Dice por ahí un adagio que en la vida debemos plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Y bien, dejando lo del árbol y el hijo (o hija) sin analizar, nos concentraremos en el libro. Algunos dicen que no es tan fácil como soplar y hacer botellas, (como si esto fuera en verdad tan fácil), y otros pues que cualquiera lo hace y se dan a la tarea de escribir su libro. No vamos a hablar de cómo publicarlo, ni siquiera de cómo escribirlo, sino de qué valor tiene. En principio, cualquier árbol es valioso para el planeta, y en la humanidad, las religiones y las filosofías se debaten el valor de cada ser humano, por malvado que nos parezca, dentro del sistema mundo: para apreciar la luz necesitamos la oscuridad. Pero, como dijimos, nos limitaremos al valor de los libros, especialmente en el nicho que llamamos «literario», es decir, creativo.
¿Puede ser un libro solamente creación pura? Nos inclinamos a decir que no, pues de alguna manera debe estar inmerso en algún marco cultural, histórico, geográfico, etc. Siempre, al crear, nos basamos en alguna cosa conocida, ya sea vivida u observada, leída, o escuchada. Las Crónicas marcianas parten de la posibilidad de que en Marte haya vida. La divina comedia parte de visiones culturales de cómo es el paraíso, el purgatorio y el infierno, de lo que es la bondad, la maldad, el castigo y el premio, etc. Así pues, no se crea de la nada absoluta.
Hay un mecanismo que pareciera medir el valor de los libros: el premio literario. De estos hay muchos, y el Nobel es acaso el más famoso o conocido, vaya usted a saber. Veamos: Francia, Alemania, Estados Unidos, Suecia, Reino Unido, Italia y España, encabezan la lista con 16,14, 8, 8, 8, 6 y 5 premiados respectivamente. Si vemos toda la lista nos vienen a la cabeza una serie de ideas, no solo sobre qué leen los miembros de la academia, (que de paso diría algo sobre la distribución y traducción de las obras) sino sobre el privilegio de ser nominado y el prejuicio de no serlo, los intereses detrás, etc., etc. No nos vamos a complicar, a simple vista, uno se pregunta por qué Francia y Estados Unidos tienen el doble o casi el doble de los tres inmediatos seguidores. Si uno piensa en que una gran población debería tener más premiados que una pequeña, pues pareciera más o menos coherente que EEUU tenga el doble de premiados que Alemania, es más, EEUU debería tener más premiados, si eso fuera así.
Pero entonces Francia surge como anomalía, pues tiene, con una menor población que EEUU más premiados, porcentualmente y en bruto. Si bajamos en la lista hasta Japón vemos que tiene solo dos premiados, los mismos que Grecia, Chile y Suiza, a pesar de tener una población muchísimo mayor que la de esos tres países juntos. Si vamos a China o la India, vemos que definitivamente los dictaminadores del Premio Nobel de Literatura a penas leen literatura china e india, ergo, dicho premio no solo no es equitativo (nunca nadie ha dicho que lo sea) sino que tampoco es representativo y ni siquiera puede darnos una pista de cuál puede ser el mejor libro escrito año por año en el mundo. Esto es de por sí imposible.
El mismo comité Nobel ha dicho que se le otorga el premio a un autor muy bueno, no al mejor del mundo. Pero es evidente que leen muchísimo más candidatos de EEUU, Inglaterra y Francia, que de China, Tíbet o Madagascar… ¿Por qué hemos hecho esta observación? Bueno, estábamos tratando de hablar del valor de un libro, y por ello hemos hecho una observación casi nunca mencionada del premio literario más prestigioso del mundo, aunque bien sabemos que ha estado siempre lleno de controversia, como todo premio. Por eso, ¿será que un libro no premiado no es valioso o es incluso inferior a los premiados? Creemos que no, hay libros que nunca serían premiados porque no van con la corriente de lo que premian. De hecho, muchos libros son rechazados por no ser «accesibles» al público general, es decir, que aunque sean una maravilla, serían muy complicados o de poco interés para las masas que generan ganancias a las editoriales. Por eso no los publican, no digamos ya premiarlos.
Hay un libro maravilloso que se llama El hombre y el misterio en Asia, de Ferdynand Ossendowski. Es un libro de impresiones y observaciones científicas, pero narrado casi como si de una novela se tratara, con una altísima calidad literaria. Mucho de lo que describe, de las investigaciones realizadas entre finales del siglo XIX y el XX ya no existe, así que es un valioso testimonio. Hay muchos libros como este, testimonios de hechos o momentos de la historia y el de nuestro planeta (pero no todos tan fascinantemente narrados como el de Ossendowski), que son, sin embargo, en cuanto a memorias, valiosos.
Vemos entonces que cuando juzgamos una novela, un libro de cuentos o un poemario, lo hacemos desde la perspectiva artística principalmente, es decir, cómo nos dice el autor lo que nos dice, más que lo dicho. Desde luego que lo dicho, el quid del asunto es asimismo interesante, pues abundan los libros sin contenido, que son pura espuma. No es que despreciemos los artificios de la palabra, pero es que cuando un gran poeta nos habla de la rosa, un tema difícil de tratar, como la madre o el amor, la forma en que lo hace crea en sí misma un nuevo universo en el que solo si nos fascina estamos dispuestos a entrar. Un amigo nuestro, extraordinario poeta y quisquilloso ser humano, llamaba a esto, «ser un encantador de serpientes», y a los editores que persiguen solo el lucro, los llamaba vendedores de alfombras, para que tengan el cuadro completo…
Cada libro es valioso, aunque lo haya escrito la persona más sencilla, pues es una muestra de su experiencia en el mundo. Otra cosa es si tiene altos valores estéticos de acuerdo a las normas establecidas o si nos encanta o no. Pero esto último es también cuestionable, relativo. Hay numerosos premios Nobel que no nos gustan y hasta nos disgustan. No los mencionaremos para no echar leña a la hoguera, pero así es en todos ustedes también, queridos lectores, ¿o no? Nos preguntamos, ¿cómo es posible que fulano o zutano sean premiados, si ni siquiera nos gustan, y en cambio perencejo no, que es maravilloso? Diremos al respecto que eso tiene que ver más con el ego humano que con el verdadero valor de un libro. Ciertamente, hay recetarios antiguos más valiosos que novelas o poemarios de algunos premiados… Y, además, ¿quién decide si merece un premio o no? Pues jurados que en su mayoría no tienen el nivel estético de los candidatos.
En las editoriales no es muy diferente, lo que se estima en primer plano es su potencial de ventas, no su calidad literaria. Ya lo dijo un editor que evitaremos mencionar: «Esto es un negocio, se trata de vender libros». Como lectores quisiéramos un mejor equilibrio, pero eso es una utopía. Pasa lo mismo con el fast food, sabemos que es dañino, que nos va a enfermar, pero ya ven, las cadenas de comida rápida (sobre todo las de peor calaña en ingredientes sintéticos) tienen ventas multimillonarias. Tendremos mejores libros en el mercado cuando como lectores los exijamos, cuando nos neguemos a leer basura bellamente editada y promocionada con campañas multimillonarias. Pero para eso hay que educarse, tener buen gusto, juicio crítico, amor al arte y desear un mundo mejor. ¿No sienten un sabor de hamburguesas y papas fritas incorruptibles? Es porque la hora de la verdadera gran literatura de nuestro tiempo sigue sin llegar.