La subasta del plátano conceptual vendido en 6,2 millones de dólares por Sotheby's no solo es la fruta más cara que haya existido, sino que quien la compró también se la comió. Lo único que existe ahora de esa llamada “obra de arte” es un certificado de autenticidad o, mejor dicho, un certificado con fecha sin vencimiento. Por tanto, un plátano que se reencarna en otro semejante eternamente.
Esto es el sueño del pibe. ¿Quién no quisiera tener un certificado como aquel y volver a la vida cuantas veces uno desee siendo la misma especie o quizás mejorado? El certificado e instrucciones que recibió Justin Sun, para quien esta compra seguramente era una magnífica performance de lavado de dinero, que concluyó con tan nutritiva fruta navegando por las alcantarillas chinas. Una auténtica obra conceptual de especulación digna del sistema de mercado imperante a nivel mundial. Explicaciones, discursos elaboradísimos, no faltan para explicar lo inexplicable. Aquel plátano había costado 35 centavos en un puesto de fruta cercano, atendido por Mohammed ciudadano de Bangladesh. ¿Qué pensará ese inmigrante vendedor callejero en el Upper East Side de Manhattan cuando cada fin de día laboral tiene que botar o comerse los plátanos que han madurado, que nadie compró?
¿Este hombre logrará entender algo de todo esto? ¿Comprenderá en qué mundo está parado? Lo que sí tengo muy claro es que nunca se le pasaría por la mente ir con su canasto con fruta a ofrecerlas al MoMa. Su sentido común y la vergüenza se lo impedirían. Esta subasta es el mejor símbolo de la especulación, de la frivolidad, sobre el menosprecio de la inteligencia humana, la que finalmente nos dice que el dios dinero, vale más que la inteligencia creativa.
Yo espero después de esta “acción de arte” que nuestros directores de museos, galerías y centros culturales exijan a la ministra de cultura declarar la “Vega Central” como patrimonio cultural del país. Además, que le sugieran que la feria Ch.ACO-Chile Arte Contemporáneo, se realice en forma permanente en nuestro maravilloso terminal de “Lo Valledor”. Ese fantástico mercado privado de comercio hortofrutícola del país. De esta manera estaríamos poniéndonos a tono y al mismo nivel de los llamados países desarrollados o primer mundo.
Los artistas que se dedican a este tipo de cosas, que llamo “sobras de arte”, como también los curadores, galeristas y las casas de subasta, son cómplices de fomentar la mediocridad reinante y principalmente de castigar al ciudadano común de poder acercarse a los museos a disfrutar una obra de Arcimboldo en vez de un plátano en la pared. Sino, una verdadera obra de arte, aquellas que conmueven, que sorprenden, que emocionan, no solo por su belleza, sino también por su contenido, aquellas que provocan un clic en la mente, sin tener que mamarse un tremendo discurso teórico, conceptual, que intente explicar lo inexplicable.
Cada vez que veo o leo noticias como estas se me vienen a la mente imágenes de cuando filmé en el norte de Mozambique, en la región de Makonde, en la frontera con Malawi, a verdaderos artistas artesanos. Gente muy sencilla, casi primitiva, que vive una realidad muy básica, pero son verdaderos maestros, artistas, creando máscaras bellísimas, llenas de simbolismos que representan tradiciones ancestrales. Máscaras esculpidas en ébano y en madera balsa, que usan en las danzas Mapiko. Danza tradicional donde sus máscaras y cabezas talladas se la ponen cubriendo el rostro y sobre sus cabezas mientras el resto del cuerpo hacia abajo lo cubren con tejidos vegetales multicolores. Estas esculturas representan seres mitológicos que rinden culto a espíritus del pasado. También representan personajes como el hombre blanco colonialista, cazador de esclavos. Son obras de un surrealismo cautivador.
Artistas que, con simples y muy rústicas herramientas, como un palo con un clavo, al cual le han sacado filo y a punta de infinitos golpes, como Da Vinci van descartando todo lo que no sirve o impide ir dando forma a esa impresionante obra de arte en gestación. Esculturas, máscaras, tejidos, joyas, obras que los colonialistas robaron para llenar museos en las principales capitales europeas. Obras de arte africano que impresionaron a los bohemios artistas de las metrópolis quienes no tuvieron vergüenza de imitar, copiar y esconder la procedencia de su tan alabada y muy bien pagada inspiración. Es muy importante sumar a esto otro aspecto relevante de cómo sucedió todo. No debemos olvidar la trata de esclavos realizada por estos mismos patrones que permitió que los países del llamado “primer mundo” lograran el desarrollo cultural y económico que hoy ostentan gracias a esa inhumana esclavitud y explotación. Hoy, en el presente 2.0 son sus empresas multinacionales las encargadas de explotar las riquezas naturales de ese maravilloso continente.
