Una de las tragedias de un bailarín es la de perder el paso. Cuando pierde el paso, pierde el ritmo, tropieza, tiene que parar para recobrar el ritmo y de paso, el paso. Izquierda, derecha, vuelta. Además, el que se pica, pierde: es decir, si a parte de perder el paso intenta recobrarlo con demasiado énfasis, presa de una vaga o severa angustia, va a volver a perder el paso, o va a moverse muy rápida o muy lentamente, y eso finalmente no sirve, ha que seguir la música, agarrar con firmeza a la pareja y dejarse llevar.
Sucede, a veces, que el baile resulta imposible: no hay suficientes parejas, la música nos lastima los oídos, bailamos con la chica equivocada. Desertamos del baile y nos amparamos en el alcohol, en la conversación o en la observación de lo que pasa. Estamos en la fiesta, pero ya no estamos. El baile que sirve para enamorar, nos ha dejado fuera: miramos, bebiendo o fumando, esperando una nueva oportunidad. Pero el tiempo pasa. Corren los minutos, se acaban las canciones, se van los que llegaron primero, el lugar va quedando vacío.
Puede ser que hayamos acudido solos, y por lo tanto no teníamos amigos y amigas con los cuales podíamos bailar. Puede ser, también, que aunque otros iban solos, consiguieron alguna pareja, bailaron. El que se queda solo no tiene mucho que contar al otro día, salvo que vio a los otros pasarlo bien, mientras él veía. Es un observador de la Historia. Le conviene convertirse en Historiador, ya que ni su inteligencia, ni su temperamento, ni su suerte le ayudaron en la conquista de ese momento precioso. Claro, tampoco sus recursos ni su mera presencia. Ha pasado, como se dice, desapercibido. Pero si no le queda al menos el consuelo de la Historia, que otros pueden así mismo escribir, ¿qué? ¿se va a consolar con la inexistencia histórica? ¿con repetirse a sí mismo que pudo haberlo hecho mejor, que fueron injustos con él, que va a esperar una segunda oportunidad? ¿y si no hubiera una segunda oportunidad?
La Historia podría, entonces, convertirse en un memorial de agravios, en una retahíla de amarguras, en una auto-inculpación y en una permanente acusación a los otros. ¿Cómo escapar de este destino tan desgraciado? Puede ser, en efecto, que la música era horrible, que había que pagar subrepticiamente a las chicas para que bailen, que nos esperaban para dejarnos plantados. París era una fiesta, pero algunos de los que estaban allí no la pasaron en una fiesta: fueron ignorados o traicionados. Barcelona, en su día, también fue una fiesta: incluso los que no recibían invitación llegaban por allí. Pero aunque es conocida la Historia de esos años -la victoria total de un grupo de escritores- es posible re-escribir esa Historia reviviendo a aquellos que se quedaron en las orillas. ¿por qué intentar, finalmente, semejante trabajo? ¿para qué?
Leídos, estudiados, admirados los libros de los autores del boom, una sencilla estrategia tomada del cine, el fuera de campo, nos mueve a interrogarnos por todos aquellos personajes que cumplieron un papel en aquel episodio de las letras latinoamericanas. Es más, lo que se alcanza a mirar es todo un paisaje, una proliferación inacabable de personajes, y por lo tanto de historias, de versiones, de gestos, de miradas que nadie recogió. Dadme a las abandonadas, dice Rilke, las prefiero a aquellas que a las que han sido amadas.
Pero, ¿por dónde comenzar en este cometido? ¿No hemos tenido ya suficiente con todos los libros y reportajes y noticias que tratan sobre esta cuestión? No es fácil responder a estas preguntas. Podría señalar, en mi defensa, que mientras otros sigan topando el tema del boom y sus victorias, omisiones, sorpresas, falacias, influencias, periferias, decadencias, su relación con la historia política y literaria, su identificación relativa con un fenómeno comercial y editorial, es decir, mientras sigan surgiendo aquí y allá textos o películas de distinta naturaleza que traten sobre el mentado boom, nos sentimos llamados a prestarles atención, a darles algún tipo de respuesta.
