpo congelado en el tiempo. La pintura tiene el poder de colorear la memoria, los recuerdos se seleccionan dejando plasmados solo los buenos momentos.
Esta mujer retratada en las actividades diarias, en los baños que se da, acostada sobre una cama, mirándose en el espejo, es un ojo intimista, es su forma de ubicarla en sus cuadros. Se mueve en los espacios de su hogar y desde esos lugares convierte lo cotidiano en un escenario extraordinario, la atmósfera intimista ideal.
-La vida está llena de belleza que a menudo pasamos por alto. Mi objetivo es traerla a la luz a través de mi arte.
No se perturba por ser observada o retratada, está concentrada en sí misma, orgullosa de su cuerpo el que exhibe sin inhibiciones. Parece no percatarse de la presencia del pintor, porque este no está. Está en su memoria, son veladuras del tiempo, con los que construye recuerdos idealizados de su mujer, que luego se los enseña, que pese a ser pintada joven, ella le recrimina que se ve mayor, más vieja, que la postura no la favorece. Estos comentarios los hace para que la próxima vez Pierre la pinte por siempre joven. «La imaginación no es más que el aprovechamiento de lo que se tiene en la memoria».
Bonnard se entusiasma pensando en la invitación que le hará a Modigliani a ese bello paisaje, colorido de La Provenza. Imagina la terraza en un día soleado, sentados en La mesa servida debajo del tilo, el mantel de lino, flores de colores apastelados asomando, y su gato blanco dando vueltas por el jardín. Marthe está presente siempre en su pintura. En esta literatura escrita de colores, hay un color para Renée, su antigua modelo y amante, historia de amor con final trágico. Una vez que Marthe murió, Pierre le dio un lugar en su lienzo a la rubia de ojos lánguidos, en sus pinturas aparece representada en forma de girasol.
Picasso entra al bar, sus ojos enormes parecen prolongarse hasta salir de su rostro, fija la vista en el cuadro que le está mostrando Modigliani a Bonnard. Le grita desde lejos.
-¡Te compro el cuadro! ¡Necesito una tela para pintar mis obras!
Modigliani se da vuelta y lo mira de arriba abajo.
-No vendo mis pinturas a artistas mal vestidos. A propósito, Picasso, ¿cómo se hace el amor a un cubo?
Picasso se ríe y aplaude irónicamente con su grupo de amigos que tienen en común, entre los que se encuentran Diego Rivera, Soutine, Moïs Kisling, Jean Cocteau, Juan Gris, Max Jacob, a todos ellos Modigliani los ha retratado.
Amadeo ya ha bebido varias copas de más y el alcohol comienza a transformarlo, del estado sobrio en que es tímido y encantador se convierte en su versión violenta y triste. Sus lecturas en voz alta de la poesía de Dante Alighieri las dejaba de lado y comenzaba con sus diatribas contra los artistas y sus obras. Sin importarle que alguno haya sido su referente, modelo y guía alguna vez.
-Brancusi es un noble artesano, pero no tiene poder creativo. Rodin es un vaciador de yeso. La esencia de la escultura está en la piedra, en su dureza de piedra preciosa, de emoción cristalizada.
Lanza esta última declaración emocionado. El amor por la escultura lo hizo abandonar la pintura por algún tiempo, realizó esculturas inspiradas en el arte africano y griego, pero el polvo de la piedra caliza terminó afectando sus pulmones y se vio obligado a dejarlo. Sus obras, las que alcanzó a exhibir, fueron bien recibidas, las 7 cabezas en el Salón d’ Automne de París, todo un honor para un artista joven.
Sale del bar, briago y sobreexcitado, en la esquina comienza a quitarse la ropa mientras da un discurso a unos transeúntes, que se acercan a él atraídos por el espectáculo de ver un hombre desnudo delirante y no por atender el contenido de lo que está diciendo.
«Lo que busco no es lo real ni irreal, sino más bien el inconsciente, el misterio de lo instintivo en la raza humana».
La policía lo arresta por escándalo en la vía pública y faltar a la moral y las buenas costumbres de la época. Mientras lo llevan al calabozo, Modigliani, se resiste y los interpela.
-Quisiera que mi vida sea un torrente fértil que recorra la tierra con alegría. Soy rico, estoy lleno de ideas, y sólo necesito trabajar. Un burgués me dijo, hoy, con la intención de insultarme, que mi cerebro estaba siendo desperdiciado. Me hizo mucho bien. Todos deberíamos recibir un recordatorio como ese cada día.
Desaparece entre las luces rojas de la patrulla policial y lo último que se le escucha es:
-Yo mismo soy el instrumento de fuerzas poderosas que nacen y mueren en mí…
Bonnard sigue sentado en el bar, no se enteró de lo que pasó afuera del local. Por estar ensimismado perdió de vista a Modigliani, pensó que por su naturaleza inquieta estaría en un lugar más estimulante, no se equivocaba, estaba en una suite de la Divina Comedia. Bonnard paga su cuenta y se despide a la francesa, se va sin decir adiós a sus amigos.
De regreso a casa, compara los cuadros desnudos reclinado y su último trabajo Desnudo a contraluz el que piensa mostrarle a Modigliani algún día y dialogar sobre el arte, que es un puente entre el mundo visible y el invisible.
Esa noche antes de apagar las luces del bar, en un costado de la mesa, mirando de cara a la pared, el tabernero se encuentra con el cuadro Desnudo Reclinado que dejó olvidado Modigliani.