Memorias de Idhún, es una trilogía escrita por Laura Gallego García y publicada en 2004. Recuerdo haber recibido ese libro por Navidad y, a mis catorce años, ser incapaz de sacar la nariz de sus páginas. Recuerdo reír a carcajadas y encariñarme de los personajes. Me enamoré de la trama y la magia. Los sheks (serpientes aladas) fueron una fuente de inspiración para las sssemesstraka que protagonizarían mi propio libro algunos años más tarde.

A lo que voy: Memorias de Idhún fue una parte importante de mi adolescencia y la de muchos niños. Laura Gallego parecía increíblemente consciente de esto, negándose durante años a vender los derechos de sus libros para adaptaciones cinematográficas. Sin embargo, en septiembre de este bonito año 2020, Netflix estrenó una miniserie animada del primer libro; escrita por Laura Gallego García.

Desde la publicación del primer tráiler en redes sociales, todo el mundo ha criticado el proyecto por el pésimo trabajo de doblaje, recalcando que los actores escogidos, con excepción de Michelle Jenner, no son actores de doblaje. Este tema se ha tratado hasta la saciedad por los profesionales del sector y, si los problemas se limitasen a un mediocre trabajo de voz, probablemente la serie habría conseguido críticas más decentes (3.6 en Filmaffinity y un aprobado raspado en IMDB).

Memorias de Idhún, la serie

La serie, estilo anime, adapta la primera mitad del primer libro, siguiendo las aventuras de Jack, un adolescente danés quien, al volver a casa, descubre al asesino de sus padres esperándole. Rescatado de una muerte secura por Alsan y Shail, es llevado a un pequeño refugio llamado la Casa de la Frontera. Ahí, descubre que existe un mundo paralelo gobernado por un tirano y que Alsan y Shail forman parte de la Resistencia que lucha por proteger a aquellas personas que, huidas de su mundo (Idhún), son refugiados en la tierra. Su oponente es Kirtash, un adolescente de 15 años que, a pesar de su edad, es un asesino despiadado quien se dedica a cazar a dichos refugiados. En la Casa de la Frontera, Jack conoce al último miembro de la resistencia, Victoria, quien en los libros tiene 12 años al principio de la historia. Se trata de una niña madrileña que vive con su abuela y tiene algo de aptitud mágica.

Dirigida por Maite Ruíz de Austri, la serie está escrita por Andrés Carrión y la propia Laura Gallego. Netflix y Zeppelin TV son las productoras encargadas de traernos esta miniserie de 5 episodios de 26 minutos. Es decir: poco más de 2 horas para adaptar 200 páginas, lo que se traduce en una condensación similar a la que sufren la mayoría de los libros adaptados a película. Algo a lo que la propia autora llevaba años negándose. La gracia de adaptar un libro a una serie es que los creadores cuentan con muchísimo más tiempo que las tradicionales dos horas para establecer personajes, el mundo, etcétera.

El guion

Se ha hablado mucho de intrusismo laboral con respecto a los actores de doblaje y, como siempre, se ha obviado que este es el mismo caso que ha sufrido el texto.

Parece que cuando se habla de escribir, asumimos que todo es lo mismo: ¿escribes poesía?, sin duda sabrás escribir un libro de texto. ¿Has escrito un libro? Ponte al mando de un guion cinematográfico. Esta mentalidad es un problema, ya que cada medio tiene sus particularidades.

Por ejemplo, una de las diferencias entre el medio audiovisual y el literario está en el ritmo: el audiovisual tiende a ser muchísimo más rápido porque tiene que transmitir mucha información en un tiempo muy limitado. Para ello, emplea los dos canales a través de los cuales el espectador recibe la información: visual y auditivo.

No hace falta que pongáis los ojos en blanco. Esta información parece increíblemente obvia, pero no lo es. Especialmente si estás acostumbrado a un medio como la literatura, en la que tienes que dibujar con palabras y no cuentas con el apoyo que da el oído. Si queréis ver una serie que explota al máximo estos dos medios de forma paralela, recomiendo la serie The Midnight Gospel en la que se ponen de manifiesto la disparidad entre lo que se ve y lo que se oye para contar dos historias diferentes de forma paralela. Es muy disonante y extraño.

