Ley XIX. Que la fe administre a los indios que tuvieran capacidad para recibir el Santísimo Sacramento de la Eucaristía” Leyes de Indias
(Libro I, Título I, De la Santa Fe Católica. Reinado de Felipe II)
La impresión de las Doctrinas no debe considerarse un invento exclusivo del Viejo Mundo ni limitarse a ser vista solo como una herramienta para algunos libros. La primera imprenta sudamericana funcionó en la República del Perú en Lima a partir del año 1584, estableciéndose como una empresa autárquica, lo que significaba que operaba de manera independiente y autosuficiente, produciendo no solo libros, sino también materiales esenciales para la educación y la evangelización. Sin embargo, en la República de México, la imprenta apareció en 1539 con el propósito de difundir la Santa Fe Católica y, con ella, los sacramentos.
Desde el primer tercio del siglo XVII, los Padres de las Misiones, religiosos dedicados a la evangelización y la enseñanza, contaban con una imprenta en su orden, donde se editaban libros para la catequesis, especialmente en lengua indígena. De esta manera, se cumple con las leyes indianas, pero con un claro compromiso con la educación y el oficio dentro de las culturas locales.
La Orden Jesuita, al establecerse en Misiones, en la provincia de la actual República Argentina, creó su propia imprenta, donde era obligatorio conocer la lengua aborigen para la evangelización. Esta enseñanza se impartía en Lima, y el conocimiento de las lenguas indígenas se convirtió en una herramienta esencial para los misioneros en su labor evangelizadora en el Nuevo Mundo.
Como es sabido, un sínodo (asamblea) en Lima había establecido tiempo atrás la obligatoriedad para los misioneros de conocer las lenguas aborígenes y utilizarlas en la evangelización. Desde 1570, funcionó en Lima la cátedra de idiomas indígenas, un espacio académico donde se formaban los misioneros en el uso de estas lenguas. En su República Cristiana de las Misiones, territorio colonial español, los jesuitas llevaron al límite esta consigna, integrando el aprendizaje de las lenguas nativas en su formación.
Pasó mucho tiempo para que la Santa Fe Católica llegara a la República del Paraguay, un proceso lleno de desafíos que requirió un esfuerzo conjunto de los misioneros, las comunidades indígenas y los reinados de Portugal en Sudamérica. Sin embargo, los indígenas ya evangelizados trabajaron en las misiones cosiendo libros, manejando prensas y realizando encuadernaciones. Poco a poco, la Santa Fe Católica mostró cómo los indígenas no eran solo receptores pasivos de la evangelización, sino también agentes activos en la difusión de la doctrina cristiana.
Su participación en la producción de libros fue crucial para la educación de sus comunidades, lo que les permitió acceder a las enseñanzas de la fe de una manera más directa y comprensible.
Sin embargo, la Doctrina debía mostrarse con imágenes para ayudar a los no conversos a adoptar sus enseñanzas sobre el pecado, la misericordia de Dios y el diablo, poco conocidos por ellos, así como por los esclavos y mulatos analfabetos. Este enfoque visual era fundamental, ya que muchas comunidades indígenas y no indígenas carecían de un sistema de escritura desarrollado y dependían de la oralidad y de las representaciones visuales para comprender conceptos abstractos. Por tanto, para cumplir con la misión de la Santa Fe Católica, la imprenta debía considerar este aspecto ilustrativo, produciendo no solo textos, sino también imágenes que acompañaran las enseñanzas.
Así, en todas las Misiones aparecieron talleres de pintura, escultura y grabado. Estos talleres no solo eran espacios de producción artística, como la escuela de arte de los ángeles arcabuceros del Virreinato del Perú y la República de Bolivia, o de imágenes religiosas de una sola pieza con ojos de vidrio en la República de Colombia, sino también centros de aprendizaje donde se enseñaba a los indígenas a crear imágenes que representaran los relatos bíblicos y los principios de la fe católica.
Para mediados del siglo XVII, en este Nuevo Mundo surgió también el arte de los copistas en las Misiones. Esta práctica, que involucraba la creación de objetos y ornamentos, se utilizaba como una forma de expresión cultural que combinaba elementos indígenas y cristianos. También se desarrolló la confección de instrumentos de viento y cuerda, así como conocimientos sobre agricultura y construcción.
La Orden Jesuita en América del Sur creó una escuela de evangelización con su universidad en Córdoba y sus misiones. En este contexto, la educación se convirtió en un pilar fundamental del trabajo jesuita, y sus instituciones educativas se destacaron por su rigor académico y su compromiso con la formación integral de los estudiantes. La Universidad de Córdoba, en particular, se convirtió en un centro de conocimiento y un modelo para otras instituciones de la región.
Cuatro siglos después, un miembro de esa orden que, desde joven, cada mañana antes de tomar el autobús para ir a trabajar, pasaba por la parroquia a recibir del sacerdote la Santa Fe Católica de la Eucaristía, mantenía viva la práctica de la fe en este territorio. Luego, mientras viajaba en el autobús, oraba al Señor con la misma esperanza de recibir el banquete celestial, como aquellos jesuitas de antaño.
Hoy, ese miembro de la Orden Jesuita ocupa el lugar de Roma en la Santa Sede y, con la misma doctrina jesuita, usando aquellos mismos zapatos gastados, se hizo llamar Francisco, el Papa. Su elección ha traído consigo un enfoque renovado en la pastoral, la inclusión y la justicia social, valores que han sido parte de la misión jesuita desde sus inicios en la América colonial.
La imprenta en las Misiones y la labor de los jesuitas son un testimonio del impacto que la educación y la evangelización pueden tener en la transformación de las sociedades. A través de sus esfuerzos, los jesuitas no solo promovieron la fe católica, sino que también contribuyeron al desarrollo cultural y educativo de las comunidades indígenas, dejando un legado que perdura hasta el día de hoy.
La campaña de la historia de la Santa Fe Católica en América del Sur es, por lo tanto, una historia de encuentros, aprendizajes y transformaciones, tanto individuales como colectivas, en la que la fe se convierte en un vehículo para la comprensión mutua y la creación de oficios, todo ello en la espera de recibir el banquete celestial prometido.