Estamos casi en diciembre y, para este artículo, pensaba hacer una pequeña lista recomendando películas de navidad para alegrar un poco este año que, definitivamente, no ha sido el mejor. Ahí estaba yo, componiendo alegremente mi texto, cuando me he encontrado una imagen en Instagram que me ha resultado muy curiosa.
En esta viñeta se veía a un personaje parado en un cruce de caminos. Una señal indicaba que el de la izquierda era «debo» y el de la derecha «quiero». «Si dudas», le decía un anciano sentado junto al camino, «escoge siempre el de la derecha».
En un principio he continuado scrolleando por Instagram, pero algo en esa imagen se me ha quedado clavado en el cerebro. Parece, a simple vista, un buen consejo, el camino a la felicidad, por así decirlo. Darnos lo que deseamos en vez de quitarnos alegrías.
Es una imagen relevante a demás para estas fechas. En apenas unas semanas es Navidad, una época que acostumbramos a pasar con nuestros familiares y amigos, comiendo ingentes cantidades, compartiendo regalos, besos y abrazos. Es esa época del año en la que todos aquellos que, como yo, se encuentran desplazados, regresan al hogar.
Me encantan las Navidades, me encanta que cada familia y grupo de amigos tenga sus pequeños rituales que los convierten en únicos. Y, si bien, hay algunas de las tradiciones que no me gustan, me encanta que existan y que sean algo puramente Curulla-Matosas. Con el año que estamos teniendo, no hay cosa que desee más que volver a casa y comer escudella i carn d’olla, ayudar a mi madre a hacer los canelones de San Esteban y estar con mis hermanos y sobrinos a quienes hace casi un año que no veo. Pero…
Estamos en una pandemia. Hasta el momento, en nuestro país han muerto 42,619 personas. Nuestros hospitales están a tope, los médicos sobresaturados corren el riesgo de desarrollar TEPT (trastorno de estrés postraumático), generado por las ingentes cantidades de muerte a las que se tienen que enfrentar a diario. Por no hablar de la crisis económica que ha obligado a cerrar comercios, bares, restaurantes, dejando a nuestros amigos, familiares y desconocidos en paro, empujándoles violentamente hacia la pobreza.
Quiero volver a casa. Quiero celebrar Nochebuena como siempre lo he hecho e ir al cine en Navidad y celebrar Año Nuevo en una gran fiesta. Y, como yo, millones de personas queremos lo mismo.
Estamos, cada uno de nosotros, plantados en este cruce de caminos. Por un lado, «debo» y por otro, «quiero». Y ahora pregunto: ¿es correcto escoger el camino de la derecha?
—¡Ah! —exclama nuestro amigo del fondo—. En otros países van a permitir los traslados y las reuniones para que las Navidades sean como siempre.
Genial, pero nosotros no estamos en otros países, estamos aquí. Es posible que otros países hayan gestionado el tema mejor que nosotros, pero eso nos afecta de forma muy relativa al estar en España en vez de en «otros países».
—Es que este gobierno que tenemos lo está haciendo de pena—. Es la respuesta que suele darnos nuestro amigo del fondo.
Y es posible que lo esté haciendo de pena. Es posible que esté haciendo todo lo que se pueda. Pero eso, en esta conversación, ni entra ni sale. Lo que haya hecho o esté haciendo el gobierno, en esta discusión que estamos teniendo ahora nos afecta únicamente en los parámetros que nos impone (restricciones de movilidad, toque de queda, limitación de las reuniones, etc.).
En nuestro cruce de caminos, estas normativas son las que debemos ignorar para llevar a cabo el «quiero».
Nos guste o no, vivimos en una comunidad; somos un colectivo. Nos guste o no, todos nuestros actos tienen consecuencias. Y sí, la respuesta automática muchas veces es «si Mengano puede, ¿por qué no voy a poder yo?» Cierto, usualmente nos saltamos las normas, nos aprovechamos de tecnicismos y hacemos la vista gorda. «Bueno, no se puede ir, pero…», o «puedes poner esta excusa y ¿qué va a pasar?» Lo hemos hecho todos alguna vez y no ha pasado nada.
Sin embargo, debemos plantearnos seriamente si, en esta ocasión, «debemos» saltarnos las normas. Si Menganito se salta el confinamiento, pues yo también. Si Fulanita pide las ayudas, pues yo también. Pero si todos actuamos así, ¿cómo vamos a detener el virus? ¿Cómo podemos asegurarnos de que la persona a nuestra izquierda en el tren o el avión o la que se nos ha cruzado por la calle no es un portador asintomático y el regalo que traemos a casa es una enfermedad que ha matado a millares de personas y arruinado a millones de familias?
¿Qué pasaría si, acabadas las fiestas, descubrieras que eres realmente asintomático y al reunirte con tu familia has provocado la muerte de un ser querido? ¿Qué pasa cuando nuestra soberbia, nuestras excusas nos convierten en homicidas? Sé que dicho de esta manera puede parecer alarmista y exagerado, pero nuestra imprudencia ahora mismo puede costarle la vida a alguien.
Por lo tanto, ¿no es nuestra obligación como seres humanos, evitar en todo lo posible que esta situación vaya a más? ¿No nos vanagloriamos de nuestra capacidad de raciocinio y de nuestra ética? ¿No decimos que nuestra moral y capacidad de raciocinio son los rasgos que nos separan de los animales? ¿Cómo podemos pues escudarnos en excusas y escoger el «quiero» en este momento?
Esta es una situación extraordinaria, aunque no lo parezca. Todos estamos cansados, frustrados y deprimidos. Tenemos miedo, nos acosa la incertidumbre y no parece que haya una luz al final del túnel. Pero es en estas situaciones extremas en las que nuestra consciencia y nuestras obligaciones para con el prójimo se vuelven evidentes.
No vivimos solos y si nuestra opinión es que nuestros líderes no están haciendo todo lo que está en su mano, ¿no es nuestro deber hacer todo lo que esté en la nuestra para aliviar el sufrimiento de quienes nos rodean?
Estas son cuestiones que cada uno debe plantearse a sí mismo. Queda casi un mes para Navidades; en este tiempo, debemos plantearnos seriamente estas cuestiones y decidir, cada uno, la respuesta a una de las preguntas más difíciles:
Quiero estar con mi familia, pero… ¿debo?