La acción del plátano nos plantea la siguiente pregunta. ¿Tiene entonces algún valor, o importancia el arte, aquel que nos emociona, que nos mueve el piso, que nos empuja a la reflexión, y admirar y disfrutar con la belleza?
Es una pregunta que deberíamos hacernos en muchos ámbitos de nuestra vida. Como, por ejemplo, en el fútbol. “O jogo bonito dos jogadores brasileiros”, como cuando Neymar realiza una cachaña genial, o cuando Maradona hacía un túnel, o Messi y Ronaldinho cuando hacen una rabona, esas jugadas son verdaderas obras maestras de ese deporte. ¿Pero cuál es la reacción del resto de los futbolistas que se enfrentan con estos virtuosos? Su mediocridad los lleva a sentirse ridiculizados, agredidos en su honor. Consideran ese virtuosismo como una falta de respeto hacia ellos. Entonces simplemente los patean, los insultan y amedrentan. Es un fiel reflejo de cómo la mediocridad lucha por imponerse.
Las redes sociales, con las funas, los memes y las agresiones verbales, también son un reflejo de esto. Una demostración de la vulgaridad que reina, que nivela hacia abajo. Es el plátano en pelota.
Pero no todo funciona con la misma mediocridad. Quién podría olvidar ese emotivo momento cuando Federer y Nadal tomados de la mano emocionados lloran durante la despedida de Federer. Cuando se practica un arte o un deporte hasta llevarlo, desarrollarlo, a un nivel en que no queda más que considerar a sus cultores verdaderos artistas, es lo que permite a la gente un goce masivo, genera admiración, motiva a la gente. Finalmente, funciona como un placebo en estos tiempos tan compulsivos. Ver a Nadal, a Federer, a Djokovic u otro jugador cuando realiza una gran Willy, simplemente el público aplaude mientras el adversario esboza una leve sonrisa de impotencia frente a tan bella jugada. El tenis, cuando es jugado al nivel de los mencionados, es considerado por quienes sabemos de tenis como un verdadero arte.
Lo digo por lo siguiente: en el tenis existe lo que se llama “el golpe invisible”. Pero antes, para quienes no saben, tengo diploma de entrenador profesional sueco. País donde fui entrenador del club Viksjö Tennisklubb durante cinco años, luego en Mozambique fui entrenador de su selección de tenis. Hoy, como jugador senior ITF, he sido 44 del mundo y cuarto de Chile. Por último, fui árbitro en la final de la Copa Davis, entre Chile e Italia en 1976. Dicho esto, como suelen decir los políticos, continuo.
¿Por qué hablamos del golpe invisible? Simplemente porque el ojo humano no puede percibir el momento del impacto entre las cuerdas de la raqueta y la pelota que se acerca a más de 150 kilómetros por hora de promedio. En el servicio es aún mayor la velocidad, por lo general promedia más de 220 kilómetros por hora. Existen servicios aún más veloces que llegan a 240 kilómetros por hora.
El momento de impacto de la raqueta con la pelota que llamamos “golpe invisible” simplemente dura sólo 0,004 milésimas de segundos.
Si consideramos que un jugador realiza promedio aproximadamente 500 golpes en un partido, y multiplicamos 0,004 x 500, la pelota ha estado en contacto con la raqueta durante todo el partido un total de 2 segundos en los tres sets. O sea, el momento del impacto se produce a ciegas y es resultado de los impulsos ópticos pre-condicionados por los miles de golpes similares realizados por cada jugador en todos sus años de aprendizaje.
Es la capacidad de ser constante, persistente, disciplinado, metódico lo que finalmente les permite tener regularidad en su cometido, y no solo sea un chispazo. Esa disciplina a la que estos tenistas son capaces de llegar los convierte finalmente en verdaderos artistas. Son esos algoritmos guardados en su disco duro mental a lo largo de miles de repeticiones durante su aprendizaje los que reaccionan y gatillan la información que envían los impulsos ópticos desde los ojos al cerebro del jugador quien automáticamente o espontáneamente reacciona según la trayectoria de la pelota: velocidad, dirección, profundidad, efecto, etc, ya antes que la pelota pase sobre la red el jugador determina el punto de impacto.
Por esto y más me atrevo a comparar a Jannik Sinner con Michelangelo, a Alcaraz con Picasso, a Djokovic con Da Vinci, a Nadal con Goya y a Federer con Nureyev.
¿Pero qué ganamos con el arte y la cultura?
