"¡Ánimo, compañeiros!
Toda a terra é dos homes.
Aquel que non veu nunca máis que a propia,
a iñorancia o consome.
¡Áńimo! ¡A quen se muda Dios lo axuda!
¡I anque ora vamos de Galicia lonxe,
verés desque tornemos
o que medran os robres!
Mañán é o día grande, ¡á mar, amigos!
¡Mañán, Dios nos acoche!"
¡No sembrante a alegría,
no corazón o esforzo,
i a campana armoniosa da esperanza,
lonxe, tocando a morto!

(Rosalía de Castro)

De esto se cumplen hoy cien años. La travesía comenzó en el puerto de Vigo, el 14 de febrero de 1925, a bordo del vapor Groix, según precisan mis hermanos, Eugenio y Mario; de acuerdo a lo consignado en el libro de nuestro hermano Juan Luis, De Moure, 1500 años… El 15 de marzo de 1925, arribaron al puerto de Buenos Aires: Cándido Moure, Elena Rodríguez y sus hijos: Antonio, Naulina, Alicia, Cándido (el padre de ocho hijos, entre los que está el cronista), Elena y José; el primogénito, Manuel, los esperaba en la capital de Argentina, como adelantado de aquella emigración (1920), compuesta por esa familia gallega, oriunda del casal de A Touza, aldea de Santa María de Vilaquinte, comarca de Chantada, provincia de Lugo, Galicia, la antigua Galaequia de los romanos, antiquísima patria de los celtas, asomada al mar infinito donde cada día se ahogaba el dios Sol en su horizonte en llamas.

Como tantos miles de emigrantes de la patria de Rosalía de Castro, que descendían de los barcos en grandes grupos abigarrados, desde fines del siglo XIX hasta la primera mitad del siglo XX, provenientes de diversos puertos españoles, sobre todo de A Coruña y Vigo, siendo su pasaje mayoritariamente gallego. De ahí que, en Argentina, Uruguay, Cuba, Colombia, Venezuela o Brasil, sus destinos más propicios y multitudinarios, ser gallego era –y aún lo sigue siendo para muchos–, sinónimo genérico del gentilicio español.

El cronista se pregunta, en las postrimerías de su propio camino, ¿por qué escribir sobre tan íntima efemérides, como si se tratase de un suceso de valor universal? Porque lo acontecido le atañe como hecho trascendental y definitivo de su propia existencia; desde esta perspectiva, se atreve a emitir algunas consideraciones, afectivas, sociales e incluso históricas, semejantes a innumerables experiencias vividas por millares de mujeres y hombres a lo largo de un acontecer más dramático que feliz -en ocasiones, trágico-, porque el ser humano es la especie migratoria por excelencia, aunque no tenga a menudo la jubilosa recompensa de las aves al posarse en los campos de cada primavera.

El cronista recuerda cuando Cándido padre les comentaba, a él y a sus hermanos, la sensación arraigada entre aquellos emigrantes desterronados, en su mayoría de origen campesino, de que el abandono de su terruño -la pequeña patria aldeana-, era empresa definitiva, un adiós para siempre; era quemar las naves, luego de interminable y peligrosa travesía a través del océano proceloso. Entonces, cualquier posibilidad de comunicación dependía del incierto y demoroso correo, esa "paloma con las alas plegadas y la dirección en medio", según inmejorable imagen metafórica del Poeta Miguel Hernández. Cartas que muchas veces se perdían o llegaban a sus destinatarios demasiado tarde.

Recuerda también el cronista la imagen extranjera de su progenitor, escrutando a través de la ventana, con sus ojos marinos perdidos en el horizonte, la improbable llegada de un barco que le llevaría de regreso a la aldea. Anhelo utópico y doloroso como la morriña expresada en esa lengua saudosa y dulce, enriquecida por trovadores, juglares y poetas peregrinos, venidos desde todos los puntos del mundo conocido.

La memoria pugna por hacerse palabra coloquial y remembranza esclarecida. El cronista recuerda su segundo viaje a la Galicia Atlántica, hace cuarenta años, para participar como ponente en el Congreso "Rosalía de Castro e o seu tempo", en Santiago de Compostela, julio de 1985, cuando se cumplía el centenario de la muerte física de la eterna poeta, naiciña de los gallegos, precursora del rexurdimento, Rosalía de Castro.

El cronista quisiera seguir hilando memorias en la rueca del tiempo, aferrándose al eco de los nombres amados, pero el peso de Cronos, con su carga de tantas jornadas y senderos, le pide una tregua para el arca del corazón, y como a veces resurge en él la voz poética, cerrará esta crónica con un poema. Helo aquí, para mis ancestros y para ti, lectora y lector amables:

Sacramental

Cien años ha
ellos vinieron nueve eran
Tercera clase en el paquebote
Traía el abuelo una Biblia
cubiertas de plata labrada
Negoció un trueque con el sabio capitán
La argentina palabra de Dios
por nueve cupos en primera

De la sentina al paraíso
el sueño americano
con acento gallego
Sant Iago y Rosalía
por un plato de puchero diario
Albricias de la palabra sagrada
Tres meses de plusvalía
Unción y buen presagio
al otro lado del Charco

Cien años ha
Padre escondió en el alpendre
su locomotora de latón
regalo del cura Nande
América aguardaba llena de sueños
ausente de juguetes
como las abarcas vacías
del Pastor de Orihuela

Cien años ha
Mirad los racimos de marzo
Escuchad el murmullo espirituoso
de los lagares
Niños se han vuelto
los granos de la mies
Infantes los pámpanos
en la viña del Señor

Cien años ha
Comed y bebed
Sobre la mesa aún balbucean
los réditos
de la esperanza.

El cronista piensa y siente que es mejor esta versión en lengua gallega, del poeta Xulio López Valcárcel:

Sacramental

Cen anos ha
eles viñeron nove eran
Terceira clase no paquebote
Traía o avó unha Biblia
cubertas de prata labrada
Negociou un troco co sabio capitán
A arxentina palabra de Deus
por nove cotas en primeira

Da bodega ao paraíso
o soño americano
con acento galego
Sant Iago e Rosalía
por un prato de potaxe diario
Albricias da palabra sacra
Tres meses de plusvalía
unción e bo presaxio
alén do Charco

Cen anos ha
O Pai escondeu no alboio
a súa locomotora de latón
agasallo do cura Nande
América agardaba chea de soños
ausente de xoguetes
como as esparteñas baleiras
do Pastor de Orihuela

Cen anos ha
Mirade os acios de marzo
Escoitade o besbello espirituoso
dos lagares
nenos volvéronse
grans da centeeira
Infantes os sarmentos
na viña do Señor

Cen anos ha
Comede e bebede
Riba da mesa aínda latexan
os xuros da esperanza.

Que le sea perdonada al cronista su otoñal efusión lírica y alguna lágrima secreta, hecha lluvia en las campiñas remotas del Noroeste.