Siempre ha sido un local con sabor a tango. Fue, hace ya más de medio siglo, un conocido prostíbulo de meretrices polacas. Posteriormente, durante 25 años, una confitería bailable llamada REGIN (René y Gino) la que al final de sus días se convirtió en un salón alquilable a organizadores de bailes. Tango y música tropical.
El Beso desde junio 1998. Espacio dónde se baila Tango.
Cuatro tangos, tres milongas y tres o cuatro valses. Tres tandas distintas, separadas por una cortina musical, de ritmo diferente, a gusto del DJ.
Milonga todas las noches.
Misa martes, jueves y domingo.
Tres días con estrictas reglas de tránsito. Los perfiles reconocibles y las sillas, un poco duras, tienen nombre y no pocas veces apellido. Bailarines, amantes o profesionales, que se conocen, reconocen, quieren, admiran, envidian, aman y no tanto. A la hora de prepararse para la jornada, no hay diferencias de género, todas y todos se arreglan y rejuvenecen del cabello a los callos. Es una ceremonia íntima, cálida, autoindulgente, plena de condimentos y expectativas.
Se los ve en las calles adyacentes, en el colectivo o en las estaciones de metro más cercanas. Una bolsa de tela, muchas veces negra, colgando o una pequeña valija o cartera. El lugar se reconoce porque siempre hay un grupo de fumadores que habla entre si.
La entrada al local rememora bailes reales, sin que se necesite anunciar. Las bailarinas, la mayoría sentadas con vista a la entrada, miran de reojo a los que ingresan más tarde, más aún si no han sido localizados en las mesas laterales.
La iluminación es, en las milongas porteñas, adecuada a la necesidad de ver lo que pasa en la pista y sus alrededores. La penumbra es contraproducente y molesta, pues si los bailarines no se ven a la distancia se imposibilita la comunicación. Una mirada directa, una sonrisa deleble o un efímero movimiento de aceptación.
Se pueden consumir pizzas, empanadas o tapas. Se bebe café, sidra y agua mineral. En las mesas se ven carteras, lentes y abanicos.
Quien baila con quien, es parte del patrimonio cultural, las variaciones son previsibles. Las jóvenes menores de cuarenta y cinco bailan asiduamente, aunque no bailen. Las mayores de sesenta bailan bien pero solamente con sus habituales. Las extranjeras se dividen en las dos categorías anteriores, con la peculiaridad de que algunas, para no estar sentadas toda la noche, tienen un acuerdo pagado y de antemano con un bailarín (taxi-tango) que las invita una tanda si y otra no. En realidad, las parejas, mujeres y hombres solos, que vienen de lejos, quieren sentir el baile, música, ambiente y tienen que beber el trago amargo de no ser parte y para lograrlo trabajan con perseverancia, utilizando los medios al alcance. Regresan cada año o se quedan por mucho tiempo hasta asimilarse, cuando posible, al entorno.
Los varones del tango son difíciles de clasificar, los buenos bailarines, no profesionales, o se convierten poco a poco en profesores de tango o se inscriben en una de las cientos de mesas-clubes que florecen en las milongas y bailan, con el tiempo cada vez menos. Los no tan buenos, al no haber aún logrado la anhelada fama, bailan toda la noche. Arduo laburo que los llevará poco a poco a la mesa deseada.
El vals y la milonga se baila preferentemente con ella o él. Se evita así el riesgo de perder el control en la pista.
A mayor misterio menor sorpresa -siempre fue así.
Bandoneón y violín
En las mujeres las piernas
En los hombres los pies
Cadencia en los dos
A mayor virtualidad menor humildad -no cambiará.
Vestido y uniforme
Dos por cuatro irremplazable
Reluciente calzado
Compás riguroso
A mayor encanto menor timidez –así de simple.
Juventud y maestría
Ellas luciérnagas
Ellos encandilados
Fama y renombre
A mayor aureola menor tango –desafortunadamente…