¿Qué buscas en mí? Me preguntó y como posibles respuestas, mencionó: amor, sexo, una conversación, más amor y más sexo. No me quedó muy claro la diferencia entre amor y sexo y le respondí, que en realidad no tenía las ideas muy definidas y, que si me acerqué a ella, fue por su sonrisa, que encontré contagiosa y enigmática a la vez, y sin decírselo, que esta mezclaba alegría y dolor en un coctel casi perfecto con un dejo de ligero nerviosismo.

Sabía que esperaba a alguien y que ese alguien no era yo. Sabía, además, que su pregunta, tenía como intención alejarme. Pero allí estaba, de frente a ella con un vaso de agua en la mano. Ella era joven, alta, vestida con una mezcla de “nonchalance” y elegancia y se veía preocupada y despreocupada al mismo tiempo. Era tarde, afuera llovía lentamente y las vicisitudes de la jornada, me llevaron a ese bar y a esa hora sin otro motivo que deshacerme de mis pensamientos.

Le pregunté sonriendo, que me hubiera dicho, si mi respuesta hubiera sido: una conversación. Me miró y me dijo que esa era la respuesta que daban muchos, por no querer reconocer abiertamente sus verdaderas intenciones. Miró su reloj y dio un suspiro de resignación. Después de unos segundos, me preguntó qué hacía en la vida y le dije sin mirarla, que escribía y que lo había hecho por largas horas y días y que en este momento estaba tratando de distanciarme un poco de mis temas para volver a escribir.

Y agregué, que a menudo para poder escribir, hay que dejar de hacerlo por un rato y que afortunadamente para ella, no le iba a decir mucho sobre mis temas, porque si estaba allí, era para escapar de ellos.
Sonrió y dijo: un escritor que huye de sus escritos, vaya, vaya. Pero me tienes que dar al menos una pista para saber de qué escribes.

Le respondí, que estaba trabajando en una novela corta, narrada en primera persona, como un monólogo y que el personaje de la novela era un poeta, que cada día se apartaba más del mundo y de la realidad, sobreponiendo a ella, su propia realidad.

Después añadí, que en ese momento estaba trabajando sobre el tema del amor en uno de los tantos monólogos. El amor y soledad, le dije.

Dio otro suspiro y dijo: la gente busca el amor para escapar de sí misma y esa frase quedó resonado en mis oídos, ya que la última frase que había escrito era: “el amor es uno de los caminos que te lleva a ti mismo”.

Ella y mi personaje tenían dos perspectivas completamente contrapuestas sobre el tema, pero no quise mencionarlo. La volví a mirar y me percaté que en ese momento entraba la persona que esperaba. La dejé y volví pensar en las dos frases contrapuestas, preguntándome cual fuese la razón que la llevó a decir su frase y desgraciadamente tuve que imaginarme sus aclaraciones y respuestas.

No sabía si ella frecuentaba ese bar o si su presencia allí fuese una mera casualidad. Yo volvería, eso estaba claro, porque el ambiente con o sin compañía me hacía distanciarme un poco de mis cosas y verlas de otra perspectiva.

Quizás muchos lo hayan dicho o escrito, escribir es una enfermedad cuyos síntomas más evidentes son el delirio y la obsesión. Y la relación que existe entre el amor y soledad o la soledad y el amor volvió a invadir mis pensamientos y para no caer en la trampa de siempre y aceptar por buenas unas fáciles respuestas, como la dependencia, la necesidad de compañía y otras razones símiles que nos llevan a idealizar a una persona, provocando la sensación de amor.

La persona con quién hablaba había interrumpido su relación recientemente y tenia deseos de desahogarse o solamente distraerse un poco y se preguntaba, lo mismo que yo, que significaba amar, pensando que todo en esta vida, sobre todo las cosas importantes, tuvieran siempre una respuesta fácil, lo que para mí era una ilusión o autoengaño y sin quererlo volví al tema de siempre: ¿En qué medida nos conocemos o mejor dicho hasta adónde es posible conocerse y cuál es el límite? Porque estaba convencido que somos extraños a nosotros mismos y cuando afirmamos de conocernos es para sentirnos mejor.

Vivir con un extraño en el mismo cuerpo no es una experiencia agradable. Al contrario, es un peso que nos dobla en dos y por eso lo negamos, pretendiendo que sabemos perfectamente quiénes somos y qué queremos.

Por otro lado, muchas de las cosas que observamos en nuestra vida real y en la cotidianidad compartida sugieren que esto no sea el caso y por eso digo a menudo que yo soy el desconocido que menos conozco y pensándolo, me prometí contárselo a la amiga desconocida con la cual hablé al entrar en el bar y que no sé si la volveré a encontrar. Mi replica sería: no me preguntes lo que quiero, porque soy para mí tan desconocido como yo para ti y esta es una realidad que no quiero esconder y que lo que suceda entre los dos, no será nunca más que un encuentro entre cuatro desconocidos.