Tuve la fortuna, desde muy joven, de contar con maestros inspiradores. Sujetos capaces de impactar con su manera de hablar, de tejer temáticas con su discurso, y de agitar los corazones de mis compañeros con su forma directa de mencionar sus saberes. De manera particular, en este artículo quisiera honrar su memoria, a la vez que defiendo una posición controversial: “La escuela no requiere del fin de la magistralidad, sino del refinamiento de esta”.

A continuación, desarrollo la idea de que el hablar en público, expresarse con autoridad frente a un tema y posicionarse frente al estudiantado como alguien con conocimientos valiosos no tiene porqué ir en contravención de la tan deseada “innovación educativa”.

Como siempre, este artículo es producto de mis reflexiones particulares que son fruto de lecturas y experiencias. Mencionaré aquí a dos autores que atesoro particularmente: Michel Foucault y Mariano Sigman. Cada uno experto en su campo de estudio -estudios filosóficos y neurociencias-, me ayudarán a argumentar que, en ocasiones, una educación que desecha al hablante puede ser contraproducente.

La intrusión del otro

En sus lecciones sobre la hermenéutica del sujeto (1981-1982) Foucault expone de manera magistral -a partir de su genealogía- la idea de que las prácticas de subjetivación deben ir permeadas de la otredad -otro que-, en este caso se llama maestro. La formación, como proceso que el maestro orienta y canaliza, implica un punto de llegada hacia una movilización del sujeto estudiante a un “cuidado de sí”, una inquietud tal por el yo, que permita al individuo proyectarse a sí mismo como una espiral de crecimiento de tal modo que la comprensión de su realidad, lo lleve cada día más cerca a desarrollar cierta consciencia de su ser. Una forma bella, sin duda, de definir el rol del maestro, pero que queda en el aire si no somos capaces de dar cuenta de las características que este maestro debe poseer para poder encender la chispa del cuidado de sí en el sujeto estudiante; complejo problema al cual se enfrentan los docentes cada día de sus vidas laborales. Leamos al propio Foucault detenidamente:

No existe preocupación por uno mismo sin la presencia de un maestro, pero lo que define la posición del maestro es que aquello de lo que él se ocupa es precisamente el cuidado que pueda tener sobre sí mismo aquel a quien él sirve de guía (…)

(Michel Foucault, 1994, p. 49)

En otras palabras, maestro es aquél que con su propia vida se convierte en un mensajero o transmisor de un estilo de vida, que incita a otros a cuidar de su propia subjetividad; reconociéndose, así como una especie de “llama encendida” que podría encender a aquellos que lo ven, por la forma en cómo cuida de sí mismo. Así, el maestro irrumpe en la cotidianidad del estudiante, precisamente porque nadie más ha sido capaz de despertar tal impulso de preocupación, inquietud o cuidado por él mismo y las decisiones que toma -y tomará- diariamente.

A esta parte quería llegar, el maestro entonces debe ser un intruso de la cotidianidad, no por las cosas que sabe, sino por la forma de transmitir todo su estilo de vida, el cual está inevitablemente ligado a su saber. Esto último es crucial, puesto que no hay una buena relación maestro estudiante sin la capacidad de reconocerse a sí mismo como alguien que, mínimamente, ha desarrollado habilidades significativas que pueden ser útiles a las siguientes generaciones.

Hablar frente a los demás…

Jainer, un amigo cercano fue también uno de mis grandes maestros cuando apenas tenía 14 años. Tiene una particular facilidad para conversar y hacer de cualquier tema de conversación interesante, y -aunque tiene un amplio conocimiento en muchos campos- jamás te hace sentir ignorante o juzgado cuando decides entrar a la conversación y cuando lo ve necesario, de manera particular y en privado, te hace algún llamado de atención cuando algo le preocupa. Es lo que llamaría Jordan Peterson: Un amigo que desea lo mejor para ti.

Esta extraña habilidad de impactar en las personas cuando conversa -la cual definitivamente no poseía yo en mi adolescencia- también se vio reflejada la primera vez que entró al aula a hablarnos sobre la salud mental. Jainer es psicólogo, una profesión que no llama mucho la atención a los estudiantes cuando se encuentran en plena adolescencia. Sabíamos, mis compañeros y yo, quién era el psico-orientador, qué hacía, dónde quedaba su oficina, pero en definitiva desconocíamos lo interesante que podría ser una conversación con uno -detestábamos la idea de ser acompañados psicológicamente. Entonces lo noté: Jainer había logrado algo que pocos maestros logran durante años enteros de carrera: Valorizar sus ideas y palabras.

