El paisaje puede ser descrito en una palabra o en una música dispersa entre las perspectivas y los "miradores" que quieren ser captados y recogidos por las imágenes. Un paisaje que dicta a través del sonido, la fotografía o la literatura su postura, su musicalidad, su ritmo, y la tarea de los viajeros es seguirlo como se sigue una luz, una huella que el tiempo nos deja allí.

Refugio de princesas lombardas, escondite de inhóspitos tesoros, donde monjas benedictinas mantienen una vida de silencio y oración, entre construcciones barrocas y medievales se ubica la isla de San Giulio, situada durante siglos en uno de los lugares más pintorescos del Piemonte, el lago de Orta.

Hay una hora del día en que, cuando observamos el sol ponerse bajo la línea del lago, parece querer contar la historia del lugar a través de sus cambiantes imágenes, como el sonido intraducible de una melodiosa música que se repite infinitamente y que, al fundirse en silencio sobre las transparentes aguas, forma multitud de cristalinos colores. De este modo, el artista de Vacciago descomponía la realidad en su búsqueda hacia la infinita y silenciosa serenidad.

Observando las aguas del lago Orta y recomponiendo la claridad de San Giulio, para ir desmaterializándola lentamente, una y otra vez, hasta conseguir una encantadora tenuidad cromática.

Veréis llegar una pintura solamente de luz, veréis pintar el silencio.

(Calderara al referirse a una pintura clara, sin sombras, silenciosa)

¡Se trata de un viaje a través del paisaje y la pintura, la mirada y sus silencios, capaz de hacernos "portadores" de lugares vistos y sentidos como por primera vez!

Inmortalizado en el modo de sentir y ver el mundo a través de sus matices emocionales: El olor a funghi e tartufo entre las angostas y empedradas calles, el sonido de la baraja de cartas de los ancianos reunidos al atardecer alrededor de una mesa con recuerdos endulzados por Moscato.

El domingo familiar transcurriendo entre casas de colores, terrazas de cafés con vista espectacular al lago, entre palabras de asombro y memoria. Todas estas imágenes son redescubiertas por Antonio Calderara con una percepción "especial" y una visión "particular" de la realidad del lago, de lo que nos rodea. La pintura es un "punto de vista" sobre las cosas y las sensaciones que éstas determinan en quienes saben "mirar" y están dispuestos a "ver" con nuevos ojos.

Antonio Calderara nació en Abbiategrasso en 1903, y aunque en 1923 inició sus estudios de ingeniería en la politécnica de Milán, los abandonó para dedicarse a su verdadera vocación, la pintura. Aunque la matemática y la geometría de esos años siempre estarían presentes en el estudio de su obra.

Tal como había sido habitual en algunos pintores abstractos de los años treinta, Calderara tiene una muy interesante y significativa obra figurativa, con la que se inicia para terminar con una importante y coherente investigación abstracta. Su trabajo recorre la experiencia del neoplasticismo, del concretismo, del suprematismo, buscando una metódica desmaterialización de la realidad, en la que el color no es más que transparencia del rosa, amarillo o azul.

Próximo a la pintura de Albers, Klein y Barnett Newman, llega a la misma conclusión al encontrar la solución en el cuadrado como sitio espacial. Para Calderara, el cuadrado es Como el prisma que interceptando un rayo de luz, lo descompone en su componente colorista.

Inmediatamente estas teorías dibujos de Calderara suscitaron el interés del nuevo sector de la crítica de los artistas - tanto italianos como del resto de Europa-, destacando el grupo dedicado a la investigación óptico-perceptiva, convirtiéndose en un punto de referencia para un elegido grupo de artistas e intelectuales.