«Show don’t tell» (enséñalo, no lo expliques) es uno de los pilares más conocidos y famosos del cine occidental. Naturalmente, toda historia necesita exposición, alguien que explique al espectador cómo funciona el mundo y qué está pasando. Los mejores guionistas saben incluir prácticamente toda exposición en acciones. Los peores, sientan a los personajes en torno a una mesa y sueltan 20 minutos de exposición, taladrando al espectador hasta que este decide dormirse. En un libro puedes irte por las ramas. Puedes introducir la exposición a través de un flashback que dure cuatro páginas; puedes regodearte en la descripción de los insectos del campo y luego divagar sobre la existencia del ser humano. Nadie puede detenerte y el papel es mucho más barato que el metraje. Cualquier medio audiovisual está condensado y, por lo tanto, toda repetición, todo dato tiene que servir al menos dos propósitos: avanzar la trama y desarrollar los personajes o el mundo.

La serie Memorias de Idhún no está escrita por guionistas profesionales y se nota.

El diseño de personajes y la animación

El diseño de personajes de esta serie corre a cargo de Lía Marin, Marina Borge y Meñat Etxaburu. Según una entrevista realizada a Maite Ruiz de Asturi, la cabeza del proyecto era Lía Marín. Como he comentado antes, es una serie estilo anime con sus tradicionales ciclos de movimiento y personajes ligeramente más planos que el entorno. Es un estilo y diseño típicamente japonés, aunque se ha adoptado en diferentes países. Series como Avatar o Seis Manos son algunos de los ejemplos bastante populares y de muy alta calidad, aunque el estilo se ha popularizado mucho en occidente y, por lo tanto, hay muchísimas otras series y películas hechas con este estilo en occidente.

Netflix ha debido descubrir la rentabilidad de las series de anime, porque su catálogo de producciones propias no hace más que crecer.

Desgraciadamente, el diseño en esta serie brilla por su ausencia, con unos personajes horriblemente básicos. Es aburrido mirarlos, carecen por completo de detalle o profundidad. Si bien es cierto que la simplificación de detalles es una característica bastante típica del anime, lo que nos presenta esta serie es, en el mejor de los casos, mediocremente aburrido.

Memorias de Idhún es una historia llena de unicornios, dragones y serpientes aladas. ¿Cómo puedes hacer serpientes aladas y dragones aburridos de ver? Utilizando los diseños más básicos y típicos que uno pueda echarse a la cara. Por no hablar del uniforme de Victoria, quien, repito, tiene 12 años.

Lo más inexplicable del tema es que existen diseños mejores dentro de la propia serie. Los créditos finales que aparecen sobre imágenes estilizadas de Amagoia Agirre rezuman talento e imaginación.

Sin embargo, un diseño medianamente aburrido puede ser entretenido si el movimiento está bien. Pero la animación, desde la inconsistencia de los entornos, pasando por el imperdonable uso de partículas que parece salido de Windows Movie Maker, hasta la velocidad del montaje, convierten la serie, a nivel visual, en completamente insoportable.

Conclusión

No entiendo cómo se le ha dado la luz verde a un producto tan mediocre. España está llena de profesionales y grandes animadores. De nuestro país han salido obras maestras. La película Klaus, sin ir más lejos, es una producción española que brilla por su extraordinario uso de los medios a su disposición, que tiene un guion divertido y personajes memorables.

Durante años, Laura Gallego se negó a vender los derechos de Memorias de Idhún para realizar una película, porque temía que se destilara y perdiera su esencia. Durante años, la autora protegió un producto que ayudó a crecer a muchos niños de nuestro país y tenía razón, una serie era un medio muchísimo más adecuado.

Desgraciadamente, esta obra no tiene la calidad que merecían tanto la historia, como sus seguidores.