Paseaba por un sendero con dos amigos –el Sol se puso– de repente el cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio –sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad– mis amigos continuaron y yo me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza.
(Edvard Munch)
La obsesión por la muerte y la enfermedad: una fijación reflejada en El Grito como expresión de la interioridad de su artista noruego.
El presente análisis de la pieza se llevará a cabo mediante el seguimiento del Método Iconológico, según el cual el proceso interpretativo de las obras en su globalidad comienza con la determinación de datos y características básicas de ellas – etapa pre-iconográfica–, continúa con la definición de su simbología y de sus significados –etapa iconográfica–, y finaliza con la exposición del mensaje transmitido por el artista –etapa iconológica–. Las tres fases de este método –difundido por el historiador de arte Erwin Panofsky– permiten que el análisis de una obra tan popular como lo es El Grito se realice con mayor profundidad.
En esta pieza del noruego Edvard Munch se representa un río de Oslo –capital de Noruega– visto desde la colina de Ekeberg, y se destaca un puerto con vallas que se pierde fuera de la escena. Al final del sendero se encuentran dos personas con sombrero que no se pueden distinguir con claridad, y se aprecia la figura central de la pintura en el primer plano: un individuo con sus manos sosteniéndose la cabeza que grita con expresión de extrema desesperación existencial y de profunda angustia, lo que marca el clima general de la pintura.
En El Grito, se percibe una iluminación semioscura otorgada por las técnicas pictóricas del óleo y de la témpera, las cuales requieren de aceites vegetales como aglutinantes; igualmente, las masas contrastantes de colores cálidos –amarillos, naranjas y rojos saturados en el tercio superior de la obra– y fríos –azules y lilas en los otros dos tercios– logran equilibrarse unas a otras. Consiste en una pincelada suelta que permite distinguir un constante movimiento con los trazos curvos utilizados repetitivamente en la figura central, el agua y el cielo; no obstante, se estima un contraste respecto a la línea recta ubicada al lado derecho y a los trazos de las figuras de fondo, el puente y sus barandas, las cuales muestran una diagonal que va desde el lado izquierdo hasta el vértice inferior derecho, se dirigen hacia el observador para involucrarlo y dan el toque de profundidad en la pintura, junto con las diferencias de tamaños entre los elementos. Vale destacar que esta obra puede ser dividida en tercios, debido al cielo y al sendero representado, y a que la línea del horizonte separa tajantemente la frialdad del agua y la calidez de las alturas. En lo que atañe a los colores en sí, se observa que el naranja del cielo tiene una fuerte correspondencia con los tonos del pasamano, factor que pauta la diferencia en relación con el azul oscuro de ambos personajes de fondo.
Bien se sabe que el entorno en el que se encuentra un artista influye indiscutiblemente en su arte, por lo que, para comprender el trasfondo de la creación de esta pieza, es necesario ubicarse en la Europa de finales del siglo XIX, y así percatarse de que la obra revela el lado pesimista y angustioso de esa vida que presupone el aislamiento, ocasionado por la sociedad industrializada y en el pleno desarrollo científico de la época. Esta pieza pertenece al movimiento cultural surgido en Alemania –siglo XX– conocido como expresionismo, donde se exaltan los sentimientos del artista, a lo que se debe el uso de líneas según el ritmo de las emociones. Mientras que los trazos rectos simbolizan lo visible y lo concreto, los curvos demuestran lo más simbólico y expresivo, como la inestabilidad del agua, del cielo y, evidentemente, del personaje principal; por ello, se tiene la sensación de que el individuo central se aísla para integrarse más a la fuerza de la naturaleza que al hombre como tal. Otra característica de esta corriente que se ve representada en El Grito es la deformación emocional de la realidad para expresar de forma relativa la naturaleza y el ser humano, dando prioridad a los sentimientos sobre la visión objetiva de los elementos. Como un ejemplo de ello, se encuentra la desproporción entre el cuerpo de la figura principal, sus manos y su cabeza, para resaltar la expresión de angustia en su rostro desfigurado, cuyo matiz azulado hace alusión a la soledad indignante del personaje y permite resaltar sus rasgos.
Para entender mejor la obra de Munch, es necesario tomar en cuenta ciertos aspectos de su vida que le influenciaron a la hora de tomar el pincel. Además del entorno del creciente individualismo que le rodeaba, el artista fue educado por su severo padre luego de ver morir a su madre y a su hermana de tuberculosis; igualmente, presenció el diagnóstico de trastorno bipolar y la posterior instalación en un psiquiátrico de otra de sus hermanas.
Como excelente representación del expresionismo, la pieza busca que el observador sienta la angustia del mundo interior de Munch, o bien, el grito tras El Grito: la profundidad que proporcionan el sendero y la diferencia de tamaños entre la figura central y las siluetas secundarias, dan la sensación de que el rugido de desesperación retumba justo en las orejas del público y le contagia una inevitable incomodidad. Por aspectos como este y por la expresividad en sus creaciones, Munch es considerado como el mejor pintor noruego de todos los tiempos y como un precursor de esta corriente artística.