Las manifestaciones sociales de 2019, el plebiscito de 2020 y la elección de una Asamblea Constituyente de 2021 han sido hitos de un proceso de transformación que se está propagando por toda América Latina. Desde Argentina hasta México, los países están enfrentando las mayores crisis desde los tiempos de dictaduras y las transiciones democráticas, en los años 80.
Desigualdad y discriminación, aparatos estatales incapaces de atender las necesidades de la mayoría, élites cerradas y confrontadas con clases medias y populares, aspiraciones legítimas desentendidas por las instituciones, rezago tecnológico y globalización digital, son todas realidades que se han exacerbado durante la pandemia.
Sin embargo, al mismo tiempo, están aflorando nuevas posibilidades de cambio, pactos sociales, participación democrática, Estados más fuertes, y se ha despertado en la conciencia ciudadana de que otra forma de vivir es posible. Por ello, la experiencia constituyente será decisiva para el futuro de Chile y debiera ser observada por las fuerzas políticas y sociales de otros países latinoamericanos que buscan nuevas salidas.
Qué caminos se están abriendo en Chile
Antes de la pandemia, el llamado estallido social de 2019 sacudió al sistema político, a los partidos y, especialmente, a un gobierno de derechas que agudizó los problemas. Felizmente, en el Congreso los partidos reaccionaron con prontitud e inteligencia acordando una reforma constitucional para que, a través de un plebiscito, la ciudadanía decidiera el reemplazo de la Constitución vigente a través de una Asamblea Constituyente.
Vino entonces el plebiscito y luego la cuádruple elección de constituyentes, alcaldes, concejales y gobernadores, de mayo de 2021. Los resultados fueron sorprendentes. La primera sorpresa en el plebiscito fue la magnitud del voto por el «Apruebo» redactar una nueva Constitución. Alcanzó al 80 %, a pesar de la oposición económica y política de los sectores de derecha que apostaron al «Rechazo». La segunda sorpresa en 2021 fue la reiteración de ese 80% en la elección de constituyentes, impidiendo a los sectores conservadores alcanzar 1/3 de los miembros, con lo cual perdieron su capacidad de vetar (la constituyente debe adoptar acuerdos por 2/3 de los votos). Tal hecho generó temores, la bolsa cayó, algunos auguraron el desastre.
La tercera sorpresa fue el elevado número de independientes elegidos. Para un país de larga tradición partidista, el resultado fue desconcertante.
¿Por qué triunfaron candidatos sin partido y tantos jóvenes? Hubo razones tecnológicas, los jóvenes hicieron uso intensivo de redes sociales, empleando sus conocimientos amplificados en tiempo de pandemia. Y también se expresó una fuerte preferencia por independientes y de repudio a los candidatos de partido entre una buena parte de los electores. A ello contribuyó, además, la aprobación en el Congreso de una ley que autorizó por primera vez la agrupación de independientes en lista, lo cual les permitió concentrar sus votos.
Otra sorpresa fue el espectacular avance de las mujeres, que no necesitaron la norma de paridad para alcanzar el 50% de los cargos, al contrario, ellas obtuvieron más triunfos que los hombres y debieron cederles lugares.
Pero no todo cambió tanto. En las otras tres elecciones realizadas el mismo día de mayo de 2021, las fuerzas políticas predominantes durante la construcción democrática lograron preservar su alta gravitación. La centroizquierda logró nuevamente la mayoría en alcaldes, concejales y gobernadores regionales; la derecha se mantuvo como segunda fuerza, aunque disminuida, y el resto de la oposición de izquierda, Frente Amplio y Partido Comunista, avanzaron notoriamente. La suma de los opositores al gobierno duplicó a los oficialistas. Los partidos fueron los actores principales.
Mas allá de los inesperados resultados, se debe destacar un hecho muy relevante: la aceleración de un cambio generacional que puede renovar a los partidos y dirigentes y cambiar la estructura política vigente, con más mujeres y jóvenes.
Principales interrogantes tras la elección de constituyentes
Aún es temprano para conocer qué representa cada constituyente, cómo se agruparán y quiénes concordarán posiciones para alcanzar los 2/3 necesarios para incorporar los temas en la Constitución. Lo esencial y positivo para el futuro de Chile es que la ciudadanía eligió un camino democrático, una vía institucional.
Mientras avance la deliberación constitucional en los próximos meses, la atención se irá volcando a las elecciones presidenciales y parlamentarias de noviembre de 2021. La derecha se ha contraído, mientras el electorado se ha desplazado hacia la oposición. En la oposición se han perfilado dos opciones principales, una centroizquierda, lamentablemente dispersa y debilitada, y una izquierda radical reforzada. Estas dos izquierdas se medirán en las próximas elecciones presidenciales.
¿Pero quién podrá dar gobernabilidad para impulsar grandes reformas, con mayoría parlamentaria, y conducir una transición constitucional? No basta con ganar la elección presidencial, es esencial poseer la capacidad política y técnica de gobernar. Un gobierno débil podría obstruir ambos procesos, las reformas y la labor de la constituyente. La derecha está debilitada y la izquierda radical no da garantías de gobernabilidad. Creo que solo la centroizquierda podría gestionar mejor este periodo de cambios y afirmar la democracia. Lamentablemente, hoy está fragmentada.
A esta incertidumbre se agrega otro hecho acuciante: la baja participación electoral. El voto voluntario aprobado durante el primer gobierno de Piñera, en 2011, ha alimentado la indiferencia. El plebiscito de 2020 debió atraer a una alta mayoría, y apenas superó el 50 %. En la última elección cuádruple de 2021, esa participación bajó al 46%. Hoy la democracia chilena se sustenta en menos la mitad de sus ciudadanos. Es una mala señal para el futuro. Felizmente, parece existir mayoría suficiente en el Congreso para reinstaurar el voto obligatorio. Votar no es solo un derecho, es un deber en democracia.
Los ejes fundamentales del debate constitucional
El gran debate constitucional deberá perfilar la sociedad en la que deseamos vivir en las próximas décadas. Los desafíos globales y nacionales son enormes: desigualdad, cambio climático, aceleración tecnológica y democracia digital.
Los temas que concentrarán la discusión versarán sobre las siguientes grandes materias: el sistema político presidencialista o semipresidencial; la protección de los derechos económico sociales básicos y cómo conseguir su satisfacción; la capacidad fortalecida del Estado para convocar a todos los actores y conducir una estrategia de transformación; la participación y diálogo social para afianzar la gobernabilidad democrática, y el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios.
Apuesta al consenso y a la esperanza
Estos debates obligarán a pensar juntos el mundo que viene y a convenir un nuevo pacto nacional, un nuevo pacto social y un nuevo pacto fiscal.
La viada de este proceso dependerá de la madurez de los chilenos y de la calidad del liderazgo político. Hay que cambiar de rumbo, pero reconociendo lo avanzado y anticipando los cambios nacionales y mundiales. La constitución es para todos, no es la imposición de un grupo sobre los demás, como ocurrió durante la dictadura. El desafío es evitar la polarización y buscar consensos, recorrer el camino con unidad y esperanza. Los años 2021 y 2022 serán decisivos.