¿Entristecen los crepúsculos? En mi caso sí. He leído que es posible que se deba a que, al disminuir la luz solar, puede afectarse al equilibrio hormonal y eso se traduce en un cambio de estado de ánimo. También la transición hacia la noche hace que nos percatemos de la fugacidad de la vida, lo que nos provoca nostalgia.

La tarde, en sus últimas horas, me crea una extraña sensación para la que, este pobre narrador, no encuentra palabras para describir.

Con las últimas luces del día llega un WhatsApp de Dani Izquierdo donde me envía su dirección postal para que le remita Cúmulos de plutonio, ¡Oh, Sadako! Tan cerca siempre Hiroshima.

Dani, sin pretenderlo, al darme sus señas, me ha recordado a una ausente, Mercè Rodoreda, que hace cuarenta años, que no dice nada, pero dialoga con nosotros con sus obras. Sigue viva.

Es lo que tienen los escritores: sus palabras se cobijan en esa cavidad que les tenemos reservada cada uno de nosotros en nuestro corazón y por algún lugar perdido del hipocampo.

En Carrer de les Camèlies, de Barcelona, siempre por Barcelona y sus calles, Rodoreda nos alumbró la historia de Cecilia:

A Cecilia la abandonaron con escasos meses una madrugada frente a la verja del jardín de una casa en la calle de las Camelias (para mí Barcelona ya será siempre la ciudad de las flores, los jardines y los tilos; una ciudad triste, también, como triste es Cecilia). La encontró el sereno, y los señores de la casa, sin hijos y cautivados por la risa de la beba, decidieron quedársela. Tan sólo traía una seña, prendida del babero a modo de papelito con su nombre: Cecilia Ce, con el último Ce escrito con prisa e interrumpido. Y así le pusieron, pues: Cecilia Ce.

La adopción y su posterior convivencia en casa del matrimonio que la acogió hace que la niña se sienta extraña y durante su periplo por la vida busque su espacio en los suburbios de su propia realidad. Novela iniciática, en la que Rodoreda, con una prosa poética que subyuga, nos dejó al final algo de esperanza, ya que Cecilia, tras muchos sufrimientos, logra, en cierto modo, superar las amarguras de la existencia, destacando la importancia de resistir en tiempos difíciles.

En Montcada i Reixac hay otro Carrer de les Camèlies, donde, aquejado de un mal (de antipático nombre) que le consume, sobrevive Daniel Izquierdo entre libros, arcanos y camelias que, como mensajeras de entrañas, se vuelven palabras. Palabras que, de tanto seducirlas, hace sangrar; luego, igual que hacían sus dieciséis tatarabuelos turolenses, las abarca y las aventa por las redes sociales, en New Roman 12, para que alumbren entre tanta baratija que leemos a diario.

Dani, «Donnadie», como se autonombra, siempre es un amigo. Te ofrece su casa y te acomoda en ella; suena en un rincón, para que no falte nada, la enigmática y adorable Enya con Only Time:

¿Quién puede decir dónde va el camino?
¿Dónde fluye el día? Solo el tiempo.
Y quién puede decir que si tu amor crece.
¿Cómo eligió tu corazón?
¿Quién sabe? Solo el tiempo.

(Eithne ni Bhraonàin, más conocida como Enya, Gweedore, Donegal 1961, Irlanda)

Te trae agua, te sienta en la butaca de orejeras, pone la mejor de sus sonrisas y, entonces, poco a poco, te va mostrando sus escritos: admirables en su sintaxis, ejemplares en su descripción, de belleza inconmensurable. Imposible encontrar otros parecidos en la baraúnda de Internet.

Algunas veces habla con emoción de su pueblecico de Teruel, Aguilar del Alfambra, reflexiona y se lamenta de la tristeza que embarga sus calles al anochecer:

Desolador. Salir a caminar por tu pueblo turolense pasadas las ocho de la tarde es desolador.
Cerrado el optimismo, cerrado el futuro, cerradas las casas, cerrado el único bar, uno entiende (en sus calles) que dentro del vacío existe otro vacío y en su garganta otro y en ese otro más y en esa masidad otro vacío unánime, enésimo, sin captación ni tasa, a lo peor letal.

(Daniel Izquierdo Clavero, Barcelona. 1975)

También le duele el silencio porque cada vez son menos habitantes. Personas mayores, apenas gente joven, algún niño. Recuerda a sus yayicos que hace ya tanto tiempo que marcharon, de su sobrina del alma, Alba, o de una catedrática, amiga envidiable, que un día descubrió la vida, abandonó la enseñanza y se puso a vender fruta.

En otras ocasiones, sube el listón y se va por los cerros de Stefan Zweig, de Jaroslav Hašek, de Kant… Sin darte cuenta, te atrapa inexorablemente y cuando menos lo esperas, siempre en el momento en que estás tan a gusto, confiado, leyéndolo, entonces suelta el desenlace de la historia con una intensidad emocional tal que su relato nos pone al borde de la hipoxemia.

Dani, sin malicia, dice él, pregunta en esa corrala virtual que es, al fin y al cabo, Facebook:

¿Qué es una poeta? ¿Qué es un poeta? ¿Y tú me lo preguntas?, amigo Dani.