Entre los que se encontraba Aurelie Nemours, el cual lo consideraba uno de sus maestros, tal como contaba la artista en Valencia a finales de los noventa. O como señalaba su galerista Zita Vismara, una de las principales representantes de la pintura abstracta en los años sesenta en Milán y que trabajó no solo con Calderara, al que le unía una gran amistad, sino con Max Bill, Cruz-Diez, Melotti, Richter, Lucio Fontana, Piero Manzoni o Enrico Castellani, los que, me contaba Zita sentían gran admiración no solo por su obra, sino por el propio artista.

Sin embargo, el lago de Orta, el lago más encantador de Italia, será su tema recurrente. Era su mundo, en el que decidió refugiarse, para interesarse solo por su trabajo, por la pintura. En el pueblo de Vacciago, a los pies del lago, donde se encuentra la actual Fundación Calderara y la que fue la casa familiar, llevó una vida aislada con su esposa Carmela, rodeado de su familia, alejado de los focos culturales. Y representando insistentemente la isla de San Giulio, en primer plano, variando la luz de sus paisajes a lo largo de las estaciones.

La cabaña del jardín y el árbol desnudo, cuya intrigada telaraña de ramas conduce visiblemente a la isla, a la perla gris en un joyero verde, la definió Balzac. La línea recta de la ramificación para finalizar enlazando y arañando los paralelepípedos de unas pocas casas, del monasterio y del campanil. Creaciones, profundas, secretas e íntimas, fueron realizadas por él en pequeño formato y no fueron muy conocidas.

No obstante, en esta época figurativa, ya se advierte esa pintura clara, serena, silenciosa, con un sutil sonido poético que nos evoca a su contemporáneo Morandi, sin esfuerzo ni violencia.

Próxima a la estática paz de Piero della Francesca y al musical silencio de Seurat.

(Veronesi, la definía)

A partir de 1960, junto a él, -como había sido habitual en el constructivismo con las cooperaciones artísticas y literarias-, colabora con músicos y poetas creando preciosas representaciones. Destacan sus bellos gráficos-sonoros: “Tempo Spaio Luce”, realizados junto a Bruno Canino en 1963, o “Tensione” de 1971 con poesía de Heinz Gapphayr y de Eugene Gomringer y el “Progetto Q81” con música electrónica de Enore Zaffiri, realizado en 1973.

Con la música y la poesía, el artista expresa su lenguaje plástico, alejándose de la idea, en esa búsqueda de libertad infinita, sumiéndose en un espacio ingrávido, habitable, silencioso, sutil. Manteniendo una constante línea horizontal, serena, tranquila, y que representará en todos sus dibujos, -simbolizada principalmente tras la muerte de su única hija Gabriela en el lago en 1944, que lo llevó a una profunda crisis espiritual-, y la cual solo será quebrada en su última etapa por la diagonal con su serie Lettere di un convalescente (Carta de un convaleciente).

En esta última serie, ya enfermo, creó inscripciones a partir de la línea, la horizontal, la vertical, el cuadrado, la estructura, formas oblicuas, la luz y el color. Alfabeto plástico a partir de las letras con el que creó un nuevo lenguaje de signos dispuestos como en un pergamino en el centro de una mesa, objeto de estudio hasta el fin de sus días, cuando creía que ya no le quedaban palabras.

Vocabulario que habla de un rincón deambulado por un laberinto de pintorescas calles y estrechos callejones empedrados, flanqueados por viejos muros de piedra con arquitrabes triangulares sobre las puertas, donde conviven almas románticas con aquellos pastores que todavía, como si se hubiera detenido el tiempo, subastan el día de San Gulio sus corderos al mejor postor, mientras los visitantes degustan el famoso “pan de San Giulio”, cocinado por las monjas.

Pequeñas plazas, que recuerdan a los campielli de Venecia, edificios, paisajes iluminados sobre las turbias aguas: Una luz que no ilumina. La luz de Calderara, del lago Orta, como la tenue claridad de la luz zodiacal, que advertimos como un cuadro en ciertas silenciosas noches de otoño antes del orto o después del ocaso del sol.