Está en boga el tema de la cantidad de ministerios existentes, sobre cuáles justifican su existencia o su fusión. Lamentablemente no tenemos política cultural. Lo que existe es un servicio repartidor de dinero por parte del estado.
El tema recurrente de los artistas, es el reclamo por más dinero para los fondos concursables. Cuando digo que no existe política cultural estoy pensando que el arte desapareció de la educación. Otro ejemplo es lo que sucede con TVN y su escaso rol público. O la realidad que afecta a los múltiples centros culturales que no tienen recursos para armar una buena parrilla cultural durante todo el año. La solución en este tema creo que sería la fusión del ministerio de cultura y de educación. De esta manera, inevitablemente, los museos, centros culturales, y edificios patrimoniales serían verdaderas aulas. Como segundo objetivo debería ser que los dineros de los fondos culturales fueran para financiar creaciones que tengan como objetivo ser materia complementaria, fundamental, en la formación de nuestras próximas generaciones. Solo así podremos confiar tener un ciudadano más interesado en considerar consumir arte.
El verdadero artista y su obra, no pueden ignorar al ciudadano de a pie. El arte debe dejar de ser un producto solo para las élites, debe tomar de la mano al ciudadano y en conjunto ir abriendo nuevos caminos que generen mejores condiciones en la construcción de una sociedad más justa y en libertad.
Pero para lograr conseguir este cambio es necesario la participación de todos. Y cuando digo de todos, estoy incluyendo fundamentalmente a los propios artistas. Debemos dejar de lado nuestro egoísmo y actuar de una vez en forma colectiva, colaborativa, solo así podremos cambiar esta triste realidad que no hace más que perpetuarse gobierno tras gobierno.
El estado gasta mucho dinero financiando viajes a múltiples delegaciones artísticas a una infinidad de eventos realizados principalmente en el llamado primer mundo con el manoseado discurso de llevar la “imagen país”.
¿Cuál es la imagen del país que nuestros artistas dicen estar tan preocupados de difundir, principalmente en Europa? Pero antes me pregunto, ¿a través de qué medio ese ciudadano europeo es posible que se informarse sobre nuestra imagen país?
Seguramente al igual que nosotros y el resto del mundo, a través de los noticieros de tv, entre notas de asaltos y notas de asalto, entre notas de guerra y notas de guerra, y por último, entre notas de choques y notas de choques. También es posible en sus programas matinales entre la chimuchina farandulera y entre una receta de cocina y otra. Programación que tan creativamente imita nuestra televisión de cada día, incluyendo nuestra llamada televisión pública, TVN. Con toda seguridad ese público si recibe alguna información nuestra no tengo dudas que será sobre la inseguridad reinante en nuestro país. Realidad que tiene por el suelo, asustada, no solo a la gente, sino también a la multiplicidad de negocios, y emprendimientos que trabajan en horario vespertino y nocturno.
Otra noticia que con certeza difunden habla de los miles de campamentos inhumanos donde viven hacinadas más de quinientas mil familias sin un techo digno. Y la tercera noticia que ese público verá de nuestra imagen país son los kilómetros del desierto de Atacama cubiertos con ropa desechada por gente del primer mundo que han transformado el paisaje atacameño en un artístico patchwork gigante. Esa es la verdadera imagen país que debemos luchar por cambiar. Pero eso se logra primero poniéndonos todos de acuerdo en al menos resolver los temas esenciales que nos afectan y no gastando millones enviando delegaciones que van a entretener el almanaque a sociedades con mentalidad colonialista. Hace no muchos años nos llevaban para exhibirnos en zoológicos humanos. Hoy son los festivales y las ferias de arte.
Basta de ser tontos útiles. Gastamos una enorme cantidad de dinero en esos viajes para satisfacerlos y hacerlos sentirse felices creyendo que son solidarios. Esos eventos les sirven para comparar su vida de excesos con nuestras complejas realidades. Cuando nuestras delegaciones se sacan selfies desfilando por alfombras rojas decenas de hijos y nietos del colonialismo mueren día a día en el Mediterráneo.
Durante millones de años, la humanidad vivió como lo hacen los animales. Pero algo ocurrió que desató el poder de nuestra imaginación: “aprendimos a hablar y a escuchar”.
Las palabras dan significado a las cosas. El lenguaje es lo que nos permite tener un mundo en común, si no existiera el lenguaje estaríamos cada uno recluido en sí mismo. Sin comunicación. El lenguaje no solo está relacionado con el significado de las palabras, sino también con la gran diversidad de formas de expresarnos como por ejemplo la literatura, el cine, la fotografía, el teatro, la poesía, la pintura, el arte en general. Son estas expresiones finalmente las que nos permiten trascender como seres humanos.