Abril 2012. Me embarco en un avión en Roma con escala en Madrid. Con un rato de espera los parlantes anuncian que hay cambios de planes y nuestro vuelo aterrizará primero en Ciudad de Guatemala para luego allí cambiar de avión y proseguir rumbo a San Salvador, lo que alarga, a lo menos, un par de horas nuestro largo viaje.

Ya sometidos vemos que se agregan a nuestra fila personas de indudable origen indígena, guatemaltecos, cuerpos pequeños, bajos, piel olivastra, las mujeres visten hermosos Huipiles.

Me pregunto con cuántos guatemaltecos me he cruzado en mi vida. Me recuerdan a mi amiga Regina José Galindo, única guatemalteca que conozco y pienso, se parecen todos en estatura y dimensiones. Todas son Regina y digo Regina en voz alta y, ante mi estupor, Regina se da vuelta, me mira y me dice, ¡Antonio! Pero ¿vas a Guatemala? y yo no sabía nada.

Le explico que voy a San Salvador, para hacer parte del grupo seleccionador de los artistas que participaran en la VIII Bienal de Artes Visuales del Istmo Centroamericano en la Ciudad de Panamá.

Haciéndome prometer que de vuelta debería pasar por Ciudad de Guatemala y de allí a Antigua, su casa, nos despedimos esperando saludarnos cuando se realice el primer aterrizaje.

Se duerme y tras ocho horas de vuelo, aterrizamos.

Un saludo veloz casi en duerme-vigilia, ella se queda y prosigo mi viaje a San Salvador. Acabada mi intensa incursión en el arte de San Salvador organizo mi llegada a Guatemala, casi directamente a Antigua, el lugar donde vive Regina. Pero no pasa allí muchos días debido a su intensa labor de connotada artista. Baja y sube a un avión, un día sí y un día no.

En el centro de toda la obra de Galindo está el cuerpo, su persona, que sufre, reclama y protesta.
Atraviesa Ciudad de Guatemala descalza con una palangana blanca en los brazos. Avanza entre la gente con la mirada baja, fija en la palangana llena de sangre humana, caminando a paso mesurado durante sesenta minutos. Cuando se detiene, sumerge los pies en el contenedor para dejar las huellas de su paso en el camino como huellas aún frescas de un drama ocurrido.

Considerada una de las voces más subversivas del arte contemporáneo, Regina José Galindo recibió en el 2005 el León de Oro de la 51a Bienal de Venecia, a mejor artista joven, por su trabajo Himenoplastia, performance en la que recompone su propio himen. Una clara crítica a la virginidad como imposición institucional.

Sin embargo, yo la recuerdo aún antes: corría el año 2001 y completamente desnuda y rapada, caminaba mezclándose con los turistas por las calles y puentes de una Venecia que no la veía. O hacía como si no existiera.

Antigua es lo más autóctono que me ha tocado conocer hasta hoy y Regina pese a ser una artista reconocida mundialmente vive en una casa modesta, privada de lujos, casi espartana en su sobriedad.

Está preocupada, pues Isla, la hija que tiene con Karma Davis (David Pérez, artista visual, sonoro y culinario de Santo Domingo, República Dominicana, que relaciona directamente el cuerpo en su forma tradicional dentro del perfomance y su ritualidad), sufre de una inexplicable pérdida de sangre de las narices. Los médicos normales y homeopáticos no se saben dar una razón, así que está en constante observación.

A la mañana desayunamos en torno a una mesita de living y de alguna manera me siento incomodo. Mis manos estaban algo oscuras, sucias. Me levanto para lavarlas y regreso, pero el lavado ha sido en vano, continúo con la misma sensación y se me enciende una luz.

Miro y muestro mis manos. ¿Qué es esto? y hago correr mi dedo por la palma de la mano. Es polvo. Un polvo maldito, dice Regina, levantándose de golpe. A ella también se le había encendido una luz. Es el carbón que hemos puesto por toda la casa, para que quite la humedad. Miramos en todos los rincones donde se ha puesto el polvo de carbón y de este no hay huella, vuela por el aire y es lo que respira Isla y lo que la hace sangrar.

Nos miramos todos como casi queriendo llorar.

Entonces sin mucha alharaca nos levantamos y recogimos todos los juguetes de Isla y Isla recogiéndolos junto a nosotros, como un acto de Psicomagia.

Muñecos de trapo, patitos de madera, triciclos y juguetes. Los lavamos muy bien uno a uno y llenamos toda una tina en el patio. Fin de la performance.

Tiempo después en un encuentro de arte contemporáneo, cerca de Udine en Italia, hice una panorámica para contar la condición marginal en la que viven los artistas latinoamericanos, cuando eligen vivir en su país de origen. El público me miraba cómo si no estuviera aferrando el concepto.