Salió publicada en 2022 por editorial Debate una biografía muy completa de la agente literaria Carmen Balcells, escrita por Carme Riera. ¿contribuye en algo este libro a la idea que nos habíamos hecho del boom? En cierta forma, el libro viene a abonar el terreno al que me he referido antes: el fuera de campo, la compleja trama de fuerzas que componen el terreno de lo extraliterario y que tienen que ver con muchísimas cosas, desde la política a la simpatía personal, y como apunta Carme Riera, incluso a la superstición y a la astrología, pues Balcells tenía su propia pitonisa, y como García Márquez, creía en cábalas y en el azar.
El libro de Riera, Traficante de palabras, recorre la vida de Balcells, cuenta cómo se convirtió en agente literaria…pero, qué importancia puede tener hoy semejante relato. Para alguien como yo, que viene de Ecuador, resulta interesante conocer cómo se elegía a los autores para representarlos, cómo se les organizaba el trabajo y se les conseguía editores y premios; es decir, resulta valioso en la medida en que los ecuatorianos, con precisión aquellos que nos dedicamos a los afanes literarios, nos lamentamos siempre de no haber contado con un autor del país entre aquellos que figuraban como parte del boom. Para los que vienen de un país que se mantuvo al margen, resulta relativamente útil saber cómo funcionó el invento, como lo llama en cierto momento Balcells. ¿No sería mejor olvidarlo, pasar la página, pensar en otra cosa?
Los ecuatorianos son gente resentida, decía no sé quién. Probablemente no se equivocaba. La broma que hacían José Donoso y Carlos Fuentes en torno a la ausencia de un ecuatoriano del boom nos puede resultar pesada, amarga. El chileno y el mexicano inventan a un escritor ecuatoriano, Marcelo Chiriboga, que escribe grandes novelas y gana todos los premios. Donoso le dedica toda una novela, El jardín de al lado. Marcelo Chiriboga es un espectro que flota sobre la literatura ecuatoriana de aquellos años, pero me atrevería a pensar que su sombra se extiende hacia toda la literatura ecuatoriana del siglo XX. Que ningún ecuatoriano haya figurado entre los escritores del boom convirtió la literatura del país en una especie de ente invisible, incluso para los mismos ecuatorianos.
Debo confesar que, a pesar de leer con deslumbramiento la literatura ecuatoriana durante la adolescencia y la juventud, pensaba siempre, paralelamente, que la literatura ecuatoriana debía ser una creación intermedia entre lo que habían escrito García Márquez y Vargas Llosa, ya que finalmente Ecuador se encontraba geográficamente a la mitad de uno y otro país, y su cultura -y por extensión su literatura- debía ser una especie de creación vagamente deudora de Cien años de soledad y La casa verde.
Esta suposición, relativamente ingenua pero fundada en la realidad geográfica, me llevó a viajar por Colombia y Perú y a leer sus literaturas tratando de comprender aquello que a nosotros se nos había escapado, o que se nos había perdido en el camino. De igual forma, trataba de leer la literatura latinoamericana y de conocer los países de la región, con una intención semejante, preguntándome por qué Ecuador carece de escritores como aquellos que aparecieron con el boom. Podría parecer trivial, pero a nivel del mundo letrado representa una pregunta sin respuesta, o con una respuesta sencilla: es que Ecuador no tuvo escritores tan interesantes y ambiciosos y talentosos. ¿O acaso fue víctima de una injusticia?
La broma de Fuentes y Donoso es retomada por el cineasta Javier Izquierdo en un falso documental estrenado en 2016. En Un secreto en la caja Izquierdo imagina cómo pudo ser ese escritor ecuatoriano galardonado con el Nobel de literatura: Marcelo Chiriboga dedica su magnus opera al largo conflicto que tuvo Ecuador con Perú, se exilia en Berlín oriental y luego vive en Quito en relativo aislamiento, en el país en el que sus libros no pueden circular, pues son objeto de censura, mientras afuera Chiriboga es enormemente famoso. Cabría imaginar, para seguir el hilo de lo que hace Izquierdo, que la gran obra de Chiriboga finalmente se escribe -una tarea a la que podría dedicarme yo mismo- y que con el tiempo es aceptada como una obra maestra del boom.
