En su cuello delicado, justo bajo la nuca, se acurrucan los restos de la belleza fabulosa que la cubrió como un manto pesado y soberano desde el día en que nació. La visión sorprende y conmueve, uno no espera embeleso en la piel de una mujer de ochenta y nueve años. Atravesada de ternura, termino de peinarla. Eres linda. No, lo que pasa es que tú me quieres mucho, responde la dueña del cuello, del manto y del enigma.

Casi nunca me he mirado en un espejo, ¿sabías? ¿Por qué? En el internado, cuando me peinaba en las mañanas, las monjas me apuraban, “no demores tanto en el espejo, ¿o es que estás buscando al diablo?”. Quizá, entre envidiosas y asustadas de aquella belleza dulcísima de ojazos de oro y nariz con pompón, las monjas alemanas quisieran evitar que la niña terminara siendo una mujer fatua y no lo fue, aunque el mérito no es del diablo en el espejo.

Bajo el manto pesado y soberano crecía el cuerpo de la niña interna y en ella, el anhelo de sustancia que llenara su espíritu. La vida era mucho más interesante que un espejo porque contenía, tenía que contener, sustento para su hambre y lo buscaba donde a nadie se le ocurre que pueda estar. En la espalda de las cosas, la que nadie ve ni sabe que existe. En el viento, que olfateaba para desenredar los olores de los hilos que lo tejían, el aroma dulce le recordaba a su madre, al pensar en ella evocaba la miel de su mirada y a pura añoranza, el aire se llenaba de miel, lo que la hacía feliz, aunque sólo un ratito. En los rincones, donde una plumita blanca le hacía preguntarse si su ángel de la guarda estaría cerca, aunque sólo un ratito porque una piedra de colores en otra esquina oculta del internado atraía la mirada de oro y la ponía a pensar si la piedrita serviría para curar males del cuerpo y del espíritu, aunque sólo un ratito.

De tanto pasar el tiempo escudriñando lo que nadie ve ni sabe que existe y oliendo el aire, o por pura envidia verdísima, sus compañeras comenzaron a creerla idiota. Linda, sí, pero tonta, se consolaron de aquella belleza inalcanzable. Ella se dio cuenta y mientras se encogía de hombros, entendió que aquella era una idea estupenda. Por ello pasó la vida perfeccionando el arte de hacerse la tarada. Así se mantiene a salvo de la mayoría de las tonterías humanas, esquiva discusiones y malos ratos y ya de adulta, sólo en la intimidad y en muy contadas ocasiones, explota con un ¡ah, carajo!, cuando algo sobrepasa su resolución.

Se casó pronto, casi apenas hubo terminado el internado, así escapó del alboroto incomprensible que su presencia monumental despertaba, de las miradas esmeralda de las mujeres, de las largas y anhelantes de los hombres y de sentirse igualito al pastel más apetitoso de una vitrina sin comprender por qué. Con los años y la vida, el manto de belleza pesado y soberano que la cubrió íntegra el día en que nació, comenzó a encogerse y ella estrenó una ingravidez que celebró, gracias a la cual pudo flotar sin esfuerzo a un palmo del suelo, lejos de lo prosaico, a lo que nunca perteneció.

En el camino que marcó su anhelo, la bella lo ha probado todo, o casi. Atiende a quien sabe y a quien dice que sabe y se lo cree todo, o casi, porque le falta malicia y le sobra candor. Tiene fe en las divinidades convencionales y también en la palabra de uno o dos gurús, Ab Arajame y Ab Labañera. Lee escritos de intelectuales y desvaríos de chiflados, escucha charlas de sabios y de mensajeros de la inopia, devora documentales científicos y mamarrachos delirantes, o casi. Cuando la cotidianidad, ordinaria y tediosa, obliga a la bella a posar los pies sobre la tierra, puede meter la pata hasta el fondo, o casi, y tomar decisiones tan sabias y sensatas que Salomón enverdece, o casi. Paradojas del enigma más precioso.

Un sonido transparente y seco, entre metálico y vidrioso, de resonancia entrañable y ancestral, musicaliza sus pasos, tilín-tilín. Son las pulseras de cuarzos de todo color que cubren sus muñecas, hasta casi la mitad de sus antebrazos. Sanan, afirma y para enfatizarlo, abre más sus preciosos ojazos de oro y los corazones de quienes los ven duplican un latido. Tiéndete aquí, se ofrece generosa a curar los males que hieren a las mujeres de su estirpe y llena de solemnidad, pero nunca con pompa, saca sus tesoros del armario: unos cristales de cuarzo tan grandes y pesados que podrían romper huesos. Su prole se ataca de ternura y de risa, no vayas a romperme un hueso con tremendas piedrotas. ¡Ah, carajo…!, lanzan chispas los ojazos de oro. Desconfía de la medicina convencional, por mercantilista y aliada de las farmacéuticas, pero confió en los médicos invisibles, los que realizan cirugías telepáticas a distancia. Las sábanas de su cama levitaron y ella resistió estoica, sin infartarse ni nada y aunque no se curó, tampoco perdió la fe.

La sustancia enigmática que la bella busca, la encuentra su tribu en el fondo de los ojazos de oro y en el tilín-tilín de resonancia entrañable y ancestral. En ella permanecerá, a puro amor, el día en que este fabuloso ejemplar de mujer termine de despegar sin las sábanas que Remedios la bella necesitó para tomar impulso.

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Evocando a Camila Gutiérrez Usseglio, mujer savia y raíz, quien se elevó sin necesidad de sábanas, a diferencia de Remedios Buendía, el 4 de noviembre del 2024 en Lima.