Las emociones detrás de la enseñanza

En mis muchos momentos de búsqueda de contenido interesante en Youtube, tuve la oportunidad de encontrar segmentos de entrevistas de un neurocientífico que ha cambiado significativamente mi perspectiva en torno a la educación. Mariano Sigman sostiene que la figura del maestro en el siglo XXI es insustituible y debe prevalecer como una guía fundamental en el proceso educativo. Los maestros no solo transmiten conocimientos, sino que también crean experiencias de aprendizaje emocionalmente significativas que motivan y enganchan a los estudiantes. Sigman enfatiza que el impacto emocional de las lecciones es crucial para un aprendizaje efectivo, ya que las experiencias que resuenan emocionalmente son más memorables y motivadoras.

El temor a que el maestro pueda caer en la magistralidad tradicionalista no debe ser visto como una razón para menospreciar su rol. La magistralidad, cuando se entiende correctamente, no es sinónimo de métodos obsoletos, sino de la capacidad de transmitir conocimientos y emociones con claridad y profundidad. En muchas ocasiones, es necesario que el maestro adopte un rol magistral para explicar el sustento teórico detrás de los temas, ofreciendo a los estudiantes una comprensión sólida y bien fundamentada. Este enfoque teórico es esencial para que los alumnos desarrollen un pensamiento crítico y una comprensión integral de los conceptos.

Además, Sigman argumenta que el conocimiento especializado y la formación pedagógica del maestro son elementos clave que no pueden ser reemplazados por la tecnología o el autoaprendizaje. Los maestros están capacitados para identificar las necesidades individuales de los estudiantes, adaptar las estrategias de enseñanza y proporcionar un apoyo emocional que es fundamental para el desarrollo socioemocional de los alumnos. La relación personal que los maestros establecen con sus estudiantes crea un ambiente de aprendizaje seguro y positivo, en el que los estudiantes se sienten valorados y apoyados.

El maestro del siglo XXI, según Sigman, debe ser un profesional de la educación capaz de combinar su conocimiento teórico con habilidades pedagógicas innovadoras. Debe estar en constante formación y abierto a integrar nuevos descubrimientos de la neurociencia y la psicología para mejorar su práctica. Este enfoque interdisciplinario permite a los maestros diseñar experiencias de aprendizaje que no solo transmiten conocimientos, sino que también desarrollan habilidades críticas para la vida, como la resolución de problemas, la creatividad y la colaboración.

¿Qué requieren las escuelas?

Con preocupación he observado cómo, cada vez más, las escuelas de mi país recurren desesperadamente a diversos métodos y enfoques pedagógicos -principalmente extranjeros- que prometen ser la solución mágica a los problemas que la educación ha acumulado durante siglos. En este constante modificar, parece que el maestro se queda paralizado, sin saber qué hacer. Por un lado, su pasión lo posiciona como un mensajero de un saber valioso y necesario para los estudiantes. Por otro lado, el deseo de las instituciones de etiquetarse como "innovadoras" obliga a los docentes a desplazar sus contenidos hacia nuevas perspectivas, haciendo que sus lecciones deban ser atomizadas o reducidas a meras sombras que encajan en el enfoque del último método pedagógico de moda.

El resultado es una creciente desorientación en el cuerpo docente. Los maestros, que deberían ser los pilares del conocimiento y la guía emocional para sus estudiantes, se ven forzados a adaptarse rápidamente a cambios que a menudo no comprenden completamente. Esto no solo afecta su capacidad para enseñar de manera efectiva, sino que también socava su autoridad y confianza en el aula. La pasión por transmitir un conocimiento profundo y significativo se ve comprometida por la presión de adoptar técnicas y contenidos que no siempre se alinean con las necesidades y contextos específicos de sus alumnos.

La educación, en su afán por ser moderna y adaptativa, corre el riesgo de perder de vista lo esencial: la relación entre el maestro y el estudiante nace de la magistralidad. Los maestros, con su formación y conversación, son quienes mejor conocen las dinámicas y desafíos de sus aulas. Sin embargo, cuando se les obliga a seguir cada nueva tendencia educativa sin un análisis crítico y adaptativo, se minimiza su rol y se fragmenta el proceso educativo en unidades cada vez más pequeñas e inconexas.

La innovación en la educación es crucial, pero debe ser implementada de manera que respete y potencie el rol del maestro, no que lo debilite. Los enfoques pedagógicos nuevos deben ser herramientas que los maestros puedan integrar con su propio estilo y conocimiento, no reemplazos que los despojen de su autonomía y creatividad. Al final del día, es el maestro quien tiene el contacto directo con los estudiantes y quien puede hacer que el aprendizaje sea relevante y significativo. Por ello, debemos encontrar un equilibrio que permita la incorporación de nuevas metodologías sin sacrificar la esencia y el valor de la enseñanza tradicional. La figura del maestro no debe ser vista como un obstáculo para la innovación, sino como un facilitador esencial en la construcción de una educación verdaderamente efectiva y transformadora.