Sabia es la niña que dialoga con su muñeca, día a día, repitiéndole cuentos leídos por los padres antes que los párpados se cierren y los sueños traduzcan el día. Sabio es el niño que construye trenes que lo hacen viajar por su mundo sin fronteras, con el combustible del placer que produce el juego.
Lejos nos encontramos los adultos que caminamos en línea recta hacia el abismo, quemando bosques para producir alimentos, guiados por una tecnología exacerbada al máximo, en la utilización de recursos naturales y la sobre producción de cosas innecesarias, que terminan en el fondo de los mares, ríos, canales o en gigantescos depósitos de basura. Se podría pensar que solo el mismo hecho de producir justifica hoy la producción en sí. Pero, ¿cuál es la idea que empuja a tal aberración?
No es el conocimiento de «el otro» o de nosotros mismos. No es la necesidad de acumulación, ni de crecimiento económico y, mucho menos, el PNB lo que nos va a permitir subsistir. No olvidemos a Bertrand Russell cuando dice que «estar sin algo que se desea es una parte importante de la felicidad».
Con el conocimiento, hoy es difícil alcanzar el estadio donde las palabras reposan sin cansancio sobre ojos, oídos, papel o labios . Conocer para saber no es una meta, solo un camino de tierra a transitar a pie descalzo, sin más prisa que el hambre que nos obliga a deglutir las letras buscadas, encontradas, leídas y escuchadas pero no siempre entendidas. Como escribe Hegel, «el conocimiento es un instrumento que sirve para apoderarse de lo absoluto o como el medio a través del cual este es observado y nos advierte que es una capacidad de clase y alcance determinado. Sin la determinación precisa de su naturaleza y sus límites captaríamos las nubes del error y no el cielo de la verdad».
Conocimiento de culturas antiguas que predican amor a la madre tierra.
Hoy tenemos conocimiento, especial y desgraciadamente, en como tener animales amontonados, enjaulados en fábricas que producen , no sólo carne, que cada vez menos es usada para alimentarse, sino caldo de cultivo de bacterias y virus que saben matar a los desprotegidos y, sobre todo, a los doblemente desprotegidos. Como que en Suecia medican a los ancianos con morfina, de que los peces no necesitan alimentarse de micro plástico. Y, afortunadamente, que los jóvenes hacen escuchar sus voces, porque el clima hay que protegerlo.
Lo bello y lo sabio es poner el conocimiento —pensado como el instrumento que nos permite llegar al todo, a lo general, al absoluto y lo ideal— a servir y no destruir el planeta.
Criticar la crítica, saber que el conocimiento no siempre es verdadero y que es la duda es la que nos permite, paso a paso y poco a poco, llegar. Que es el amor al saber lo que evita no detenernos en el camino, porque la duda siempre acosa. Es ésta duda, la que nos permite ir más allá del saber y la verdad. Más aún cuando el conocimiento —al hacerse consciencia— puede darnos un poco de sabiduría. Puede brindarnos esa esencia cercana a la verdad de que, «el otro» y «el yo», pueden cohabitar.
He tratado, se que no lo he logrado, pero solamente me queda seguir pensando sin olvidarme mirar a mi alrededor. Detenerme ante cada árbol e imaginarme sus raíces.