Si aceptásemos, como lo sugiere Ángel Rama, que el boom es una falsificación de la historia -Rama dice textualmente que es una distorsión- el espejismo podría desdoblarse de una y otra forma, de tal suerte que al final tendríamos una nueva versión de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. ¿Vale la peña empeñarse en semejante propósito? Como le decía un espectador a Izquierdo: “¿para qué dedicar hora y media de película para un personaje inexistente?”. Bueno, podríamos decir, todos los personajes de la literatura son inexistentes. Este vendría a ser uno más.
De tal suerte que podríamos conformarnos con leer a los autores del boom y dar por conocida la literatura latinoamericana. Pero frente a esta tentación literaria, es preciso reconocer que frente a esta falsa historia literaria latinoamericana se destaca otra, con pretensiones de verdadera. Los autores del boom supieron seguir mejor el ritmo de la música que sonaba en aquel momento: consiguieron circular a nivel continental, lograron que sus obras se traduzcan y se premien. Pero las obras que ellos escribieron no fueron las únicas, es posible que ni siquiera hayan sido las más interesantes. Conociendo mejor lo que se publicaba aquellos años se puede advertir que la Historia, para adquirir cierta verosimilitud, debe plantearse en base a criterios ajenos al éxito, a las ediciones de miles de ejemplares y a las traducciones. Es cierto, los autores del boom fueron los más conocidos en su día, y los más comentados. Pero, como digo, la Historia no puede ser subsidiaria de lo que hicieron estos escritores, sino al revés: la Historia los contiene.
Pero no es fácil establecer distancia. Una Historia de la literatura latinoamericana como la de José Miguel Oviedo, una de las más completas y actuales, confunde las cosas. Dedica un capítulo entero al boom y al post-boom: figuran allí los consabidos García Márquez, Vargas Llosa, Fuentes, Donoso, Cabrera Infante, y vienen después Manuel Puig… mientras dedica un capítulo completo a este episodio, en otro capítulo dedicado a la poesía, inserta un subcapítulo en el que trata a narradores como Salvador Garmendia, Julio Ramón Ribeiro, Augusto Monterroso.
Aunque he consultado durante muchos años la Historia de Oviedo, me parece que tiene un problema estructural, pues el boom no es una generación literaria ni responde a una pertenencia espacial o subregional. Por lo tanto, Garmendia y García Márquez, por haber nacido más o menos en las mismas fechas y por pertenecer a la misma subregión -el caribe- deberían estudiarse juntos. Así como Fuentes y Monterroso por las mismas razones y como Vargas Llosa y Ribeiro por pertenecer los dos al mismo país y a la misma generación. Alguien podría objetar que es una forma de quebrar la unidad del boom: en realidad es solamente una forma de dotar de cierta coherencia a la lectura de obras literarias, rescatándola de los imperativos del mercado y la publicidad que poco tienen que ver con las letras.
Pero, se podrá objetar, ¿no representaba el boom uno de los momentos más elevados de la literatura latinoamericana, una verdadera vanguardia? Sí, en efecto, un grupo de escritores destaca en aquellos años, en desmedro de otros. Su aparición e importancia, sin embargo, no puede cegarnos ante la existencia de los demás, pues los demás también escribieron y publicaron, aunque su impacto en el público fue menor. Tras reconocer que la Historia no puede responder a concepciones tomadas de la publicidad y del comercio, pues el boom fue en esencia un fenómeno editorial, y no estético, cabe volver sobre el trabajo crítico de aquellos años, sobre lo que escribieron los críticos para evitar jugar con las reglas que quieren imponer editores y agentes literarios. Pues los editores y agentes literarios secundados muchas veces por la prensa, pretenden decirnos que efectivamente leímos lo mejor, ya que no podemos leer todo.
Sin embargo, esta selección de lo mejor se vuelve sospechosa cuando advertimos ciertos problemas de coherencia -como el que he señalado en la Historia de Oviedo- o cuando prestamos oídos a algunos críticos que tomamos por desinteresados -pues editores y agentes no lo son, evidentemente- o cuando leemos a algunos autores que nos parecen notables, pero que sencillamente no aparecen como parte de esa selección de lo mejor.
Llego hasta aquí, y en una próxima entrega seguiré dando vueltas a esta cuestión.