Si hay algo que despierta la curiosidad del ser humano es la física. Bien sea de partículas, experimental o teórica, la física es una ciencia que define esa simbiosis entre hombre y mundo. Dentro de la vasta gama de fenómenos que capturan – y han capturado – la atención del ser humano uno de los más enigmáticos es la gravedad; esa magnitud rebelde que conquistó primero a Newton y luego a Einstein.

Con la aparición de la mecánica cuántica los físicos vieron renacer los esfuerzos en lograr alcanzar el denominado santo grial de la ciencia: la tan anhelada unificación entre las fuerzas de la naturaleza (electro-magnética, nuclear débil, nuclear fuerte, y, gravitacional). Los esfuerzos dieron sus frutos al conseguirse la unificación entre la fuerza eléctrica con la fuerza nuclear débil (denominada electrodébil) y la fuerza nuclear fuerte (cromodinámica). Así, tres de las cuatro interacciones lograron unirse pero quedaba aún lograr vincular la cuarta interacción: La gravedad. Los esfuerzos fueron infructuosos. No se consiguió “doblegar” el carácter rebelde de la gravedad, o, mejor dicho, descubrir el misterio de su naturaleza.

¿Por qué la gravedad no logra unificarse con las otras tres interacciones? La incompatibilidad entre las otras tres interacciones con la gravedad representa la máxima pregunta sin responder de la física. Miles de investigadores han buscado la génesis de esa teoría de unificación que logre (a través de la vinculación de las interacciones de la naturaleza) conectar las perspectivas del micro universo y macro universo pero aún no se consigue vencer la incompatibilidad que comporta con la gravedad con las otras tres interacciones.

¿Cuáles son los problemas que presenta la gravedad para ser unificada? Existen muchas teorías y estudios al respecto, pero, si tomamos como punto de partida la teoría de Einstein y se analiza sus fundamentaciones notaremos algo curioso. La teoría de Einstein esta fundada en una deformación con curvatura donde los elementos a examinar se toman dentro de un espacio tangente a la curva, haciendo la aproximación lo más sencilla y simétrica posible.

Einstein considero que el espacio-tiempo se deforma frente a la presencia de algún objeto. El efecto de esta deformación es lo que percibimos como gravedad. Luego, la gravedad es el efecto de la deformación del espacio-tiempo. Ahora bien la teoría de la relatividad general esta fundada en una curvatura o deformación del espacio-tiempo. Pero, ¿una curva no está descrita en dos dimensiones? ¿la deformación no debería comprender además de la curvatura, otra deformación, por ejemplo, la torsión? ¿no es posible pensar que el espacio-tiempo además de curvarse también se tuerce? Tales inquietudes fueron señaladas por Élie Cartan, matemático francés quien acudió a Einstein con estas reflexiones propiciando con ello el inicio de un trabajo entre ambos que los llevó a la elaboración de la teoría Einstein-Cartan.

Entonces, y, matemáticamente hablando, no es descabellado entonces suponer que la gravedad además de tener un gradiente debiera también tener un rotor. Pero, (y he aquí uno de los desafíos tanto para físicos como para matemáticos) encontrar la expresión matemática (¿nueva matemática?) del rotor de la gravedad no es tarea sencilla. La búsqueda por comprender la naturaleza de la gravitación continua, y, aún queda mucho por hacer.

No creo que hasta el momento exista algún matemático o físico dedicado a la tarea titánica de lograr encontrar una expresión matemática para la torsión de la gravedad. Lo mas cercano es la teoría del teleparalelismo, la cual, dicho sea de paso, fue creada por el propio Einstein en la búsqueda de una teoría de la gravedad que considerase el movimiento de torsión gravitacional y así lograr unificar la interacción electromagnética con la gravitacional. Pero, y a pesar de los esfuerzos, este éxito no estaría entre sus logros.

Así, desde Einstein hasta Hawking el santo grial de la física ha sido la motivación de innumerables teorías pero ninguna ha logrado el tan anhelado hallazgo. Pero la ciencia y en particular la física (y los físicos) son testarudos cuando asumen un desafío y en la actualidad ha surgido un “golpe de timón” que bien podría traer buenas noticias a los científicos. Se trata de la propuesta del físico Jonathan Oppenheim del Instituto de ciencia y tecnología cuántica del University college de Londres denominada teoría poscuántica de la gravedad clásica que busca vencer la incompatibilidad entre la física cuántica y la relatividad general. La superación de la divergencia entre ambas lograría en teoría avanzar en los esfuerzos de comprender la naturaleza de la gravedad.

En pocas palabras, la perspectiva de la teoría poscuántica propone incorporar el elemento del azar propio de la física cuántica al tejido espacio-temporal de la relatividad general, es decir, un espacio-tiempo aleatorio.

Con esta incorporación, el tejido espacio-temporal tendría fluctuaciones aleatorias. La propuesta de Oppenheim aunque despierta interés y críticas dentro de la comunidad científica tiene a su favor que las predicciones de la teoría pueden ser comprobadas experimentalmente ya que, asumiendo las fluctuaciones del espacio-tiempo, según Oppenheim, lo que corresponde es estudiar éstas.

Por supuesto, aun la teoría esta en estudio pero uno de los datos interesantes es la consideración del efecto de la fluctuación del espacio-tiempo que bien podría entenderse como gravedad y su efecto en la apariencia del peso de los cuerpos. Según la teoría poscuántica el peso aparente es impredecible. Esto explicaría el porqué la exactitud de la medición de un kilo es una eterna búsqueda. Cada vez los científicos mejoran la exactitud del peso de un kilo pero, siempre resulta mejorable la medida. Esto podría explicarse diciendo que se trata de una fluctuación aleatoria lo que otorga esa imprecisión a la medida de pesos.

Otro aspecto interesante e impactante de la teoría de Oppenheim es la posibilidad de explicar uno de los intereses de estudio actual en cosmología y astrofísica: la materia y la energía oscura. Sí ambas son consideradas como fluctuaciones suficientemente intensas permitiría su estudio y lograr así uno de los mayores avances de la física: explicar el 95% de la evolución del universo, y, con ello iniciar una ruta hacia la búsqueda del santo grial de la física.