Mi madre no me puso uniforme. El colegio si.
Mis juguetes fueron libros, que abundaban en escaparate y esquinas de los hogares donde crecí y que contantemente descansaban en el regazo de mi madre…, o en el de sus hijos.
Siempre he creído que el sentirse libre es contagioso.
El serlo es otro cuento.
Solo el pensar que los descendientes sean obligados a someterse a los sueños, caprichos, ideas y decisiones de las madres me provoca un profundo dolor. Al aceptar y concebir que las ideas sean hereditarias, nos ha deformado hasta tal punto que lo que nos describe mejor, es el ser una copia imperfecta de la ausencia.
La enorme desigualdad, existente en la mayoría de las regiones del planeta y entre los sexos, deforma de antemano la tarea. Basta reflexionar sobre Afganistán para que el pesar se nos presente como sistémico y desde esta perspectiva, hoy no se libra nadie ni se salva nadie.
El trabajo de reproducir tiene que ver con la economía y en la pobreza la reproducción es absoluta. Sólo se pueden entregar carencias y creencias. No fueron ellas las que inventaron el plástico, aunque en su mayoría lo usen. Pero sí, las que liberaron sus manos utilizando las de las hijas mayores, ya formadas a su imagen y semejanza, a ejercer la tarea de trasmisoras, para tener los brazos libres y poder así cultivar la tierra o trabajar de puertas afuera.
Distinta es la trasmisión cuando se tiene dinero y por ende poder. Aquí se trata de preservar y la reproducción está dirigida a mantener la inhumanidad.
La pobreza y riqueza se convierten en una enfermedad genética incurable. Si bien hoy una antigua familia inglesa viaja a Granada a pedir disculpas públicas y regala unos cientos de libras y el Papa Francisco sigue inaugurando Semanas de la Misericordia tratando de suavizar los efectos ante lo desmejorable. El cambio se aleja cada día más. Las madres siguen por inercia copiando a sus madres e impidiendo a sus hijos ser libres.
El pasado cultural está demasiado manoseado por el poder y en esto, el occidente, no se salva pues creó sus bases en la opresión radical, de todo lo que hace hermoso al ser humano y la humanidad, con guerras religiosas y colonización sangrienta. El idioma, las costumbres y las creencias no representan nada más que una copia feliz del infierno.
Cuando la pobreza y el hambre amenazó Europa las embarcaciones los llevaron al Sur y cuando el Sur sucumbió ante el abatir, la población que logro descolonizarse muere atropellada en las costas de Europa. Vengo del Sur. Nací ahí porque los míos huyeron de la infalible muerte y llegué aquí empujada por la genética e indubitable fuerza de la sinrazón.
A pesar de la campaña mundial de los «liberales» de todos los colores (entendiendo liberal como contrario a progresista), en contra de los movimientos woke, hoy los jóvenes no tienen otra alternativa que adueñarse y tomar el sexo, clima, diversidad, desigualdad e injusticia en sus manos, porque sus hijos perdieron la vida antes de nacer.
Solamente los libros, abiertamente, con voluntad y sin ambages elegidos, nos regalan huellas valiosas de ser seguidas e imitadas, palabras con resonancia vital, imágenes primaverales, nieves blancas e invernales, o poemas tristes que despiertan alegrías.
Unas pocas rimas diarias alejan la depresión.